Ilustración realizada por Ana Juan (‘El hombre del traje negro’ obra de Stephen King)

Celebramos los 70 años de Stephen King con la reseña de su relato El hombre del traje negro, con el que emula, a su modo y según sus propias obsesiones, el cuento de Nathaniel Hawthorne El joven Goodman Brown, también incluido en la cuidada edición de Nórdica ilustrada por Ana Juan.

El hombre del traje negro (Nórdica, 2017), de Stephen King, busca formas alternativas de crear angustia a partir de la idea inicial de Nathaniel Hawthorne (1804-1864) en su alegórico relato El joven Goodman Brown (1835, también incluido en esta edición). Como cuento aislado, El hombre del traje negro nos ofrece algunas lecturas interesantes. En comparación con el original, abandona el pesimismo calvinista de Hawthorne y se adentra en nuevos (y melodramáticos) espacios, quizás más acordes con los de nuestros tiempos.

En 1994 Stephen King se encuentra ante la posibilidad de publicar un relato en la conocida revista The New Yorker (revista en la que la ilustradora de esta edición, Ana Juan, es destacada portadista). Ávido lector de clásicos e inspirado por la anécdota que un amigo le contó sobre su abuelo, reescribe uno de sus relatos favoritos, obra del enigmático Nathaniel Hawthorne. De entre otros escritores de la época como Edgar Allan Poe o Herman Mellville, Hawthorne destaca por su afinidad con King en un aspecto sustancial de su obra: es un escritor regionalista. Nueva Inglaterra, tierra madre de ambos autores, es el paisaje de fondo ideal para sus historias de terror. Esta tierra yerma, habitada por la superstición, se convierte en un elemento clave de su literatura, adquiriendo características propias como si de otro personaje se tratara.

Hace más de dos siglos, en el Salem de 1804, nace Hawthorne en una América que arrastra tras de sí la ignorancia y crueldad de los primeros colonos, los juicios de brujas y las crisis de fe de una sociedad corrupta que aspiraba a ser ideal. La Norteamérica de la época es por lo tanto descreída de sí misma. Aquellos ciudadanos que huían de la inmoralidad de la vieja Europa hacia la Tierra Prometida y libre se encontraron el Mal de nuevo entre sus congéneres. Incapaces de aceptarlo, algunos caen en la radicalidad del puritanismo religioso y otros, como Hawthorne, en el pesimismo. El joven Goodman Brown (que es como decir en español El joven Juanito Pérez) es una alegoría sobre el viaje al interior de uno mismo para descubrir que la naturaleza del hombre, escondida en el fondo de un bosque sombrío, es dual.

El hombre del traje negro en el cuento de Hawthorne es un doble de Goodman Brown, un dopplegänger demoníaco o, como en algún momento de la historia se nos dice, «la viva imagen de […] Goodman Brown, el abuelo del tonto que ahora se llama así». No existe salvación posible para el hombre, sea Goodman Brown (nosotros), sus antepasados (los nuestros), el rey o la vieja puritana que le (nos) enseñó el catecismo. El relato es una parábola atemporal, filosófica, sobre nosotros mismos. Cada elemento del bosque es un símbolo que pretende hacernos reflexionar sin mentiras, sin excusas.

Iustración
Ana Juan
(El hombre del traje negro)

Iustración Kevin Mark (Corsario, ¡quiero mis galletas de vuelta!)

Lejos de esta profundidad moral y religiosa, Stephen King, el escritor mainstream, comparte las preocupaciones de una época muy diferente. King pertenece a la era de la globalización, el consumismo capitalista, la queja social como moda y la banalidad como estilo de vida. La ideología moderna se integra en su homenaje a Hawthorne y conforma otro mensaje para la obra con elementos que, aunque tópicos del terror en nuestros tiempos, traicionan la idea original.

En este caso, la acción del El hombre del traje negro se ambienta en el estado de Maine en 1914. De esta tierra dirá King: «Es un lugar rico en sabiduría india, de suelo rocoso que hace difícil que crezcan cosas e increíbles niveles de pobreza». Para el lector moderno nacido en la era de las telecomunicaciones, la superabundancia y el acceso rápido a la información, lo que más terror produce son esos Estados Unidos aislados, pequeños, sin conocimiento del mundo exterior, baldíos como Dunwich. King lo sabe, acerca la historia a su público y nos hace temblar ante la idea de que, en un lugar desolador como aquel, alguien se vuelva «malo»: «Deseábamos que nadie enfermara, se rompiera una pierna o se llenara la cabeza de malas ideas, como ese granjero en Castle Rock que había descuartizado a su mujer e hijos tres inviernos atrás y luego dijo en el juicio que los fantasmas le habían obligado a hacerlo».

Iustración
Ana Juan
(El hombre del traje negro)

 

Ilustración de Kristian Llana

El relato comienza creando en nosotros una sugerente sensación de angustia. El primer cambio sustancial que realiza King sobre el cuento original, sin embargo, es la elección de un niño como protagonista. El narrador será ese mismo niño convertido en anciano. La anécdota se nos relata tras el paso de los años, desde la inocencia que le confiere la decrepitud de su mente. De inmediato, el lector se siente impelido a sentir piedad por él, por ese «pobre hombre» que nos narra lo aterrado que está por algo que, de lo poco que recuerda de su vida, ocurrió en su infancia. En un gesto ya propio de la literatura de King, la historia nos viene edulcorada con un debate melodramático sobre la ancianidad. Vivir tanto tiempo, ¿es una maldición o una suerte? Por fortuna no hay tiempo para continuar el debate porque estamos ante un relato breve; pronto dejamos atrás el presente y volvemos a ese Maine triste de 1914, donde el niño se adentra en el bosque.

El bosque de El hombre del traje negro no es gótico como el de Hawthorne. Es una naturaleza real, a plena luz del día, con un río lleno de truchas tan grandes que alcanzan lo grotesco, lo inquietante. A pesar de que sus padres le hayan prohibido ir más allá de la bifurcación del río, nuestro pequeño protagonista se adentra más y más. Como podemos intuir, el niño solo y desobediente de todos los cuentos se encontrará con un lobo: un hombre vestido con un traje negro.

El autor en este punto se toma sus licencias y se convierte más que nunca en Stephen King. El terror de un niño solitario ante ese diablo devorador se nos narra de forma explícita. Poco queda ya del extraño doble de Goodman Brown que, aunque amenazante, es una sombra de su conciencia. Este diablo es violento, un monstruo de pesadilla. Cuando el niño aterrado consigue salir del bosque la sensación de calma es inmediata, aunque King se esfuerce en convencernos de que el Diablo y los fantasmas acechan en todas partes. Lo que encontramos finalmente es un relato donde el elemento sobrenatural encarna el Mal, y más allá de esta lectura nos queda la pesadumbre de reconocer la pérdida, la muerte y la decrepitud humana.

Iustración:
Ana Juan
(El hombre del traje negro)

Ilustración de Kirill Khrol (Tormenta)

Me atrevería a decir que la conclusión es de un pesimismo amargo, aunque no siniestro. Acercándonos, aunque sólo ligeramente, a Hawthorne, la aparición del Diablo podría deberse al «pecado» cometido por el niño al desobedecer. La bifurcación del bosque se convierte así en el punto más profundo de nuestro ser, en la elección entre el Bien y el Mal. Sin embargo, mostrarlo como la única culpa de un niño pequeño, no tiene efecto moral, suena a excusa: «A oscuras, oigo una voz que susurra que el niño de nueve años que fui tampoco había hecho nada por lo que justamente debiera temer al Diablo… y, aun así, el Diablo vino». El Diablo siempre acecha como un Otro abyecto, una ficción inventada por Stephen King para asustarnos en la tranquilidad de nuestras conciencias. El Diablo de Hawthorne no viene, el Diablo está. Nosotros hemos ido en su busca.

He aquí cuando nuestro prolífico autor se separa de su antecesor y se acerca más a otro nuevo género, menos vinculado al aspecto filosófico o religioso de la sociedad puritana norteamericana y más vinculado a la masas globalizadas. Gracias al añadido estético, a mi entender acertado, de la abeja como alegoría del azar, lo que consigue angustiarnos en el relato es la triste sensación de que la vida es injusta y que el sufrimiento es aleatorio, elijas el Bien o el Mal.

Iustración Ana Juan (El hombre del traje negro)

En este punto, es muy interesante destacar el significado de la madre del pequeño protagonista de El hombre del traje negro, homóloga de la esposa de Goodman Brown, Faith. Ambas mujeres representan un modelo de referencia y bondad; sin embargo, en ambos relatos el Diablo se divierte en mostrarnos que son humanas, débiles, pecadoras. En El joven Goodman Brown el protagonista pierde alegóricamente su confianza en Faith, la fe. En El hombre del traje negro la historia se subvierte. La madre que ha dejado de ir a misa, desconsolada tras la muerte de su hijo mayor, acaba siendo convencida por su hijo pequeño para volver a recurrir a la fe como protección ante el Diablo. No parece ser una protección del todo efectiva, pero en esta historia nos sirve para engañarnos mientras el Diablo se apuesta a los dados cuál va a ser la vida que destruirá hoy.

En El hombre del traje negro Stephen King nos libera de la pesada carga moral que puso el santurrón de Hawthorne sobre nuestros hombros y nos coloca en un plano de sufrientes mortales, mostrándonos que el debate religioso está pasado de moda. En realidad, en nuestra actualidad gobernada por el pragmatismo, poco importa si existen el Mal o el Bien en nosotros. Todos queremos entender cómo hacer frente a la fatalidad de la vida. Ya nos lo dice Stephen King: hagamos el mal, queridos Fabulantes, porque al Diablo le parece más apetitosa la gente buena.

Iustración Ana Juan (El hombre del traje negro)