Javier Martín Lalanda es un personaje fundamental para la literatura fantástica. De entre sus numerosas facetas, cabe destacar la de editor de la colección Ultima Thule de Anaya, en la que se publicaron en la década de los noventa del pasado siglo veinte títulos de gran calado fantacientífico, y a la autoridad mundial en Robert E. Howard y en la fantasía heroica. La presente entrevista ofrece un completo retrato de este imprescindible de las letras fantásticas.

El Cimerio y Bêlit, la Reina de la Costa Negra.
Ilustración realizada por María Emegé para Fabulantes.

Javier Martín Lalanda, fotografía de Flavio Borghese

Retratar a Javier Martín Lalanda (Toledo, 1948) en un par de pinceladas es una tarea ardua. Medievalista, pero al mismo tiempo humanista; traductor y también editor; especialista y lector; científico y hombre de letras. Todas las facetas convergen en un único personaje fundamental para la comprensión de la literatura fantástica.

Pero entre los muchos Martín Lalanda hay que destacar, sobre todo, a la autoridad mundial en Robert E. Howard y en la fantasía heroica, y al responsable de la espléndida colección Ultima Thule, que, durante la década de los 90 del pasado siglo, enriqueció el panorama editorial en castellano con 20 grandes títulos fantacientíficos.

Esta entrevista pretende acercarse, a la vez que descubre, a las muchas “personalidades” de este discreto imprescindible de las letras en castellano, uno de los principales valedores de la literatura fantástica de todos los siglos y latitudes.

Fabulantes: He leído que tu interés por los textos medievales deriva del hecho de que te consideras un individuo medieval. ¿En qué sentido?

Javier Martín Lalanda: En que el contrato feudal entre señor y vasallo (donde el señor “alquila” un feudo a su vasallo a cambio de que éste le preste auxilio y consejo cuando él lo necesite) yo lo adapto a una relación de fidelidad entre iguales, basada en el auxilio y en el consejo recíprocos, ciertamente sin ningún tipo de feudo. Y también porque siempre me ha parecido que los tres órdenes de la sociedad medieval: los que oran, los que combaten y los que trabajan (el campo), que remiten a la República de Platón, hubieran podido dar lugar (con los necesarios ajustes, ampliaciones, equivalencias, actualizaciones e inclusión de la mujer) a un sistema político y socioeconómico mejor que el actual. Pero en el contexto de esta entrevista es imposible hablar pormenorizadamente (y con algo de sentido) de todo esto. Espero que nadie me malinterprete.

F.: Hablar de literatura medieval se considera ahora mismo casi una extravagancia. En tu opinión, ¿por qué se debe reivindicar la literatura de aquel periodo?

J. M. L.: Porque la épica (dejo aparte la lírica y el drama, menos importantes en esa época) medieval y las posteriores “novelas medievales” (creo que te refieres a estas últimas) nos ofrecen una panoplia de motivos y técnicas que proceden de la literatura clásica y que van a repetirse en la moderna literatura de ficción. Una narración que hable de los viajes de un astronauta -por poner un ejemplo- nos recordará los viajes de Simbad y los muy anteriores de Ulises-Odiseo. Cuando se lee, en prosa traducida, porque las obras originales eran poemas largos, uno de los romans de Chrétien de Troyes o uno de los cantos del Orlando furioso (aquí ya estamos en el Renacimiento), descubrimos una frescura muy agradable y conveniente, que se halla muy lejos de los tópicos literarios actuales, pues ahora todo está tan manido que se impone un regreso a las fuentes de la ficción.

F.: Supón, como es cierto, que somos unos completos neófitos en materia de literatura medieval; ¿por dónde deberíamos de empezar a leer y por dónde continuar?

J. M. L.: Por algún cantar de gesta transcrito en prosa (el lector tendría que echarle un vistazo a la obra original para apreciar la machaconería de la rima, pensada para ser cantada o recitada, o a una buena edición que comente lo dicho), para luego seguir con alguna de las obras de Chrétien de Troyes, El caballero de la carreta, por ejemplo. Después, con alguna de las partes del Lanzarote en prosa. Si le gusta, que se lea las demás, para acabar finalmente con algún libro de caballerías de los más notables, Tirante el Blanco, Palmerín de Inglaterra, o alguno de los numerosísimos que se escribieron en castellano, en especial, de la serie de los Amadises, que, aunque renacentistas, por su arcaísmo siguen los modelos medievales. Ah, se me olvidaba: el lector también debería leer algún ensayo acerca de las reglas, el armamento y la sociedad medieval y caballeresca, como los de Franco Cardini, Georges Duby, Jean Flori, F. L. Ganshof, Maurice Keen o José Enrique Ruiz-Domènec, a modo de ejemplo no exhaustivo.

F.: Empezaste como traductor por afición y de manera autodidacta. ¿Cómo fueron tus orígenes y cuáles fueron sus principales retos y dificultades?

J. M. L.: Mi primer trabajo fue una selección de relatos de Charles Nodier que preparé para Siruela (allá por el año 1988, creo recordar), llamada Cuentos visionarios, cuyo prólogo lo escribí en colaboración con Luis Alberto de Cuenca, a quien invité para su redacción porque me había puesto en contacto con Jacobo Siruela. Grandes retos y dificultades creo que no he tenido ninguno. Por lo general, excepto en estos últimos diez años, en que he estado traduciendo para la colección Runas de Alianza, yo mismo he presentado mis proyectos de traducción (incluso obras ya traducidas y editadas por mí, hechas por mero entretenimiento) a las editoriales. Supongo que tengo cierto pedigrí de hacer bien las cosas, porque en tres ocasiones (que no explicitaré, por respeto) enmendé otras tantas traducciones muy deficientes de otros traductores.

Una narración que hable de los viajes de un astronauta nos recordará los viajes de Simbad y los muy anteriores de Ulises-Odiseo

F.: Eres una autoridad mundial en fantasía heroica y en Robert E. Howard. ¿Qué te gusta de esta subtemática?

J. M. L.: De Howard, su frescura, porque, remedando una frase hecha del subgénero de fantasía heroica, escribía “cuando el mundo aún era joven”, es decir cuando aún no se copiaban hasta la saciedad los arquetipos literarios, en su caso, los del héroe bárbaro. Y de la fantasía heroica, en general, la que se acerca a la épica y a los libros de caballerías, como la escrita por Michael Moorcock, a quien he vuelto a leer después de más de treinta años.

F.: ¿Cuál es tu relato favorito de Howard y por qué?

J.M. L.: El reino de las sombras (The Shadow Kingdom, 1929), de los protagonizados por Kull, por lo lúgubre de sus descripciones y la aparición súbita e imprevista de los hombres-serpiente. También Sombras a la luz de la luna (Shadows in the Moonlight, 1934), un episodio de Conan, por su elemento terrorífico, las estatuas que cobran vida. Clavos rojos (Red Nails, 1936), otra historia del cimerio, por el amplísimo espacio cerrado, la ciudad perdida de Xuchotl, donde tiene lugar la narración. Curiosamente, cuando me encuentro dentro de una catedral (un amplio espacio cerrado) vuelvo a recordar ese episodio. O Alas en la noche (Wings in the Night, 1932), del ciclo de Solomon Kane, por la inclusión en él de las harpías del mundo antiguo. Y algunos otros de sus demás personajes, como James Allison, que podrían conformar una antología de relatos de R.E.H. si algún editor se aviniese a publicarla.

F.: Cuando cantan las espadas (La Biblioteca del Laberinto), tu ensayo fundamental sobre la obra de Robert E. Howard, vio la luz inicialmente en 1983; la revisaste y ampliaste luego en 2009. El aparato crítico, documental y bibliográfico es impresionante. Es una mezcla de reivindicación, crítica y observación. Parece la obra de toda una vida de lecturas y de reflexiones profundas sobre la fantasía heroica. Desde luego es exhaustivo. Al ser tan personal, ¿qué fue lo más difícil de su redacción y posterior revisión? ¿Cuáles son las diferencias fundamentales entre la edición de 1983 y la de 2009?

J. M. L.: La canción de las espadas, que es la primera redacción de esta obra que comentas, dedicada exclusivamente a la fantasía heroica de Howard, la escribí durante el año 1982 por encargo del editor del fanzine Fan de fantasía. Recuerdo que durante seis meses leí todo lo que había ido recopilando de R.E.H. y lo fui consignando en notas. La lectura me supuso al menos unas ochocientas horas, y supongo que otras doscientas la conversión final de aquellas notas en un ensayo, dirigido a los aficionados, que no tenía mayores veleidades literarias. Al cabo de los años, en 2004, más o menos, pensando que aquel trabajo estaba muy anticuado, decidí ponerlo al día. Por un instante me asaltó la idea de dedicarlo a toda la obra howardiana, pero la deseché, porque eso me habría supuesto más de ochocientas horas de lectura. Así que leí más historias relacionadas con la fantasía heroica que habían salido a la luz a partir de 1982 y puse al día mi obra original, repartiéndola en capítulos que siguen un orden cronológico, en una especie de historia paralela a la que conocemos, la historia de la humanidad vista a través de la mirada fantástica y ensoñadora de R.E.H., y añadiéndole notas, fragmentos textuales y bibliografía de esa manera que dices en tu pregunta, proyectándome (quizá en un ejercicio de esquizofrenia literaria) como aficionado, admirador, académico, crítico y biógrafo de Howard. En la revisión y actualización del texto de los años ochenta invertí unas quinientas horas o más. Del texto antiguo recuperé un 80%, pero reelaborándolo de nuevo. Todo fue redactado por segunda vez. Así pues, del texto definitivo de Cuando cantan las espadas, que son unas trescientas páginas, entre ciento veinte y ciento cincuenta (incluidas notas, ilustraciones y bibliografía) son de factura nueva, y el resto, como ya he dicho, procede de una reelaboración de La canción… Sé que hubo gente que dijo, no sé si de mala fe, que el texto nuevo era la reedición del primero. Pues bien, a la luz de lo ahora dicho, es evidente que se equivocaron.

Lo que más me molestó, y me obsesionó, fue el tener que actualizar constantemente mi ensayo durante dos años (al menos), que fue el tiempo transcurrido desde que lo entregué a Gigamesh hasta que (visto que se retrasaban hasta más allá de lo pactado en contrato) fue publicado finalmente por La Biblioteca del Laberinto. Estas actualizaciones periódicas (nadie me las impuso, sino yo mismo) tenían lugar cada dos meses. Ver publicado aquel trabajo de años supuso para mí una liberación, el poder quitarme de la cabeza el texto que, a pesar de haber sido transcrito a un archivo de ordenador, aún seguía dentro de ella. No obstante, me incomoda que bastantes personas piensen de mí que sólo me he dedicado a Robert E. Howard, como si fuera el único escritor que he estudiado o el único que he tratado en una trayectoria literaria que está a punto de cumplir cuarenta años.

Boceto de ilustración para la portada de Skraelings (Ultima Thule, 1993), realizada por Pablo Torrecilla. La imagen, perteneciente al archivo personal de Javier Martín Lalanda, ha sido cedida por cortesía del entrevistado.

Boceto de ilustración para la portada de Skraelings (Ultima Thule, 1993), realizada por Pablo Torrecilla. La imagen, perteneciente al archivo personal de Javier Martín Lalanda, ha sido cedida por cortesía del entrevistado.

F.: Sé que has visto las dos películas sobre Conan protagonizadas por Arnold Schwarzenegger. ¿Qué te parecen? ¿Y la de 2011 con Jason Momoa, el Khal Drogo de la adaptación televisiva de Canción de Hielo y fuego?

J. M. L.: La primera, Conan el Bárbaro (1982), de Milius me pareció respetuosa con la idea de Howard, aunque Schwarzenegger no reflejase la inteligencia primigenia de que siempre hace gala el Conan howardiano. La segunda –Conan el destructor, 1984- la considero, digámoslo familiarmente, “infumable”. Y la tercera (2011), aunque haya sido exhibida por televisión varias veces, no me ha apetecido verla.

F.: Por cierto, ya que estamos hablando de literatura medieval y de fantasía, ¿qué opinión te merece la monumental saga de George R. R. Martin? Y ahora pregunto al medievalista: ¿puede un autor de un país sin Medievo hacer buena literatura de esa ambientación sin que resulte falsa, impostada? Porque no sólo se necesita toneladas de documentación, también debe de haber un espíritu, un pasado, una arquitectura a la que recurrir…

J. M. L.: Ya hice una crítica a la serie en la revista Delirio (10, septiembre 2012), quizá la primera hecha en España, donde intentaba ser lo más respetuoso posible con la serie escrita y alababa su adaptación cinematográfica. El problema de esta larga saga es su extenso listado de personajes, que impide al lector llevar la debida cuenta de todos ellos. Da la impresión de que Martin escribe muchas líneas acerca de varios personajes y luego entrelaza lo escrito, cortando la narración de tal o cual personaje para intercalar un fragmento de las aventuras de otro que ya tiene escritas. En lo que te refieres a que si los estadounidenses pueden escribir ficción medieval sin haber tenido Edad Media en su tierra, no olvidemos que buena parte de ellos proceden de Europa, donde sí la hubo. Jules Verne escribió acerca de muchas cosas que nunca había visto. No creo que para alumbrar una ficción medieval haya que vivir en Aquisgrán, Toledo, Ávila, Colonia o Carcasona. José Mallorquí escribió su Coyote sin haber vivido durante mucho tiempo en California…

F.: ¿Destacarías algún pastiche sobre el universo y los personajes de Howard que merezca la pena leer? ¿Y alguna otra obra tangencial que merezca ser vista/ leída/ disfrutada?

J. M. L.: Ninguno de los pastiches acerca de personajes howardianos puede comparase a los originales que imitan, y creo hablar con conocimiento de lo que digo, porque yo mismo he escrito varios protagonizados por Solomon Kane y me siento en condiciones de “remedar” cualquier otro de los restantes personajes de Howard.

F.: Conan es también personaje de cómic (Marvel). Es uno de los pocos héroes «importados» (es decir, no de producción propia) de la editorial de Disney. ¿A qué se debe el protagonismo del cimerio en el noveno arte? Por cierto, leo que Conan fue adaptado por primera vez en México, en 1952. ¿Qué tal fue esa primera adaptación?

J. M. L.: Como el cine suele pasar periódicamente por momentos de vacas flacas, en los que, por falta de imaginación (o de buenos guionistas), se adaptan personajes del cómic (Popeye, Dick Tracy, El Príncipe Valiente, Superman, Buck Rogers…) o se hacen remakes de anteriores versiones, no es de extrañar que a Conan le llegara su turno a principios de los ochenta, bajo la égida de John Milius. En lo que se refiere a la primera adaptación al cómic de Conan acaecida en México, creo que el crítico estadounidense Fred Blosser le dedicó un encomiable estudio en la revista La Espada Salvaje de Conan el Bárbaro, y que el cómic Sword reprodujo una de sus aventuras. A mí me resultó una adaptación agradable.

F.: Me gustaría conocer tu opinión sobre un lugar común: ¿qué te parece la idea, casi prejuiciosa, de que Howard se repetía en sus cuentos? Es verdad que muchos de ellos comparten estructuras, sucesos y estereotipos, a pesar de que cambien personajes, escenarios o ambientaciones…

J. M. L.: También se repetían Abraham Merritt, James Branch Cabell y Henry Rider Haggard, entre otros, cuyos relatos y/o novelas tenían argumentos recurrentes, y eso no les supuso ningún estigma. Y Dashiell Hammett. En el caso de Howard, sus personajes tienen tanto de él mismo, que no pueden por menos de vivir situaciones análogas y repetidas.

F.: Últimamente percibo, quizás por años de sobreexposición a estos géneros, que el traductor de literatura fantástica está mejor valorado por la industria editorial. Algunos incluso llevan a gala su trabajo, como si fuera un estatus (pienso en Manuel de los Reyes o en Cristina Maciá). ¿Cómo percibes tú el mundillo? ¿Crees que hay hoy mejores traductores que antes? ¿Lees literatura fantástica traducida?

J. M. L.: Creo que no debería opinar, porque yo suelo revisar lo que traduzco unas cinco veces (esto no me libra de cometer alguna falta, como humano que soy), y me consta que lo usual entre la gente del gremio suele ser dos o, a lo sumo, tres. Como, afortunadamente, yo traduzco por gusto y no por necesidad, entiendo que el traductor que vive de su trabajo deba dedicar el tiempo de esas revisiones a traducir otras obras. Quiero pensar que la calidad de las traducciones se mantiene invariante respecto a la de épocas pasadas. Pero también quiero dejar claro que, a menos que se trate de la traducción de un documento legal, de un informe o de un estudio técnico o científico, el traductor (siempre a mi entender) debe ajustar lo que está traduciendo al lenguaje en que traduce y, si es necesario, mejorarlo, porque el lector siempre pensará de un texto deficiente (aunque perfectamente traducido) que la deficiencia no es del autor, sino del traductor o de su corrector de estilo. Y hablando de los correctores de estilo, según mi experiencia, suelen estropear más de lo que corrigen. Aconsejo a todo el mundo la corrección en papel, y no en ordenador, porque en papel se ve mucho mejor. Respecto a si leo literatura fantástica traducida, la respuesta es sí, y hay veces que, si me gusta la obra, luego suelo comprármela en su idioma original.

Y como antes hablé de los correctores, sólo quiero decir que para ser corrector hay que conocer al autor, la materia de la que se ha traducido y el universo de ficción en el que se inserta. Tú mismo juzgarás si todos los correctores cumplen estos requisitos.

Ilustración final de Pablo Torrecilla para la portada de ¡Arde, bruja, arde! (Ultima Thule, 1994). Del éxito de la novela da cuenta la adaptación a cargo de Tod Browning en 1936, Muñecos infernales (Devil Doll). Imagen del archivo personal de Javier Martín Lalanda, cedida por cortesía del entrevistado

Ilustración de John Liberto para United States Of Japan de Peter Tieryas

 F.: Tengo la sensación, de nuevo puede que por esa sobreexposición antes aludida, de que hay una falta de especialización de traductores «de fantástico» en los medios audiovisuales o digitales. Pienso en películas, pero también en videojuegos. Creo que es un campo abonado para los aficionados (para los no profesionales, quiero decir). ¿Qué pasos crees que se necesitan para que se produzca una verdadera especialización? De hecho: ¿crees necesaria una especialización en literatura fantástica?

J. M. L.: Volvemos a incidir en algo que antes se comentó: el traductor debe entender de lo que traduce, conocer al autor, su obra, la materia, el contexto y la época. Recuerdo un error de traducción en la película Planeta prohibido (Fred M. Wilcox, 1956), un espléndido clásico de los cincuenta, donde se tradujo electron-volts como “voltios electrónicos”, y no “electronvoltios”, una unidad de energía. Y en la primera de las películas de Conan, the sons of Aryas se convierten en “los hijos de Aries”. En otro film más reciente (no es fantástico, aunque sí épico), Gettysburg (Ron Maxwell, 1993), los sureños, denominados “rebeldes” por los yanquis, se convierten en los “rojos” (porque el traductor ha entendido reds, y no rebs, o sea “rebeldes”). Aunque en el campo de la traducción de textos para libros podríamos encontrar ejemplos igual de jugosos, guardaré silencio por cierto esprit de corps.

Volviendo a tu pregunta: no creo que haga falta una especialización (en un contexto diferente, Darwin decía que la especialización conducía a la extinción), sino un poco más de cultura y de sensibilidad. Si me preguntas acerca de la posibilidad de hacer másteres sobre literatura fantástica, la respuesta es sí. Yo mismo dirigí hace algunos años un curso extraordinario sobre la materia, aunque todo se vio muy rápidamente, porque eran muy pocos créditos. Y si me preguntas si en esos másteres se podría incluir una asignatura acerca de la traducción de ficciones fantásticas, la contestación también será afirmativa.

Los personajes de Howard tienen tanto de él mismo que no pueden por menos de vivir situaciones análogas y repetidas

F.: ¿Qué debe leer y saber un traductor de literatura fantástica? ¿Y un buen autor de literatura fantástica?

J. M. L.: Yo creo que ambos deben tener una sólida base cultural de tipo humanístico para encontrar paralelismos entre lo que escriben (o traducen) y el mundo de la realidad (filosofía, historia de las religiones, arte, arqueología, biología, etcétera). Y también tienen que haber leído a los mejores escritores de la lengua en que trabajan, para que su traducción esté bien escrita y, sobre todo, eliminar posibles variedades regionales propias de la región donde viven.

F.: ¿Qué sueles leer de literatura fantástica?

J. M. L.: Ficciones clásicas, desde la Odisea y el Ramayana a las obras de los siglos XIX y de los dos primeros tercios del XX, de todo el mundo. Por “clásicos” también me refiero a obras de Poul Anderson, Abraham Merritt, William Beckford, Henry Rider Haggard, R.E.H., Tolkien o Philip K. Dick. Y a los buenos autores de revistas pulp, de las que tengo (originales U.S.A.) unas seiscientas.

El traductor debe entender de lo que traduce: conocer al autor, su obra, la materia, el contexto y la época

F.: Eres licenciado en Ciencias Físicas y doctor en Filología Hispánica ¿Cómo se concilian estos extremos? Esa formación tan heterodoxa, ¿en qué medida ha contribuido a tu labor como traductor?

J. M. L.: Se concilian bien, porque los dos hemisferios de mi cerebro, que, como sabes, se complementan, trabajan al unísono. Como científico, veo cosas que una persona de letras no ve, y como hombre de letras tengo una perspectiva más amplia que la que puede tener una persona de ciencias.

F.: Además, eres profesor titular de universidad y das clases de Didáctica de las matemáticas en Salamanca y Zamora. ¿Tus alumnos saben de tu identidad secreta? Tengo entendido que traduces poco, durante tus descansos por vacaciones. Supongo que planificarás mucho tus traducciones. ¿Haces «trabajo de exploración previo» o te guías más bien por impulsos y gustos?

J. M. L.: Doy clase en Salamanca (de Historia de las matemáticas en el mundo antiguo, en un máster para futuros profesores de Enseñanza Media) y Zamora (de didáctica de matemáticas para los grados de Magisterio). Mi afición es poco conocida por mis alumnos, supongo que quienes la conocen son un cinco por ciento, si acaso. Y como suelo ser bastante discreto, la conocen porque algún profesor o algún amigo les ha revelado que suelo escribir o que he escrito alguna novela. Siempre he echado en falta el poder charlar con alguno de mis alumnos de estas cuestiones que tanto me gustan, pero, al parecer, nunca he tenido a nadie que se interesara por ellas.

Lo de traducir en vacaciones es una manera de mantener activo el cerebro durante todo el año, algo que en los docentes debería ser obligatorio (supongo que alguien hará algún chiste con esto). Respecto a la planificación, siempre preparo de antemano lo que voy a hacer durante el verano, ya que me es imposible trabajar en esta afición mía durante el curso. Por otra parte, siempre quise publicar obras que el lector español desconocía (Vathek íntegro, La Comunidad Secreta, La joya de las siete estrellas íntegra, La orden de caballería, la anónima en francés antiguo, algunas versiones de La Carta del Preste Juan, inéditas hasta hace pocos años en España), junto con obras de fantasía y ciencia-ficción que difícilmente podían ser publicadas en castellano, y en esta labor de editor yo tenía que ser el traductor, porque no conocía a nadie más. Por todo lo dicho, es evidente que no me muevo por impulsos. Sí que me muevo por apetencias cuando un editor me sugiere que le traduzca tal o cual cosa. Y si lo sugerido es de mi agrado, acepto.

Como científico, veo cosas que una persona de letras no ve, y como hombre de letras tengo una perspectiva más amplia que la que puede tener una persona de ciencias

F.: ¿Con cuál de tus traducciones estás más satisfecho?

J. M. L.: Quizá las realizadas para Siruela, porque son ediciones, tanto La comunidad secreta (2009) como las tres aparecidas en la colección de Selección de Lecturas medievales, junto con dos traducciones en las que también hice un ligero trabajo de edición. También quedé muy contento con una reciente edición de La historia de la Llanura Esplendente, de William Morris, que hice para Cátedra, porque me permitió comentar extensamente todas las facetas de aquel gran genio y traducir la prosa arcaizante en la que tanto le gustaba escribir.

Escena del relato La sombra deslizante (The Slithering Shadow, también conocido como Xuthal of the Dusk, 1933), protagonizado por Conan. Tiene elementos que podrían emparentarlo con el ciclo de Cthulhu. La imagen, del archivo personal de Javier Martín Lalanda, está extraída de Cuando cantan las espadas, y aquí la reproducimos con permiso del entrevistado.

La sexualización y objetivación del cuerpo femenino son dos elementos muy clásicos presentes en la imaginería erótica de la fantasía épica.

Ilustración de John Liberto para United States Of Japan de Peter Tieryas

F.: Fundaste la colección Última Thule para la editorial Anaya, que alcanzó los 20 títulos, casi todos descatalogados hoy en día. Era una selección exquisita que incluía obras de Abraham Merritt, Fletcher Pratt, Poul Anderson o Philip José Farmer. Muchos de esos títulos no han vuelto a ver la luz en castellano. ¿Por qué decidiste fundar esta colección y qué criterios seguiste para la selección de las novelas que publicabas?

J. M. L.: La idea original no era la de de una colección de literatura fantástica, sino el publicar las aventuras íntegras del Tarzán de Edgar Rice Burroughs en un formato en tela y con sobrecubierta. Yo debía encargarme de las traducciones, las introducciones, los mapas y de dar a un artista las indicaciones pertinentes para las ilustraciones interiores y la de primera de cubiertas (la portada). Ante lo que al director editorial le pareció unas condiciones abusivas por parte de los herederos de Burroughs, el proyecto original se convirtió en lo que sería la colección “Ultima Thule”, cuyo nombre original era “Thule”, sin la referencia a Séneca. La selección de los títulos tuvo en cuenta lo que no se había publicado en castellano y que para mí era fundamental. Y su hilo conductor fue el de la aventura, o debería decir el de la “gran aventura”, siempre con un toque historicista. Si hubiera podido incluir otros veinte títulos, el lector habría encontrado autores europeos (franceses, italianos, alemanes, españoles y otros), junto a los consagrados de toda la vida. Allí salió mi novela Un infierno en la mente (1995), aunque con el seudónimo de Dorian Blackwood, que después se reeditaría por la Biblioteca del Laberinto (2010).

F.: Me gustaría detenerme en uno de esos autores «Última Thule», Abraham Merritt: fue un buen escritor de género, con alguna obra de gran ritmo y plasticidad, como ¡Arde, bruja, arde! (1932) Hoy, por desgracia, está desaparecido del mercado editorial castellano. ¿A qué crees que se debe? ¿Qué habría que destacar de Merritt y su obra?

J. M. L.: La falta de vigencia de autores como Merritt se debe al mercantilismo editorial, pues da la impresión de que es más fácil contratar obras de autores recientes que de otros que lo son menos, aparte de que sea más guay, pues los de hace veinte, treinta o más años (piensan editores, directores de colección y críticos) sólo les pueden gustar a los lectores carrozas y a los antiguos. En Estados Unidos Merritt reactivó la literatura fantástica de aventuras durante los años 30 y 40. Su novela La nave de Ishtar (1924- 27) es impresionante y merecería una fiel adaptación cinematográfica.

F.: Observo que al menos uno de los títulos de tu colección, La saga de Hrolf Kraki, salió hace cosa de un año en Runas, la vertiente fantástica de Alianza Editorial. Supongo que tendrías que ver en ello. ¿Va a producirse un progresivo desembarco de los títulos de Última Thule en Runas? De no ser así, ¿por qué precisamente, de todo aquel catálogo, os decantásteis por «resucitar» esta obra de Anderson?

J. M. L.: No tuve nada que ver en la resurrección de La saga de Hrolf Kraki, pues fue una idea de Belén Urrutia, la directora de la colección Runas. Curiosamente, uno de los títulos que yo le sugerí reeditar fue Northwest Smith (C. L. Moore), que una editorial relacionada con la revista Barsoom acaba de publicar recientemente. No creo que vaya a producirse ese volcado progresivo de los títulos del Última Thule en Runas, aunque sigo pensando que un buen puñado de ellos podrían aparecer en ella. Supongo que Hrolf Kraki se reeditó porque La espada rota se vendió muy bien.

F.: Ahora eres el traductor de cabecera de Joe Abercrombie. ¿Lo propusiste tú a Alianza o te lo encargaron ellos? Es, creo yo, una de las «rarezas» de tu palmarés como escritor, en cuanto que está aún vivo y activo. ¿Cómo afecta a tu trabajo, tan habituado como estás a «lidiar» con autores ya fallecidos?

J. M. L.: Los libros de Abercrombie me fueron ofrecidos por Runas, bueno, los que no son de la trilogía original. Y no me considero su traductor de cabecera. Sus novelas (no me parece que estén bien escritas) me atrajeron por el lenguaje un tanto atrevido de que hacen gala en ocasiones (y que me permite abandonar por un instante mi seriedad al escribir) y porque poseen ciertos elementos propios de esa literatura, la picaresca, que inventamos los españoles (junto, quizá, con los italianos), que aparecen en algunas de las obras actuales de fantasía (pienso en las dos primeras entregas de las aventuras de Locke Lamora, aparecidas también en Runas) y que podrían remitirse a las peripecias de Fafhrd y el Ratonero Gris, creados por Fritz Leiber hijo (el padre fue actor de teatro y de cine). Las traducciones de Abercrombie son bastante arduas, porque las hago a partir del original enviado al editor inglés, antes de que la obra salga en Inglaterra en el formato de libro, y el texto está sin editar. Esto me obliga a hacer algunos retoques por mi cuenta que luego suelen ser cambiados por la editorial al tener delante la edición definitiva.

El hilo conductor de la colección Ultima Thule fue el de la aventura, o debería decir el de la “gran aventura”, siempre con un toque historicista

F.: Una vez sostuviste: «No me gusta lo cotidiano porque es muy repetitivo». ¿En qué mundo fantástico te sientes más cómodo?

J. M. L.: En cualquiera donde uno pueda abrirse paso con su propio esfuerzo y que no esté dominado por arribistas, corruptos, inútiles, pusilánimes e idiotas. Y ahora hay que preguntarse: ¿Existe en la realidad un mundo parecido? Volviendo a tu pregunta, quizá me sentiría a gusto en algunos de los mundos antiguos de Thomas Burnett Swann, que se parecen mucho a los de la Narnia de C. S. Lewis, otro gran genio.

F.: Eres muy partidario de índices, apéndices, con independencia del formato. ¿Por qué?

J. M. L.: Pues porque, como ya he dicho, me considero editor, aunque, además de traducir, también haya hecho crítica, artículos, poesías, programas de radio, conferencias y cursos relacionados con la fantasía, y haya escrito algo de ficción. Los índices, apéndices y demás son para un libro lo que los extras para un DVD o un Blu-Ray: si el disco que compramos no tiene ninguno, seguro que nos sentimos estafados. Pues con los libros de ficción pasa lo mismo. Hay que tener respeto por el lector, que paga su buen dinero por un producto de calidad.

F.: En Siruela llegaste a sacar La comunidad secreta (1692), de Robert Kirk, uno de los libros más influyentes de la época decimonónica (aunque se publicara al menos dos siglos antes). En tu opinión, ¿por qué esa época dejó tal estela de autores fantásticos? Parece como que entonces era síntoma de estatus tocar géneros fantásticos, que todo escritor que se preciase debía escribir sobre ellos. Incluso hubo gente como George MacDonald o Charles Kingsley, de gran altura intelectual, ética y moral, que abordaron maravillas. ¿Qué hemos perdido ahora por el camino?

J. M. L.: Supongo que los lectores aún podían deleitarse con buenas ficciones y que nadie iba a tildarles a ellos ni a los autores cuyas obras leían de excéntricos o descerebrados. Pero hay que tener en cuenta que estos autores no vivían exclusivamente de las ficciones que escribían, sino de su profesión. Kingsley y MacDonald tenían formación religiosa y universitaria. Arthur Conan Doyle era médico, y Henry Rider Haggard, diplomático. Podríamos ver bastantes más casos similares en la Gran Bretaña de la época. ¿Qué se ha perdido por el camino? Pues cierta profundidad de pensamiento, cierta perspectiva, la facultad de relacionar entre sí bastantes materias diferentes (ahora diríamos “áreas de conocimiento”); en definitiva, hemos perdido el significado profundo de lo que es la literatura en aras de un enfoque psicológico, social o políticamente correcto.

Las novelas de Joe Abercrombie me atrajeron por el lenguaje un tanto atrevido de que hacen gala en ocasiones y porque poseen ciertos elementos propios de la literatura picaresca

F.: Al hilo de esta cuestión anterior, ¿por qué los anglosajones han cultivado más (y también mejor) la literatura fantástica? No será, desde luego, por un monopolio o una exclusividad de mitos, leyendas o parajes inspiradores…

J. M. L.: Yo diría que por un sentimiento de nostalgia o por el miedo a olvidar sus orígenes, algo que no se ha fomentado en otras naciones: los naturales de Gran Bretaña siempre sintieron en sus carnes lo que sentían los celtas al ser sojuzgados por los romanos; o los britano-romanos al ser vencidos por los anglos, sajones, jutos y frisios (fundamentalmente los dos primeros); o lo que les pasó a todos estos al encontrarse con los normandos. Pienso que su insularidad les ha hecho recordar su identidad histórica (quizá ahí esté una de las explicaciones del Brexit) y teñir ese recuerdo con un sentimiento de nostalgia y de maravilla que los demás pueblos europeos no poseemos. Piensa en la historia de Francia, o de Alemania, o de otras naciones europeas (con excepción de España e Italia), que no han recibido tantas invasiones como las Islas Británicas. Pero los meridionales somos más prácticos que otros pueblos de latitudes más norteñas, y no nos recreamos tanto en la ensoñación como ellos.

Hemos perdido el significado profundo de lo que es la literatura en aras de un enfoque psicológico, social o políticamente correcto

F.: Por último, me hace mucha gracia que hayas fijado tu residencia en Zamora. Aprovecho para cerrar esta entrevista con una pregunta que siempre quise hacerte: ¿Los caminos de Cimeria te condujeron hasta Zamora o fueron más bien los avatares del destino?

J. M. L.: Fue más bien el destino, y el hecho que mi padre, que era funcionario, dejara Toledo (donde yo nací) para ir a vivir a Zamora. Lo cierto es que en dos ocasiones pude haber fijado mi residencia en Salamanca, pero no hice tal cosa. La primera, hará unos veinticinco años, porque no quise renunciar a seguir corriendo en un bosque, el de Valorio, que tenía cerca de mi casa. La segunda, por comodidad. Curiosamente, hace un mes he vuelto a recorrer asiduamente los senderos de aquel bosque (que sigue estando cerca de casa), pero caminando, porque el tiempo no perdona. Respecto a la circunstancia de que Howard bautizara con el nombre de una provincia española a una de las que acababa de situar en tierra hiboria, siempre he pensado que los naturales de Zamora, o sus instituciones (Alcaldía, Diputación) podrían sacar provecho del hecho y dedicar una semana fantástica con disfraces, películas, eventos, etcétera.

Esbozo de Pablo Torrecilla para la portada de La saga de Hrolf Kraki, publicada por Ultima Thule en 1993. Las anotaciones al margen, con sugerencias y en tinta verde, son de Martín Lalanda. Imagen del archivo personal de Javier Martín Lalanda, cedida por cortesía del entrevistado

Ilustración de John Liberto para United States Of Japan de Peter Tieryas