Los géneros de siempre son interpretados más que nunca desde la óptica de lo audiovisual, como se aprecia con la space opera El despertar del Leviatán, primera entrega de la saga The Expanse firmada por la dupla Daniel Abraham y Tyler C. Franck

Ilustración de John Berkey

Libro de James S.A. Corey (Ediciones B colección Nova, 2016)

Space Opera. A todos se nos vienen muchas cosas a la mente cada vez que escuchamos, o leemos, estas dos palabras. Nos imaginamos una batalla encarnizada entre naves, rayos láser y cañones de Gauss y de plasma golpeando aquí y allá, conflicto y guerra. Dos bandos enfrentados. Esperanza, dolor y muerte. En nuestro imaginario colectivo tenemos este tipo de subgénero cincelado a piedra y fuego. Pero no todos tenemos las mismas pautas porque, y esto forma parte de la vida misma, no todos nos hemos acercado a la space opera de la misma manera. Los que lo hicimos desde la literatura tenemos en la retina a personajes inolvidables, a imperios galácticos, a científicos sabios creadores de nuevos conocimientos… asimilados a través de un ritmo pausado, de una trama compleja, de unos desarrollos que evolucionan a fuego lento -cuando no se mantienen estáticos-.

Sin embargo, hasta estas pautas han cambiado en los tiempos más recientes. El cine y la televisión las han transformado con nuevos ritmos, códigos y exigencias narrativas. Lo audiovisual nos ha traído a personajes más estereotipados o menos vivos, porque también deben ser más adaptables a giros repentinos; tramas menos imbricadas y más sencillas, para que esos giros se mantengan dentro de lo viable; argumentos más livianos, para no sobrecargar la atención del espectador, o a un elenco de personajes más coral, donde la diversidad de relaciones entre ellos aumenta las posibilidades argumentales sin exigir profundidad o matiz en su vida interior (caso de la serie televisiva Firefly, por ejemplo). Unos cambios que han conseguido no sólo enganchar a los que accedimos en su día a través de la palabra escrita sino también a otros públicos nuevos de cultura más visual.

Ilustración de John Berkey

Estos nuevos códigos de lo audiovisual parecen estar trasladándose ahora a la literatura. James S. A. Corey, trasunto creativo del dúo conformado por los estadounidenses Daniel Abraham y Tyler Corey Franck (ambos de 1969), resulta ser un síntoma de este cambio. Sus autores han trabajado en la literatura contemporánea tanto en los ámbitos de la ciencia-ficción como de lo fantástico: Abraham como guionista de cine y televisión, y Franck como actual asistente de George R.R. Martin y el gestor de sus redes sociales (los co-autores incluso colaboran en la serie de televisión que SyFy produce para llevar The Expanse, como se llama su saga literaria, a las ondas catódicas). Ambos conocen y dominan, por tanto, como pocos escritores de su generación, los nuevos códigos de la narrativa y del formato audiovisual contemporáneo.

Y eso se nota perfectamente en su obra. Sobre todo, porque cuando cierras el El despertar del Leviatán (Ediciones B, colección Nova, 2016), primer volumen de este universo ficcional, compruebas que has devorado sus seiscientas páginas dejándote arrastrar por un ritmo frenético y por una trama en constante cambio, pero que poco o nada puedes explicar respecto a los motivos de todo cuanto ha sucedido o a las motivaciones de quienes los han ejecutado.

En esta novela la lectura se transforma en emoción, por momentos de una naturaleza pura e irrefrenable. Si bien, siempre respetando los patrones y las costuras más reconocibles del subgénero, sin intención de innovar o transgredir, dándole al público lo que quiere en su forma más habitual y digestible.

El aspecto canónico más salientable está ya en su contexto general. La historia nos sitúa en un momento de estancamiento científico-técnico de la humanidad. La especie se encuentra cómoda en su gestión limitada de los recursos tras haber sido capaz de colonizar ampliamente a la práctica totalidad del sistema solar. No obstante, el acceso a estos recursos parece haber dividido a la especie según el eje centro-periferia, con los planetas interiores (Tierra y Marte) ejerciendo presión y dominio sobre los cinturianos o habitantes más exteriores. En este conflicto, la A.P.E. (Asociación de Planetas Exteriores) intenta, a través de la presión política y la acción militar, especialmente virulentas en las estaciones y lunas, reivindicar un nuevo marco político que les dé más libertad. Así están las cosas cuando, de improviso, la nave Canterbury se volatiliza en el espacio y el conflicto latente se transforma en patente.

Ilustración de John Berkey

Para el desarrollo de esta guerra van a tener una trascendencia fundamental las historias personales del capitán Holden y del detective Miller. Holden era el segundo de a bordo de la Canterbury y sabe, porque lo ha visto, cómo la nave de sus compañeros ha sido aniquilada en una trampa preparada, sin mediar causa aparente o provocación visible. Iracundo y vengativo, hace saber a todo el sistema cómo han sido las cosas, desatando la rabia de unos y el miedo de otros: Holden hace saltar la espita de la guerra. Al mismo tiempo, Miller es un policía de seguridad contratado por la empresa privada Star Helix para mantener la paz en Ceres -una estación espacial entre Marte y Júpiter-, al que su jefa le hace un encargo extraoficial: buscar y encontrar a Juliette Mao, la hija joven de una familia rica oriunda de la Tierra pero residente en la Luna a quien, después de enterarse que trabaja para los cinturianos, quieren secuestrar para devolverla sana y salva a junto sus padres.

La trama se mueve sin disimulo por el giro argumental constante a partir del baile de máscaras inicial que mantiene en disputa a los planetas interiores y a los cinturianos, y en otro sentido también a Holden y a Miller. Este ‘toma y daca’, casi sin momentos de respiro, consigue mantenerte con el libro pegado a las manos. Así, en la primera mitad de la novela, tenemos un texto más próximo a la trama sociopolítica, con elementos de conspiración y de misterio, que a la space opera propiamente dicha. Y quizás sea precisamente por esta mezcla tan exótica de elementos por lo que se hace, además, la parte del libro más rica y entretenida. Sin embargo, la aparición del enemigo común y el cambio de pie en la trama hacia un patrón más científico-técnico o, por lo menos, más pegado a la space opera canónica, crea un choque con lo hasta entonces narrado y, sobre todo, un cambio en el ritmo y el desarrollo de los arcos argumentales, que acaba por quitarle frescura y originalidad, interés y vida, al conjunto. El libro ya empieza a despegársenos de los ojos para enfrentarnos a un clímax totalmente ajustado a los límites del subgénero que, no por inesperado, nos resulta menos habitual en las historias de este tipo.

Empezamos ansiosos, interesados, extasiados en unos momentos y maravillados en otros… pero llegamos al final con la decepción de haber asistido a extraordinarios momentos de fuegos artificiales y fanfarrias que, sin embargo, no están en su final a la altura de lo leído. El “Epílogo” quizás sea necesario para conectar con los demás volúmenes de la serie (ya veremos), pero resulta prescindible en cuanto a lo que cuenta la novela.

Respecto al fondo, el análisis general transcurre por los mismos caminos que los de la forma: con una trama a la que sacar tantísimo partido, y con personajes capaces de introducir temas muy contemporáneos desde perspectivas originales, al final se siente a esta novela como un conjunto de oportunidades perdidas o, por lo menos, no tan bien aprovechadas como podrían haberlo sido.

Ilustración de John Berkey

Por ejemplo, se hace demasiado hincapié en intentar sostener debates ya muy manidos: como el del idealismo contra el pragmatismo (Holden/ Miller), y su ramificación habitual de “hacer lo justo” contra “hacer lo necesario”, desde una perspectiva tan común como la geoestratégica militarista. O se desarrolla de forma bastante estereotipada y poco original el tema del amor como motor de las relaciones humanas con momentos absurdos más próximos al esperpento que a la ternura. Todo ello sin entrar en otras disquisiciones sobre el discurso respecto al avance científico-técnico y la ética, con un desarrollo sonrojante por su excesivo simplismo (si bien este punto tendrá oportunidad de profundizarse en las futuras entregas).

Ilustración de John Berkey

Eso sí, en cuanto manejo del ritmo narrativo, los giros argumentales y la coherencia general, El despertar del Leviatán es una novela sólida como una roca. Se nota la experiencia y el saber autoral en esta materia porque, a pesar del bajón en cuanto a su interés y originalidad a partir de la mitad en adelante, la tensión se mantiene alta de principio a fin. Es especialmente notable más por el uso de los ases bajo la manga que por su progresión lógica: son los trucos de ciertos personajes los que hacen que la trama avance y no el desarrollo coherente de los acontecimientos. Un recurso legítimo de la novela, sobre todo de la detectivesca o de conspiración política, esquema predominante en esa primera parte excelente, que pierde sin embargo eficacia (y legitimidad) cuando se abusa de él a partir de su repetición, una y otra vez, en forma de recurrentes diálogos argumentativos: dos o más personajes se enzarzan en una discusión absurda que no tiene más objetivo que el de introducir el siguiente salto al vacío. Funciona, pero cansa y, con su abuso, contribuye a restar vida a los personajes e interés al conjunto.

Ilustración de John Berkey

Aun con sus defectos, El despertar del Leviatán es una buena space opera, de gusto clásico en cuanto a lo que ofrece, pero de enorme modernidad y actualidad en cuanto a cómo combina los elementos tradicionales del subgénero con las nuevas formas de los códigos audiovisuales. Se trata de una novela más próxima a -o que maneja mejor- éstos que los propiamente literarios, con sus aspectos buenos y malos. En la balanza ganan los aspectos positivos, si bien su desequilibrio la aleja bastante de las exageradas loas que la acercan a una Canción de Hielo y Fuego con la que quizás sueñe en parecerse, pero con la que en realidad tiene bastante poco que ver.

Y menos mal. Así podremos disfrutarla como lo que El despertar del Leviatán es: una space opera repleta de emociones capaz de mantenernos en vilo hasta el final y de enganchar lo bastante con sus argumentos como para que queramos continuar seguir leyendo más, a base de demostrarse eficacísima en el convertir en palabra a los mejores recursos de los códigos audiovisuales.

Ilustración de John Berkey