El cómic está viviendo en estos años, como no había vivido nunca, una etapa expansiva en cuanto a formas creativas en las que mostrarse al público lector. La explosión de la novela gráfica sólo ha sido la más conocida, pero junto a ella hay otros cambios notables: la habilidad del cómic para adaptarse a las nuevas tecnologías y a los nuevos medios, o para jugar con nuevos códigos lingüísticos, o para probar texturas y códigos visuales inéditos o arriesgadísimos y, por supuesto, su conquista fulgurante del audiovisual con la nueva era dorada del Superhéroe -ahora presente por doquier-. Muchas novedades, de mayor relumbrón o más mainstream, pero todas al servicio del mismo propósito: demostrar que, lejos de ser un formato artístico esclavo del papel el cómic es, sin embargo, uno de los más versátiles a la hora de expandirse a otras plataformas, ya existentes como de última hornada.
Con todo lo que, a la luz de estos cambios extraordinarios, pudiera parecer, este período de novedades no está exclusivamente orientado a sacar al cómic fuera de su formato originario. Dentro del papel también tenemos obras que son capaces, de forma más o menos expeditiva, de mostrarnos ideas renovadoras.
Días de destrucción. Días de revuelta (Planeta de Agostini, 2015) unió al periodista y reportero de guerra Chris Hedges (St. Johnsbury, Vermont, Estados Unidos, 1956) y al creador de novelas gráficas Joe Sacco (Malta, 1960). Dos profesionales premiados, dos almas curiosas; casi dos almas gemelas por currículo y punto de vista, pues ambos han vivido en zonas en guerra y de conflicto, destrozadas por la violencia y por la inhumanidad, ahora juntas en este proyecto común. La idea principal guarda plena coherencia con sus trayectorias, pues nos van a llevar de su mano hasta esas zonas tan conocidas por ellos y que esconden una sorpresa en su seno: la naturaleza del enemigo.
Acostumbrados a ver armas por doquier, a que el enemigo nos resulte reconocible por ser tangible y concreto, por sus colores o sus uniformes distintos a los nuestros, aquí se cambia radicalmente de tercio para mostrarnos a un rival mucho más peligroso y devastador pues es, además de sibilino, también invisible e intangible: la ideología capitalista asentada en la búsqueda del beneficio a cualquier precio. El objetivo común es explicarnos y mostrarnos, combinando texto y dibujo, combinando una voz narradora en primera persona (texto) con otra en tercera persona (dibujo), cómo esa ideología se ha ocultado tras el american dream y el american way of life para enmascarar, en verdad, a unos Estados Unidos violentos y crueles donde Lo Real destruye vidas.
Chistopher Hedges nos lo explica de forma clara y sucinta ya en la “Introducción»:
“Todas las promesas pregonadas por el capitalismo sin ataduras se vieron crudamente refutadas por los focos de desesperación que visitamos (…). El capitalismo corporativo va, literalmente, a matarnos a todos, al igual que ya ha matado a los nativos americanos, a los afroamericanos atrapados en los guetos urbanos, a aquellos que hemos dejado atrás en las cuencas mineras, y a quienes viven como siervos en los campos del cultivo del país. Y, en aras del lucro, también va a asolar y a destruir el ecosistema con la misma voracidad con la que consume a los seres humanos.” (págs. 12-13)
Una explicación que es, además, un recorrido rápido y sintético por las cuatro primeras partes de las cinco que componen este Días de destrucción, días de revuelta. En “Días de pillaje”, situado en Pine Ridge (Dakota del Sur), Hedges y sacco hacen un repaso a las múltiples traiciones ejecutadas por los blancos para con la comunidad nativa americana en su objetivo de construir los Estados Unidos, así como de hacer dinero con las vetas de oro descubiertas en tierras reconocidas ya entonces como propiedad de los nativos americanos. En esta explicación se nos repasa la ruindad de figuras mistificadas por la narrativa ideológica estadounidense, como el general Custer, así como la deconstrucción perversa de aquellos nativos que se limitaban a luchar para que los Estados Unidos respetasen lo pactado, como el jefe siox Caballo Loco (1842- 1877). Y, de aquellos polvos, los lodos de una comunidad lakota sumida en el alcoholismo, la drogadicción, el racismo y la violencia, que ve como mejor salida la vuelta a unas raíces de las que fueron bruscamente desnaturalizados.
“Días de asedio” nos lleva a Camden, Nueva Jersey, donde la comunidad negra vive hacinada en guetos en los que, nuevamente, el racismo y la violencia campan a sus anchas. En este capítulo se hace especial hincapié en la corrupción, en cómo la clase política ha ido aprovechando la ignorancia y la pobreza de la gente para asentar sus intereses. Pero, especialmente, se incide en cómo agentes oscuros, sin cargo electo o responsabilidad pública alguna, son, sin embargo, los que eligen candidatos y elaboran campañas sucias para ganar elecciones con las que imponer al conjunto de la comunidad su exclusiva voluntad. En este caso concreto nos hablan de George E. Norcross III, proveniente de la industria de seguros, a quien incluso Chris Hedgse ha llegado a entrevistar, si bien con la exigencia de no grabar ni filmar -aunque sí ha podido tomar notas para trasladarnos algunos trazos indudables de una megalomanía escalofriante-.
“Días de devastación” vuelve a cambiar de tercio. Desde Welch, Virginia Occidental, asistimos a la destrucción de una forma de vida y a la devastación resultante de ella, con los peligros que este proceso trae para el futuro de todos. Donde antaño había montañas y bosques, formas variopintas de naturaleza y vida rural, la industria del carbón, en menos de un siglo, le ha devuelto al horizonte un paisaje pardo y grisáceo de montañas dinamitadas. Tal transformación ha sido a base de tremebundos corrimientos de tierra; centenares de lodos tóxicos contaminantes de los acuíferos, conservados de forma peligrosa cerca de las comunidades residenciales (piénsese, sin ir más lejos, en el desastre ecológico de Aznalcóllar); y un aire repleto de pesadas partículas de carbón que no solo ensucian el entorno sino que provocan graves enfermedades o crean nubes tóxicas de peligrosas de imprevisibles consecuencias. Con todo, el texto hace hincapié en cómo esta forma de explotación de los recursos es pan para hoy y hambre para mañana pues, una vez se agoten los recursos, solo quedará destrucción por doquier.
En “Días de esclavitud” nos vamos hasta Immokalee, una pequeña localidad del estado de Florida donde se reúnen trabajadores estadounidenses al borde de la miseria, indigentes o sin papeles para mendigar trabajo en el sector agrícola. Allí, los capataces controlan el cotarro: a unos salarios decrecientes se unen unos recursos básicos que cobran a precio de oro, así como la colaboración inestimable de los propietarios de los prostíbulos o de los pequeños puestos de comida que, previo concierto también con propietarios y empresas, elaboran un sistema de precios altos con el que endeudar a sus trabajadores, comprándoles así su colaboración y su silencio.
Otro aspecto oscuro son las quejas de los pequeños propietarios agrícolas, como B.F. Stanford, que se duelen amargamente de la durísima competencia mexicana y de cómo sus bajos precios e inexistentes controles están consiguiendo suprimir sus beneficios, su rentabilidad y, con el tiempo, quizás la existencia misma de su actividad -entendemos cuál es el electorado de Donald Trump y cómo piensa cuando leemos a Stanford declarar que “deberían aislar México”-.
Finalmente, en “Días de revuelta”, llegamos a la Plaza de la Libertad (Nueva York), donde tenía su base el movimiento reivindicativo Occupy Wall Street. Allí se sintetizan todas las reivindicaciones de las muchas personas que, en las cuatro partes anteriores, nos han contado sus experiencias de pillaje asedio, devastación y esclavitud. Personas que han sido (y siguen siendo) amenazadas por su postura de reivindicar sus derechos o de contar la verdad frente a los abusos de un Estado acosador, de un cacique pérfido o de una empresa sin escrúpulos, todo en aras de la idea exclusiva del beneficio. En aquel punto, el activismo hace exposición amarga de todas estas experiencias y, finalmente, de lo paradójico que resulta ver cómo en el país de las libertades, su reivindicación y exigencia parece más sancionada que nunca. De su queja no se libra nadie: ni el capitalismo voraz, ni la democracia manipulada, ni la política sin escrúpulos. Si bien, todos estos hechos son fruto de la debilidad e inmisericordia humana, una naturaleza humana que también deja, por supuesto, un hilo a la esperanza.
La pluma y el lápiz unen fuerzas para construir un análisis sociopolítico de evidente tono reivindicativo, encajable dentro del discurso humanista defendido por la izquierda, ora socialista ora liberal, que sitúa a los derechos individuales y comunales en la cúspide de los sistemas jurídicos democráticos, basados en la justicia y en la dignidad. No hay en este tomo ni gráficas, ni análisis sesudos que fundamenten nada con datos en tablas o curvas: únicamente hay historias. Ambos autores tratan, cada uno en consonancia con su estilo (al tiempo que crean un código comunicativo propio definible como una síntesis entre el periodismo de investigación y el fotorreportaje), de imprimir veracidad y carácter a unos rostros ajados, a unas expresiones cansadas, a unos ojos bajos y unos ceños fruncidos… facciones casi todas de derrota y miseria.
Un mensaje claro, directo y poderoso que, multiplicado por dos, aumenta su intensidad y crece en capacidad de acongojo e indignación.
En Días de destrucción, días de revuelta nada hay ficticio o impostado. Durante 2010 y 2011, un sagaz Christopher Hedges y un observador Joe Sacco emprendieron una investigación, libreta y cámara fotográfica en ristre, sobre a dónde había sido capaz de llegar la capacidad de autodestrucción humana en aras de la ideología del capitalismo y su mantra del beneficio. El resultado de aquel trabajo sobrecoge y maravilla, mostrándonos que, también en el formato de papel, el cómic tiene todavía un inmenso espacio para la exploración y el descubrimiento.