El magnífico trabajo de Roberto Madrafina en La Gran Patraña, cómic ganador del Festival de Angulema en 1999, quizá logre que uno no se plantee la pregunta más necesaria: “¿es éste un cómic relevante para los tiempos que corren?”
Literalmente todas las mujeres que aparecen en La gran patraña (ECC Cómics, 2016) están ahí para ser golpeadas, violadas y/o, asesinadas por un hombre. Partiendo de esa base, que será el puntal de esta crítica, podemos ir desgranando más detalles sobre esta obra. El más relevante tiene que ver con sus autores; el fallecido Carlos Trillo (1943- 2011) es conocido por El Loco Chávez (1975-1987) y Clara de Noche (1992- 2015), entre muchos otros, y se le considera un titán del guión de cómic. Roberto Madrafina fue uno de sus ilustradores habituales, y juntos crearon historias como Iguana e Historias mudas. Es importante señalar que ésta es una de las últimas obras de Trillo y que, por tanto, constituye una supuesta condensación de todo lo que le hacía grande; empezó a escribir esta historia con treinta años de experiencia a las espaldas.
La relevancia de La gran patraña viene dada, además, porque se le concedió el premio al mejor guión en el prestigioso festival de Angulema; el galardón se otorgó en 1999, pero la historia se publicó por entregas en la revista Puertitas, fundada por el propio Trillo, unos años antes. La historia que se cuenta es la de una ficticia república bananera donde el cacique de turno ha idiotizado al pueblo con la fábula de una virgen con poderes milagrosos que casualmente también es su sobrina y su amante secreta. Esta mujer, Malinche Centurión, trata de escapar de esta gran impostura pidiendo ayuda a Donaldo Reynoso, ex-policía convertido en rondador de los bajos fondos. Un implacable asesino a sueldo con aparentes poderes sobrenaturales, el Iguana, les dará caza. Una serie de personajes secundarios amenizarán la velada con esporádicas rupturas de cuarta pared en las que se dirigirán directamente al lector para explicarle cosas. Lo típico.
Nos encontramos frente a la habitual obra que un crítico describiría diciendo que es una “carta de amor”. En concreto, una carta de amor al género noir (ignoro si a algún subgénero en concreto más allá de las convenciones habituales “mujer atractiva recluta a perdedor borracho”, si bien parece seguir la estela del noir mediterráneo). Es decir, que es una obra hecha en los noventa que hace referencia a la primera mitad del siglo XX pero que ha sido reeditada ahora. Es decir, que es una obra netamente irrelevante.
Cuando uno escribe crítica cultural tiene que dejar claro en todo momento que lo que se expresa se hace desde determinado punto de vista, y que ese punto de vista a) está articulado en base a vivencias personales que condicionarán el enfoque por narices, y b) debe estar orientado a ayudar al lector, lo comparta o no. Todo esto es importante porque el que a mí no me haya gustado nada La gran patraña no quita que a un gran número de críticos y blogueros les haya entusiasmado con e mayúscula. Normal: el trabajo de Madrafina es espectacular (pero espectacular de verdad; su trazo tiene el punto justo de intensa claridad que la obra requiere), sin duda lo realmente bueno de este cómic, y Trillo escribe unos diálogos que maridan muy bien con el dibujo. La carrocería de La gran patraña es impecable, no cabe discusión. A un nivel puramente estético, la obra es extraordinaria.
Aquí es donde entra en juego lo del “punto de vista”, porque el mío es que la estética es forma y que la forma obedece y articula el propósito, sea éste contenido, discurso o lo que toque en cada caso. Dicho de otro modo: para mí, la estética no puede ser, en sí misma, lo que el artista quiere articular, sino sólo una herramienta de articulación al servicio de algo más grande. Éste no es un enfoque que todos los críticos compartan y eso es algo que el lector de este texto debe tener en cuenta. ¿Estamos de acuerdo? ¿Sí? Pues sigamos adelante.
Sigamos hablando de las mujeres de La gran patraña.
Me ha tocado leer este cómic justo cuando tenía Perdida (Literatura Random House, 2013), de Gillian Flynn, a medio terminar. No le ha sentado nada bien, claro. ¿Qué puede hacer un nostalgia porn de los 30 hecho en los 90 contra una obra que habla de la violencia de verdad (no real; de verdad) que tiene lugar ahora? ¿Qué sentido tiene posar la vista en el eco de un eco cuando tienes algo auténtico en la mesilla de noche? Dejando de lado la obvia diferencia de género y medio, que tampoco es tan grande, el problema de fondo es que estamos en 2017. En 2017, las historias que comienzan con una mujer siendo violada como atrezzo (en serio, primera viñeta) huelen a rancio. En 2017, las historias donde la psicología de la protagonista principal es definida de manera literal (que le inventan una personalidad, vaya) por hombres no una sino dos veces huelen a rancio. En 2017, las fantasías de poder para nice guys (el protagonista se lleva a todas a la cama porque, y cito, “las mira a los ojos en vez de al trasero”; desternillante) huelen a… Ya veis por dónde voy.
Viñetas de Roberto Madrafina
Es un simple asunto de saber cuáles son las prioridades del guionista. ¿De qué quiere hablar Trillo? ¿Quiere ensamblar un discurso sutil sobre cómo la ficción define la realidad? No, puesto que las rupturas de la cuarta pared son sólo maquillaje para hacer más presentables los aires de otra época. ¿Quiere señalar aspectos concretos del funcionamiento de una dictadura? Improbable, o no habría lugar al exagerado y ultraviolento escenario de La Colonia, más cercano a la Sin City de Frank Miller que a una dictadura auténtica. ¿Quiere expresar la manera en la que los hombres ejercen su poder sobre las mujeres? Donaldo Reynoso ejerce su poder sobre las mujeres constantemente, pero no pasa nada porque es un buen tipo. ¿He mencionado ya que no hay ninguna mujer en esta historia que no sea una víctima y que no desee al protagonista? Etcétera. Etcétera.
No escribo esto desde el desprecio, sino desde el cansancio. No tiene ningún misterio, de verdad: yo trato de ver las cosas desde una óptica feminista y esta obra, simplemente, no me aguanta ni un asalto. No es que me irrite, ni siquiera que me ofenda. Es, como dije, “irrelevante”, en el sentido más estricto del término. El proverbial tío-abuelo pesado con el que no quieres discutir en Nochebuena porque, sinceramente, para qué molestarse.
Esto no quiere decir que La gran patraña sea un mal cómic. Es una muy bien dibujada pieza de artesanía a la que quizá le sobran las metarreferencias (¿para qué ocultar tus intenciones? ¿Para qué fingir?) pero que cumple su propósito: ser una divertida fantasía de poder. Confieso que me gusta más el Trillo de Cicca Dum Dum (1998-2011), que no oculta la naturaleza pornográfica de su trabajo, pero insisto: puntos de vista.
¿Queréis ver tetas, sangre, tiros y frases caducas con perfecta musicalidad? ¿Queréis ver lo que puede hacer un magnífico dibujante en la cima de sus habilidades? ¿Queréis ver uno de los mejores trabajos de coloreado que se han llevado a cabo recientemente? ¿Os da un poco igual o incluso os divierte ver mujeres violadas, asesinadas y golpeadas cada dos o tres páginas? ¿Os gusta que el pulp haga un par de cabriolas metaliterarias porque le da más empaque? ¿Os apetece meteros en la piel del nice guy definitivo? La gran patraña quizá sea para vosotros. Está escrita por un guionista famoso, ganó un premio importante y nueve de cada diez críticos de cómic la recomiendan.
Viñetas de Roberto Madrafina
Toda obra es hija de su tiempo, se desarrolle en la Grecia arcaica o en una megalópolis del siglo XXIII. Cuestionar la obra por su incorrectez política, lo único que manifiesta es la pobreza ideológica del crítico. Sería largo de justificar, pero es atribuir a la obra una valoración estrictamente contenidista, la peste que se arrastra desde mediados del siglo XX. Y si el feminismo es una de las colectoras del posmarxismo cultural, mejor correrse de tan pacata lectura. Saludos.