Clark Ashton Smith, tercero de la gran trinidad de Weird Tales, escribió relatos sobre Hiperbórea, un continente tan maldito como Zothique, y que Valdemar ha reunido en una antología sucinta, bien traducida y contextualizada. En ella puede observarse el peso del poeta decadentista y maravilloso que tuvo que pasarse a ensoñaciones macabras para rehuir la ruina de su propia circunstancia vital.

La historia de Satampra Zeiros Ilustración de Andrea Beré para Fabulantes
La historia de Satampra Zeiros Ilustración de Andrea Beré para Fabulantes

Con un Lovecraft prácticamente convertido, Cthulhu y Nyarlathotep mediante, en icono de cultura pop del todo vale, y un Robert E. Howard que cabalga de la perpetua mano de Conan y Solomon Kane, Clark Ashton Smith continúa estando vedado para el gran público. Absorbido por ese ascendiente casi maldito que el de Providence tiene sobre contemporáneos y precursores (todos los caminos parecen sólo tener sentido si llevan a Lovecraft) y sin la eternidad que cómics y John Milius dieron a Howard y su cimerio, Smith sigue siendo el menos conocido del reverenciado triunvirato de Weird Tales, oculto en cierto modo y a la sombra sus dos colegas y amigos.

Genio precoz, entró prontamente en los círculos literarios californianos con sus versos cargados de simbolismo y aires orientales, unos versos que llamaron la atención de poetas como George Sterling, quien se convertiría en su mentor, y de otros autores afines, caso de Jack London o Ambrose Bierce (un poco antes de que éste decidiera pasar a la eternidad revólver en mano). Clark, lector concienzudo y voraz de la Enciclopedia Británica y el Webster’s Unabridged Dictionary, o tal vez fuera el Oxford, aprendiz autodidacta de idiomas entre trabajo y trabajo en la cabaña familiar de Boulder Ridge, fue recibido por parte de la crítica y sus compañeros como un nuevo Keats, un Shelley renacido, tras la publicación de su Odes and Sonnets en 1918; otros críticos no compartieron semejante júbilo y no vieron en él sino un joven algo siniestro y con un trasfondo notablemente macabro. Planeaba ya sobre él cierto fatum de lo que habría de ser su carrera literaria.

Nuestro joven poeta siguió, por supuesto, escribiendo y publicando. Autoeditó Ebony and Crystal y Sandlewood poco después, a la par que contribuía en periódicos locales con poemas y epigramas, y hasta ejercía de editor nocturno cuando ello era posible para costear los gastos de impresión de sus libros de poemas así como las apreturas que vivía con sus padres, que eran casi todas. A su pesar eterno niño prodigio, y movido por la premura económica, Smith encauzó su delirio imaginativo entre las páginas de las revistas pulp. Aconsejado por su colega Genevieve Sully y por Lovecraft, admirador de Smith, a la hora de experimentar con el horror en la literatura, trocó poesía por narrativa para volcarse ya siempre, tras un pequeño paréntesis de ficción romántica en la primera mitad de los años 20, en ese estilo que los anglosajones han sabido recoger tan acertadamente con claridad casi ingenua en el término weird fiction.

Entra de este modo el futuro Emperador de los Sueños1 en su periodo creativo más fértil, convirtiéndose en uno de los escritores fijos en Weird Tales y en colaborador más que ocasional en otras revistas del ramo como Amazing Stories o Wonder Stories. El año 1937, sin embargo, supone un giro definitivo para este profeta de la letra que gustaba de escribir en una mesa bajo los árboles, corrigiendo y volviendo a corregir, leyendo en voz alta versos y líneas para acompasar su mano al ritmo de su voz y ésta al de su imaginación. Decidió pararse, esperar. Porque en una década, a Smith, que trataba de poner en orden una suerte de vida ascética en la cabaña con lo que obtenía de su pluma, se le murieron los padres, Timeus y Fanny, tras años de continuos cuidados por su parte, amén de compañeros como Lovecraft y Robert E. Howard, o el poeta Vachel Lindsay; no sólo se le moría una época, sino algo más hondo y profundo a este niño con cara de mayor, aquel anciano con cara de adolescente triste. Se nos aparece, se me aparece, este momento como un abismo en el que Smith trata de encontrar resignación escrutando el infinito y apretando los puños. No por ello, a pesar de que esta romántica visión parece encajar como un guante en su mito, dejó de escribir. Si bien seguía publicando relatos muy de vez en cuando (August Derleth y su Arkham House son cita obligada aquí), el de Auburn, mientras se ganaba la vida trabajando como fuera posible, regresó a los poemas y retomó su viejo interés por el dibujo y la escultura, de donde surgieron pequeñas grandes obras a modo de despliegue inspirado de aquellos universos que llevaba en su pecho.

Se hace complicado calibrar el peso y la medida de este creador de mundos que habitó un terreno donde conviven el desprecio temerario -usemos los clichés que para eso están- de la “gran literatura” y la devoción de los fieles, a veces íntima y recogida, fanática en otras ocasiones. Y ello sin contar con la necesaria distinción que cabría hacer entre el universo anglosajón y el castellanoparlante, y la mayor o menor presencia que Smith encuentra en ellos2. Con gran precisión lo recoge Jesús Palacios en su prólogo para la edición valdemariana (2014) de Hiperbórea, y otros mundos perdidos:

Un jovencisimo Clark Ashton Smith

Ha sido habitual durante muchos años situar a Smith y su obra casi exclusivamente dentro del contexto de la era dorada de Weird Tales, a la sombra o, como mucho, en paralelo con las figuras de su amigos Lovecraft y Howard. Nada tendría esto de malo, en tanto que adecuado en buena media a la realidad, si no fuera porque ha contribuido a mantener en la oscuridad otros factores fundamentales para entender y disfrutar mejor su singular contribución a la narrativa fantástica del siglo XX”.

Y añade un poco más adelante: “Lo cierto es que Smith era, ante todo, un poeta en la vena Simbolista, que se resignó a vehicular su estro a través del cuento fantástico, en vista del muy limitado mercado e impacto existentes para su poesía. Gracias sean dadas a Ubbo-Sathla. Porque de esta manera, adaptando su pasión por el verso parnasiano y por los temas y técnicas propios de la poesía decadente francesa y del Modernismo hispano al formato del relato de horror, Smith creó uno de los ejemplos más asombrosos de mutación de la lírica simbolista, reconvertida en material pulp, sin perder por ello ni un ápice de sus características originales”.

Todo ello escrito, digo, en Valdemar, la casa editorial donde en conspicuos laberintos de tomos negros y azulados se unen templadas por la erudición la antorcha del cazador de brujas y la lámpara del investigador. En dicha edición de Hiperbórea, con el mentado prólogo y de nuevo el trabajo de orfebrería de Marta Lilo Murillo en la traducción -la precisión se hace necesaria puesto que Cátedra ha agrupado recientemente, con traducción y edición de Luis Gámez, los relatos «hiperbóreos» en otro libro-, la casa satánica ha tenido a bien reunir las historias con las que Smith diera forma a este continente; historias desperdigadas a lo largo de los años por los magazines de wonder stories y que fueran reunidas por primera vez allá a comienzos de los 70 en Ballantine Books por Lin Carter, tomo traducido a finales de la misma década y publicado en castellano por EDAF.

Es Hiperbórea, como Zothique, un continente marcado por la maldición. Si éste se nos presentaba como la última tierra bajo el sol agonizante de los milenios venideros, el que aquí nos ocupa extiende sus llanuras y sierras en una época antediluviana, un pasado remoto similar al de la Era Hyboria y que, está predicho, será engullido por el hielo. Sobre él despliega nuestro bardo toda su panoplia estilística en una prosa caudalosa, de ensoñación febril y espesa, de un decadentismo que empapa y permea cada punto cardinal con los pesados vapores de la condena, el hartazgo y una fastuosidad oriental corrupta y nauseabunda, o abominable, donde cada cual trata de aprovechar el día antes del abismo final.

Pero, ah, detrás de la molicie y la perversión, también tras aquellos que procuran ganarse la vida entre muros empapados en vapores mefíticos, incluso retrocediendo a eones anteriores a Ubbo-Sathla y Tsathoggua, podemos escuchar la risa sardónica de Smith, desplegándose cargada de amoralidad y socarronería por los confines del continente-isla. Así el final de «Los siete geases», donde el vacío y la indiferencia de Abhoth son la cínica respuesta a cualquier pregunta por el sentido y origen de la vida; y ciertamente similar en el humor es el nudo y desenlace de «El sino de Avoosl Wuthoqquan», donde la avaricia y codicia del protagonista, y su castigo, son fácilmente imaginables a modo de episodio de unos Looney Tunes pasados de rosca. O cómo olvidar «La puerta a Saturno» y sus surrealistas moradores o el horror cósmico de «La llegada del Gusano Blanco» donde se deja ver cierta pátina de sátira religiosa.

El sino de Avoosl Wuthoqquan Ilustración de Andrea Beré para Fabulantes

El sino de Avoosl Wuthoqquan Ilustración de Andrea Beré para Fabulantes

Otros relatos, en cambio, recogen esa misma indiferencia, si bien desprovista de todo punto cómico, como la suave melancolía de «La sibila blanca», cuyas “crípticas profecías y augurios de muerte” predecían el avance gradual de la capa de hielo que “cubriría el continente en años venideros” sepultando para siempre “los magníficos pináculos de sus ciudades”, estragos bien palpables en cuentos como «El demonio de hielo». Asimismo tienen cabida aquellas historias que reflejan las aportaciones personales de Smith a los llamados Mitos de Cthulhu, siendo El libro de Eibon, Tsathoggua y Ubbo-Sathla sus engendros con mayor predicamento, protagonistas con su silencio de légamo y templo abandonado de dos de sus mejores oraciones en prosa: «La historia de Satampra Zeiros» (de un espíritu que recuerda al de La reina de la Costa Negra de Robert E. Howard) y la homónima «Ubbo-Sathla», un viaje psicológico hacia el cieno primordial desde el Londres de comienzos de siglo hasta el caos primigenio previo paso por las eras de los hombres-serpiente. Protagonistas son también los ladrones que triunfan, aunque sea por un instante, en «El robo de los treinta y nueve cinturones»; los verdugos que han de llevar una y otra vez al reo, aparentemente inmortal y polimorfo, hacia el cadalso en la vorágine violenta de últimos días en Commorion, como así fue escrito en «El testamento de Athammaus»; los saqueadores de tumbas, usureros y prestamistas, cazadores que buscan fortuna y gloria tratando de exhumar ejércitos congelados junto a sus recargados atavíos en cuevas de hielo que parecen respirar…

Personajes que encuentran su remedo, es la lírica venenosa de Klarkash-Ton, exploradores, aventureros y arqueólogos que protagonizan los relatos que completan el tomo de Valdemar, de ahí el subtítulo y otros mundos perdidos. En aquellos escritos en torno a los Aihai, Smith, en el campo de Marte sembrado por Edgar Rice Burroughs, nos los presenta como gente capaz y preparada, figuras que se nos pueden aparecer en un principio como más listos, más altos y más guapos que los hijos de Hiperbórea, pero que están igualmente vinculados, fatalmente unidos, a los elementos obsesivos, casi más para el lector que para el escritor, del descenso. Un descenso que se convierte en el de la propia mente como ya describiera Lovecraft con En las montañas de la locura. La bajada a los fondos de la vieja ciudad de Yoh-Vombis, la Babel invertida en «El morador del Abismo», la llamada de Vulthoom en el submundo de Marte, acaban en finales que no pueden dejar de ser locura y espanto (y sangre) ante lo que allí encuentran. Finales que como en el de «Las criptas de Yoh-Vombis» no sólo hablan de las influencias decadentistas del de Auburn, por cierto, sino que marcan un más que gráfico precedente de los facehuggers de Alien, el octavo pasajero y algunas otras escenas de aquella película, cuando Ridley Scott todavía parecía saber dirigir.

Y aún nos quedan «El laberinto de Maal Dweb» y «Las mujeres flor», ambientados en el mundo de Xiccarph. El primero es el asalto por parte de Tiglari a los dominios de Maal Dweb, nigromante máximo y señor de Xiccarph. La búsqueda de la amada por parte de aquél se revelará tarea infructuosa y el héroe será hecho presa por el brujo y entregado a una confusión de imágenes especulares, dédalos de malas hierbas ciclópeas y criaturas hijas del caldero y el hechizo. En «Las mujeres flor», Smith se ríe una vez más con el género y toma partido por Maal Dweb, quien aquí sale de su torre cansado del tedio (el poder absoluto parece ser que aburre absolutamente también), charla con las flores-vampiro de su jardín y parte luego con lo puesto hacia Votalp, donde la raza de los ispazar, aparte de secuestrarle a sus mujeres flor para elaborar pociones, da la impresión de estar acumulando unos conocimientos que podrían tornarse peligrosos para él en un futuro no muy lejano. Un ambiente de media sonrisa, nigromántica por supuesto, con el diente afilado y ese aire de “ah, el hastío; ah, el horror” que tan elocuentemente queda explicado en el citado prólogo del libro.

BêlitLa reina de la Costa Negra
Ilustración de María Emegé para Fabulantes

Belit, La reina de la Costa Negra Ilustración de María Emegé para Fabulantes

Ante la prosa gélida, casi puritana y antártica, de Lovecraft, el camino del exceso, una recargada sensualidad oriental, mórbida y desmesurada; las últimas y macabras risas previas al perecer del mundo; ante los héroes de músculos trenzados, lacónicos y justicieros, de la pluma de Robert E. Howard, los pícaros, ladrones, buscavidas y aventureros de pírricas ganancias. Prosa caudalosa la de Smith, decía, de verso corrido y arrebatado casi, que en ese estilo tornasolado de febriles combinaciones pulsa teclas capaces de despertar instintos y anhelos dormidos, de un brillo intenso y extático. Hay otros mundos que están en éste y el Emperador de los Sueños se aparece ante nosotros como un sumo pontífice en su más estricto sentido etimológico y también en el otro; unido por un hilo invisible, así de extrañas en principio son estas conexiones3, a ese otro perenne joven prodigio que fue Austin Osman Spare, santos paganos con el poder de expresar lo inefable, cubiertos de polvo de trabajo y de verdad, clamando en el desierto para aquellos que tengan ojos para ver y oídos para escuchar. Y valga un último apunte poético previa invocación de Luis Antonio de Villena: “El gran simbolismo (en cualquier arte) es una desmesura. Se quiso el imposible triunfo de la perfección y del delirio. He dicho: Perfección y delirio, valdría asimismo, estética, y sensación de fin (de pérdida), belleza y decadentismo…”.

Jesús Palacios termina su introducción, ¡ahí es nada!, citando a Genesis, King Crimson, Emerson, Lake and Palmer y Pink Floyd (el orden es suyo, no mío). Ante las ruinas de Commorion, y con el brazo que me quedó sano tras los hechos que acaecieron al norte de las Montañas Eiglofianas, termino con otra cita musical, también progresiva, aunque más reciente. Que sea doble. Es 2010 y Orne, proyecto de rock progresivo del finés Kimi Karki en el que ha sido acompañado entre otros por sus colegas en Reverend Bizarre, y Blizaro, proyecto de rock progresivo/doom metal/sintetizadores frizzianos del señor John Gallo (Orodruin), sacan un disco compartido. Un tema para cada banda, Return of the Sorcerer y One Step Into Oblivion (Sorcerer’s Brother). Ambos basados en la adaptación televisiva para The Night Gallery4 del relato clarkashtonsmithiano The Return of the Sorcerer, interpretado en la pequeña pantalla nada más y nada menos que por Vincent Price. Todo queda en familia. Dos pequeñas joyas sonoras que, si bien no tratan sobre Hiperbórea (un relato relacionado, cierto es, con los ciclos lovecraftianos Necronomicón mediante), sí que recogen ese aura de magia, decadencia y fatalidad inminente y que continúan la tradición de Clark Ashton Smith más allá de los milenios.

NOTAS:

1 Tal es el título que le dedicarían con el tiempo sus fieles y exégetas.

2 En el caso americano, los relatos de Clark Ashton Smith fueron editados en la colección Classics de Penguin Books en 2014, lo que marca un claro reconocimiento de su figura en tierras estadounidenses. Antes de ello, por supuesto, contaban con un número no exageradamente grande, pero sí constante de devotos gracias a las mentadas publicaciones de Arkham House así como a la colección Adult Fantasy de Ballantine. Por otra parte, es a partir de los 70-80 cuando la figura de Smith comienza a ser valorada a la luz de nuevos estudios literarios, los cuales prosiguen hasta nuestros días aportando cada día más detalles sobre la vida y obra del autor. Cabría señalar además que es en los años 60 cuando aparece In Memorium: Clark Ashton Smith, una serie de artículos a cargo de Ray Bradbury y Theodore Sturgeon entre otros, y en 1973 cuando se publica The Fantastic Art of Clark Ashton Smith, acerca de su obra como pintor y escultor.

3 Recientemente, leyendo parte de la correspondencia de Clark Ashton Smith, he dado con esta carta dirigida a Lovecraft fechada a comienzo de marzo de 1934 donde comenta: “Me sorprendieron especialmente los dibujos de este artista londinense, Spare. ¡Verdaderamente debe de haber tenido visiones de paganismo y demonología! Sus dibujos me hicieron pensar en El gran dios Pan de Machen. Sería, desde luego, el ilustrador ideal para dicho relato así como para El pueblo blanco”.

4 Programa de la televisión americana a comienzos de los años 70, ideado y presentado por Rod Serling y que a modo de antología presentaba pequeños capítulos de terror o que lidiaban con la temática sobrenatural.