En un mundo hiperconectado a la tecnología, dos amigos intentan buscar un Edén que suponga el regreso a las viejas costumbres y a la perdida humanidad. Tokyo Ghost es una obra de gran imaginación visual en la que sus referencias –Matrix, Juez Dredd o Akira y Ghost in the Shell– se entremezclan con gran acierto.
Se ha especulado mucho acerca de la influencia que, entre otras cosas, han podido tener las webs de noticias falsas en el resultado electoral en Estados Unidos. Se ha hablado incluso de connivencia por parte de plataformas digitales como Google o Facebook, cuyos respectivos algoritmos (guiados estrictamente por criterios de popularidad y no necesariamente de veracidad) situaron de manera sistemática a este tipo de publicaciones en los primeros puestos de noticias más leídas, impulsando así la candidatura del magnate inmobiliario de pelo inclasificable. Estrechamente relacionado está otro fenómeno, el de las llamadas echo chambers o cámaras de resonancia, provocadas por esa tendencia (cada vez más generalizada) por la cual las distintas plataformas de internet favorecen aquellas noticias, anuncios o temas que -supuestamente- nos interesan, basándose en nuestro historial de búsqueda. Ello provoca un efecto eco, o espejo, si se prefiere, a través del cual la red nos devuelve nuestra propia imagen, invitándonos a ver, leer y consumir aquello que ya refleja nuestros intereses, creencias e ideología en un bucle sin aparente final que sin duda puede resultar adictivo. La burbuja perfecta.
Esta idea de una burbuja que se retroalimenta es una de las premisas de Tokyo Ghost, la obra que hoy nos ocupa. Con guión de Rick Remender e ilustraciones y color a cargo de Sean Murphy y Rick Hollingsworth, respectivamente. Publicada en España por Norma Editorial (2015), se encuadra dentro de la nueva línea de obras independientes impulsadas por el sello Image Comics, a la que pertenecen otros títulos como Low -también escrita por Remender-, Saga o The Manhattan Projects. La historia consta de diez capítulos, distribuidos a lo largo de dos volúmenes, y nos sitúa en el año 2089, concretamente en las Islas (lo que queda, vaya) de Los Ángeles. Un escenario distópico, contaminado hasta límites intolerables y en el que los recursos naturales han sido esquilmados. La sociedad sobrevive como una ociosa masa adicta a la tecnología, enganchada a un perfecto sistema de entretenimiento multipantalla sincronizado directamente con el cerebro y que no es sino una perfecta cámara de resonancia sin fin… a la par que una bendición, pues sirve de pantalla (verbigracia) para ocultar el espanto de ese mismo mundo que contribuyó a destruir.
Así las cosas, la búsqueda del próximo colocón digital es el último (¿el único?) motivo para vivir y el entretenimiento, la única industria. La droga -literalmente inyectable- que todos necesitan, oportunamente controlada por una única corporación, que también ostenta el poder: Flak Entertainment, fundada y dirigida por un visionario(?) del mismo nombre; un visionario que supo ver y entender aquello que reclamaban las masas desencantadas, un visionario cuyo genio supo proporcionar la última escapatoria que todos buscaban. ¿Racismo, nacionalismo, proteccionismo, misoginia…? Pues sí; en el personaje de Flak encontramos un guiño a Trump –no en lo físico, pero sí en su forma de hablar, su tono barriobajero, su narcisismo playboy o su paranoia victimista- y, como Trump, promulga un perfecto cóctel de irrealidad, en este caso por vía de nano-pacs –patentados, marca de la casa y, como ya hemos dicho, inyectables-.
Una muestra de las infinitas posibilidades de escapismo que proporciona Flak Entertainment
Dichos nano-pacs, una vez inyectados, liberan un sinfín de nanobots en el torrente sanguíneo del usuario; éstos serán los que le transporten a esa cámara de resonancia ideal, de entretenimiento artificial ilimitado, pudiendo, asimismo, alterar su rendimiento mediante estabilizadores emocionales, emociones sintéticas o, incluso, alteraciones físicas. El mundo de Flak ofrece nano-pacs para todo, aunque no todo es virtual. Para quienes pueden pagarlo (ejecutivos de Flak, barones del agua, programadores estrella…) existen otras diversiones, otras maneras de vivir emociones, igualmente artificiales pero con carne real: desde juegos de tortura con payasos a incesto con clones o, porqué no, prostitutas snuff.
El mantenimiento del orden corre a cargo de un grupo de alguaciles, súper-soldados modificados también por medio de nano-pacs; perfectas máquinas de matar, cargadas de adrenalina y tan adictos a sus pantallas como los demás. Es el caso de Led Mella (Led Dent), uno de los protagonistas de la historia, al que acompaña Debbie Declive (Debbie Decay) quien, además de ser su novia, hace las veces de narrador. Un papel que por lo demás se antoja apropiado, al tratarse de la única persona en Los Ángeles que vive libre de tecnología. Además de ser la voz de la historia, Declive es también la voz de la conciencia para el adicto Mella, la persona que lo mantiene a raya y, a duras penas, su único anclaje con la realidad entre el sinfín de pantallas.
Frente al mundo tóxico de Los Ángeles encontramos la nación-jardín de Tokyo, un paraíso natural libre de tecnología. Una Arcadia posible merced a un misterioso pulso electromagnético que impide el funcionamiento de todo sistema electrónico, controlado, a su vez, por un también misterioso señor de la guerra. Debbie sueña con llevar a Mella allí, con la esperanza de que se desintoxique y puedan comenzar una nueva vida juntos. O retomarla donde la dejaron, más bien. Y es que, si él es un adicto al escapismo fácil que ofrece Flak, Declive lo es al pasado. A un pasado en el que aún se podía nadar en los canales de Los Ángeles: entonces había una niña fuerte y entusiasta -Debbie- y un niño débil y pusilánime -Teddy-. Debbie rescató a Teddy de su mundo virtual, y le enseñó a correr, a saltar, a jugar. Juntos crearon su propio mundo, su propia aventura, su propia burbuja al margen de la burbuja digital de Flak. Una burbuja en la que se tenían el uno al otro, donde crecieron juntos, se enamoraron… pero que no tardaría en estallar cuando Teddy, harto de su propia debilidad física, decide alistarse en el programa de alguaciles, de donde sale convertido en el adicto y poderoso alguacil Mella. Debajo de toda la nano-morralla de Flak, Debbie espera encontrar a Teddy de nuevo. La clave está en llegar a Tokyo.
Para ello, primero deben terminar un último trabajo, que les permitirá rescindir su contrato con Flak y quedar libres. Se trata de capturar a Davey Trauma, un psicópata traficante de nano-pacs. Trauma tiene la capacidad de hackear y controlar a objetos y gente por igual, siempre que estén conectados; ello le permite abordar el mundo hiperconectado de Los Ángeles como si de un videojuego se tratase, cosa que hace usando, literalmente, un antebrazo-joystick. La carnicería resultante es todo un incordio para Flak. Pero Davey Trauma no es lo único que Flak tiene reservado para Dent y Decay: Flak quiere Tokyo. Al más puro estilo Trump –perdón, Flak-, pintará a sus habitantes como élites codiciosas que no quieren compartir su abundantes recursos, recursos que los habitantes de Los Ángeles merecen, a lo que el público responderá con jubilosos gritos de: “He will make Los Angeles great again!” (no es broma). En Tokyo la historia tomará un giro inesperado. Allí, sobre las ruinas del progreso humano, devoradas por la naturaleza, Dent y Decay descubrirán otro mundo y otro tiempo, donde la sociedad mira hacia un pasado de valores y tradiciones olvidadas que priorizan el bien común. Allí, en Tokyo, y de la mano de Sensei Kazumi, su líder, empezará una nueva aventura para los protagonistas, quienes, al menos por un tiempo, volverán a ser Debbie y Teddy.
El universo de Tokyo Ghost recuerda al de obras clásicas del género cyberpunk como Akira o Ghost In The Shell
A estas alturas, se puede apreciar cómo la historia de Tokyo Ghost se estructura en torno a una serie de dicotomías (tecnología contra naturaleza, adicción contra sobriedad, escapismo contra realidad, etcétera) y que, a la par, funciona como un compendio de referencias. Amén del paralelismo Trump-Flak, el personaje de Trauma -con su ubicua capacidad de tomar posesión de otros- recuerda al agente Smith, de la trilogía cinematográfica The Matrix, mientras que a los alguaciles se los podría ver como un híbrido entre Juez Dredd y Soldado Universal. Asimismo, el binomio adicción/escapismo nos recuerda al famoso Soma de Aldous Huxley en Un Mundo Feliz, pero quizá el mayor paralelismo que encontramos sea con obras del manga y el anime japonés.
El mundo distópico de Los Ángeles nos remite concretamente a obras del género cyberpunk como Akira o Ghost In The Shell, títulos a los que sin duda hace homenaje, mientras que el paraíso de Tokyo, con su estética más propia del Japón feudal, podría verse como un eco de obras como la excelente manga Path Of The Assassin. Por lo demás se trata de un cóctel de referencias bien mezclado y aderezado con grandes dosis de ironía y humor negro por parte de Remender. La construcción de los personajes resulta notable, especialmente la relación entre Mella y Declive, marcada por la adicción y desgranada hasta la infancia por medio de flashbacks. Pero tan importante como la historia es en este caso el excelente trabajo de narración visual que llevan a cabo Murphy y Hollingsworth en su recreación de este universo, con grandes panorámicas que permiten al lector bucear en los distintos escenarios en los que se desarrolla la historia (tanto Los Ángeles como, sobre todo, Tokyo). El estilo cinemático de Murphy y el maravilloso color de Hollingsworth hacen que la historia realmente cobre vida y atrape al lector en un ritmo desenfrenado que combina persecuciones, escenas de acción, humor y también lirismo; un excelente trabajo narrativo que invita a seguir pasando las páginas.
Gracias al estilo cinemático de Sean Murphy y al excelente color de Rick Hollingsworth, la obra tiene un gran dinamismo visual
Sin duda podríamos ver Tokyo Ghost como una divertida parodia, hecha a partir de la exageración de los males que aquejan nuestro mundo. Es imposible no reconocerse en esos personajes adictos a la tecnología, cuando nosotros mismos consultamos Facebook o Instagram en el móvil mientras vemos la televisión o, peor aún, mientras ignoramos a los amigos en un bar… ¿para así poder “conectarnos” con otros?
Los problemas del exceso de contaminación son de sobra conocidos, así como los problemas y conflictos que ya empieza a provocar la escasez y mala gestión de recursos tan fundamentales como el agua (véase el conflicto de Yemen), o los provocados por nacionalismos y proteccionismos surgidos del miedo irracional, así como esos otros que supuestamente vienen a quitarnos aquello que es nuestro, sin olvidar el advenimiento de la sociedad del espectáculo que preconizara Guy Debord, donde hasta la política, convertida en un fuente de entretenimiento más, nos brinda a presidentes como Flak –perdón, Trump-. Una parodia distópica y divertida, sin duda, pero tenebrosamente parecida a la realidad. Tras una semana en el poder, la nueva administración estadounidense ya ha prometido deportaciones masivas y dado vía libre a la futura construcción de un muro en su frontera sur; ha prometido eliminar medidas de protección ambiental para potenciar industrias como el carbón, la fractura hidráulica y demás energías fósiles, además de prohibir la difusión por parte de instituciones públicas de estudios científicos relativos al cambio climático; ha especulado con la posibilidad de recuperar los programas de tortura y las cárceles secretas… Y, lo más importante: frente a las evidencias demostrables ha empezado a defender “datos alternativos”. Como consecuencia, las ventas de la novela de George Orwell 1984 se han disparado y lo que era mera ficción distópica parece convertirse en la guía para la nueva realidad. La otra respuesta ha venido por medio de las bolsas de todo el mundo, que han experimentado tremendas subidas… Mientras, una infinidad de memes, esa nueva propaganda blanda, nos hará reír y trivializará los hechos. Vivan las pantallas. Viva Flak.
Mucho de la descripción me remitió también a Neuromante.