Ilustración de Simon Stålenhag.

Los gigantes dormidos, primera parte de la trilogía «Los expedientes de Temis», nos parece una de las mejores novelas publicadas en 2016. Sus páginas nos han devuelto la extraña sensación de adicción insensata que se fundamenta, sin embargo, en la lectura de un texto sólido en todos sus aspectos.

Aunque ya suene a territorio conocido -por lo habitual que resulta últimamente de encontrar-, con Los gigantes dormidos (Stella Maris, 2016) se inaugura otra nueva trilogía dentro de la ciencia-ficción, la de “Los expedientes de Temis”, obra del lingüista Sylvain Neuvel (Quebec, Canadá, 1973), autor desconocido para el público que afronta, con este proyecto, su primera aventura literaria. Como otros proyectos de este tipo, contó con la web como principal plataforma para darse a conocer y, de ahí, surgió pronto el éxito: las críticas elogiosísimas de Kirkus Reviews impulsaron la venta de los derechos cinematográficos a Sony Pictures International para su (quizás) traslado a la gran pantalla -el proyecto parece estar ahora en manos del guionista y director David Koepp (Parque Jurásico o Spiderman, 2001)- y, de esta venta de derechos, al definitivo interés de la editorial Del Rey para publicar su novela en formato físico. El éxito inicial fue creciendo y creciendo hasta la traducción a varias lenguas. Este camino lo siguieron antes otros nuevos autores dentro del género, cierto, pero sólo lo culminan cuando su obra lo merece.

Y esta obra sí lo merece.

La edición inglesa de Del Rey juega con varias capas en su portada, incidiendo en el proceso de despertar a los gigantes exhumándolos literalmente al abrir la cubierta.

Es cierto que Neuvel sigue siendo un autor poco conocido en la ciencia-ficción, pero a su favor juega el poseer una novela cautivadora imposible de abandonar una vez se ha comenzado a leer. Y, teniendo en cuenta los mimbres arriesgadísimos con que se ha decidido enfrentar su escritura, casi parece un milagro.

El nombre de “Los expedientes de Temis” no es casual. La novela es resultado de una reunión de teselas individuales, cada una con la forma de un expediente administrativo, cuya unión busca recoger el devenir de unos hechos sorprendentes, intrigantes y misteriosos relacionados con una visita alienígena. Como nexo de unión se opta por un narrador-testigo, mezcla del narrador presencial (subjetivo y participante) y del informante (objetivo y ausente), cuya posición en los acontecimientos sabemos fundamental, sin más. Su papel se desvelará, seguramente, en el futuro. Pero, a pesar de este particular, el manejo de dicha voz resulta tan hábil, sutil a la vez que incisivo, sibilino a la vez que de una claridad meridiana que, cuando nos queremos dar cuenta, ya lo incorporamos como un personaje más; incluso, como el personaje principal sin el cual la novela jamás tendría sentido. De hecho, es la habilidad extraordinaria en el manejo de la voz narradora la que sostiene: la trama y su coherencia; el ritmo narrativo con el que discurre -a veces pausado y a veces acelerado-; los saltos que da -desde los sentimientos más puramente humanos a los más intrincadamente densos cálculos geoestratégicos-, o los personajes complejos y apasionantes con los que el argumento avanza coherente y sólido desde el principio hasta el final.

Si la técnica literaria es arriesgada, y su devenir roza con los dedos lo perfecto, no lo es menos el manejo de los hechos en que se centra.

Todo comienza con Rose Franklin. Ella era todavía una niña pequeña, celebraba su cumpleaños en un pequeño pueblo del interior estadounidense cuando sufre un accidente esa misma noche cuando sale a pasear con su nueva bicicleta rosa: Rose cae en un agujero enorme en la tierra. Para sorpresa de todos, nada ni nadie parece haberlo hecho, y lo más increíble, de ningún sitio conocido ha salido la enorme mano en cuya palma descansó al caer el cuerpecito magullado de la niña. Durante años, lustros o décadas, esa mano es minuciosamente estudiada, analizada, con el afán de encontrarle una explicación. Hasta que una joven investigadora de la Universidad de Chicago ofrece un nuevo enfoque con el cual, quizás, se pueda abrir una nueva vía de investigación. Y, como siempre hay un roto para un descosido, alguien aparece entonces para legitimar y apoyar esta posibilidad. Esa joven investigadora no es otra que Rose Franklin, y ese “alguien” que sirve de motor administrativo para su proyecto es nuestra voz narradora.

Aquí comienzan los sorprendentes hechos que dan sentido a Los gigantes dormidos.

Durante las siguientes partes de la novela veremos cómo ese proyecto se pone, poco a poco, en marcha. Observaremos cómo se construye el equipo investigador de la profesora Franklin, conoceremos a sus integrantes, atisbaremos sus relaciones personales y cómo éstas dominan las pasiones entre este grupo aparente de seres racionales -y cómo esta gestión de las pasiones, a veces desastrosa, afecta a un proyecto frágil cuya viabilidad parece pender muchas veces de un fino hilo-. También se nos abren los ojos ante los difíciles equilibrios geoestratégicos que tendrían lugar si, como parece, se extendiese la noticia de una visita alienígena a nuestro planeta: se realiza un interesante análisis en varias fases donde el secretismo individual inicial de los países da paso a una cooperación internacional con un necesario equilibrio entre los Estados Unidos, Rusia y China, basado en el frágil dominio respecto al uso de la violencia.

El sentido está presente en las lógicas transversales que cruzan la novela. Las piezas encajan con coherencia, y se proyectan en la trama y en los hilos argumentales aportando un sentido adicional a los distintos aspectos del libro. La construcción de los personajes ayuda a entender por qué la investigación transcurre como lo hace y los hechos se suceden de una forma y no de otra. Los hechos en sí también aportan su significado a los personajes, influyendo en sus vidas, interviniendo en sus historias personales, incluso a un nivel estrictamente íntimo. El equilibrio entre los distintos aspectos del libro son los que hacen a la lectura terriblemente adictiva. Nos movemos entre lo general y lo particular, el contexto y los personajes, lo social y lo íntimo, con una finura que hace fluir la lectura, página a página, hasta que, inadvertidamente, llegamos al final y nos quedamos con ganas de más. Particularmente, incluso he llegado a pensar en volver a empezar, pues a veces tienes clara la impresión de que alguna pista fundamental puede haber quedado atrás.

Finalmente, debemos destacar la vuelta de tuerca que la trama de la novela pretende plantear (decimos “pretende”, porque no tendremos la confirmación hasta las próximas entregas) respecto al tema de la visita alienígena. Pocas veces esta cuestión se ha tratado tan bien, con tanta finura e inteligencia, sobre todo en conexión con la perspectiva conspiranoica según la cual “ellos” ya estarían aquí, los gobiernos y las grandes corporaciones tendrían perfecto conocimiento de su llegada, e incluso habría una estrategia a largo plazo puesta en marcha para anunciar su existencia oficialmente al mundo entero. Esta teoría general participa de la trama, entrelazada con otras teorías del mismo tenor, para presentarnos una hipótesis plausible de la relación entre el ser humano y otras inteligencias de origen extraterrestre, capaz de apasionar hasta al más pintado. Y nos expresamos así porque esa teoría conecta con la literatura fantástica, pues recurre a una mitología propia que podría dar, por su interés y viabilidad, para alguna otra novela más.

Los gigantes dormidos puede convertirse en la sorpresa inesperada de la ciencia-ficción por su calidad intrínseca y por su potencial para las futuras entregas. Sus páginas nos han devuelto esa extraña sensación de adicción insensata que se fundamenta, sin embargo, en la lectura de un texto sólido en todos sus aspectos: un argumento interesante definido durante una trama perfectamente bien llevada, con personajes complejos de extraordinaria inteligencia y humanidad, repleto de momentos de ruptura emocional que te atrapan irremediablemente hasta el final. Todo esto nos convence de estar ante una de las mejores novelas del pasado año. Ojalá las siguientes entregas confirmen lo vislumbrado y nos permitan poder afirmar que estamos ante una obra magna e imprescindible. Mimbres hay para que sea posible. Crucemos los dedos.

Sí, así de jefe posa Sylvain Neuvel.