Hay un cierto candor nórdico en las oficinas de Nórdica Libros: sus paredes blancas retienen y magnifican una luz pálida y titilante, y desde sus ventanales se vislumbra un pequeño jardín que, en la mañana de nuestra visita, ha sufrido los estragos de un chaparrón reciente. El escenario no puede ser más adecuado para empezar una conversación sobre paisajes -literarios en su mayor parte- escandinavos.
Hemos acordado un encuentro con Diego Moreno (Madrid, 1976) para festejar los diez años de vida de Nórdica, la editorial que revalorizó el libro ilustrado y que sacó del nicho minoritario a las literaturas noruega, finlandesa, danesa, islandesa y sueca. Moreno, ex-librero, muestra una vena inquieta, habla rápido de lo que le gusta y con la claridad de ideas de quien ha aprendido a saber lo que quiere.
El momento más emocionante de esta entrevista surge cuando, al ser preguntado por los mummins, los trolls universalizados por la escritora e ilustradora finlandesa Tove Jansson, nos revela, con el entusiasmo de un niño grande, su deseo de publicar, algún día, un precioso cómic de voluminosas dimensiones protagonizado por estas entrañables criaturas que ya son patrimonio generacional y literario.
Fotografías de Ana Picos
Fabulantes: Hace diez años te decidiste a fundar Nórdica. ¿Qué pasó hace una década para que dieses ese paso?
Diego Moreno: Fundamentalmente, echaba en falta en el área del libro ilustrado, primero como lector y luego como librero, un tipo de trabajo que no se hacía en este país. La ilustración no infantil y juvenil siempre ha estado considerada para adultos, cuando en verdad creo que es para cualquier lector. Quería que desde un punto de vista no infantil y juvenil este tipo de libros estuviesen bien representados con clásicos y contemporáneos vistos desde un punto de vista diferente, donde la ilustración tuviera el peso central y en el que el ilustrador fuese tan autor del libro como el autor del texto. Pensaba que dando esa oportunidad a grandísimos ilustradores ya reconocidos fuera de España, pero que no lo eran tanto aquí, podríamos hacer algo interesante. Y bueno, no me confundí demasiado.
F.:¿Y por qué en tu opinión había tan poco libro ilustrado en España hace diez años? ¿Qué pasaba?
D. M.: No es un problema de España únicamente. En Francia hay algo, pero tampoco mucho. En Alemania hay algunos editores, pocos, que sí lo trabajan… Vas, por ejemplo, a Bolonia, y te encuentras con que hay muy poco libro ilustrado para adultos en general. Es un fenómeno poco habitual en todo el mundo; hay más novela gráfica o álbumes… Si te sales de dicho formato, es raro.
Hay una saturación importante en el mundo infantil y juvenil: la gente lo asociaba siempre como algo para niños y jóvenes; en el mejor de los casos, para hacer un libro en Navidad que fuese bonito y ya está. Al mismo tiempo, esos ilustradores tan potentes se estaban resignando a hacer siempre lo mismo, libros en los que el peso recae sobre la ilustración y en los que el texto no vale casi nada: a veces todo descansa en que el trabajo del ilustrador es muy potente. Yo pensaba que deberíamos darle puerta también a que un ilustrador que trabaja bien estableciera un diálogo con un escritor tan potente como él, un clásico generalmente; puedes tener un libro mucho más completo. Y además tiene una ventaja: si un clásico ya por definición es imperecedero, si encima lo editas e ilustras bien, tendrá vida siempre, porque lo leerá un público mayor e incluso primeros lectores. Porque, por ejemplo, hay gente que descubre La metamorfosis de Kafka con 14 años y otra a los 90; depende del momento de tu vida en que te encuentres con dicho clásico. Al final tienes que hacerlo de manera tal que tanto al de 14 como al de 90 esa edición les resulte placentera.
F.: Y a la hora de elegir a un ilustrador, ¿lo haces en función de si se ajusta a una obra o más bien es la obra la que ves que se ajusta a un ilustrador?
D. M.: Lo hago en función de un criterio personal. Leo el libro y escojo entre nuestra enorme carpeta de ilustradores, que ya no es tan pequeñita como al principio, cuando sólo nos servíamos de ilustradores consagrados y conocidos. El abanico que tengo ahora para elegir es mucho mayor. Así que hago la lectura y luego pienso en qué ilustrador puede establecer mejor el diálogo con el autor, no sé qué va a hacer, y de hecho le dejo libertad absoluta para hacer el trabajo como quiera. Es un poco mi labor de editor: elijo este texto y a la persona que lo va a hacer. En el 90 % de los casos siempre aceptan el reto propuesto. Me ha pasado muy poquitas veces que me digan: este libro no me gusta, no me encaja.
La ilustración no infantil y juvenil siempre ha estado considerada para adultos, cuando en verdad creo que es para cualquier lector
F.: De todo tu catálogo ilustrado, ¿qué es lo que más te gusta?
D. M.: No es una cuestión de gusto personal. Cuando compruebas todo el catálogo realizado en estos diez años, unos 80 o 90 títulos, ves una variedad muy buscada: no busco un único tipo de ilustrador. Me gusta que al lado de un ilustrador más clásico como Fernando Vicente haya quien realiza grabados como Antonio Santos, o un artista digital como Iban Barrenetxea. Ésa es la gracia de nuestro catálogo. Perdona, parece que te estoy dando la típica respuesta de editor, que todo mi catálogo me gusta, pero es que es muy complicado, cuando haces un catálogo de conjunto, elegir sólo un título me parece muy difícil. Lo que sí destacaría, al observar el conjunto, es que damos una imagen aproximada de lo que pasa con la ilustración en este país. Además, me he encontrado con gente a la que no les gustan ciertos libros del catálogo, y eso me parece bien porque si no estaríamos haciendo el mismo tipo de libros. Y no porque funcione bien vamos a aplicar el criterio de hacer más libros de ese mismo ilustrador, porque a lo mejor el siguiente que haces ya no funciona.
F.: ¿Cómo ha cambiado el panorama editorial desde que empezaras tu singladura nórdica?
D.M.: Ha cambiado a mejor, en el sentido de que hay mejores editoriales que hace diez años. Hay una mayor competencia, lo cual es bueno y malo; es malo porque nos cuesta mucho más vender libros que hace una década, y es bueno porque se nos exige que cada libro sea mucho mejor por el gran nivel de la editoriales que hay ahora mismo en el mercado. Y luego se ha producido un cambio inesperado, que no suponía que fuese a ser tan importante, y es la enorme presencia del libro ilustrado en librerías. Vas ahora mismo a cualquiera y en la mesa de novedades puedes encontrarte muchas ediciones ilustradas para adultos. Hace diez años era impensable.
F.: ¿Has marcado tendencia con eso?
D.M.: Sí. Siento que como grupo editorial hemos abierto una vía que antes no existía y que ha resultado ser rentable. Ahora, hasta los grandes grupos editoriales se han lanzado por esta misma senda.
Destacaría, al observar el conjunto de nuestro catálogo, que damos una imagen aproximada de lo que pasa con la ilustración en este país
F.: ¿Cuál es el éxito del libro ilustrado?
D.M.: Pues si lo piensas, tiene bastante sentido. Por una parte, en España compramos mucho para regalar. Leemos poco pero regalamos mucho, y el libro ilustrado es el regalo perfecto. Luego también está el hecho de que si das un clásico en una buena edición, con buena tipografía y papel, va a tener buena acogida; somos un país que lee clásicos con frecuencia. Los libros ilustrados pueden ser clásicos más atractivos. Por último, y no por menos evidente es menos relevante, vivimos en un mundo de imágenes en el que lo gráfico debe tener buena acogida; estamos acostumbrados a ver todo con imágenes a nuestro alrededor; cunde la impresión de que si a un texto árido le pones imágenes al lado lo vuelves más fácil de leer. No es lo que intentamos nosotros, pero es un factor que influye.
F.: Según el último Informe sobre el sector del libro en España (2013-2015), cada semana nacen en el país 6 nuevas editoriales y 4 nuevas librerías. ¿Estamos ante un burbuja o realmente el panorama lector no es tan crudo como nos lo pintan?
D.M.: Hay un poco de todo. Las que hemos nacido en los últimos diez años -porque el boom ha sido hace ocho o nueve años, curiosamente durante la peor época de lectura de libros en este país, cuando la venta de libros se ha desplomado aproximadamente un 50 % (entonces el baby boom de librerías fue enorme)-, sabemos que tiene que ver con el hecho de que a la gente le gusta el libro: terminaba su formación académica, no veía soluciones laborales fáciles; el del libro es un mundo apetecible para quien le guste leer, bien el de las librerías o el de las editoriales, y además resulta barato montar una empresa de este tipo, o al menos ésa es la impresión que tienes cuando empiezas. Luego te das cuenta que no lo es tanto como crees, pero parece que con 3.000 eurillos montas una empresa y puedes empezar a trabajar. Es fácil, porque puedes trabajar desde casa; nosotros, Nórdica, tenemos una oficina externa desde hace tan sólo dos años, en los ocho años anteriores estuvimos trabajando en casa. Es relativamente barato y asequile. Los costes de impresión y maquinaria han bajado mucho. Hay muchos factores que hacen que montar una editorial sea fácil.
Es muy complicado trabajar en cualquier sector del mundo de la cultura por cuenta ajena, o se gana poco dinero y se trabaja a destajo. Te das cuenta de que es mejor montarte tu propio negocio, trabajar por tu cuenta, que hacerlo en otra empresa. En otros países eso no sucede, porque son sectores bien reconocidos y bien remunerados y la gente prefiere trabajar en una empresa más grande antes que invertir y montar una empresa pequeña. Aquí somos un poco locos, lanzados. Y además, pasa que vemos a los demás y nos preguntamos: ¿si a ellos les ha funcionado, por qué no me va a funcionar a mí? Y la gente se lanza.
F.: Sois unos locos afortunados. No todas las editoriales pequeñas, y ya lo quisieran, pueden presumir de tener en su catálogo a todo un Nobel de Literatura (Thomas Tranströmer, en 2011), y haberlo sentido. ¿Cómo puede cambiarle la vida a una editorial que te den un Nobel?
D. M.: Para la colección de Letras Nórdicas en la que publicamos a Tranströmer, a quien estábamos publicando en exclusiva, fue muy importante; las ventas fueron buenas, obviamente. Fue el refrendo claro a nuestra intuición de que la literatura nórdica no policíaca podía tener buena acogida. Eso fue lo más importante, en lo que más influyó el premio: en el asentamiento de la marca. Y en eso, que te den un Nobel es fundamental. Lo que te hace vender o no vender es la marca.
F.: Pero Tranströmmer distaba mucho de ser un recién llegado, era ya un poeta de mucho renombre…
D. M.: No, claro, yo no descubro a Tranströmer: ya daba recitales de poesía a 25 dólares la entrada en Estados Unidos con gran éxito de público. Pero es verdad que era conocido única y exclusivamente dentro del ámbito de la poesía. Se trataba de un poeta relativamente mal editado y traducido, con el que trabajamos a fondo: lo editamos bien, lo tradujimos bien, hicimos una buena difusión y tuvo prensa, y logramos que en España acabase teniendo muy buena acogida antes del Nobel; de hecho, justo en 2010, el año antes de que lo ganara, ya estaba entre los diez primeros superventas de poesía en España. El trabajo por lo tanto ya estaba hecho; de repente llega el Nobel, y gente que no lee habitualmente poesía empieza a leerlo… Lo dijo Antonio Muñoz Molina en Babelia al poco del Nobel, y también hace poco Elvira Lindo por el premio a Dylan, que el Nobel servía como guía para descubrir a autores que desconocías, y ambos citaban a Tranströmer. Ellos no lo conocían, pero gracias al Nobel llegó a muchos más lectores.
F.: Ahora además de leído parece que va a tener que ser oído…
D. M.: Sí, los próximos poetas van a tener que coger la guitarra… (risas) Que alguien vaya a buscarle una a Adonis [seudónimo del poeta sirio Ali Ahmad Said Esber] a ver si hay posibilidad de que gane…
F.: De él quería hablarte. Es otro de los grandes poetas que tenéis en catálogo. ¿Andáis nerviosos cada octubre, por si os cayera el segundo Nobel?
D. M.: Sí, parecía que este año al final se lo iban a dar, pero visto lo visto, creo que lo de las apuestas ha quedado un poco de lado… Adonis es un poeta fantástico y además creo que premiarle sería un acierto por sus implicaciones. Es un exiliado sirio con un posicionamiento muy interesante sobre la religión y el mundo islámico porque no es pro-occidental pero sí tiene un punto de vista muy sensato, y eso se nota mucho en sus textos. Escribe en árabe, y aunque viva en París no se ha occidentalizado demasiado. Es una mezcla muy necesaria en estos tiempos; y eso es algo muy poco habitual.
F.: Así que sois una editorial que apuesta por la literatura nórdica, el libro ilustrado, lo infantil, el cómic y la poesía. ¡Manda narices! ¿Qué tal vive la poesía últimamente entre los lectores? ¿Y editorialmente?
D. M.: Pues mucho mejor de lo que la gente piensa. Es como uno de esos géneros que se piensa que no vende, y es todo lo contrario si está bien editado. Lo que pasa es que la poesía se ha maltratado mucho. Curiosamente, tiene el nicho de lectores más fiel y militante. Y claro, a este buen lector y buen comprador, hace unos años se le daba lo peor, estas ediciones mal editadas y traducidas, porque como quería leer, por ejemplo, a Rimbaud, pues lo iba a leer -y comprar- igual. ¿Qué ha pasado? La poesía se consolida en cuanto empiezan a sacarse buenas ediciones y a tratar bien al público y al lector. Y pasa ahora un fenómeno que hace que la poesía se venda más todavía en estos últimos años: el de estos jóvenes poetas, como Marwan, que han revolucionado la poesía entre la gente de su edad. Ahora hay muchísimos jóvenes que leen poesía, algo impensable hace unos años. Posiblemente para los poetas tradicionales son gente que no tiene que tenerse en cuenta, pero han revolucionado el género. Id a ver las listas de autores más vendidos de poesía y descubriréis que el 90 % son autores así. Y puede que si empiezas leyéndolos, espero que en unos años acabes leyendo a Emily Dickinson, por ejemplo. Me parece una buena oportunidad para ello.
F.: Publicar literatura nórdica es complicado, aunque existía un claro nicho de mercado, una demanda. ¿Por qué, habiendo tantos escritores tan buenos ha sido, al menos en España, «una gran desconocida», salvando la literatura policíaca y algún otro nombre «residual» (y perdona esta expresión)?
D.M: Curiosamente, durante el franquismo se publicó mucha más literatura nórdica que durante los años 80 y 90, porque estaba muy bien considerada por editores como José Janés por los vínculos que tenía con el franquismo, el nazismo, así como con Hamsun y esa idea pangermánica de la literatura nórdica (de hecho, Herman Hesse y Thomas Mann tienen mucho que ver con Hamsun en sus primeros posicionamientos de que la cultura germánica estaba por encima de todas). En esos años, estuvo bien publicada, pero mal traducida. En los años 80 esas colecciones desaparecen por completo y sólo quedan Henning Mankell y Jostein Gaarder con El mundo de Sofía, los dos autores nórdicos que se conocían cuando nosotros empezamos a trabajar. Sucedió que la novela negra, que no trabajamos, dio el espaldarazo a que se empezase a publicar todo lo nórdico; tengo que agradecerle sobre todo a Stieg Larsson la difusión de lo nórdico en España. Cuando yo empiezo, nadie se atrevía a decir el nombre de nuestros autores, eran como impronunciables. Tras Larsson, la gente empieza a pensar en nórdico, viaja más a esos países, y la alta cultura nórdica, que nosotros trabajamos, empieza a hacerse asequible entre mucha gente y entre quienes tenían a este tipo de libros como algo muy minoritario.
Hay un proceso por el cual los editores, en cuanto percibimos un nicho, acabamos con todo. Con el caso de la novela policíaca nórdica se bajó tanto el nivel en los últimos años que muchos lectores nos decían que habían leído a Mankell, a Larsson, que les parecía más o menos literatura de calidad, y querían seguir leyéndola: empezaban a buscar cosas no políciacas y que eran citadas en algunas de esas obras. De hecho, Larsson y Per Olov Enquist son de la misma zona de Suecia. Es el caso también de Karl Ove Knausgård, el fenómeno de literatura de calidad nórdica, que hace referencia a muchos de estos escritores. Hay una comunión constante entre estos escritores y sus lectores, hasta el punto que las referencias de un escritor les parecen fiables a quienes los leen.
La poesía se consolida en cuanto empiezan a sacarse buenas ediciones y a tratar bien al público y al lector
F.: ¿Hablas alguno de los idiomas que publicas?
D. M.: No, ninguno. Es relativamente fácil al principio, porque en inglés y en francés, sobre todo en francés, están publicados casi todos nuestros autores. De hecho, Actes Sud, que es como la gran editorial independiente francesa, tiene una colección de literatura nórdica que es de lo mejor de su catálogo. Es cierto que había muchas cosas que desconocíamos. Y ahí nuestros traductores han sido el tercer pilar para descubrir autores nórdicos. Muchos traductores son muy buenos lectores, y les empiezas a preguntar. Te hacen informes de lectura, empiezan a traducir incluso por placer. Los nórdicos pagan muy bien las traducciones, financian todos los libros que hacemos. Incluso hay posibilidades para traducir partes del libro para convencer al editor. Eran muchísimas las posibilidades que teníamos de conocer a autores que nunca se habían traducido fuera de Islandia, por ejemplo, mediante pruebas de traducciones que no costasen nada. Era un mundo a descubrir para el que contábamos con un apoyo importante de los países nórdicos, que nos ven como la puerta de entrada a América Latina, a mercados con millones de personas y de lectores.
F.: Una de las características que más me ha llamado la atención de «entre los nórdicos» es la increíble nómina de cuentistas que ha tenido. Tienes a gente buenísima como Karen Blixen, o Henrik Pontoppidan, por ejemplo. ¿A qué se debe esta propensión por el cuento?
D. M.: (Reflexiona durante unos instantes) Pues no lo tengo claro, pero seguramente tenga mucho que ver con el tema de las sagas, con su manera de contar. Las sagas no dejan de ser cuentos de tradición oral, y son una manera de contar en poco tiempo una historia. Al igual que hay mucha tradición de cuentos y de oralidad, también la hay de obras súper extensas. De hecho, los países que más trilogías producen son los nórdicos, quizás porque se han hartado ya del cuento y necesitan ahora mucho más espacio para contar historias de largo recorrido. Como las sagas: historias cortas que en conjunto acaban generando grandes narraciones. Sobre todo pasa con la literatura islandesa, la gran heredera de las sagas: o son obras muy breves o muy largas. O historias breves que en su conjunto acaban siendo una gran obra, como los seis volúmens, por ahora, de Knausgård. Es algo impensable en cualquier país occidental.
F.: Eso también pasa con los cuentistas infantiles fabulosos. Pienso en Selma Lagerlöff o en Tove Jansson y me digo: ¡Qué afortunado el niño nórdico!
D. M.: Es verdad. Los nórdicos tienen una gran ventaja: tratan al niño como a un adulto, no como a un imbécil. Parece una obviedad, pero se produce con demasiada frecuencia que al niño haya que educarle en valores solamente y tratarle como que no se entera de nada, como un tarro que hay que llenar. Los nórdicos lo tratan como una persona a la que le gusta jugar y a la que le puedes inculcar valores de una manera inteligente. De hecho, te vas a los países nórdicos y te das cuenta de que educan al niño en total libertad. El niño, para ellos, ha de ser libre, ha de ser quien descubra las cosas. El niño es siempre mucho más inquieto que un adulto. Esa manera de educar, no compartimentada, produce chicos muy activos y creativos.
F.: Y ahí están los Informes PISA que los sitúan entre los mejores lectores del mundo. ¿Tener una buena literatura ayuda?
D. M.: Sí, pero no de una forma fundamental. Porque buena literatura la hay en muchos países. Mira, los países nórdicos, hasta los años 50 eran mucho más pobres que el resto de Europa, pero en el año 1900 habían erradicado el analfabetismo, y eso es debido en parte al protestantismo: en todas las casas había una Biblia, que había que leer todas las noches. La gente aprendió a leer a través de La Biblia. Hay que recordar que los protestantes dejan mucha más libertad para interpretar Las Escrituras que los católicos; al final resulta que tenías a gente que había empezado a leer desde muy pequeños y que daba mucha importancia a la lectura, sobre todo desde los gobiernos. Noruega compra 1.000 ejemplares de cada libro de un autor nacional publicado en el país. ¡De cada libro de todos los escritores del país! ¿Consecuencia? Esa iniciativa permite que todos los escritores noruegos puedan vivir de la literatura si quieren. Es algo impensable en España, donde ni siquiera hay ya presupuesto para las bibliotecas. El aporte público es fundamental: los países nórdicos tienen las mejores biblioteca del mundo y los mejores colegios del mundo, porque son cuestión de Estado. La educación es una prioridad, no cambia cuando cambia el gobierno. En Finlandia, el país con las mejores bibliotecas del mundo, hay bibliotecas en el centro de la ciudad. Los chicos jóvenes no quedan en el bar, quedan en las bibliotecas. Buena parte de la vida durante el invierno se hace en ellas. Eso genera sociedades en las que la cultura se considera como algo normal, no friki. Estés en un barrio rico o pobre, tendrás tu biblioteca a la que ir, o una librería en la que comprar.
Los nórdicos tienen una gran ventaja: tratan al niño como a un adulto, no como a un imbécil
F.: ¿Cómo son los programas de hábitos de lectura en las escuelas nórdicas?
D. M.: Pues no tengo ni idea, pero el asunto es bastante básico: si fomentas una educación basada en el amor a los libros, al final acabas teniendo buenos lectores. En España tenemos mucho que aprender incluso de Estados Unidos, que es un país muy diferente de los nórdicos: en sus películas, series o programas, la gente relacionada con la lectura, o escritura, aparece como algo socialmente deseable. En España si aparecen, es para comparecerse o reírse de ellos: «Mira, pobrecito, es librero, qué desgraciado»; aquí la gente quiere ser médico, ingeniero o futbolista. Tiene mucho que ver con el componente social de lo que es deseable y lo que no lo es. Me comentaba el escritor islandés Thor Vilhjálmsson (1925-2011) que cogía un taxi en Islandia y el taxista le preguntaba de qué iba a ir su próxima novela. En todos los países nórdicos siguen a los escritores y sus obras, incluso los taxistas.
F.: La literatura fantástica le debe muchísimo a la nórdica. Tolkien, gran lingüista, se basó en los Eddas islandeses para construir la Tierra Media, y desde entonces el género parece haber adoptado el modelo de Tolkien en su mayoría. ¿Qué te parece la revisión que hizo el autor de esos escritos fundacionales y sobre todo de la fecunda mitología nórdica?
D. M.: (Reflexiona durante unos instantes) Es un estilo muy diferente. Aunque parezca que el «mundo británico» y el «nórdico» estén muy conectados, y tengan muchos elementos en común, la manera de narrar es muy diferente. De hecho, en los países nórdicos muy poca gente escribe literatura fantástica; que yo sepa, eso está mucho más asentado en el mundo anglosajón. No sé hasta qué punto hay algo parecido a Tolkien ahora mismo, teniendo como digo una parte de comunicación geográfica y paisajística similar. Tampoco sé hasta qué punto es comparable: creo que el universo de Tolkien es totalmente personal y no puede trasladarse a esa influencia de Eddas; sí que tiene esa manera de contar a partir de historias cortas una historia larga, de gran calado. No me parece fácilmente vinculable con lo nórdico actual. Aunque parta de esos orígenes «nórdicos», el resultado no se ha dado en ningún otro escritor. Es verdad que en las Sagas hay mucha mitología fantástica, pero en ningún caso llegaron a tanto como en el caso de Tolkien, que es algo excepcional.
Los países nórdicos tienen las mejores biblioteca del mundo y los mejores colegios del mundo, porque son cuestión de Estado
F.: Si es cierto lo que he venido leyéndote de que la editorial es un poco el reflejo de tus intereses o de su editor, me da la impresión de que eres un lector exquisito de literatura fantástica, por algunas cosas que tienes. ¿Vas a publicar algo próximamente?
D. M.: Me gustan más integrarlo en un catálogo generalista. Creo que la buena literatura fantástica como Tainaron, de Leena Krohn, que publicaremos el año que viene, uno de los clásicos finlandeses de la literatura fantástica, me apetece no sacarla aparte, porque al igual que la gente lee una novela tradicional puede leer una novela fantástica. A veces cuando lo sacas aparte parece que o bien te gusta mucho y quieres dedicarte exclusivamente a eso o bien no lo quieres mezclar con la literatura más tradicional. Para mí Tainaron es igual de potente en cuanto a calidad y es mucho más inspiradora que mucha literatura nórdica.
También vamos a publicar a Ursula K. Le Guin, El día antes de la revolución, uno de sus mejores cuentos, que va a ir ilustrado por Arnal Ballester. El día antes de la revolución es como si fuera el prólogo de sus grandes series: en una sociedad inexistente, nace un movimiento anarquista. Va a ser algo totalmente diferente a lo que te puedes encontrar en el catálogo de Nórdica: el lector habitual de género se sentirá como en casa, pero el no habituado, o el lector de Melville, por ejemplo, se va encontrar con una forma de narrar muy parecida a la de los clásicos norteamericanos: no deja de ser la misma estructura clásica de narración. Le Guin es una de mis escritoras favoritas de siempre. Lo que me gusta de ella -este año sonaba entre los 10 favoritos para el Nobel, nunca se lo van a dar- es que, desde una manera clásica de narrar, plantea un tipo de novela totalmente diferente (a Tolkien, por ejemplo). Me parece muy estimulante.
F.: Ursula K. Le Guin es una escritora viva, y muy publicada en España. Cuando te encuentras con un autor de estas características, ¿qué dificultades hay para sacar algo nuevo en un mercado que prácticamente está copado?
D. M.: Pues es relativamente fácil. Con el libro ilustrado logramos abrir una vía que no existía antes, donde primaban las ediciones en tapa dura, o de bolsillo. Los relatos, por ejemplo, un género que me gusta muchísimo, sólo podías encontrarlos en antologías. Si querías algo de Le Guin, tenías que ir a un recopilatorio entero de sus cuentos. Eso es un problema, porque los escritores no suelen escribir sus relatos de manera seriada, los escriben como si fuesen una novela, tienen un principio, nudo y desenlace. Al relato hay que darle un tiempo de lectura propia, que se empiece y acabe como si fuese una novela. Al final, el tiempo que tardas en leer un libro no influye en tu percepción del mismo; influye en su calidad. Publicar un relato así supone darle una nueva vida. De Roald Dahl, por ejemplo, hemos sacado ilustrados algunos de sus cuentos. Estos cuentos nunca se habían publicado aislados, siempre eran partes de antologías. No puedes leer de manera consecutiva La cata o El librero o Bartleby el escribiente y Benito Cereno, tienes que parar. Son obras tan potentes, te van a dejar tanto en shock, que hay que leerlas como una novela. Tienes que dejarlas reposar para poder procesarlas.
Tenemos una manera de recuperar el relato con entidad propia. Con el libro ilustrado, en vez de hacer dos relatos de diez páginas, puedes hacer una única obra de 60, con la entidad que tiene, y eso es algo que no hacen todas las editoriales grandes. El año pasado publicamos Ítaca de Kavafis: era un único poema en un libro. Lo hicimos de manera que tuviese una entidad, y ahora mismo ya lleva cuatro ediciones. La gente valora mucho estas iniciativas. Ahora el tipo de lectura ha cambiado, con tanta competencia de las nuevas tecnologías, y el tiempo que le vas a dedicar con atención a un libro de 1.000 páginas es mucho menor… Las lecturas fragmentarias son más importantes que antes, y más si sirven para dar a conocer a algún gran autor. Los grandes escritores están igual de bien representados en el formato grande que en el pequeño.
F.: 2016 es el año del centenario de Roald Dahl, un autor que no os es desconocido. ¿A qué Dahl prefieres, a de los relatos para adultos o al de sus libros oscuros para niños?
D. M.: A los dos, lo que pasa es que su parte infantil es muy conocida. Una de las cosas que más lamentó en vida fue la de haber sido poco conocido como autor de cuentos para adultos, porque fue una faceta a la que le dedicó muchísimo tiempo. Es una prolongación de su parte infantil: en ambas tiene muy mala leche. Con su parte infantil, obtuvo una fama mundial y se convirtió en un escritor muy leído. Y es una pena, porque su parte para adultos es muy poco conocida incluso para lectores bien formados, sigue demasiado asociado al mundo infantil, que es fantástico. Siempre digo que hoy en día no se publicaría: llevas un texto de Roald Dahl a un editor para niños y te dicen: por favor, ¿cómo vamos a publicar esto para niños, si es salvaje?
F.: Como editor de literatura infantil, ¿qué buscas en un libro (para sacarlo en tu catálogo)?
D.M.: La editora de infantil es Susana, que es la que está abajo. Intentaré no dejarte mal hablando de infantil (risas). (Tras una pausa reflexiva) La norma debe ser la misma que para Adulto, aportar algo nuevo. Precisamente, queremos abordar exactamente eso mismo que te comentaba antes sobre la literatura nórdica infantil: libros para niños inteligentes sin cortapisas. Ahora todo está demasiado medido, es demasiado conservador; necesitamos el espíritu de Roald Dahl. Libros en que al niño se le trate como una persona inteligente, en los que se desarrollen sus habilidades lectoras pero también sociales, para que sepa integrarse en la vida, y que hagan que se lo pase bien. Los niños tienen que disfrutar leyendo y jugando, y eso no se refleja muy habitualmente en los libros dirigidos a ellos. En el mundo tan hipócrita de los valores, se bombardea a los niños con violencia continua, pero en la literatura se deben de transmitir valores idílicos: debería de haber una coherencia con lo que están viendo afuera porque si no no se lo van a creer. La literatura se basa en la verosimilitud: tienes que creerte lo que estás leyendo. Y si le das un libro de valores perfectos y llega a casa y ve violencia continua, se produce un choque que no le encaja. Un niño debe aprender las cosas de manera que le parezcan reales.
De literatura infantil vamos a publicar poco, cuatro libros al año, que nos parezcan relevantes, que aporten algo en la calidad de los textos y en las imágenes, porque ahí sí que buscamos un material muy sensible. No puedes publicar por publicar, ese no es nuestro trabajo, se trata de encontrar eso que nadie está contando. Nos estamos encontrando con una buena acogida por parte de los chavales.
D. M.: Tania Val de Lumbre, por ejemplo, fue uno de los libros del año pasado. Y de hecho recibimos muchísimos correos de jóvenes.
F.: ¿Cómo es un correo electrónico de un lector joven?
D. M.: Pues muchísimo mejor que el de cualquier crítico literario. Mejor explicado, y sobre todo contando lo que ha sentido por un libro. Eso que a mí me cuesta tanto explicar, el chico te lo cuenta de una manera ingenua, pero sincera: si están bien construidos los personajes, si es real…
F.: Tu catálogo de cómic es profundamente heterodoxo…
D. M.: Eres como lees, y creo que eso queda muy bien reflejado en una editorial como la nuestra. Tenemos gustos amplios, muy diversos,y eso se ve en el mundo del cómic. La coherencia la creas tú. Y ahí, cuando observas tu catálogo, te vas dando cuenta de que existe una mayor comunicación entre los libros de lo que parece o de lo que crees. Nuestros cómics tienen muchas cosas en común: siendo cosas muy diferentes, hay un espíritu común en la manera de contar. No son cómics al uso. Con los libros infantiles y con el cómic me pasa lo mismo: huyo de aquellos libros que te dejan un buen sabor en una primera lectura pero que luego no te aportan nada. Con La ternura de las piedras, un cómic brutal de Marion Fayolle sobre la enfermedad de su padre, tienes esa buena primera impresión, pero es tras volverlo a abrir cuando te das cuenta de lo bien armado que está, cómo quieres volver a la historia que cuenta. La parte gráfica enmascara algo que muchas veces es humo: tiene que estar al servicio de lo que cuenta, un libro bonito exclusivamente no tiene demasiado cuento: has tirado papel a la basura.
Siempre digo que hoy en día Roald Dahl no se publicaría. Ahora necesitamos su espíritu
F.: Cuando publicas cómic, ¿abrís también la puerta a autores que están empezando, además de consagrados?
D. M.: Publicamos también a autores que están empezando. Por ejemplo, acabamos de publicar a Agustín Comotto, que acaba de hacer su primer gran cómic con nosotros. En la parte gráfica o el cómic nos apetece trabajar cada año con uno o dos autores que no hayan hecho nada antes. Me estimula muchísimo, aprendes un montón. También lo haremos poco a poco con la parte literaria, siempre y cuando nos diga algo; eso cuesta mucho más.
F.: Hace poco leía la biografía de Giangiacomo Feltrinelli. Como tú fue librero y editor. ¿Pueden conciliarse ambas cosas? ¿Qué es más complicado?
D. M.: Era un editor de verdad, un terrorista (risas). Es más complicado vivir en esta época de ser librero que editor. Ser editor es más difícil porque tienes que tocar más palos que en una librería, donde si lo haces bien es un negocio fácil de llevar. Como editor tienes más mercado: puedes abrirte a América Latina, vender tazas o bolsas… Tenemos una estructura mucho más completa de lo que una librería pueda ofrecer. Tu supervivencia depende de más cosas. Y sí se pueden conciliar, cuando has sido librero nunca pierdes ese espíritu. Siempre pienso en lo que va a hacer el lector. Mi trabajo es acompañar al libro hasta que llega al librero y al lector.
F.: ¿Cómo te ayudó el haber sido librero en tu etapa como editor?
D. M.: Muchísimo. Me ha ayudado para descubrir libros como El libro de libros, que sacó Lumen hace 20 años y que recomendaba muchísimo en la librería, hasta que desapareció. Te ayuda para saber qué demanda la gente y, cuando estás en el otro extremo de la cadena, como editor, te ayuda a entender el proceso de venta del libro. Muchísimo editores nunca ven al librero o al distribuidor. Yo me encargo del resto de la cadena: hablo con el librero, con el distribuidor…. Para mí es muy importante la idea de que esto es una cadena entrelazada; un fallo en cualquier eslabón puede condenar a un libro, por bueno que sea.
F.: Por cierto: leemos que entre tus referentes se encuentra Giulio Einaudi. Nos gustaría detenernos un momento en él, aunque sea sólo para aludir a la importancia que tuvo el mercado editorial italiano durante décadas. Feltrinelli, Einaudi, Mondadori o Rizzoli (nombres que hoy están desvirtuados por haber sido incorporados a monnopolios editoriales sin personalidad) jugaron un papel capital en la difusión de la cultura del siglo XX. ¿Qué aprende un editor del ejemplo de estos visionarios?
D. M.: En el caso de Einaudi, hay una parte que me entusiasma. Cuando empecé a formarme como editor, e hice un Máster que me llevó a leer las biografías disponibles de los grandes editores, me encantó una cosa que decían de él: tenía un cartel en la puerta de su despacho que ponía NO. Pero, ¿no a qué? (risas). Luego me enteré que era lo que respondía a las cosas por las que no estaba dispuesto a pasar. A aquello a lo que no vas a renunciar: qué clase de libros vas a publicar y cómo; qué tal tratarás a tus autores, a los traductores. Para él, si no cuidabas la parte de creación hasta el final equivalía hacer lo mismo que si hicieras zapatillas en China: harás lo mismo que los demás. De Einaudi aprendí la parte de compromiso político con lo que haces, a involucrarte. Einaudi llegó a tener en su consejo editorial a Pavese o a Calvino… Pero bueno, hoy no están disponibles.
Para mí es muy importante la idea de que esto es una cadena entrelazada; un fallo en cualquier eslabón puede condenar a un libro, por bueno que sea
F.: ¿Qué aprendes en tu día a día como editor?
D. M.: (Se lo piensa) Lo que más aprendes es a generar un catálogo al mismo tiempo potente y viable. Cuando empecé no lo tenía tan claro, pensaba en un catálogo culturalmente influyente y dejaba de lado lo que es fundamental de este mundo del libro: que los libro sean buenos y se puedan defender. Posiblemente ahora soy mucho más radical realizando libros que al principio. Un libro me tiene que gustar, pero tengo que verle posibilidades. Me di cuenta de que si un libro es muy bueno pero no va a funcionar de salida, no le estás haciendo ningún favor al publicarlo, es mejor que lo publique otra editorial. Es algo que se aprende con los años, y lo primero que debe de aprender un editor. Un libro está hecho para venderse y que llegue al lector. Es una apuesta por la realidad: ha habido un esfuerzo económico, un gasto de recursos… Publicar un libro sólo porque te parece bueno me parece un poco ingenuo e incluso absurdo. Tengo libros en mi catálogo que no han funcionado pero que podrían haber funcionado en otros catálogos y que quizás tenía que haber dejado que salieran en otras editoriales.
F.: ¿Lees lo que publicas o publicas lo que lees?
D. M.: Todo lo que publico lo leo. Hay editoriales que publican muchísimo y luego oyes a sus editores decir que leen todo lo que publican (gruñido escéptico)… Todos los fines de semana me encargo de leer de los libros que no publicaría nunca. El editor, el librero o incluso el crítico tiende a perder el placer de la lectura; yo intento no perderlo demasiado. Eres muy diferente cuando lees por trabajo o por placer. Un libro que sabes que no es tuyo, se lee mucho más a gusto. No hay nada peor que leer un libro que te está gustando mucho y comprobar que no podrá ser tuyo por una cuestión de derechos. Eso es horrible.
F.: Nórdica se ha puesto a soñar con ciudades. Se ha vuelto viajera y por ahora nos ha llevado por Londres, Madrid y Barcelona. ¿Qué otros itinerarios nos deparas en el futuro?
D. M.: En breve iremos también a Nueva York, a Roma… A muchos más sitios, sí.
Intento no perder demasiado el placer de la lectura
F.: ¿Hay alguna ciudad en la que te sientas más cómodo literariamente?
D. M.: En Nueva York. Porque de ahí surge mucho de lo que leo como lector por placer. Es una ciudad que es capaz de dar oportunidades a los escritores. El año pasado publicamos un libro, una recopilación de relatos sobre las desigualdades en Nueva York titulado Nueva York: Historia de dos ciudades, en la que escriben autores que hoy son muy conocidos pero que entonces no lo eran tanto. Son escritores que habían llegado a la ciudad con la intención de darse a conocer. Cuentan lo difícil que es la vida allí: eso de que es la tierra de las oportunidades es mentira, aunque luego es cierto que llegaron a ser escritores relevantes. Nueva York es la dicotomía entre un mundo no tan bonito como parece pero en el que es posible que un joven pueda llegar a despuntar y vivir como escritor, porque te aúpa una industria literaria como la estadounidense. Así como París fue la capital cultural durante mucho tiempo, puede que hoy lo sea Nueva York, sin ánimo de querer idealizar lo inidealizable.
F.: ¿Cuál te parece la ciudad nórdica más literaria?
D. M.: (Larga pausa) Posiblemente Oslo. Ha tenido un peso más importante que Estocolmo, porque muchos de los grandes autores suecos no viven allí, sino en el Norte. Siendo un país que tiene 7 millones de habitantes, Noruega es impresionante: fíjate a lo largo del siglo XX todos los que escritores que ha dado. Tiene una riqueza cultural impresionante. Cuando el Estado compra ejemplares de sus escritores, genera necesariamente una cantidad apabullante de buenos escritores. En Dinamarca o Finlandia pasa lo mismo con Helsinki o Copenague, que destaca más por el diseño antes que por lo literario. Son países además en los que los dramaturgos, más en otras épocas, tienen mucha fuerza.
F.: ¿Cuál crees que ha sido la mayor aportación nórdica a la literatura?
D. M.: La manera de narrar. La sencillez poética, por así decirlo, en la que desde el principio sabes lo que va a pasar, huyendo del barroquismo. La literatura norteamericana bebe mucho de esa virtud, porque sus autores han leído mucho a los nórdicos. Van al grano, sabes desde la primera página lo que te van a contar.