Freja Boceto en óleo de 1905, por John Bauer
Novela de juventud, La piedra fantástica de Brisingamen marca el inicio de la carrera del escritor de literatura fantástica británico Alan Garner (1934). La novela se resiente de numerosos fallos de principiante, y está condicionada por la lectura de la obra de Tolkien y de las sagas escandinavas.
Para desarrollar esta reseña vamos a hablar de Tolkien, pero sólo tangencialmente. La trilogía de El Señor de los Anillos fue, como ya es de sobra sabido, concebida por el lingüista de Oxford entre 1937 y 1949, y publicada entre 1954 y 1955. Marcó las líneas de la fantasía literaria y perfiló, definitivamente, las razas «mitológicas» del género (enanos, elfos u orcos, entre otros). Tolkien las moldearía a partir de sus conocimientos de las sagas escandinavas y medievales anglosajonas, a las que era muy aficionado.
Precisamente, las sagas escandinavas hablan de Brisingamen, «la joya flameante», que representa el ciclo de la vida. Era el collar que la diosa Freyja había adquirido a sus cuatro enanos forjadores, los Brisingos. «La Resplandenciente», sobrenombre de la diosa, era amante de las joyas y de los maquillajes, y con aquella piedra al cuello estaba aún más radiante. Casi nunca se desprendía de ella, aunque los mitos nórdicos refieren el préstamo que realizó a Thor cuando éste tuvo que disfrazarse de novia para recuperar su martillo Mjölnir del rey de los gigantes de escarcha Thrym: la generosidad de Freyja fue puro interés, pues sin aquel arma los dioses estaban a merced de sus enemigos. El poema épico Hùsdràpa, además, recoge la leyenda del robo del collar a manos de Loki (convertido en mosca, en pulga, y finalmente en foca) y de su persecución por Heimdal hasta que éste pudo recuperarlo.
Ilustración de portada de la primera edición de la novela de Alan Garner, publicada por Collins en 1960
Tolkien y Brisingamen son las dos génesis de la ópera prima de Alan Garner (1934), La piedra fantástica de Brisingamen (1960, edición en castellano de Alfaguara en 1990). Garner es hoy un clásico de la literatura de fantasía en inglés gracias a este libro y su continuación, The Moon of Gomrath (1963), inédita en castellano, los dos volúmenes de una trilogía inacabada que se ambientan en Cheshire, condado ceremonial inglés colindante con Gales. El folclore de la región pesa en la concepción de la novela: no en vano, Garner creció arrullado por los cuentos de su zona natal.
Uno en concreto constituirá obsesión, y se integrará, de manera decisiva, al libro: una vieja leyenda narra el encuentro entre un campesino y un mago que habita al pie de una colina. Ese será el prólogo de la presente historia. En la imaginación de Garner Brisingamen es la Piedra de Fuego y Hielo, un artefacto de gran poder que desperartará de su hibernación a los 140 caballeros de armaduras plateadas que son los custodios de Cheshire, y de los que el mago de la colina es vigilante: «Yacen aquí en un sueño encantado» -declama Garner- «hasta que llegue un día -y el día llegará- en que Inglaterra se halle en un gran peligro y las madres de Inglaterra lloren.
Entonces todos ellos saldrán del monte a caballo y, en una batalla tres veces perdida y tres veces ganada en el llano, harán retroceder al enemigo hasta el mar«. Ese enemigo, esa amenaza, se llama Nastrond, y es el equivalente al Morgoth tolkiniano.
Centrémonos en un par de fechas: La piedra fantástica de Brisingamen, aunque publicada en 1960, se escribe durante 1957, tan sólo tres años después de que La comunidad del Anillo pasara por la imprenta; Garner tiene 22 primaveras. El éxito de la trilogía de Tolkien allanaría indudablemente el camino a la obra de Garner, uno de los primeros escritores en «homenajear» el universo de la Tierra Media. El joven escritor encontró en los libros del maestro Tolkien un aderezo a las leyendas que habían nutrido sus días de juventud, y estructuró su primera novela en base a un esquema similar al de el volumen inicial de la trilogía sobre las aventuras de Frodo Bolsón. La precocidad del recién despertado autor se vislumbra en su tendencia al plagio.
Grabado de Lorenz Frølich (1820-1908), ilustración que acompaña la lista de nombres de los enanos de la mitología nordica, encontrada en el poema Völuspá incluido la colección de poemas nórdicos (Ældre Eddas) Edda poética
La piedra fantástica de Brisingamen trata de una búsqueda: Colin y Susan, dos hermanos que aún no han entrado en la adolescencia, deben encontrar la joya que da título al libro, extraviada por el mago Cadellin, protector de los guerreros plateados. Colin y Susan estarán acompañados por una cuadrilla de aliados más bien salidos de los pubs que del folclore; así, serán respaldados por Gowther Mossock, guardián de Highmost Redmanley y esposo de la niñera de la madre de los hermanos; por Fenodyree, un enano, también llamado «Odre», y por su primo Durathror -¿os dice algo este nombre?-, príncipe de una raza conocida como huldras. Del lado enemigo, las cosas se enredan bastante: Grimnir es el encapuchado discípulo aventajado de Melkor/ Nastrtond, un aprendiz de Señor Oscuro que Garner presenta de manera siniestra en cada una de sus apariciones públicas; Selina Place, su «ayudante», es una bruja al estilo Roald Dahl; los «mortes» son los hechiceros que dependen jerárquicamente de Grimnir y Place, y que se camuflan entre los humanos, adoptando identidades falsas, para espiarlos y buscar la piedra. En verdad, el elenco de personajes, así como la búsqueda, da poco de sí, salvo para el barullo y para un final muy abrupto.
A Garner se le notan los años y la escasa experiencia como escritor en la construcción de la trama. Los mejores, pero también los más aburridos, momentos de su novela se basan descaradamente en Tolkien. Por ejemplo, hay una escena en la que a los aliados les persiguen unos «mortes» que se quedan rastreándolos a escasos metros de donde están ocultos, como el nazgûl cuando los hobbits están recién salidos de la Comarca. Hay una interminable sucesión de capítulos en unas minas subterráneas que recuerdan a Moria, y mucho instante pedestre que, como en el Bosque Viejo, se mide por bostezos antes que por millas. La trama se reduce a correr, correr y correr, y a escapar con facilidad pasmosa de enemigos oligofrénicos. En verdad, Garner no necesita tirar de deus ex machina, porque sus villanos actúan como en las series malas: se acercan a sus presas con ademanes de ritual, de manera que tardan una absoluta eternidad en realizar los mínimos movimientos para atraparlos. Colin y Susan dan respuestas de lógica de parvulario a situaciones presuntamente complejas; los niños no es que sean particularmente brillantes: hay más bien una propensión clamorosa del autor por sacarles indemnes de cada atolladero. La manera en que recuperan la piedra, en pleno hechizo de Place y Grimnir, podría figurar en el listado de los planes más ruborizantes jamás descritos.
Freya Goddess of Youth 1910, ilustración de Arthur Rackham (1867 – 1939)
El éxito de la trilogía de Tolkien allanaría indudablemente el camino a la obra de Garner, uno de los primeros escritores en “homenajear” el universo de la Tierra Media. El joven escritor encontró en los libros del maestro un aderezo a las leyendas que habían nutrido sus días de juventud
Dejando de lado lo que La piedra fantástica… tiene de ingenuo, y hasta de ñoño, hay que reconocer que Garner tiene un cierto talento para idear personajes mágicos. Los sabuesos sin ojos de Selina Place dan verdadera grima, y sus fugaces apariciones son tan tétricas como las de Grimnir. Los «zahúrros», o gobelinos, son la raza de criaturas subterráneas emparentadas con los trasgos de Tolkien. La incomprensible traducción al castellano da sonoridad y potencia a estas criaturas, pero induce a una cierta confusión en el lector: en el original, los zahúrros son los «svat alfar», los elfos oscuros de la mitología nórdica, los mismos que, siglos después, retratarán Ludwig Tieck o Selma Lagerlöf, por ejemplo. La traducción que apuesta por neologismos, o que adapta nombres, puede dar resultados brillantes: ahí queda el trabajo de los traductores de la trilogía de Titus Groan; pero es una tarea que requiere de cuidado, que no puede ser arbitraria, y que debe, ante todo, dar una imagen precisa de lo que está intentando reflejar. Garner es exacto en su prosa; su traductora, Marta Sansigre, no. Este hecho nos lleva a preguntarnos si algunos de los pasajes menos lúcidos del libro no son debidos a fallas en su traducción. Desde luego, los constantes errores tipográficos de la edición de Alfaguara fomenta las dudas razonables (es habitual encontrarse, por ejemplo, «gotear» en vez de «gatear»; quizás no sea tan erróneo: a fin de cuentas, Colin y Susan no paran de arrastrarse por galerías infinitas, capítulo tras capítulo).
La piedra fantástica de Brisingamen queda como una curisiodad que puede servir de iniciación en los arcanos de la fantasía literaria. Alan Garner la escribió contemplando los paisajes naturales de su Cheshire, que volcó en cada página de su obra de debut. Y también la redactó tras patearse la Comarca en su camino hacia el Monte del Destino. Puestos a elegir entre original y copia, que impere siempre que sea posible el original. Los errores de éste al menos tendrán un regusto más experimental, más genuino. Más autóctono.