En una sociedad apocalíptica, los seres humanos intentan sobrevivir y sacan sus propios demonios. En un escenario parecido situaron José Ortiz (dibujo) y Antonio Segura (guión) a Hombre, el símbolo de una lucha y de una disputa constante, permeada por una visión progresista del entorno. Panini Comics recupera las historietas de este antihéroe en edición integral.

En el siglo XXI, en plena explosión de la fiebre apocalíptica, donde zombies y catástrofes naturales invaden la gran pantalla, y en la que el ecologismo y otras tantas corrientes profetizan, como el nuevo milenarismo, el caer de la civilización (y quizás el surgimiento de una nueva raza), es casi un crimen cultural que Hombre (edición integral publicada por Panini Comics en 2016) haya caído en el olvido. Sólo los fans del género y quienes tuvieron la suerte de verlo nacer comprenden esto como una evidencia. Mientras los efectos especiales y burdas tramas amorososas en civilizaciones perdidas atontan a más de una generación, el clásico cómic de José Ortiz y Antonio Segura ha quedado sepultado, como otras tantas obras maestras, por la proliferación de la morralla artística.

Era de prever. Sus autores apostaron por el caballo perdedor. En los años de la Guerra Fría, el cómic (predominantemente americano y generalizando más de lo que debiera) estaba plagado de héroes que iluminaban el horror del desastre nuclear, que demostraban que la fe en el ser humano no es una quimera, sino un anhelo que, incluso en la adversidad, nos hace caminar firmes hacia la gloria. Al público le gusta que todo acabe bien y que, a pesar del cinismo mostrado por el héroe, haya un resquicio de humanidad que se defina con un frenazo en seco: el protagonista consigue a la chica, salva a la humanidad, se convierte en un tipo normal. Todos buscamos el sueño americano.

Hombre no promete nada de esto. Como se señala en más de una ocasión, Hombre es un perro solitario, apesadumbrado y viejo, que ha vivido tiempos mejores. «No hay dolor más grande que acordarse del tiempo dichoso en la desgracia», dice Dante; y a Hombre le duele el mundo, y lo odia, como un animal herido que, ante la duda, ataca. Su apariencia ayuda a acentuar este carácter: lejos de ser el guapo y fornido joven que conquista con un buen chascarrillo, su cabello es largo tras una incipiente calvicie; sus ropas, roídas; su barba, mal afeitada; su aspecto poco cuidado es la marca del superviviente condenado a recordar lo irrecuperable. El gran acierto de Segura y Ortiz es haberse alejado del cliché en pos de un personaje más carismático y realista, que concuerda perfectamente con la sordidez de su entorno.

El universo de Hombre es cruento y corrupto. Las fuertes expresiones que el dibujo plasma en los personajes y los primeros planos de Segura, que recuerdan al western, nos introducen con facilidad en la psicología de los personajes con una sola pincelada. La profundidad y el trasfondo de éstos se distancia de los fanzines de ciencia-ficción que se vendían entonces a los jóvenes. En esta ambientación, al igual que hicieron con su protagonista, los autores abominan también de emplear fórmulas ya conocidas (incluso entonces) para ofrecer al final una simple moraleja. Concretamente, se deshacen de esos molestos eriales donde los hombres se enfrentan en un «todos contra todos», como en el caso de La carretera de McCarthy, considerada una de sus obras derivadas. Tampoco echan mano de un contraste demasiado extremo que conduzca a mostrar a Hombre bondadoso; existen sociedades, se comercia y se llega a tratos, existe un gobierno que monopoliza los recursos, conglomeraciones de desgraciados que buscan un profeta.

¿Pero no se dijo que Hombre se diferenciaba por el cínico mensaje de su protagonista de que todo está perdido? Sí, pero no. Existen asociaciones, a veces la violencia es cláusula principal de su contrato, y la esperanza embriaga a algunos personajes, dispuestos a dejarse guiar por el líder o por una compasión mezclada por la nostalgia de los ideales morales (como le ocurre a Hombre en más de una ocasión). Pero ésta no es otra cosa que el grito ahogado del que sabe que nada queda por hacer. Tanto es así, que Hombre se conforma con una pequeña victoria al destino, victoria que siempre acaba por ser arrebatada.

El realismo y verosimilitud de Hombre está empapada de lo trágico, que no del drama. Si hay algo que caracteriza a este cómic es el enfrentamiento y la disputa constante, pero no ciega: los personajes son devorados por la naturaleza en el campo y por los escombros en la ciudad. Hombre es un personaje épico, a diferencia de otros de su mismo género, porque encarna al individuo en contra de un tiempo, contra sí mismo y su sentido. Esta alegoría cobra fuerza al no buscarse narrar en viñetas la superación (que a veces confundimos como elemento de lo épico), sino la trágica lucha de la vida. Como un héroe, toda ganancia conlleva siempre una perdida; el mundo es una bestia que termina imponiendo su lógica. Hombre puede ganar, pero siempre pierde: un caballo, una mujer, su confianza. Y esa falta de vida le mantiene vivo.

Existe una cierta justicia que atraviesa el cómic y que parece instaurar lo inevitable. Los símbolos son claves para traducir esa especie de karma: las ratas que destruyen al obsesionado, el perro que desfigurar a su amo y configura al héroe, la venganza inconclusa por el brazo de la muerte. El halo poético que envuelve ciertas historietas se manifiesta en cruentas metáforas que avivan el significado y riqueza del cómic. Segura no tiene intención de reprender a la humanidad de sus actos. Hombre describe la sociedad tal y como es. La vida puesta en venta y la derrota que sigue a la decisión. Como la mejor ciencia-ficción, Hombre disfraza de metáfora apocalíptica lo que es, en verdad, un reflejo del presente.

Esta confrontación universal es representada con la oposición entre el campo y la ciudad. En el fondo, no todo se ha perdido. Sólo la civilización tal y como se conoce: la ciudad de la electricidad, la gasolina, los centros comerciales, la sobreproducción y las grandes multitudes. El campo, en cambio, emerge como el único lugar donde producir alimento, donde los animales no son carroñeros, pero a su vez donde el salvajismo gobierna con mano dura. De esta lucha figurativa pueden desprenderse dos cuestiones, una histórica y otra literaria.

En el primer caso, podemos decir que Hombre es un superhéroe propiamente español. Surgido a principios de los 80, en plena crisis económica y política, la incipiente democracia salía a flote sin resolver las tabas que en el pasado la condujeron a desaparecer bajo el yugo de Franco. La principal de estas contradicciones no resueltas es la barrera infranqueable entre el imaginario de la ciudad y el campo. Hablamos de la época en la que estudiar en la universidad era un lujo de ricos, donde las grandes urbes monopolizaban un poder centralizado, en una autarquía que sometía el universo campestre a pura servidumbre mediante señoritos y feudos. España no tenía, como los Estados Unidos, un Cráneo Rojo que destruir. Los enemigos eran internos: ella se pudría y flagelaba con persistencia masoquista. En este pulso constante, con amenazas a veces reales (maquis) y a veces ficticias (la masonería comunista), ¿no cabía una explosión en la que el campo terminara por arrasar la ciudad, monumento de un estilo de vida insostenible y, a ojos de los críticos intelectuales, no humanizado para el hombre? Sin duda, para Ortiz y Segura parece obvio que la pasión, la verdadera fuerza primigenia de la naturaleza, que se basta a sí misma para sobrevivir, terminará por engullir las junglas de ladrillo y hormigón que el hombre construyó con el derecho y la ciencia como único ensamblaje. El superhéroe con ideales tiene el poder, completamente fuera de la sociedad, de actuar: está fuera de la ley. Hombre es el único superhéroe posible en un mundo donde no hay ley, en el que la supervivencia es la única solución posible ante la muerte, en un lugar donde los ideales son la debilidad, y no un superpoder.

Literariamente, no es un recurso novedoso, sino que entronca más bien dentro de una tradición progresista que atacó la visión conservadora y supersticiosa del campo con la perspectiva moderna y científica de la ciudad (un ejemplo puede ser Doña Perfecta, de Galdós). Sin embargo, la balanza ha sido equilibrada, sobre todo, por escritores influidos por el romanticismo, que han contrapuesto el paisaje, como visión y alegoría, ante la psicología de los urbanitas. Quizás la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes constituya la obra que más tuvo por objetivo revitalizar la fuerza poética y literaria del paisaje frente a la introspección de los personajes. Posición que, en paralelo y pictóricamente, también defendió el expresionismo, usando colores y formas para crear el espejo exterior de la psique de sus modelos.

No podría exponer la dualidad trágica de Hombre sin hacer referencia a su doble femenino: Atila, nacida en el campo y, al igual que Hombre, adaptada a su medio para sobrevivir. En lugar de las raudas ropas de la civilización, viste con pieles, como una amazona y ataca con arcos y cuchillos (pues las balas se agotan, la pólvora es obsoleta, y nada hay más que árboles y animales). El detalle más relevante es que ella acata los principios morales que Hombre ha abandonado. Mientras él es un mensajero del infierno, ella es una hija del Edén. En más de una historieta, Atila compensa la brutalidad y mordacidad de Hombre, quien a su vez teme que sus sentimientos se conviertan en ataduras. La compleja relación de ambos es emponzoñada por el miedo a la debilidad, con la diferencia de que Atila ve en cada acto la redención de los errores del ser humano, mientras que Hombre sólo es capaz de ver la calamidad. Y, con todo, Atila no es una heroína histérica de cómic que necesite ser salvada. Su temperamento es fuerte, adaptada a su tiempo. Conoce los límites y carece prejuicios, los mismos que Hombre ha tenido que ahogar, porque ella creció en la agonía de su especie.

El realismo y verosimilitud de Hombre está empapada de lo trágico, que no del drama. Si hay algo que caracteriza a este cómic es el enfrentamiento y la disputa constante, pero no ciega: los personajes son devorados por la naturaleza en el campo y por los escombros en la ciudad

La distopía de Hombre es una vorágine de inseguridad, el titubeo existencial del ser humano. Saca a la luz aquello que la vida moderna trata de ocultar con hipocresía y comodidad de cartón, cómo nos aferramos, en una carrera desbocada, a la vida, pisando y devorando a nuestros hijos para seguir eternamente en nuestros altares. Y en esta jungla de falsos ídolos, Hombre emerge con su caballo, pistola en mano, cigarro y mirada imperturbable; en sus adentros palpita la cicatriz abierta de la vanidad humana. Es entonces cuando el mundo calla, y reconoce en sus ojos de náufrago el estigma de la víctima, la maldición de Prometeo; y en ellos, el pico carroñero de la vergüenza.