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Post-apocalipsis según Klaus Wittmann

En 1890 Joseph Conrad (1987-1924), quien alcanzaría gran renombre como uno de los mejores novelistas en lengua inglesa, era un joven marino que se enroló como capitán del barco de vapor Roi des Belges, en viaje por el río Congo para la compañía belga SGB. La travesía duró seis meses, en los que Conrad conoció de primera mano la brutalidad con la que los colonos europeos trataban a los nativos africanos. La experiencia le inspiraría una de las obras cumbre de la literatura: la novela corta El corazón de las tinieblas (1899), en la que exploraría el imperialismo, los desastres causados a las zonas coloniales y la caída en la locura (sería, por cierto, fuente de inspiración para Apocalypse Now, la película de 1979 de Francis Ford Coppola). Dentro de la «New Wave» (o «Nueva Ola») de la ciencia-ficción, movimiento iniciado en la década de los 60 del pasado siglo, la novela Tú, el inmortal (1965), desarrollada desde el cuento …Y llámame Conrad, de Roger Zelazny (1937-1995), recogió el testigo de este estudio sobre el colonialismo y las oscuridades tras los aparentes logros de la civilización occidental.

Frente a las innovaciones experimentales, estilísticas y narrativas que caracterizaron el movimiento (desarrolladas por autores como Ballard, Aldiss, Disch o Le Guin), la principal aportación de Zelazny fue un giro hacia nuevas tramas. Su estilo literario, fluido y claro, se enriquecía por la utilización de temas mitológicos imbricados en detalle en sus historias, alejándose del fantasma de las aventuras de trasfondo más pulp. El ingenio literario de Zelazny supuso un primer empuje para una renovación de un género que luego le olvidó frente a otras voces más reconocidas por el público. No hay más que comparar el éxito de su obra Tú, el inmortal con la de Dune, novela con la que ganó ex aequo el premio Hugo de 1966. Y sin embargo, su novela tocaba un tema tan innovador en su tiempo como profundamente actual: el de las consecuencias de una globalización injusta, bipolar, con su doble cara de colono invasor y nativo desheredado.

El apocalipsis duró tres días, lapso de tiempo suficiente para que la radiación de los estallidos nucleares cubriera la Tierra, la tornase inhabitable e introdujera profundas mutaciones en la estructura de su flora y su fauna. Los humanos supervivientes, tanto allí como en otras bases del sistema solar, se encontraron con la salvación de mano de una raza inteligente proveniente del sistema Vega. Los veganos convirtieron la Tierra en un protectorado, conduciéndose como invasores tan horrorizados por la brutalidad humana como fascinados por la belleza de sus antiguas culturas. Muchos humanos emigraron al sistema vegano, más avanzado y cómodo que su contaminado mundo de origen. Allí se establecieron como mano de obra barata, tan necesitados como despreciados por sus benefactores. El resto decidió convivir con la radiactividad e incluso formaron un grupo de activismo político, los «regresistas», que desde estrategias violentas buscaban recuperar su mundo para la humanidad.

El goce estético de la cultura ajena contra las bajezas de la apropiación colonialista y el poco respeto de las sociedades económicamente ricas por aquellas más desfavorecidas queda en el núcleo de esta obra. El servilismo por parte de las minorías étnicas hacia los conquistadores se une a la apropiación por su parte de los elementos positivos y lucrativos de otras culturas, aunque se produce el desechado de las ideas o tradiciones consideradas como “inferiores”. Esta situación supone graves problemas de identidad cultural por el choque de las sociedades alienadas con su propia tradición mítica. En la obra de Zelazny, los veganos buscan disfrutar las ventajas del turismo e incluso de los encuentros sexuales con los terrestres, aunque les hayan arrebatado su libertad política. Por ello, del mismo modo que las potencias occidentales en sus colonias de Asia y África, se ven obligados a hacer frente a la amenaza del terrorismo de aquellos que buscan recuperar su independencia e identidad.

Tú, el inmortal relata un viaje, el de Conrad Nomikós, Comisario de Artes, Monumentos y Archivos de la Tierra, para guiar a un rico y excéntrico vegano en su visita a las ruinas más ilustres del planeta. Esta misión, sencilla en apariencia, se complicará ante el dilema moral del protagonista. Pese a su apariencia juvenil, se trata de un personaje anciano, que no envejece a un ritmo normal debido a una extraña mutación que le aproxima a la inmortalidad. El que de joven fuera líder de la resistencia terrestre contra la colonización y el control político de los veganos, se encuentra en un punto en el que su experiencia le dicta que los humanos no merecen recobrar la Tierra si su corrupción pone en riesgo el premio. Se trata de un conflicto político en torno a la incapacidad humana de adquirir una conciencia y una responsabilidad como especie.

Conrad contiene en sí mismo los atributos propios de un semidiós griego. Su fuerza sobrehumana nos remite a Heracles, su astucia a Odiseo, y su viaje en búsqueda de un tesoro para la humanidad a Jasón. Mas como todo semidiós tiene sus puntos débiles: el destino le lleva a afrontar sus peores temores, y su vida se ve seriamente amenazada en una misión que le obligará a trascenderse a sí mismo. He aquí la diferencia crucial con otros héroes literarios, esos jóvenes “elegidos” dechados de virtudes, capaces de hacerse con el control de su mundo y transformarlo a su semejanza, con un poder casi absoluto que puede (y tiende a) corromperse. Conrad (nótese, por cierto, el homenaje al escritor anglo-polaco con el que abríamos este artículo) es un héroe viejo y experimentado, que hila con fina ironía los detalles de su longeva vida, dejando atrás un modelo más idealista para asumir que un solo hombre, por extraordinarias que sean sus habilidades, tiene difícil decidir sobre el destino del mundo.

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Klaus Wittmann

Es aquí donde entran en juego los compañeros de viaje que, lejos de ser parte del decorado para el enaltecimiento del héroe, serán la clave para cumplir su objetivo. Desde el extraterrestre invasor al que debe proteger hasta los activistas radicales que buscan devolver la tierra a la humanidad, pasando por el mejor poeta del mundo y el asesino a sueldo más profesional que pueda contratarse. Son estos secundarios los que devuelven a Conrad, el antiguo Karaghiosis que fundó el movimiento «regresista» y que odia a los veganos que convirtieron su tierra natal en un museo de proporciones planetarias, las perspectivas necesarias para tomar una decisión respecto al destino final del mundo y las inevitables consecuencias para las relaciones entre invasores y terrestres.

El autor reformula la mitología clásica, extrayendo sus valores y aspectos clave. No se contenta con recrear elementos estéticos, algo que resultaría sencillo en un escenario post-apocalíptico con infinidad de mutaciones físicas a su disposición, sino que relaciona estas cuestiones con el periplo del viaje arquetípico del héroe, en una historia que hace uso del tiempo mítico para demarcar un nuevo espacio moral. Será en este espacio donde una especie empobrecida debido a su locura pasada podrá recuperar una nueva Edad de Oro, en la que renovar su mundo de un modo más sostenible y abierto a una comunicación justa con otras especies.