Richard Matheson es uno de los mejores escritores que he leído nunca. Llevo semanas sopesando escribir esta frase, y puedo asegurar que no me ha temblado el pulso al hacerlo. Hay escritores que son buenos por su dominio de la prosa. Otros, por su ingenio a la hora de elaborar propuestas. Algunos, los pocos, brillan por su capacidad de conectar a nivel visceral. Matheson es bueno de las tres maneras y de algunas más. No debería ser posible, y precisamente por eso es un genio.

Matheson es un mito de la literatura de género, bien conocido por títulos como Soy Leyenda, El hombre menguante (1956) o La casa infernal (1971), estas dos últimas novelas adaptadas al cine (en 1957 y en 1973, respectivamente) según libreto propio. Suyo es también el guión, co-escrito junto a Charles Beaumont, de The Night of the Eagle (conocida también como Burn, Witch, Burn, 1962), estupenda película sobre brujería que se inspira en el libro de Fritz Leiber Esposa Hechicera (1943). Se codeó con Ray Bradbury, y fue artífice del guión de El diablo sobre ruedas (1971), en base, nuevamente a un relato suyo, Duel; dicho largometraje constituiría el debut cinematográfico de un joven cineasta llamado Steven Spielberg. Asimismo, guionizó dieciséis episodios de la celebérrima serie La Dimensión Desconocida (también llamada En los límites de la realidad, The Twilight Zone en inglés), muchos de los cuales están basados en varios de sus cuentos. Es influencia absoluta de mil y uno autores de género, entre los que sobresale Stephen King, quien lo declara maestro. Se dice pronto.

Es difícil explicar por qué Matheson es un genio. Es difícil porque lo es de muchas maneras distintas que apenas tienen que ver entre sí; en Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos (Valdemar, 2003) brillan casi todos los cuentos, y cada uno de ellos parece estar escrito por un genio diferente. Algunos son “sólo” conceptos ingeniosos de los que sólo surgen una vez en la mente de un escritor menor, pero otros son bien muestras perfectas de poesía dura, bien vueltas de tuerca estilísticas que operan a un nivel casi vanguardista. Si me dijeran que esta antología la firman varios autores separados por época, sexo y lugar de procedencia, me lo creería.

En cualquier otra antología, el relato que le da nombre al volumen sería el plato fuerte. En este caso, «Pesadilla a 20.000 pies» es un correctísimo cuento de terror psicológico sobre un viajero obsesionado con un goblin que pretende hacer estrellar el avión en el que vuela; perdura en la cultura popular merced no sólo a su capacidad de conectar con un temor primordial que siempre ha existido en nuestro cerebro de simio (al ser los únicos que prestan atención a un peligro mortal), sino también (o sobre todo) a su omnipresencia en la televisión. El que no recuerde a William Shatner en el episodio de la serie En los límites de la realidad de 1963, o a John Lithgow en el sketch del filme homónimo, seguramente tenga presente en el recuerdo la brillante parodia de Los Simpsons. La pieza, sin brillar más que en su planteamiento, sirve como maestra de ceremonias y aperitivo para abrir boca. El portento viene después.

Los dos siguientes relatos tras «Pesadilla…», “Vestido de seda blanca” e “Hijo de sangre”, se parecen en su siempre socorrido recurso del “niño grimoso”. Pero hasta ahí llega cualquier símil. “Vestido de seda” no te saca nunca de la cabeza de una niña caníbal, hasta el punto en el que la misma prosa se deforma para amoldarse a sus espeluznantes pensamientos, en lo que supone un regreso a la experimentación formal de “Nacido de hombre y mujer”, el primer cuento que Matheson daría a la imprenta. “Hijo de sangre”, por su parte, cuenta la vida de un niño moralmente monstruoso, Jules Drácula, mediante una tercera persona incómoda no sólo por su aséptica imparcialidad, sino por su cercanía casi física al personaje. El efecto de ambos relatos queda amplificado por el hecho de que hayan sido ordenados sucesivamente.

«A través de los canales», es una exhibición de cruda habilidad. Toda la acción se vehicula mediante el diálogo, simulando una grabación policial. Hablo de diálogo puro, sin acotaciones ni explicaciones de ningún tipo. Es impresionante ya antes de pasar al siguiente relato, «Guerra de brujas». Con esta lectura, el libro explota.

richard matheson_PESADILLA 20000

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¿Carmen de Mairena a 20.000 pies o el gremlin del episodio 123 (1963) de la mítica serie The Twilight Zone, En los límites de la realidad? Fue dirigido por Richard Donner (el director de Los Goonies, Superman o Lady Halcón), contó con libreto del propio Matheson y con Nick Cravat bajo el peluche del disfraz de monstruo

«Guerra de brujas» es una joya. Pura prosa magistral. No tiene gran revelación final, ni concepto único, ni nada persicaz en lo que a trama se refiere. Simplemente se trata de un grupo de brujitas adolescentes que masacran a un pelotón de soldados mediante magia… pero está escrito con una prosa alucinante que recrea una atmósfera angustiosa. Hay que leerlo: Matheson describe suciedad en las botas, aliento cálido, colmillos, fuego, sangre y lluvia estableciendo un claroscuro de frío, calor, muerte y sexualidad virginal que le pone a uno los pelos como escarpias. Sólo puedo apuntar que no es únicamente brillante por sí mismo, sino que lo es debido a motivos radicalmente diferentes a los demás relatos.

Lo divertido es que luego viene «La casa Slaughter», que viene a ser una historia de fantasmas clásica, en su sentido más literal. Es un cuento de horror gótico estándar cuya aparente falta de ingenio podrían dar a entender torpeza de leerse sin contexto; sin embargo, tras leer «Guerra de brujas» uno entiende que el estilo decimonónico está ahí aposta. Que la leve torpeza es intencional. Que sí existen los autores capaces de escribir por debajo de sus posibilidades de manera deliberada: Richard Matheson es la prueba viviente.

Twilight_Zone_The_Movie_Larry_Cedar_Creature 1983 george miller

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En 1983 George Miller (Mad Max) dirige la película que adapta algunas de las historias más icónicas de la serie de televisión; aquí vemos un gremlin actualizado (Larry Cedar) mucho más siniestro.

Este patrón de “múltiples niveles de genialidad que parecen surgir de mentes distintas” se repite constantemente en esta antología. Uno lee el fantástico e inexplicable «El número de la desaparición», cuyo final es demoledor, y luego pasa al frío y cotidiano horror indignante de «El distribuidor». Lee «Legión de conspiradores», retrato de una ira a fuego lento que acaba por estallar de manera catastrófica, y luego pasa al «lovecraftiano» «Los hijos de Noah», con sus claras reminiscencias a La sombra sobre Innsmouth. El contraste es constante y (fantástica labor del editor en este sentido) probablemente intencionado. Hay material para todos los gustos e inquietudes, y todo procede del mismo hombre.

No todo es espectacular, desde luego; «Grillos» es entretenimiento inofensivo y «Viejos territorios» da la impresión de haberse entregado deprisa. Pero todo es fundamentalmente profesional y habitualmente brillante. No hay ni un solo relato mediocre. Es la única constante de esta antología.

Richard Matheson es la clase de autor cuya genialidad o bien desanima o bien espolea al aspirante. Un autor que afecta e impacta al que lo lee. No es inmune a la mediocridad (obras como La casa infernal son buena prueba de ello), pero ésta no figura en la presente antología, que no dudo en calificar como la mejor que he leído en todo el género de terror.