Es un libro que trata sobre un libro que trata sobre una película que trata sobre una casa que es un laberinto. Es, en resumen, un libro que es un laberinto.

Una de las primeras reseñas que se hicieron sobre La casa de hojas

El planteamiento de La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (Nueva York, 1966) es el siguiente: Will Navidson se muda con su familia a una casa que parece ser más grande por dentro que por fuera y cuyas puertas dan acceso a pasillos oscuros e interminables. Navidson publica un documental sobre la casa que un viejo llamado Zampanò (como el forzudo amable de La strada de Fellini) usa como base para escribir un ensayo sesudo. Johnny Truant, un tatuador de Los Ángeles, encuentra el ensayo manuscrito después de que Zampanò desaparezca –al parecer, atacado por una criatura monstruosa– y se vuelve loco al intentar montar de nuevo el texto, que acaba en manos de unos editores que lo publican en forma de libro. Sí, este libro.

Para explicar no ya de qué va, sino qué es esta novela, lo primero que hay que hacer es mostrar el aspecto que tiene por dentro:

Visto así, cabe decir que La casa de hojas (Alpha Decay, 2013) no es un libro tan extraño como parece. Tiene una historia que contar y unos personajes a través de los cuales surge un conflicto que dirige la acción, como en toda ficción que se precie. La diferencia estriba en que Danielewski escogió alejarse un poco de la narrativa habitual, sobre todo en los aspectos formales. El resultado es una novela muy singular sobre casas encantadas, una propuesta única que busca extender las posibilidades del medio en el que se mueve. Y sí, lo consigue. Pero no sin llevar a cabo importantes sacrificios.

La casa de hojas es una novela “artística” –me encantaría contar con un término apropiado, pero de verdad que no lo hay; espero que sepáis a qué me estoy refiriendo– en el sentido de que no plantea la historia mediante las técnicas convencionales. No sólo por la maquetación, sino porque hay saltos cronológicos, historias dentro de historias, apéndices que cambian por completo una de las tramas, metarreferencias y muchas más piruetas lejanas a lo acostumbrado. Hay ganas de romper con lo establecido, tanto en forma como en discurso. Lo que pasa es que, en el fondo, también tiene intención de emocionar. De provocar reacciones viscerales en el lector. Y eso entra en conflicto con todas las demás partes del libro, que intentan apelar siempre a lo intelectual. La casa de hojas, a veces, se pierde dentro de su propio laberinto. Es preciso ilustrar esta afirmación con un ejemplo.

Una de las escen

as más impactantes de la novela ocurre, y no es un spoiler aunque lo parezca, cuando la casa decide atacar a Navidson y a su familia de forma activa. Es decir, la mansión pasa de ser una presencia silenciosa pero siniestra a intentar cortarlos en rodajas y comérselos. Se trata de una secuencia muy tensa y estupendamente bien ejecutada, escrita desde una perspectiva claramente visual –Danielewski sabe de cine-, y que te hace temer por la pobre familia estadounidense al más puro estilo Hollywood. Estaría genial, de no ser porque casi toda la obra hasta ese punto se ha dedicado a desmontar y a criticar el efectismo hollywoodiense desde una perspectiva intencionadamente alejada –recordemos, es un libro basado en un manuscrito basado en un documental y lleno de notas al pie de página, como un ensayo académico–. El resultado final es desconcertante.

¿Por qué? Si la idea era establecer un discurso frío y distanciado, ¿a qué viene una secuencia tan dramática y tan personal? Tengo una teoría al respecto: es una escena tan buena y tan visceralmente efectiva que Danielewski no se vio capaz de eliminarla o de escribirla de otra manera, aunque chocase directamente con el tono y hasta con el discurso. No se vio capaz porque era emocionante y porque su intuición le dijo que necesitaba emocionar.

Hay veces en las que La casa de hojas parece estar en guerra consigo misma. Sí que hay un hilo conductor que deja claro el tema central –los puntos de vista; toda la obra habla constantemente de percepción dentro de un espacio y es por esto que funciona–, pero es la ejecución formal la que no termina de mezclar bien agua y aceite. ¿Quiere distanciar al lector de los hechos mediante digresiones sobre la física de los ecos, o quiere meterle en la cabeza de Navidson cuando entra en el laberinto? Ambas cosas. ¿Con qué propósito? No está claro.

Al final, la única pregunta pertinente es: ¿qué pretende Mark Z. Danielewski con esto? En principio, tenemos las siguientes opciones:

  • Contar una historia de miedo
  • Criticar la jerga académica
  • Establecer similitudes y diferencias entre cine y literatura
  • Analizar la perspectiva como base y límite del saber humano
  • Homenajear a Jorge Luis Borges
  • Quedarse un poco con el lector

La respuesta correcta es “todas las anterioresi”, seguido de un “pero” grande y gordo. Más que nada, porque habría que añadir una opción adicional:

  • Contar una historia de redención y superación personal

Pero tengo argumentos de peso para defender mi caso. Concretamente, tengo las declaraciones del propio Danielewski, hablando de cómo su novela se gestó a partir de una historia corta llamada Redwood en una entrevista que concedió en el año 2003:

“En 1990 estaba malviviendo en Nueva York cuando me enteré de que mi padre estaba ingresado en un hospital de Los Ángeles. Por aquel entonces, apenas hablábamos. Tardaría años en darme cuenta de hasta qué punto nos habíamos distanciado, pero por aquel entonces sólo sabía que tenía que ir a verle, porque se moría de cáncer […] Cuando subí al avión, estaba tan afectado que no podía dormir, así que empecé a escribir algo que me ayudase a articular lo que significaba para mí la mortalidad de mi padre […] Escribí y escribí, con firmeza, con furia, siempre en movimiento, en las paradas de los autobuses, valiéndome de una linterna por las noches, y lo que obtuve al bajarme del último autobús fue un pequeño texto llamado “Redwood”. Ése fue por lo menos uno de los comienzos de La casa de hojas”.

Mark Z. Danielewski usó una historia personal, pequeña y escrita desde la emoción como base de otra historia pública, grande y escrita para apelar a la razón, y esto explica cada acierto y cada fallo que hay en La casa de hojas. Porque no importa la genialidad que albergues en tu interior, no puedes montar un discurso distanciado y racional en base a una historia que simboliza tus ansias de redención ante la muerte de tu padre sin que algo choque. No importa lo mucho que te esfuerces, porque siempre va a haber algo que se desborde, que chirríe, que se salga de los goznes. ¿Cómo vas a aunar dos cosas tan irreconciliables como la razón y la emoción en el mismo libro? Sólo hay una manera de lograrlo: convirtiendo el libro en un laberinto.

Confieso que sólo una pequeña parte de la ficción artística me gusta: el arte abstracto funciona cuando logra plantear su discurso desde lo visceral. Cuando logra no sólo exponer, sino emocionar. Y La casa de hojas lo logra, pero pagando el precio de la opacidad. El poso que deja es raro y el conjunto desconcierta. Y desconcierta porque es un laberinto, y si es un laberinto es porque no podía ser otra cosa.

Pero es una buena cosa, y no sé si es justo criticar algo por haber intentado hacer lo imposible. Sí me parece acertado, sin embargo, alabarlo por haber conseguido algo único. Así que bravo.

NOTAS

i Cabe decir que el propio Danielewski suele rechazar interpretaciones del tipo “sólo lo ha escrito para tomarnos el pelo”, pero es que hay un pasaje donde la mujer de Navidson entrevista a varias personas famosas de la vida real y la única de ellas que expresa interés por ver a casa es… Stephen King.