Los mitos, esos relatos que desde cualquier paradigma cultural dotan de sentido a la realidad, siguen estando muy presentes en el mundo contemporáneo. Dan forma al imaginario colectivo y a nuestras creencias sobre los mecanismos que explican el cosmos. Stanisław Lem (Lwow, 1921-Cracovia, 2006) se planteó un reto durante sus más de cuarenta años de carrera: convertirse en el gran desmitificador, atacar las ideas prestablecidas sobre lo que nos depararía el futuro, ese del que se suele servir un género en el que joyas literarias como Solaris (1961) o Congreso de futurología (1971) destacan por su originalidad. Quizá por ello es el escritor de ciencia-ficción no anglosajón más reconocido, con traducciones en al menos treinta idiomas, millones de copias de sus libros vendidas y versiones cinematográficas y televisivas de sus historias, entre las que destaca el Solaris de Tarkovsky (1972) y la más reciente El congreso de Ari Folman (2013). Y esto no basta, ni de lejos, para comenzar a definir el ideario de este escritor, crítico con su tiempo y reconocido hoy como un filósofo de primer orden. En el décimo aniversario de su muerte el análisis de su obra aún apunta hacia problemas fundamentales de la naturaleza humana.

La obra de Lem quedó marcada por su biografía. Aunque vivió una infancia acomodada gracias a la profesión de médico de su padre, fue un niño solitario, creador de mundos imaginarios en los que sentirse alguien importante. Que le detectaran una elevada capacidad intelectual, la más destacada de toda Polonia, le colocó muy pronto en la postura del genio incomprendido, hecho que viviría siempre con cierta amargura. Sabía que el valor de sus ideas se enfrentaría a las mentes acomodadas que rechazan explorar los límites en que las escasas certezas humanas lindan con las insondables oscuridades del cosmos. El joven Lem siguió los pasos de su padre estudiando Medicina pero su carrera se vio interrumpida por la ocupación de los nazis en 1939. Su ascendencia judía -aunque su educación fuera católica y él mismo se considerara ateo- le obligó a vivir con papeles falsos hasta el final de la guerra. Pese a haber eludido este peligro, no pudo ejercer la medicina al terminar sus estudios, puesto que se negó a ser alistado como médico militar por el régimen comunista polaco. En las repatriaciones del año 1946 tuvo que fijar su residencia en Cracovia, lugar donde comenzaría a desarrollar su carrera literaria.

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Solaris, en la edición estadounidense de la colección de ciencia-ficción de Berkley.

Las primeras obras de Lem estaban limitadas por las convenciones del realismo socialista, que marcarían su negativa a escribir sobre invenciones sin referencia a cuestiones presentes o futuras. En ellas ya es posible adivinar algunos de los temas que obsesionaron al autor: el militarismo, la posible destrucción global y la formación de la identidad. Con estas ficciones Lem pretendía que el lector aprendiese acerca de su condición humana, incluso a través del humor negro presente en los viajes por el espacio de Ijón Tichy, el antihéroe que presentó las civilizaciones del espacio en su vertiente más satírica. Su separación de los temas clásicos de la ciencia-ficción se hizo cada vez más patente, hasta que en 1964 escribió la Summa Technologiae (revisada en 1974; Ediciones Godot, 2018), el pilar ensayístico de su producción filosófica y clave indispensable para la interpretación de sus obras de ficción. En este estudio, de pretensiones universalistas próximas a las de la Summa Theologiae (entre 1265 y 1274 d. C.) de Santo Tomás o la Summa Logicae (1323 d. C., aproximadamente) de William de Ockham, Stanisław Lem desarrolló su propia futurología.

Es preciso señalar que Lem no se consideraba a sí mismo un filósofo. Le descorazonaba la inutilidad de construir modelos sobre la totalidad con la idea de impresionar a unas autoridades universales inexistentes. Su postura tampoco se aproximaba a la del científico puro, pues su experiencia en múltiples campos (medicina, psicología, literatura, matemáticas, cibernética y teoría de la información) le desacreditaría como experto. A medio camino entre unos y otros desarrolló un estudio sobre ingeniería social, cibernética, cosmología, evolución y naturaleza humana en clave futurológica. Su visión abierta a todos los campos del pensamiento permitió que su especulación alcanzara altos vuelos; por eso, la obra está muy vigente en la actualidad. En ella señaló a la casualidad como responsable de un cosmos sin sentido inicial ni fin último. Mostraba los callejones sin salida de la evolución natural, su oportunismo, sus posibles hibridaciones con una evolución tecnológica y la manera en que la cultura disimulaba su irracionalidad, proporcionando a las mentes el consuelo de una supuesta determinación de los fenómenos.

Desde las ideas de la Summa y de otros ensayos posteriores es fácil comprender el interés que la ciencia-ficción ejercía sobre el autor. Era el medio perfecto desde el cual argumentar en contra del pensamiento burgués. Sin embargo, este concepto se había visto reducido muchas veces a contar aventuras y ensoñaciones sobre el futuro. Lem criticó con dureza la ciencia-ficción hecha para el entretenimiento cómodo de los lectores y consideró que las historias del pulp americano traicionaban el legado de Wells y Verne, aquel que Stapledon había refinado en su literatura reflexiva. Tampoco estaba conforme con la ciencia-ficción soviética y sus banalidades antropomórficas, además de que su estancia en la Polonia comunista le enfrentaba al problema de la censura. Para él, las historias que no exploraran la naturaleza del universo eran un engaño a la humanidad. Pensaba que su labor como escritor era castigar los conceptos establecidos para sanar las mentes de los falsos mitos de la cultura.

La insólita dureza contra el grueso de los autores del género (llegó a declarar que entre un 90 y un 98% de sus narraciones eran primitivas e ingenuas), se debe a su particular punto de vista sobre lo que la ciencia-ficción debía ser. Para Lem podía haber verdadera ciencia-ficción, en la que los acontecimientos se mostraban verosímiles, y pseudo-ciencia-ficción, cuando el entramado de sus historias aludía a cuestiones imposibles y creaba juegos vacíos de lenguaje como en el caso de las paradojas temporales por los viajes en el tiempo. Pensaba que la representación de lo inconmensurable como conmensurable volvía malo al género, evidenciando que las estructuras narrativas se apartaban de su referente real. Su idea fue desvirtuar a la ciencia-ficción como mito erróneo del futuro:

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Fiasco, en italiano Il pianeta del silenzio, para Mondadori (1988).

«Es llamado el Mito del siglo XXI. No obstante, el carácter ontológico del mito es antiempírico, y aunque una civilización tecnológica pueda tener sus mitos, no puede en sí misma encarnar un mito. El mito es una interpretación, una comparación, una explicación, y lo primero que se debe tener es el objeto a ser explicado. La ciencia-ficción vive en esta ambigüedad pero trata de emerger de este estado antinómico del ser (1)».

Esta idea justifica una de las anécdotas más famosas sobre Lem, la de su expulsión en 1976 de la Asociación de escritores americanos de Ciencia-ficción (SFWA, en sus siglas en inglés). Tras varias críticas abiertas al género anglosajón, Philip José Farmer y otros plantearon retirarle su membresía de honor, asunto que protestaron otros miembros como Ursula K. Le Guin. El asunto se resolvió ofreciéndole una membresía regular, que Lem rechazó. En su difícil relación con los autores estadounidenses destaca un artículo para la Science Fiction Studies, en el que declaró que tan sólo Philip K. Dick era capaz de recomponer los conceptos desgastados de la ciencia-ficción para crear obras originales. No obstante, pensaba que no todos sus escritos gozaban de una calidad uniforme a consecuencia de los materiales que usaba, con origen en el pulp y carentes de contenido intelectual: «El mundo volviéndose loco, con un flujo espasmódico de tiempo y una red de causas y efectos que se retuercen como si tuvieran nauseas, el mundo de la física frenética, es incuestionablemente su invención» (2). Casi tan célebre es la historia de que Dick, en su paranoia, opinaba que tras Lem se ocultaba un comité comunista que trataba de implantar sus ideas en Estados Unidos, caso que denunció al FBI.

Los personajes de las historias de Lem se aplicaban al análisis de artefactos o seres alienígenas tanto como a aquellos de origen artificial, todo ello sin engañar al lector con las pretendidas capacidades de un intelecto triunfante: las limitaciones de la razón y del marco paradigmático les impedían la completa comprensión de lo ajeno. Esta visión no es todo lo pesimista que parece, ya que Lem no incidía en la desesperación, sino en la liberación que supondría para la mente humana llegar a entender aquello que puede conocerse y lo que queda fuera de nuestro alcance. En una era de avances cibernéticos, de nanotecnología y de inteligencias artificiales conviviendo con ciertos absolutismos políticos, los sistemas de referencia dejarían de ser sólidos. Es por esto que los personajes de sus obras se redimen de la insuficiente condición humana a través de la ética y la estética en lugar de acudir al avance tecnológico, al pensamiento abstracto o al poder. Acogiéndose al trabajo de los intelectuales de Europa central, Lem hibridó la advertencia de los desastres históricos con la esperanza humanista. Subvirtiendo el enfoque bipolar entre utopía y distopía, sus narraciones le vincularon a la tradición de los cuentos filosóficos de Swift y Voltaire.

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La edición española de Congreso de futurología (Alianza Editorial, 2005).

Hacia la década de los 70 Lem se lanzó a una mayor experimentación formal. Sus dudas acerca de la comunicación entre humanos y otras inteligencias, así como las cuestiones sobre la autodeterminación humana, le llevaron a introducir reflexiones solipsistas y a centrarse en mostrar sus ideas. De esta época surgió una serie innovadora, en la frontera entra la ficción y el ensayo, en la que prologó libros que no existían en Vacío perfecto (1971; Impedimenta, 2008)) y Magnitud imaginaria (1973; Impedimenta, 2010). Estos prólogos estaban llenos de ideas que tensaban los límites de la racionalidad, esbozaban futuros terribles o mostraban nuevas caminos para las ideas de su Summa. En los 80 regresó a la novela larga de ciencia-ficción con el fin de mostrar las pretensiones cognitivas humanas; sin embargo, su interés por el género decreció hasta que una década más tarde lo abandonó casi por completo. Desde su virtuosismo estilístico y su voz destacada en la literatura internacional (lo que demuestra su nominación al Premio Nobel) criticó la cultura y la ética europeas, planteó los problemas de asimilación de la cibernética y la teoría del conocimiento, y se preocupó por la fusión de los dilemas científicos con las herejías cosmogónicas antiguas.

Podría decirse, en suma, que una de las obsesiones de Lem fue destruir el mito de la Edad de Oro de la ciencia-ficción, según el cual era posible contactar con seres de otros mundos o esclavizar a las mentes autoconscientes que creáramos de manera artificial. El misterio de los seres, fenómenos, y hasta lugares ajenos a la humanidad, le sirvió para mostrar las limitaciones y las fortalezas de nuestra especie. Ante el contacto con civilizaciones alienígenas inteligentes cabían posibilidades alternativas más allá de la consabida invasión o guerra, como que ellos prefirieran ocultarse de nosotros e ignorarnos; o incluso, en protesta al mito del poder extraterrestre, casi siempre en tono humorístico, que fueran tan falibles como nosotros y no tuvieran preparación para confrontarnos. El mito del contacto necesita de una civilización antropomórfica en la que podamos reconocernos como en un espejo. De ahí viene nuestro afán prometeico en la construcción de un hombre artificial, del etnocentrismo y la arrogancia humana ante la dificultad de comprender la opacidad de la figura del Otro, lo que deriva en un interés tan valiente como estúpido (3).

Todo este fallido encuentro con la alteridad señala, en el retorno frustrado de la incomunicación, hacia la propia identidad, hacia el yo. Es aquí donde se desvela, por fin, su carencia de sentido lógico. Lem nos contó que nuestra consciencia es la ilusión subjetiva que cada individuo tiene de sí mismo, un conjunto de información variable, sujeto a las transformaciones del medio y del espacio-tiempo. En la última obra que publicó en vida, el compendio de relatos Máscara (2003; Impedimenta, 2013), encontramos esta reflexión en boca de la protagonista de la pieza central, un ser artificial creado para un propósito que su propia voluntad le niega. Es la síntesis maestra del escritor que nos instó tanto a soñar con el futuro como a reconocer las barreras de nuestro conocimiento:

“Pero, ¿por qué he pensado “mi cara” en lugar de simplemente “yo”? ¿Acaso era alguien incompatible con mi propia corporeidad, disociada de mi cuerpo y de mi rostro?, ¿una bruja dispuesta a pronunciar los encantamientos, una medea? […] Mas, si no confiaba en mi rostro o en mis ideas, ¿qué más me harían temer y sospechar si, aparte del alma y del cuerpo, no existe nada? Misterio (4)”.

BIBLIOGRAFÍA

  1. LEM, Stanislaw (1973), «On the Structural Analysis of Science Fiction» en Science fiction Studies, volumen 1, nº1, http://www.depauw.edu/sfs/backissues/1/lem1art.htm
  2. LEM, Stanislaw (1975), «Philip K. Dick: A Visionary Among the Charlatans» en Science fiction Studies, volumen 2, nº5, http://www.depauw.edu/sfs/backissues/5/lem5art.htm

  3. LEM, Stanislaw (1971), «Robots in Science Fiction», en Thomas D. Clareson, editor. Science Fiction: The Other Side of Realism. Essays on Modern Fantasy and Science Fiction, Ohio: Bowling Green University Popular Press, 1971, páginas 307-325.

  4. LEM, Stanislaw (1957-1996), Máscara, Madrid: Impedimenta, 2013.