Lo más curioso de Iznogud es que funciona pese a que su protagonista es un hombre irredimible en todos los aspectos que uno se pueda imaginar. El titular Iznogud no sólo es un tipo malvado, sádico y sin escrúpulos, sino que también es un cretino incompetente que no da una a derechas. Su propio nombre es un juego de palabras con el inglés «he’s no good», que significa tanto “no es bueno” como “no sirve para nada”; lo peor de lo peor. Tan despreciable que nada podemos aprender de él, tan extremo en su maldad que ni siquiera sirve como espejo en el que reflejarse. Es un inútil en el más amplio sentido de la palabra.
Pero el caso es que funciona, e Iznogud está considerada como una de las mejores obras de René Goscinny. Y querría intentar aventurar por qué.
La tónica de las historietas suele ser ésta: Iznogud quiere ser califa en lugar del califa, un tonto bonachón llamado Harún el Pussah. Con la ayuda del voluntarioso Dilá Lará, Iznogud intenta atentar contra la vida de su soberano usando un método diferente en cada entrega. El método siempre fallará y se volverá en contra de él, que terminará la historieta atrapado, sin salida o directamente muerto, sólo para regresar al siguiente número. Los tebeos de Iznogud son un ciclo perpetuo de tortura humillante para su protagonista, y la risa proviene de ver a un perfecto miserable recibir lo que sin duda es su merecido.
Dejemos primero claros los antecedentes: la que nos ocupa es obra de Goscinny (guión) y Jean Tabary (dibujo), una colaboración que duraría hasta la muerte del primero en 1977. La serie empezó a publicarse en 1962 bajo el título Las aventuras del califa Harún el Pussah, pero los autores pronto se dieron cuenta de que el horrible visir Iznogud era una mina lista para ser explotada y le cambiaron a su creación tanto el enfoque como el título. Goscinny propuso a Tabary unos guiones llenos de juegos de palabras, sabedor de lo mucho que a él le gustaban, y el resultado fue una obra sólo superada por Astérix y Lucky Luke en lo que a popularidad se refiere. Tabary continuó la serie una vez fallecido Goscinny, pasando de las historietas cortas a los argumentos más largos y elaborados. La seguiría publicando hasta su muerte, en el año 2011.
Uno podría argumentar que la ficción para niños está llena de protagonistas despreciables que dan risa por el simple hecho de serlo. Es el caso de Mortadelo y Filemón, del Coyote, de Zipi y Zape o de Pierre Nodoyuna. Lo que a mi juicio diferencia a Iznogud de ellos es que él es, lo he dicho ya, irredimible. Sólo podría despertar simpatía porque, haga lo que haga, siempre falla; pero no la despierta, nunca. Iznogud tiene gracia porque su protagonista realmente se merece todo lo que le pasa. Y ahí está la diferencia crucial. Una diferencia que se hace obvia una vez se formula la siguiente pregunta:
¿Cuántos de vosotros preferís al Coyote antes que al Correcaminos?
Por supuesto, la mayoría escogerá al Coyote. La razón es clara: porque el Correcaminos es claramente superior a él. Tenemos una tendencia natural de apoyar al perdedor; nadie se pondrá de parte de un pájaro que sólo está jugando con un muerto de hambre. Ahora bien, ¿es Harún el Pussah, comendador de los creyentes y califa de Bagdad, un adversario formidable para Iznogud? Ni por asomo. Harún es un hombre infantil, feúcho, bondadoso, torpe, algo tonto, simplón y lento tanto de mente como de cuerpo que confía ciegamente en su visir (“¡mi buen Iznogud!”), aunque es obvio que no debería hacerlo.
Pensemos ahora en cómo cambiaría la historia si Harún fuera un rival a tener en cuenta; si fuera listo, carismático y poderoso. Si fuera él quien desbaratase todos los planes de Iznogud.
Exacto.
En esencia, Iznogud es una historia acerca de cómo el mal absoluto termina siendo siempre su propio peor enemigo. Un cuento sobre una maldad que no se combate con bondad, sino que se autodestruye. Es un discurso manido y no todo el mundo estará de acuerdo con él, por supuesto, pero funciona a un nivel muy básico. Y por eso te ríes. Porque, mientras que ver al Coyote despeñarse por un barranco da como resultado un “¡ja, ja, pobrecillo!”, ver a Iznogud hacer lo propio se salda con un “¡ja ja, le está bien empleado!”
Y he mencionado a Harún el Pussah porque este discurso no se sostiene si es el Bien quien vence al Mal mediante la fuerza o la astucia. Ése es otro discurso; común también, pero otro. Y estoy convencido de que un Harún poderoso y hábil habría hecho que mucha gente se pusiera de parte de Iznogud, aunque uno fuese bueno y el otro malvado. Porque el instinto de apoyar al perdedor es muy fuerte en todos nosotros. Pero estamos ante un protagonista que quiere asesinar al objetivo más fácil de asesinar posible… y que falla igualmente. Sólo queda reírse y asumir que si falla es por simple karma.
El caso es que el karma es un asunto muy serio en ficción, porque constituye el mayor indicador de las intenciones de un autor a nivel moral. Si entendemos que el autor puede disponer todas las piezas que hay en una historia como a él se le antoje, entendemos también que las cosas buenas y malas les ocurren a unos u otros personajes porque dicho autor tiene algo que decir, y que ese algo se traduce en quién es recompensado o castigado. Lo habitual es que el castigo recaiga en el villano, pero también es posible que recaiga en el héroe; quizá para recalcar un camino incorrecto para dicho héroe, o puede que para esbozar un discurso en el que el heroísmo no tiene cabida. Lo mismo ocurre con la recompensa: en quién recaiga ésta determinará qué clase de visión mantiene el autor.
Volviendo al Coyote y al Correcaminos, yo veo la obra de unos autores que no tienen mucha fe en el valor del esfuerzo frente al talento, y que hacen uso del humor slapstick para hacerlo más digerible. En el caso de Iznogud, en cambio, creo que Goscinny sólo tenía una intención clara, sana y (creo) algo ingenua: mostrar que la naturaleza del mal es la autodestrucción. Algo que nunca habría logrado sin un Iznogud irredimible y un Harún estúpido e incompetente.
El mal como su propio peor enemigo. Me gustaría creerlo, y sin duda es por eso que se disfruta la lectura de Iznogud. Es agradable soñar con que los malvados no triunfan por el mismo hecho de serlo. Por desgracia, pienso que la acepción más aceptada de “he’s no good” es “inútil”. Porque sí que creo que el inútil se destruye a sí mismo; lo que ya no tengo tan claro es que no se lleve a los buenos por el camino.