Juan Pistola es un documento interesante. Se trata de una obra amateur que cojea y a la que le tiembla el pulso al volante, sí, pero es también la primera propuesta seria que hicieron René Goscinny y Albert Uderzo. Los primeros pasos de dos gigantes. ¡El ensayo general de Astérix! ¿Es buen cómic? A veces. ¿Merece la pena? Sí, especialmente si uno es fan de Astérix. Porque ilustra a la perfección el camino de unos artistas que, poco a poco, van averiguando hacia dónde quieren ir y adónde quieren llegar. Como dije, un documento. Como tal debe entenderse.

Argumento: Juan Pistola quiere ser corsario, así que reúne a cuatro despistados que pasaban por allí y se hace a la mar a bordo de un barco que se cae a pedazos. Tras una serie de locas peripecias, atrapa a un peligroso bucanero y el rey le nombra corsario. Fin del volumen 1. Lavar, estirar, planchar y repetir con creciente éxito. Durante las primeras páginas, Juan Pistola tiene una misión que cumplir: divertir al lector con historietas de piratas. Esta misión, sencillita y humilde, marca cada viñeta hasta más o menos la mitad del libro. Sin embargo, allá por el volumen 3 tanto Uderzo como sobre todo Goscinny empiezan a… aburrirse. A removerse en su asiento. Se les nota. Esto les viene pequeño. Tienen ganas de más. De marcha. Y dan rienda suelta a esas ganas.

Es entonces cuando llega la genialidad.

Todo Juan Pistola (Salvat, 2014) es todo un ejemplo de cómo un autor va cambiando su arte a medida que trabaja. Leído de corrido, es un testimonio visual de cómo proceso creativo se ve afectado por el proceso de producción. Por eso es tan interesante. ¿Queréis ejemplos? Ahí van:

Es muy normal que, cuando un autor novato empieza a trabajar, lo haga teniendo en su cabeza una imagen idealizada de cómo quiere que sea su obra. Normalmente, esa imagen es un reflejo de otra obra u otro estilo que ha influido al autor. Esto resulta evidente cuando uno se da cuenta de cómo va cambiando el diseño de Juan Pistola. Al principio, Uderzo se basa en los tebeos de aventuras de la época, de dibujo pseudorrealista y más o menos anatómicamente correcto (como los del Capitán Trueno). Como resultado, el Juan Pistola del volumen 1 es así:

Pero luego pasamos páginas hasta volúmenes posteriores, en los que tanto él como Goscinny se sueltan por fin la melena, y vemos un cambio total de planteamiento:

Trazo más limpio, uso dinámico de las sombras y los contraluces, mayor expresividad, formas más definidas y espontáneas… Y no sólo se trata de que Uderzo elija cambiar el estilo. Es que pasa de intentar copiar esa imagen ideal que tenía en la cabeza a hacer que el personaje le brote naturalmente del lápiz. Este proceso es común a todo autor de cómic serializado. La pluma se estiliza, las posturas fluyen, cada personaje hace suya una expresión y las líneas armonizan su grosor. Comparemos las posturas forzadas y extrañas de los primeros capítulos (¡ese cuello!) con los personajes coherentes y frescos de las páginas finales:

Lo mismo ocurre con el guión, pero eso ya es más… complicado de explicar. Es complicado porque René Goscinny no era un tipo normal. Su inimitable sentido del humor, bandera absoluta de Astérix, está ausente en las primeras páginas de Juan Pistola. Es decir, humor sí hay. Pero no el suyo. Goscinny, que Tutatis lo tenga en su gloria, era maestro en una cosa: en desinflar la seriedad de alguien o de algo. Toda su obra se basa en “este tipo va Muy En Serio: vamos a relajar el ambiente”. Esto requiere, entre otras cosas, no convertir al tipo serio en un bufón. Cuando Astérix le dice “¿qué hay, Julio?”, a César, no es César el que queda en ridículo, sino la situación en sí. Una mezcla de respeto y falta de él, por así decirlo. Pues bien. El caso es que Juan Pistola no empieza así. En su lugar, opta por un humor bastante más facilón: el slapstick.

Pirata tonto y feo + barril de pimienta = ja, ja, ja. Estamos ante la forma más básica de humor. Como lo básico no quita lo efectivo (sólo lo memorable), Juan Pistola va tirando durante bastantes páginas. Tres volúmenes, concretamente. Y entonces llega «Juan Pistola en América», y Goscinny le dice a Uderzo que ya está hasta los mismísimos del slapstick y que quiere probar otra cosa. El resultado es el verdadero precursor de uno de los más grandes cómics que se han hecho en Europa, y también un muy buen tebeo por derecho propio. Para muestra, un botón:

Daos cuenta de que todo aquí va en serio. El sirviente que se asoma aún con el pastel en la cara. El mensaje que se pierde por el pasillo (¡ahí es donde sí hace falta detallar el fondo, Albert! ¡Ahí!). El latín gratuito. El plano fijo de la silla por detrás, repetido en dos viñetas. ¡Hasta la rima estúpida, made in Goscinny! En esta escena, todo es ridículo, pero nadie lo es. Todo el mundo va en serio. Si la situación es graciosa para el lector, es porque no lo es para los personajes. Ésa es la clave del humor de Goscinny.

René Goscinny está en su salsa, y Albert Uderzo también. «Juan Pistola en América» es el punto exacto donde este dúo de autores se convirtió en un combo mortal, porque fue a partir de ahí cuando empezaron a desencorsetarse. He estado tentado de decir que se “atrevieron” a hacer lo que les salía del alma, pero no sería cierto. Lo que pasó fue que, tras haber trabajado durante un tiempo sobre la misma obra, se soltaron la hebilla del cinturón. Y lo hicieron de forma natural. Porque a eso les llevó el trabajo serializado. El hábito. La familiaridad con su propia creación.

Juan Pistola fue el personaje que acabó de descorchar a Goscinny y Uderzo. Y lo hizo porque fue el primero al que ellos no ya crearon, sino conocieron. Nada más, y nada menos.