Desde hace más de un siglo, Marte es el principal objetivo de las miradas humanas al espacio (hace apenas unas semanas, se descubrió que contenía agua). Quizás porque es nuestro vecino más cercano. Quizás porque el mundo del misterio ha incidido no pocas veces sobre su orografía para especular con las hipótesis más peregrinas. Quizás porque su ambiente lo hace el entorno más viable para iniciar la expansión de la humanidad por el espacio. Quizás sea por todas estas razones a la vez. Lo cierto es que la literatura de género se ha volcado con el planeta rojo, haciéndolo protagonista de numerosas y heterogéneas historias. Pero también es cierto que esta mirada se transforma a medida que nuestro conocimiento sobre él va en aumento y, en estos días, a medida que el primer aterrizaje humano sobre su superficie es una posibilidad cada vez más viable.
La expedición Mars One, aunque posiblemente naufrague como proyecto –nunca tuvo unas bases muy sólidas-, ha servido para evidenciar la pasión por Marte. Su idea original, enviar una misión tripulada sólo de ida, recabó el interés de más de doscientas mil personas dispuestas a una muerte segura por ser los primeros en poner allí su huella. A este proyecto de expedición le antecedieron otras destacadas misiones no tripuladas, todas ellas con gran repercusión en el mundo entero, como las Mars Global Surveyor (1996), Mars Climate Orbiter (1998), Mars Polar Lander (1999), Mars Express (2003), por no olvidar los viajes de sondas tan conocidas como Pathfinder (1996), Opportunity (2004), Curiositty (2011) o Rosetta (2014). Prácticamente desde finales del siglo XX ha sido continuo el goteo de misiones con su objetivo puesto en nuestro planeta vecino más habitable.
La ciencia-ficción no ha sido ajena a este creciente interés. En paralelo al mayor conocimiento sobre Marte, la literatura ha recogido el guante hasta elevar a la calificación de clásico imprescindible la mayor especulación, hasta la fecha, sobre una expedición tripulada al «Planeta Rojo»: la Trilogía de Marte firmada por Kim Stanley Robinson (publicada en España por Minotauro). Según el autor, la exploración humana se iniciaría en 2026 y no parece que vaya a ir muy desencaminada.
El marciano (Ediciones B, colección Nova, 2014) podría entenderse como la siguiente parada en el camino. La siguiente referencia literaria fundamental donde, con un elevado grado de especulación científica, asentada sobre el conocimiento y el ingenio del autor, los lectores podamos abrir los ojos a las concretas posibilidades que una misión de este tipo nos podría deparar en el futuro inmediato.
Sin embargo El marciano, aunque entretenida y bien construida, no resulta sorprendente. Desde su trama y su argumento, cualquier amante de la ciencia-ficción orientada a la conquista humana del espacio identifica, prácticamente de inicio y sin gran esfuerzo, cuáles son sus referencias inspiradoras fundamentales, a las que Andy Weir, el autor, parece guardar un gran respeto durante todo el texto. Esta es una novela sobre la crisis de supervivencia de un miembro de una de las primeras misiones tripuladas a Marte: tras una violenta tormenta de arena, y dado por muerto después de un desgraciado accidente, es dejado atrás por sus compañeros de tripulación. A partir de aquí comienza una doble lucha, la de Mark Watney (el superviviente) por mantenerse con vida el máximo tiempo a pesar de sus escasos medios, y la de la NASA por idear un plan viable con que rescatarlo y traerlo de vuelta a casa a pesar de los muchos inconvenientes.
Dos luchas, dos escenarios, dos puntos de referencia básicos, dos fuentes de inspiración claras: la ya mentada Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson, y Lost Moon (la novela escrita por Jim Lovell y Jeffrey Kluger que relata las vicisitudes de la Apolo 13 para volver a casa y que, efectivamente, inspiró a la película televisiva de título homónimo).
Tal es la coherencia entre las fuentes de inspiración y el original que podemos hablar, sin miedo a equivocarnos, de un homenaje perfectamente traído donde se percibe su influencia en todas partes: en el estilo, en el tono, e incluso en el ritmo, más claro cuanto más evidente se hace la inspiración cinematográfica. Porque mientras las primeras páginas nos ponen en situación y presentan a los personajes, la evolución de la novela trae consigo un aumento progresivo del ritmo de los acontecimientos, una transición más rápida de escenas y una presencia más acusada de nuevos personajes. La trama se acelera, la relación entre los personajes se intensifica, el cruce entre ambos escenarios se hace más necesario, el momento de clímax se siente más claramente cuando se acerca… Unas características éstas, sin duda, útiles para conseguir que un productor tan experimentado como Ridley Scott comprara los derechos cinematográficos del libro. Aunque no lo sean tanto cuando se trata de darle sentido a la trama, dificultando innecesariamente su lectura.
La originalidad de El marciano la aporta Andy Weir a través de sus conocimientos científico-técnicos. Tan abrumadores que, aunque construyen una especulación con escasas fisuras, por momentos resulta tediosa y hasta, en un ataque de sapiencia y erudición evitable por sus consecuencias, repetitiva. En esta ocasión parece haber pesado su enorme conocimiento sobre la física relativista, la mecánica orbital y la historia de los vuelos espaciales (además de los aportados por su profesión de ingeniero informático), por encima de su habilidad creadora para disponerlos con un sentido positivo respecto al sentido de la trama y su argumento. La exhaustividad suma siempre que se disponga con un sentido y aquí, por momentos, ese sentido pierde el paso respecto a la prosaica descripción de conocimientos.
No obstante, el autor sí se muestra sobresalientemente hábil en la construcción de los personajes. El humor de todos ellos, algunos más irónicos y otros más picarones –en especial nuestro astronauta perdido en Marte-, los acaban definiendo como personas positivas y comprometidas con una misión fundamental: el progreso científico a través del conocimiento espacial. Puede que con distintos puntos de vista, más evidentes en los momentos de tensión donde se debe analizar y discutir y decidir la viabilidad de un rescate o no, pero al final todos ellos comprometidos con el avance de la humanidad a través de la ciencia. Un discurso evidente en los momentos de diálogo, cuando entre distintos departamentos, distintas agencias federales (sale por ahí la NSA traducida, a nuestro entender equivocadamente dada su práctica lexicalización, como ASN) o entre distintas agencias espaciales nacionales, deben tomar decisiones de trascendente importancia.
Otro discurso, derivado del anterior, hace de El marciano un alegato humanista. La aventura de Mark Watney pretende expresar cuán necesaria es la cooperación y la generosidad entre los diferentes si se quiere conseguir un bien común a todos: la conquista del espacio y, por extensión, la mejora probabilística de la supervivencia humana al expandirse con éxito más allá de nuestro planeta Tierra. Por eso, cuando el texto parece derivar en un homenaje a la NASA (que también), casi siempre se abre una ventana a la sorpresa a partir de la reivindicación del ingenio humano para adaptarse a las situaciones más críticas. Ese ingenio puede provenir de un heroico Mark Watney (de conocimiento enciclopédico y habilidad mecánica notable), como de cualquier personal técnico a más de noventa y dos millones de kilómetros de su posición.
Andy Weir ante un lago (probablemente en la Tierra).
Un interesante discurso de fondo y el homenaje a seguras fuentes de inspiración creativa hacen de El marciano una sólida primera novela, aunque insuficiente para juzgar la capacidad de Weir dada la escasa ambición mostrada aquí. Se sostiene demasiado en bases claramente identificables, perdiendo la oportunidad de mostrar su propio carácter e ingenio como autor. Se centra demasiado en ideas y en conocimientos que le son familiares o tiene más que asentados, utilizándolos para construir una historia interesante de ritmo intenso, pero que no le permiten demostrarnos que es capaz de salir indemne de historias alejadas de su zona de confort. Mientras tanto, nos queda esta novela capaz de hacernos soñar: en algunos momentos con viajar al espacio o conseguir grandes metas, en otros con dormir placenteramente arrastrados por tanto detalle innecesario. Menos mal que, además de sueños, también nos regala buenas sonrisas.