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Blue, del maestro Katsuya Terada.

Hoy en día, en la ciencia-ficción lo original posee un valor extraordinario tanto para el lector como para el género. Cuando se encuentra una obra capaz de romper con lo tradicional o, por lo menos, capaz de forzar las costuras de los esquemas más habituales, el lector lo disfruta y el género lo reconoce. Sobre todo, cuando nos estamos refiriendo al subgénero de las space opera, donde tanto se ha dicho ya y, especialmente, tan establecidos parecen los límites de su canon. Por suerte, en los últimos años, nuevos autores noveles han aparecido con nuevos enfoques y nuevas historias, narradas por personajes extraordinarios de atrayente capacidad gravitatoria, reimpulsando así a la space opera hacia una nueva vida, hasta el punto de poder hablar de una nueva etapa para un subgénero al que muchos daban ya por amortizado… cuando no por difunto.

ann leckie con el premio hugo

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Ann Leckie recogiendo el premio Hugo.

Ann Leckie (Ohio, Toledo, Estados Unidos, 1966) es la última autora en unirse a una apabullante lista de plumas, encuadrables en lo que se viene conociendo como Nueva Space Opera (Dozois y Strahan, 2007), y que cuenta entre sus autores más reconocidos a nombres tan reputados como Iain M. Banks, Alastair Reynolds o Peter F. Hamilton. Leckie se venía prodigando sobre todo en la obra breve, pero su salto a la novela, con Justicia auxiliar (Nova, 2015; originalmente publicada en 2013), no pudo tener resultados ni mejores ni más apabullantes. Su ópera prima ganaba, del tirón, los tres premios más prestigiosos del género (Hugo, Locus y Nébula) además de otros tan destacados como el Arthur C. Clarke y el BSFA. Lo consiguió, sobre todo, por su capacidad para manejar con pulso firme una trama tan intrincada y una propuesta tan audaz como la que nos presenta aquí, asentada especialmente en su habilidad para diseñar con claridad personajes de perfil extraordinariamente complejo.

Todo empieza en un inhóspito planeta helado, Nilt, donde un misterioso personaje, llamado Breq, recoge a una desvalida y casi muerta excapitana del imperio estelar Radch, de nombre Seivarden. Breq está allí para encontrar el arma con que poder matar a su más poderoso enemigo, el emperador del Rach Anaander Mianaai. A partir de aquí, se alternan por capítulo dos tiempos distintos de narración, separados entre sí por veinte años, para contarnos, por un lado, los motivos históricos de la venganza de Breq, y por otro, el transcurrir presente de la venganza hasta su definitivo colofón. Todo este

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esquema, aparentemente lineal, se complica un tanto cuanto descubrimos que Breq es un personaje de única identidad pero con tres corporeidades (la nave Justicia de Toren, la auxiliar de nave Esk Una Una y la persona Breq de Gerentate), y que el emperador Anaander Mianaai posee múltiples corporeidades y (por lo menos) dos personalidades -cuya lucha entre sí supone el leitmotiv de la trama-.

Esta trama de intrincadas relaciones alberga dos hilos argumentales principales de magnífico tratamiento por parte de la autora, que las hace siempre perfectamente identificables y comprehensibles. Cuando el riesgo de confusión y caos resulta tan alto, el que jamás desfallezca la claridad de la lectura ni la tensión de la trama es un mérito alcanzable sólo con el oficio. Un argumento más para considerar contrastado el reconocimiento alcanzado tanto por la novela como por Leckie.

Pasando desde una perspectiva más general a la más particular, destacamos en primer lugar el hilo argumental relacionado con la construcción del marco sociopolítico del imperio del Rach. La tensión entre las dos personalidades de Anaander Mianaai es perfectamente reconocible a lo largo de la historia de los sistemas políticos. Así, una de sus personalidades defiende la expansión territorial de otros territorios, la integración de pueblos extranjeros a través de la vía de la violencia, o la construcción social interior a partir de una sociedad de familias o casas donde la tradición de cada una determina indeleblemente su poder y posición respecto a sí misma y a las demás casas. La otra, por su parte, defiende el fin de la expansión territorial, la incorporación de los pueblos extranjeros a partir del tratado con una flexibilidad en la conservación de sus costumbres y, por consecuencia, una construcción social interior donde la movilidad social remueva el sistema tradicional de casas en favor de la incorporación de nuevas élites provenientes de distintas casas y distintos pueblos.

Independientemente de si se está a favor de una u otra posición, ambas son tan claramente irreconciliables que en una sociedad tan estática y militarizada, como el imperio del Rach, muy pronto se llega al dilema moral fundamental derivado del monopolio del uso de la violencia tan sui generis que aquí nos encontramos. Pues no se trata de una lucha entre autoridades y legitimidades diferentes, sino de la lucha de una misma autoridad y legitimidad consigo misma. Ello sitúa a los demás personajes en una paradójica situación pues, hagan lo que hagan, van a luchar contra la misma fuente de autoridad que, por el otro lado, defienden: Anaander Mianaaai. La mayor ventaja de que esto sea así es que podrán, sin conflicto moral de tipo alguno, defender con honestidad la posición que más conveniente crea cada uno y que, casi sin excepción, vendrá dada por la posición de su casa o familia o linaje.

El segundo hilo argumental posee una escala más individual y tiene que ver con la clásica contraposición entre la humanidad y la artificialidad como cualidades no sólo distintas sino contrapuestas. Cuando se habla de inteligencias artificiales se hace en términos contrapuestos a las personas humanas: natural versus artificial; emocional versus racional, o biológico versus metálico, son algunos de los análisis dialécticos más habituales cuando nos referimos a una u otra característica, respectivamente. En Justicia auxiliar tales dicotomías se suprimen de un plumazo. La proyección hacia el futuro de las condiciones de vida realizada en la novela nos presenta formas de vida híbridas entre ambas cualidades: como una mente programada insertada en un cuerpo humano (las auxiliares), una inteligencia artificial capaz de mostrar emociones y realizar sacrificios allende lo estrictamente racional (Breq de Gerentate), presuntas inteligencias artificiales con problemas de personalidad hasta el punto de partirse cuando las rutas de elección son igualmente idóneas (Anaander Mianaaai), o humanos llenos de sensores y otros implantes corporales que sincronizan sus capacidades biológicas esenciales con máquinas e inteligencias ajenas a sí mismas.

En este punto es cuando se nos presenta otro interesante dilema moral con forma de pregunta trascendental: ¿qué es la humanidad?, ¿podría una mente programada mostrar todas sus características y considerarse, de esta manera, tan humana como una mente de base biológica?; y el cuerpo, ¿resulta entonces fundamental para que podamos aplicar a una personalidad el calificativo de “humana” o quizás no? Las relaciones que se establecen entre las naves (Justicia de Toren) y sus oficiales humanas (como las tenientes Awn o Awer o Vel, e incluso la excapitana Seivarden), ¿suponen o no un comportamiento tan humano como el de cualquier otra persona? El futuro podrá resolver muchos de estos dilemas, pero resulta edificante y apasionante para cualquier lector que sea ahora, a través de la literatura, como podamos afrontar dilemas inminentes de respuesta (quizás) en nuestro tiempo próximo más inmediato.

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Ilustración de Jim Burns.

En conjunto, Justicia auxiliar posee múltiples virtudes; todas ellas están ejecutadas, además, con una factura literaria impecable. Los retos inherentes a una trama intrincada, a personajes de complicadísimo perfil o a temas de trascendente fondo moral, se superan con inteligencia y con un pulso firme. No en vano, de primeras, cuesta imaginar cómo diseñar sobre el papel a personajes como “Breq de Gerentate/Esk Una/Justicia de Toren” -un personaje con tres entidades corpóreas pero una única personalidad-, Anaander Mianaai -con múltiples presencias corpóreas y (por lo menos) dos personalidades-, o como la capitana Seivarden -personaje de una única corporeidad pero con una personalidad destrozada por su doloroso pasado-. Tampoco resulta sencillo ilustrar un imperio en lucha pasiva entre dos formas tan antagónicas de verse a sí mismo ya que, si bien es verdad que se recurre al molde del Imperio Romano con algún matiz quizás proveniente de la Guerra Civil americana, esta caracterización apenas resulta relevante cuando hablamos de las originales tensiones que se mueven entre los distintos personajes de la novela.

Tal es su calidad que, de hecho, no existen peros a una space opera redonda. Justicia auxiliar es intensa y apasionada, inteligente y bien construida, con personajes perfectamente definidos e inmensamente interesantes, capaz de afrontar con solvencia y profundidad temas de inminente actualidad y trascendente importancia para el ser humano. Todo ello sin caer en tópicos, usando los esquemas clásicos desde un punto de vista renovado y con un manejo del ritmo y el tono que convierten el texto en un torrente absorbente de emociones. Es difícil encontrar una primera novela tan apabullante como esta y, sólo por eso, merecedora de los mayores reconocimientos y garantía del más excelso de los goces.

Queda esperar que las dos siguientes entregas de esta trilogía, Ancillary Sword y Ancillary Mercy, continúen demostrando el inmenso potencial de Ann Leckie. Una autora que ha sido capaz de demostrar, ya con su primera novela, que la ciencia-ficción tiene tanta vida por delante como tiempo nos queda para reflexionar sobre el futuro.