«Eso me recuerda a ese monasterio tibetano que se mandó construir un ‘ordenador de oraciones’, una máquina que funcionaba continuamente emitiendo diez mil millones de oraciones por segundo. Me pareció tan aberrante como la máquina embutida en piel aquí presente.» (Fabien Vehlmann y Ralph Meyer, IAN)

El 31 de julio de 1944, el avión de Antoine de Saint-Exupéry desapareció durante una misión de reconocimiento sobre el mar Mediterráneo. El autor de El Principito, explorador y poeta, se despidió así de un siglo que había dejado de ser el suyo. Para Saint-Exupéry el mundo había encogido demasiado: ya no le quedaban puntos negros en el mapa que iluminar con su avioneta y su salvoconducto llevaba el sello de todas las fronteras literarias. Cien años después de la desaparición del literato, comienza la historia de IAN, la primera Inteligencia Artificial Neuromecánica. Y nace una nueva era de exploración.

IAN es un prototipo de inteligencia artificial, sensible y con un cerebro evolutivo que aprende de sus errores. Como robot destinado a tareas de salvamento, IAN tiene un gran resistencia física y una formidable capacidad de adaptación. Funciona con una pila interna que absorbe energía de su alrededor, aunque también puede alimentarse como cualquier ser humano. IAN, con la apariencia de un joven fuerte y atlético, tiene en realidad 11 años y nunca ha salido de su campo de entrenamiento. Esto cambiará cuando la Special Rescue Section (SRS) le enrole en una misión de rescate: un batiscafo científico ruso ha quedado encallado con sus tres tripulantes en un depósito de desmantelamiento nuclear y la unidad especial parte en su ayuda.

El integral de IAN, que edita ahora en España Spaceman Books de la mano de ECC Ediciones, es un recopilatorio muy fiel al original de las cuatro historietas de ciencia-ficción que Vehlmann y Meyer publicaron en la francesa Dargaud entre 2003 y 2007. La obra, en formato cartoné, tamaño A-4 y con las páginas a color, renueva el álbum que ya sacó en castellano, blanco y negro, y 17×24 centímetros la editorial Dibbuks. IAN como objeto tiene tanta presencia como la historia que encierra.

Fabien Vehlmann (Francia, 1972), responsable entre otras de El marqués de Anaon y Green Manor, es un autor moldeable y heterogéneo. En su década larga en el mundo del cómic ya ha hecho aventura, humor, terror, western y misterio. Sin embargo, al abrigo de la colosal figura de Moebius, el guionista francés guardaba un as en la manga de la ciencia-ficción. Vehlmann siempre quiso hacer una historia de un robot que, al estilo de El hombre bicentenario de Isaac Asimov, viviera el paso de los siglos desde un hipotético futuro cercano hasta perderse en la inmensidad del tiempo. IAN es su primer intento de llevar esto a cabo, aunque el esquivo éxito comercial que la obra sufrió en Francia le obligara a cerrar la serie en tan sólo cuatro tomos. «Nos quedó material para al menos una treintena de álbumes», reconoce el dibujante, Ralph Meyer, quien también ha publicado en Dargaud Asgard y Undertaker.

La sociedad que imaginan Vehlmann y Meyer es una máquina esquizofrénica, en la que la miseria y la represión se aceptan como parte del paisaje. Los autores nos dejan intuir, en píldoras, un conflicto entre Estados Unidos y China, la llegada del hombre a Marte, la desaparición del estado de bienestar, una corriente neo-ludista y los albores de una guerra cibernética. En el fondo de IAN, la historia también deja posos de la literatura más clasica: el enfrentamiento del hijo contra su padre, del hombre contra la máquina y de lo nuevo contra lo viejo. El cómic tiene todas estas capas pero, en la superficie, lo que el lector encuentra es la vida de un ser mecánico, el primer individuo de una nueva especie que lucha por adaptarse y sobrevivir, sufre, ama y se ve constantemente arrinconado por otros individuos (los seres humanos) a los que él no termina de comprender y con quienes no puede establecer una relación plena.

Vehlmann ve a Jung cuando mira a sus personajes, pero si se mirara al espejo le gustaría encontrarse con una versión más prosaica de Jean Giraud (Moebius). En las 200 páginas de pura ciencia-ficción que construyen el álbum, hay retazos del artista francés, así como de los apuntes más conocidos de Philip K. Dick e Isaac Asimov, pero también de Masamune Shirow (Ghost in the Shell), doctor en la relaciones entre el metal y la carne. Meyer no duda en citar a Paul Valéry cuando le preguntan por IAN: «la piel es lo más profundo del ser humano», dice el dibujante. Así trata de explicar esa visión tan antropocentrista con la que se concibe al robot, que sólo puede tomar conciencia de sí mismo a través de su sensibilidad -en la teoría a través del placer y en la práctica mediante el dolor-.

El trabajo de Meyer a los pinceles comienza con el aroma de cómic clásico franco-belga, con una estructura tradicional en las páginas de 5 a 9 viñetas y una perspectiva convencional en las composiciones. La profundidad de los escenarios y los detalles y el color de la primera parte del álbum encajarían sin problemas en una revista de los años 80. Sin embargo, a partir de la segunda historia, todo se simplifica. Meyer, en buscar de un estilo distinto, reduce el número de líneas, colorea en blanco y negro, y entinta en digital. Para el aficionado a la ciencia-ficción francófona, puede que la imagen del álbum se resienta. Sin embargo, la historia coge fuelle y la evolución del personaje hace que pronto todos estos elementos vuelvan a encajar.

La ciencia-ficción es una maravillosa excusa para la crítica social y así lo entienden sus autores en las cuatro historias de IAN (El mono eléctrico, Lecciones oscuras, Blitzkrieg y Metanoia). Para Vehlmann y Meyer, sólo entre los pobres, los miserables, los oprimidos y los alienados hay espacio para el libre pensamiento. Los padres-creadores de IAN, científicos, caen en la vanidad y el orgullo. Sus compañeros, militares, son fanáticos, autoritarios, adictos al orden y a la violencia. Los más favorecidos por el orden social, los millonarios, son personajes mesiánicos e iluminados. Y los políticos son unas alimañas de doble cara, tan alejados de la gente sobre la que gobiernan que viven rodeados por un escudo de energía que impide cualquier contacto exterior.

Para concluir, merece la pena rescatar el prefacio que Moebius escribió para el integral de IAN, todo un alegato del malogrado genio a favor de la historieta, una declaración de amor al cómic y una mano tendida a los nuevos autores. Porque sus momentos de lucidez eran perlas a engarzar y porque esta radiografía del corazón del cómic europeo en tres párrafos espoleará tanto a los amantes del noveno arte como a los creadores.

«La forma en que la historieta está evolucionando en la cultura francófona hace que, como mucho, me encuentre dividido entre el entusiasmo y la angustia. Por un lado, parece los fuegos artificiales del día de la Bastilla, mientras que por otro hierve a borbotones en una marmita con la tapa herméticamente cerrada.

Carezco de consejos para los editores, los distribuidores o los libreros. En cambio, como autor, considero que la solución más realista (y la única viable, a menos que uno quiera suicidarse profesionalmente, cuando no físicamente), es seguir adelante. Aportando más calidad, más exigencia, más trabajo, más elegancia, más fuerza, más inventiva…

Casi me dan ganas de dejar un espacio en blanco para que cada cual añada algo a esta lista… ¡Un momento! Tendo una idea mejor: id a una librería y compraos la saga de IAN que han hecho Fabien Vehlmann y Ralph Meyer. Y una vez os hayáis regalado con esta excelente historia de ciencia-ficción, tendréis una demostración de lo anterior que nos evitará un largo discurso: del trabajo, o del deseo, o del don. […] Una demostración de cuál es el único camino que nos queda a los autores: ¡la búsqueda de la perfección o la muerte!»