El 17 de agosto de 1915, Gustav Meyrink publicó en la revista satírica Simplizissimus un breve relato titulado “Das Grillenspiel”, o “El juego de los grillos”, que se recogerá posteriormente en una recopilación de cuentos bajo el título de Murciélagos (1916). Lejos de mostrar intención satírica, Meyrink refleja en la narración la situación social y política de la Europa de su tiempo en los albores de la Primera Guerra Mundial. Aunque el relato se ha clasificado, en su mayoría, en el género de lo fantástico extraño, el mensaje de Meyrink resulta inquietante. No sería ninguna insensatez clasificar esta narración en el género del terror por lo que nos sugiere. El hombre se asemeja al grillo, una pequeña bestia agresiva que devorará a sus congéneres para sobrevivir.

Gustav Meyrink nace como Gustav Meyer en 1868, hijo de una actriz austriaca y un barón alemán que no quiso reconocerlo como tal hasta la publicación en 1915 (año prolífico en su trayectoria literaria) de El golem, cúspide de su trabajo literario y germen del éxito del autor. Se inicia en el mundo del esoterismo durante la última década del siglo XIX aún como Gustav Meyer, entrando en relación con logias ocultistas de la más diversa índole (entre la que estaba, al parecer, la famosa Orden Hermética del Amancer Dorado, la Golden Dawn, de Conan Doyle, Stoker, Blackwood y Machen). En esta etapa, recibe distintos nombres como miembro de dichas sociedades; uno en particular conviene destacar: Theravel, término que vendría a significar “Voy, busco, encuentro” y que fue propuesto por la “Real Orden Oriental del Apex y del Sat Bhai” como lema de su vida futura. En 1897, será la primera vez que firme como Gustav Meyrink, aunque el apellido no se reconocerá oficialmente hasta el año 1917. La importancia del nombre y, concretamente, del significado de Theravel, se encontrará estrechamente relacionada con el relato “Das grillenspiel” y con la vida del propio autor. En El juego de los grillos, el protagonista Johannes Skoper es un hombre sin nombre. Como dice el peregrino lamaísta que encuentra en su camino por tierras del Tíbet: “lo que tú llamas tu nombre, muchas gentes lo tienen en común contigo: como los perros”. Bajo el poder de los Imperios, desencadenantes de la Gran Guerra, el hombre deja de ser individuo para ser un animal sin identidad. Poco importan las muertes a millares, las masas de soldados-grillo están deshumanizadas. El mismo Freud lo expuso en sus Consideraciones sobre la guerra y la muerte, también de 1915. A causa del sentimentalismo que produce el sentirse “hijo” de una nación, el individuo maduro y racional bajo el yugo de la cultura, regresa a etapas anteriores de su desarrollo donde domina un “Ello” instintivo. El deseo instintivo de muerte -o pulsión tanática, reanudando el discurso psicoanalítico- se muestra irrefrenable en la guerra entre naciones.

El juego de los grillos comienza con la recepción de una carta procedente de China junto a un extraño frasco de cristal que contiene el cadáver de un insecto blancuzco. Expertos en lepidópteros y coleópteros se reúnen en un museo de ciencias naturales, santuario de fauna disecada, asombrados con el exotismo de aquella nueva especie de insecto y expectantes por conocer el origen del descubrimiento. Johannes Skoper será el emisor de la carta, fechada el 19 de julio de 1914, cuatro semanas antes del estallido de la Gran Guerra. Skoper narra cómo, encontrándose de viaje por el Tíbet en busca de nuevas especies para su colección, se encontró con un peregrino lamaísta con el que mantuvo un debate -evidencia de las marcadas diferencias espirituales entre Oriente y Occidente- que pasará a relatar. El peregrino le habla de la presencia en las montañas de un Dugpa, un sacerdote del diablo. Se trata de aquel ser que puede “ligar y desligar”, aquel que no es hombre, que puede ver más allá del tiempo y el espacio.

Contrariamente al pensar de Freud, el propio Meyrink confiaba en el poder de ese “Ello” instintivo como verdadero conocimiento de uno mismo. Razón por la cual se inició en los caminos del ocultismo. Johannes Skoper y Gustav Meyrink comparten el mismo objetivo: “Voy, busco, encuentro”. Ambos asumen la responsabilidad acerca de lo que van a descubrir, de hecho, las consecuencias pueden desestructurar su vida tal y como la conocen, pero su curiosidad los hace osados. Skoper no necesita una explicación detallada, lógica o racional del Dugpa para “comprender”, su comunicación es más íntima, más profunda, es irracional e intuitiva. El juego de los grillos genera en el observador la inquietud y lo precipita a la locura.

Cuando Skoper asume la responsabilidad- sentimiento que se arrastrará durante el resto del relato- acerca de lo que el Dugpa le puede mostrar, el peregrino accede a llevarle hasta su presencia para alcanzar el conocimiento a través del juego de los grillos. Sobre el mapa de Europa, único material que posee Skoper cuando el Dugpa le solicita un lienzo blanco, irán apareciendo grillos procedentes del entorno. Tal y como relata el observador, los insectos “comenzaban a describir círculos al azar” y luego “formaban grupos y se examinaban mutuamente con desconfianza”. A la señal del Dugpa, los insectos empezarán a devorarse cruelmente, extendiendo un repugnante jugo verdoso por el mapa mientras se oye el chirrido de la lucha. La morbosa descripción del juego bélico de los grillos se intercala con el eco de las dos grandes incógnitas del relato: “asumir la responsabilidad” y “el que liga y desliga”.

Las mismas cuestiones se repiten con la llegada del insecto disecado a Occidente dos años mas tarde. El cadáver cobra vida ante los asombrados miembros del museo, escapando del frasquito. El terror se apodera de los científicos europeos, horrorizados ante la idea de presenciar en tierras de la civilización el repugnante juego de los grillos. Mientras todos se esfuerzan por recuperarlo, la silueta del Dugpa parece conformarse en el cielo, observándolo todo con su enigmático rostro. No es descabellado pensar, llegado este punto, que su sabiduría es en realidad la proyección de un saber que todo hombre lleva dentro: el conocimiento de sí mismo. Cuando el director del museo mire al cielo comprenderá que el juego de los grillos no es muy diferente de lo que está ocurriendo en la Europa de 1916. Es la naturaleza primitiva del hombre lo que se revela y, como tal, hay que asumir la responsabilidad de lo que uno es. El hombre ha creado una sociedad que está destruyendo en su juego de imperios, es “el que liga y desliga”.

Meyrink juega con la curiosidad morbosa del hombre para crear un relato de horror. Queremos ver lo que está velado, osamos destapar aquello que ha de ocultarse porque su visión nos horrorizaría. Skoper cae presa de la locura al presenciar el juego de los grillos, descrito con una crueldad escalofriante, mientras que el lector se pregunta qué mas hay detrás del mensaje del Dugpa. La tensión se percibe a lo largo del relato como enfrascada en el tarro de cristal, junto al grillo blanco. La huida del insecto destapa el horror entre los presentes y en el lector. Ha llegado el mensaje a Occidente, ya todos estamos perturbados y desorientados. Se nos ha mostrado la aterradora bestia que escondemos en el interior.

Skoper luchará contra la recurrente visión de los grillos aniquilándose hasta llegar a preguntarse por la realidad o fantasía del juego. ¿Qué es verdad y qué es incierto cuando solo contamos con una psique equívoca para percibir el mundo? La pregunta se extenderá al museo de ciencias naturales dos años mas tarde, cuando la Gran Guerra ha dado comienzo. Desde la racionalidad de un Occidente en conflicto, el juego de los grillos supone un reto para la comprensión. Es la profecía de aquello que se avecina, es una metáfora de lo que está ocurriendo. El hombre europeo ha dejado a un lado el civismo para convertirse en animal, en un grillo perverso que desconfía del otro. Curiosamente, en un grillo blanco que los chamanes denominan “Phak”, término al que se recurre como insulto xenófobo para referirse a la raza blanca.

El grillo se convierte con Meyrink en la representación del lado oscuro e irracional del hombre en tiempos de guerra. No va desencaminado el autor en su perspectiva. El conocedor de esta especie de ortópteros reconoce que su comportamiento es extremadamente violento y competitivo con sus congéneres. Precisamente en China, fueron y siguen siendo frecuentes los combates de grillos, debido a su ferocidad. Incluso lo que parece un canto inocente, es una llamada a la cópula que se efectúa una y otra vez insaciablemente. En la mitología grecolatina, también se encuentra la figura del grillo como impulso de muerte y profunda melancolía. Debido al amor que sintió Eos, diosa de la aurora, por el mortal Titono, rogó a los dioses que le concedieran la inmortalidad. Sin embargo, su deseo no incluía la juventud eterna, con lo que Titono fue envejeciendo hasta convertirse en grillo. Desde entonces, cuenta el mito, Eos se levanta más temprano cada mañana para no ver en qué se ha convertido su amado, derramando lágrimas de rocío. El cantar del grillo es, en el mito, una súplica a los dioses para que lo dejen morir.

El grillo, sin embargo, ha llegado a la cultura occidental como símbolo de sabiduría e intuición. Basta con recordar que la voz de la conciencia de Pinocho es un grillo parlante. Para los celtas, escuchar un grillo en el hogar significaba que los ancestros ya fallecidos estaban de visita, algo que trasmitía buena suerte y prosperidad a los que allí vivían. El mismo Charles Dickens publicó en 1845 un sencillo relato titulado El grillo en el hogar, donde el canto del pequeño insecto simboliza la armonía, mientras que su interrupción es un señal del mal que se avecina.

Hacia el final de su narración, Skoper dice: “en mi imaginación puedo ver cómo del montón de grillos muertos se alza un vapor rojizo que se va formando en nubes, que oscureciendo el cielo (…) se precipitan hacia Occidente”. Había llegado mucho antes la sombra del mal a Europa; sin embargo, la consideración de Skoper es intemporal: ¿no ocurrió de nuevo lo mismo en la Segunda Guerra Mundial? La cultura cada vez más desarrollada se ahoga en su propia soberbia y provoca una barbarie deshumanizadora. ¿Podría ser ese vapor sangriento un signo, un adelanto, de lo que sucedería después en las cámaras de gas de los campos de concentración? El conocimiento de Meyrink acerca de las profundidades del ser humano le permite ver más allá de tiempo y el espacio, avanzar en la historia y mostrarnos de nuevo que nuestra naturaleza en nada ha cambiado desde las cavernas.