The Fairy Raid: Carrying off a changeling – Midsummer Eve, 1867, Oleo sobre lienzo realizado por Joseph Noel Paton

The Fairy Raid: Carrying off a changeling – Midsummer Eve, 1867, Oleo sobre lienzo realizado por Joseph Noel Paton
The Fairy Raid: Carrying off a changeling – Midsummer Eve, 1867, Óleo sobre lienzo realizado por Joseph Noel Paton

Sueños y Sombras de Christopher Robert Cargill, es una historia de pesadillas y tinieblas en la que no hay sueños. Deja atrás las fantasías infantiles para sumergirnos en un universo cruel y confuso, en una realidad invisible para los humanos sedienta de sangre y venganza. Ni en la aburrida ciudad de Austin (Texas) ni en las profundidades del mágico Reino de Piedra Caliza pueden los personajes escapar de su propia oscuridad. Los héroes han abandonado el heroísmo, la belleza opaca la ferocidad de la masacre y la bestialidad toma formas heterogéneas. En Sueños y Sombras los mitos de los hombres cobran vida y beben de su miedo.

Debemos pararnos a investigar quién es C. Robert Cargill para comprender su concepto de novela. Guionista y crítico de cine, ha dedicado su vida a la gran pantalla y la fantasía. De sus producciones, destaca la película de terror sobrenatural Sinister (2012), de la que fue guionista, y que tendrá segunda parte en 2015. En Sinister, un ser demoníaco penetra en el mundo humano sediento de sangre, los humanos sólo aparecen para asustarse y gritar.

Cargill participa del género de la fantasía urbana localizada en Austin. Su narración acompaña a dos protagonistas principales –quizás deberíamos decir tres- desde su nacimiento hasta la vida adulta. Uno de ellos será Colby, personaje ordinario y vulgar, arquetipo del héroe contemporáneo cuya línea vital parece destinada a la mediocridad. Por otro lado, nos encontramos con Ewan, humano como Colby pero colmado de gloria. Es el niño hermoso, deseado, inocente, un contra-Hércules hijo del amor mortal y robado por la magia, encumbrado en un mundo al que no pertenece. Ewan se opone descriptivamente a su Mr. Hyde, espejo deformado del niño perfecto, encarnado en Knocks, el tercer protagonista.

Es Knocks el personaje más brillante de la historia por la evidente complejidad de su psique y su naturaleza mágica. Hijo malogrado de un hada, nació muerto y las lágrimas de su madre lo devolvieron a la vida con terribles consecuencias: desde ese momento, solo sabrá alimentarse del sufrimiento ajeno. Despreciado por su madre biológica, se convertirá en un “impostor”, al ser sustituido por un niño sano y hermoso como Ewan y colocado en su lugar. Desde su primera aparición en la historia, Knocks surge como un bebé sádico y repulsivo que sacia su sed de dolor con el suicidio de sus amantes padres adoptivos. Curioso planteamiento el que propone Cargill para este terrorífico infante cuya crueldad escapa a su voluntad. No queda clara la intención del autor a la hora de presentarlo ya que, a pesar del desagrado que parece envolver su descripción, la comprensión de su inevitable función en el mundo- justificada constantemente en la narración- provoca en el lector un sentimiento de piedad. Knocks no puede dejar de ser como es por mucho que desee amar, Knocks envidia a quien es bello, Knocks desea que alguien lo ame como no lo amó su madre, Knocks se desprecia. Todo lo que oculta el personaje lo siente el lector, leyendo entre las líneas de su amarga vida.

Con la presentación de los tres grandes personajes, Cargill va abriendo el camino para adentrarse en el oscuro mundo de la fantasía. Recoge elementos fantásticos de la mitología nórdica, celta o de Las mil y una noches, todo vale. Cualquier creencia del hombre se hace realidad, se conforma y se nutre de la “materia de los sueños”. Desde los dioses o los ángeles hasta los duendecillos, las fantasías del hombre existen y tienen vida propia, pero siguen sujetas al destino. La vida mágica es casi tan opresiva como la vida mortal, o más. El ecosistema de los seres fantásticos es frágil, y mantenerlo significa aceptar que parte de ellos emanan de la oscuridad del hombre y, como tal, son sanguinarios, crueles y mortíferos. El autor nos recuerda varias veces que “no se puede imaginar un monstruo que no haya caminado alguna vez en el alma de un hombre”.

El concepto de “sueño” generalmente guarda connotaciones positivas. No sólo es la construcción de una fantasía onírica, también es un proyecto, un deseo. En Sueños y sombras, sin embargo, se convierte en pesadilla. Cargill parece advertirnos: “ten cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad”. Ejemplo de ello es Yashar, el genio maldito de la lámpara, otro ser destinado al fracaso y la destrucción contra su voluntad. Todo tiene que seguir su curso y el genio debe seguir concediendo deseos aunque tengan resultados catastróficos.

Sueños y sombras es, por lo tanto, una reflexión sobre la bondad y la maldad. Todo es relativo cuando se trata de nuestra función en el mundo, o más bien: no importan los medios cuando se persigue un fin. Cargill explicita en palabras del ángel caído Bertrand la tesis que persigue su libro: “un hombre generoso es aquel que hace a sabiendas lo que está mal porque sabe que, en última instancia, el resultado será un bien mayor […], su sacrificio permite que otros lleven una vida casta y pura”.

Cada ser mágico cumple su función, la maldad también responde a un orden superior. No se puede escapar de lo que se ha-de-ser. El ser mágico tiene la misma capacidad de razonar del ser humano pero no es libre para decidir qué es, como tampoco un humano puede dejar de serlo. Un Gorro Rojo ha de mantener su gorro mojado con sangre para sobrevivir, una Sidhe debe amar vorazmente a un hombre, el Coyote tiene que engañar. Da igual si se disfruta o no.

La narración de Cargill deja un saborcillo a material audiovisual. El libro se lee tan fluido, tan por encima, que nos parece estar viendo una película adolescente. Se detiene en la descripción de las imágenes de tal manera que los personajes se acaban escapando al control del escritor. No se conforman con la trama, sólo participan de un encadenamiento de circunstancias inevitables. Los hechos ocurren por sí solos porque ya están inscritos en la escena, obviando la psicología de los personajes. Ningún ser actúa de forma individual, la inercia empuja los hechos y por eso destaca por encima de todos la espeluznante fuerza del destino.

Rescatando el interés que producen el “impostor” Knocks- un Quasimodo malvado- y el melancólico genio Yashar, el resto de seres del libro son reproducciones estereotipadas de productos hollywoodienses; las escenas e interacciones suenan a manidas. Para muestra, los dos protagonistas. Colby, es un niño abandonado por la maldad banal de su de madre negligente, alcohólica y depresiva. Nada se nos dice de esta mujer. Se atisba tan sólo una escena y un personaje, luego se abandona porque hay demasiado que contar. Hay que liberar más fantasías, más acontecimientos vertiginosos con los que mantener entretenido al lector. No hay tiempo para profundizar. Cargill presenta al Colby adulto como una persona compleja e interesante, pero no consigue que sea creíble. No lo conocemos en absoluto porque ha sido arrastrado por la acción.

Tampoco conocemos a Ewan. No es mágico, no es humano, no posee ninguna característica destacable y, sin embargo, parece ser el vértice sobre el que giran todos. Es el niño guapo y el músico atormentado, personaje que parece imaginado para ser representado por un actor de moda.

Ewan y Colby se hacen amigos un día sin saber por qué. De pronto, Colby se encuentra profundamente atado a Ewan por un lazo incomprensible de profunda lealtad- no hay nada mágico que los una-, tanto como para hacer caer sus mundos a pedazos.

Quizás sea más coherente- otro fruto del destino inevitable- el profundo amor entre la joven Sidhe y el protagonista Ewan, que han crecido juntos. No dejan de sorprender los diálogos entre los niños de siete años, comparables con adultos bien instruidos, manteniendo una charla sobre la esencia de la vida.

Para alimentar la curiosidad del lector, Cargill intercala fragmentos del imaginario libro del Dr. Thaddeus Ray donde describe la naturaleza y funciones de “los habitantes de los sueños”, recatados de diversas mitologías. Al igual que Colby, el lector se adentra en el mundo de la fantasía, escape de la monótona vida urbana, esperando encontrarse con hadas, duendecillos, elfos, brujas y criaturas hermosas. Pero el niño y el adulto se encuentran a su llegada la masacre, sangre burbujeante y un olor fétido que apesta toda la historia.

El universo de Cargill se ve influido de forma directa por la narrativa fantástica de otros autores como Neil Gaiman con el que ha sido frecuentemente comparado por su introducción en la fantasía onírica y el folclore anglosajón, o Mervyn Peake. Hereda también la conciliación entre lo fantástico y lo maravilloso, el mito occidental y el exotismo de Oriente, la bizarría de Lord Dunsany. En Sueños y Sombras, Cargill recoge la tradición literaria del género y los productos fílmicos contemporáneos con los que ha trabajado a lo largo de su carrera para ofrecer una novela visual que a veces se ve tentada a cruzar la línea de la saga adolescente, sin realizarse del todo. El resultado es una narración que sortea los finales predecibles y rebusca en las líneas argumentales para que no se pierda la emoción. Nadie sabe qué pasará con los personajes y será ese suspense el que mantiene sujeto al lector en la historia. Punto a favor de su narrativa, desde luego, es el entretenimiento que ofrece, color a pesar de las sombras y motivo para consumir su anunciada segunda parte.