Es probable que John muere al final (Valdemar, 2014) no sea la novela que te esperas. Es indudablemente rara, pues como tal se vende y así la define mucha gente, pero ni siquiera dentro de lo extravagante termina de encajar. Estamos ante una obra cuyo tono y artificios nacen directamente de referencias externas, pero cuyas ideas y discurso no obedecen a nada más que al considerable ingenio de su autor. Debido a que se la vende como si fuera una simple parodia llena de referencias, es posible que el lector se sorprenda al encontrar una historia que vive y respira por sí misma, formando una mitología original hecha a base de ideas a cual más absurda, pero esto no es algo malo. Lo que pasa es que es una obra rara en el sentido original del término: extraordinaria, singular y poco común. El resultado es netamente positivo, pero merece la pena empezar esta reseña con un aviso a navegantes.
La premisa de este libro podría resumirse como “una versión hípster de los Cazafantasmas”. David Wong, nombre real Jason Pargin, es un columnista satírico que hace años empezó a publicar, a razón de un capítulo por Halloween, la historia de David Wong, desecho social que se ve involucrado en un conflicto de horror cósmico disparatado junto a su particular amigo John. Se trata de una historia que tira mucho más hacia el humor que hacia el horror –NO es una mezcla de ambas– y que parece, a primera vista, una de esas historias modernas que apuntan desde el minuto uno a convertirse en “obras de culto”. Una de esas historias que viven y mueren por sus referencias, ya se sabe. Lo habitual. Lo que pasa es que John muere al final es bastante más que eso.
A grandes rasgos, las historias basadas en referencias a otras historias funcionan en base a cómo de bien se integran esas referencias en lo que se está contando. Es decir, que no estén metidas con calzador. Gran parte de esto se valorará según cómo esas referencias formen parte orgánica no ya de la trama, sino del discurso. Obras llenas de referencias bien integradas son las de Terry Pratchett, pues cada tropo invertido enriquece el fondo. Un ejemplo de referencias mal integradas sería la serie de Scott Pilgrim, especialmente sangrante porque pretende también sacar un discurso del tropo pero se olvida siempre de no regodearse en lo cool. ¿En qué punto queda David Wong? En tierra de nadie, porque ni sus referencias son tan omnipresentes ni su discurso depende de ellas. En realidad, sólo aparenta ser un derivado de su época. La verdad es más complicada y bastante más interesante.
David Wong tiene buenas ideas. A muchos niveles. En esta novela, por ejemplo, aparecen unos monstruos con cuerpo y cola de escorpión, siete patas acabadas en manitas de bebé, pico de loro, ojos múltiples y una peluca barata que se les sujeta a la cabeza con una goma. Estos monstruos no tienen nada que ver con nada que se haya leído antes, sino que son producto del propio Wong. Bichos rarísimos, quizá deliberadamente aberrantes, que surgen del puro ingenio en vez de la copia. Todo el libro es así. No sólo en lo tocante a las ideas, sino por la manera que tiene de plasmarlas mediante palabras. Wong escribe de una manera… particular. Su uso de la metáfora y de los adjetivos –que no siempre significan lo que suelen significar– es el de alguien con ingenio que no escribe pensando en otras obras, sino en lo que él mismo quiere decir. Esta novela maneja ideas muy, muy potentes, y todas son originales. Si otros viven y mueren por las referencias, Wong vive y muere por sus propias ocurrencias demenciales. De ahí viene todo lo bueno, y también todo lo malo, de John muere al final.
Don Coscarelli, director de la fallida versión cinematográfica, afirma que no puedes parar de leer este libro una vez lo has empezado. Eso no es cierto. De hecho, decir eso es hacerle flaco favor. John muere al final es interesante, a veces hasta fascinante. Pero no engancha. Para empezar, ni siquiera parece molestarse en querer hacerlo. Cuando hablamos de que tal o cual ficción “engancha” o “tiene un ritmo ágil”, a lo que nos referimos es a que las escenas se suceden en virtud de la causa y efecto, no según lo que diga un esquema. Las novelas ágiles se resumen en “ahora pasa esto, y por lo tanto pasa esto, pero entonces pasa esto y por tanto, esto otro”.
David Wong, sin duda debido a los orígenes episódicos del texto, se inclina más bien hacia el “y ahora pasa esto, y luego pasa esto, y después esto y, al mismo tiempo, esto”. Es decir, que la novela es más bien incoherente e irregular cuando se la mira como un todo. Capítulo por capítulo, la cosa mejora, pero el punto flaco está ahí. Cualquier otra novela hubiera muerto por esta particularidad, pero da la casualidad de que Wong ha escogido la mejor liga posible: el humor y el terror.
Lo hemos oído muchas veces. La tensión debe ser creciente. El conflicto, claro. Los personajes, profundos. La estructura, en tres –o cuatro, o cinco o nueve– actos. Etcétera. Las Reglas del Novelista™ son algo de lo que nos suelen hablar como si fueran mandamientos irrompibles, y de hecho conforman la base teórica de cualquier narrativa… salvo la de humor y la de terror. Creo firmemente que estos dos géneros son los únicos que pueden funcionar exclusivamente en base a las buenas ideas, porque son los únicos cuya respuesta deseada no requiere de una compleja ingeniería emocional. O te ríes o no te ríes. O te da miedo o no te da miedo. Y el caso es que con esta novela te ríes bastante y tienes hasta un poco de miedo. ¿Es perfecta? Ni mucho menos. ¿Funciona? Sí, en el sentido de que consigue lo que se propone conseguir. ¿Hay más novelas como esta? Que yo sepa, no. A esto y no a otra cosa me refería cuando decía al principio de este texto que el resultado es “netamente” positivo.
En muchos aspectos, John muere al final tiene la mayoría de virtudes y defectos inherentes a las primeras novelas: hay más ganas que maña y hay muchas buenas ideas demasiado apiladas unas encima de otras. Destaca por encima de otras operas primas porque maneja un concepto que admite el exceso y porque Wong –atención– imprime al conjunto un trasfondo humanista que le da alma más allá de los chistes malos y el horror absurdo. Sí, hay personas buenas en esta novela. Personas que importan a otras personas. Hay luz al final del proverbial túnel. No estoy seguro de que Wong sea consciente de ello, pero todos sus personajes son falsos misántropos y esto es, en última instancia, lo que hace resonar a John muere al final. El David Wong ficticio nos dice que todo es una mierda, pero es evidente que no se lo cree. Y esto, creo, es algo enternecedor.
Me da la sensación, a raíz de haber leído sus otros textos, de que David Wong no sólo es muy ingenioso, sino que también piensa mucho en los demás. Sólo por eso ya merece la pena estar al corriente de sus próximos movimientos.
Qué buenos recuerdos. Descubrí John Dies at the End allá por el 2011 vagando por las páginas de TvTropes. Lo compré por Amazon y disfruté como un enano con su irreverencia, sus guiños y sus momentos terroríficos, que están bastante más logrados de lo que cabía esperar. ¿Si hay más libros por el estilo? Pues sí, y del mismo autor, la secuela llamada This Book is Full of Spiders, donde John y David siguen con su estilo tirado y en la que se habla de una conspiración / invasión de arañas que parasitan el cerebro. En ámbitos más locales hay un libro que compré en formato Kindle que se llama Franz se arrepentirá de todo (no me acuerdo del autor, pero es español). Tiene un tono parecido, y aunque la narración es más lineal que en JMAF, hay también un montón de situaciones absurdas, aventura descerebrada y «fantasy kitchensink». El autor de este libro me remitió a todo un género en sí mismo llamado «bizarro fiction», con autores como Carlton Mellick III o Cameron Pierce que escriben cosas terriblemente locas, gore, transgresoras y divertidas. Un mundo entero.
¡Me apunto todos!
A mi el libro me gustó en líneas generales, aunque creo que con el paso de las páginas (ya que no se puede decir exactamente de la historia) va perdiendo fuerza y algo de chispa.
Porque la historia fue concebida como algo episódico. El último tercio suena a reescritura y se nota. Como también es la única parte en la que los personajes parecen preocuparse por los demás, se perdona.