Poco a poco, muchos de los autores anglosajones cuya pluma sobresale en ciencia-ficción, fantasía o terror, van asomando la cabeza por nuestras latitudes literarias. Lo más cualitativo de aquellas tierras todavía es muy poco conocido por aquí, aunque la nómina de nombres va creciendo paulatinamente. En relevancia y calidad, Joseph D’Lacey (Inglaterra, 1969) es una referencia. Ganador del British Fantasy Award en la categoría de “Best Newcomer” en el año 2009, tanto su obra breve como sus novelas han recibido una progresiva mayor atención, por su extraordinaria habilidad tanto para reunir en un mismo texto los trazos de distintos géneros como para tratar los temas más diversos a partir de tramas originales y con un estilo personal.
Alianza Editorial ha publicado (dentro de su colección Runas) en 2014 uno de los más emblemáticos textos breves de Joseph D’Lacey: La brigada de la muerte (publicada originalmente en 2009 con el título de The Kill Crew). Una de las primeras piezas posteriores a su mayor éxito hasta el momento, la novela Meat (originalmente publicada en 2008, sin traducción al castellano) de cuya calidad el mismo Stephen King se ha declarado admirador –algo que ha ayudado en no poco a la proyección internacional de D’Lacey-.
En La brigada de la muerte nos enfrentamos a una novelette editada en formato libro, de ritmo trepidante y rápida lectura, donde D’Lacey exhibe una extraordinaria creatividad y habilidad literarias. El punto de partida es de sobra recurrente: una catástrofe apocalíptica de origen desconocido, cuyas consecuencias se denominan el “Largo Silencio”, ha dividido a la humanidad en “Transeúntes” y “Terminadores”. Los «Transeúntes» son un contingente incalculable de seres que vagan por toda la ciudad, persiguiendo a los «Terminadores» para llevárselos consigo e incorporarlos a su grupo de insomnes antropófagos. Mientras tanto, los «Terminadores» viven agazapados en un bloque de edificios cercado por un muro, saliendo adelante a partir de escaramuzas nocturnas y exploraciones diurnas para la búsqueda de recursos, con la única y vana esperanza de que un día aquello que causó el “Largo Silencio” deje de estar ahí o, en su defecto, las cuentas entre los dos bandos pasen a tener un saldo positivo que les permita ser (por fin) mayoría victoriosa.
La comunidad de «Terminadores» cuenta con un grupo de seguridad para cumplir con estas misiones de protección y recolección de recursos: la Brigada de la Muerte. Aunque formado principalmente por voluntarios, todos los miembros de la comunidad, quieran o no, pueden formar parte de ella, puesto que una vez a la semana todos los no voluntarios entran en un sorteo para salir a patrullar, como forma de combatir a los free riders y consolidar la comunidad, asumiendo un compromiso colectivo en su defensa, por si algún día esta primera línea quedase lo suficientemente mermada como para no servir ya de única forma de protección. De estos voluntarios, Sheri Foley es una de las más aguerridas, símbolo de la fortaleza de la Brigada de la Muerte y, por extensión, de la esperanza comunitaria por poder cambiar algún día su situación. Sin embargo, como todos los humanos, Sheri posee sentimientos e instintos, tiene expectativas e ilusiones, que podrían amenazar su esperanza de supervivencia y, con ella, quizás el futuro de la Brigada de la Muerte y de la comunidad entera de «Terminadores».
Con este punto de partida, la novelette sitúa a Sheri Foley en el centro de la trama. Dándole el papel de narrador/testigo casi hasta el final, hace de su experiencia el hilo conductor de un argumento intenso en ritmo, rico en matices y complejo.
Para no perder la coherencia de lo que es un desarrollo de personaje, tanto a partir de su experiencia exterior en las relaciones con el contexto u otros personajes, como de la interior en pensamientos y emociones, la trama se deshace desde el inicio de cualquier reflexión sobre las razones o motivos del apocalipsis. A nadie le importa otra cosa, en el grupo de los «Terminadores», que poder sobrevivir a otro día más. Un deseo de supervivencia que choca de bruces con la cuantificación de la esperanza por poder conseguirlo, especialmente cuando les acaecen hechos traumáticos (los asedios de los «Transeúntes», la pérdida de miembros de la Brigada de la Muerte, o la escasez de recursos) capaces de minar su moral individual y/o colectiva.
El punto de vista individual exige al narrador un estilo poco frecuente, por su extremada dificultad. Máxime si tenemos en cuenta lo especial del contexto al que Sheri Foley se enfrenta en esta ocasión. Sin embargo, el texto consigue superar estas dificultades y necesidades con una narrativa directa al grano, cruda, donde la voz narradora apenas deja nada oculto tras el telón. Así, Sheri nos habla sin tapujos de su menstruación y de cómo le afecta el período a su carácter y su visión de la vida, de sus tendencias suicidas por una desesperación e impotencia que le corroe las entrañas cada vez que tiene que enfrentarse a una nueva patrulla de la Brigada, de la compleja relación que mantiene con su compañero Ike y cómo siente que su dependencia emocional le resta parte de sus posibilidades de sobrevivir, del instinto maternal y protector que despierta en ella la irrupción en su vida de Trixie–una joven indefensa obligada a madurar rápidamente por lo hostil de la situación en que vive-, o de la esperanza que genera la aparición inesperada de una flor en medio de un parque (idea que ya fuera recogida en la película Final Fantasy: La fuerza interior [Final Fantasy: The Spirits Within, 2001]), quizás símbolo de esa recuperación o cambio que parecía no poder materializarse jamás.
Todo ello abarca un río de pensamientos y emociones capaz de abrir una inmensidad de temas a partir de los cuales reflexionar sobre el contexto postapocalíptico, mientras se define un personaje completo y complejo como pocos.
Paralelamente al desarrollo del personaje principal, la voz narradora ahonda en la descripción del contexto tétrico de una humanidad sin esperanza, pues vive cada día con la amenaza de una entidad dañina de naturaleza invisible e incierta. Además de los «Transeúntes» y su contagio directo, los «Terminadores» desconocen qué es lo que ha provocado su existencia y, por tanto, cuál es el peligro último al que deben enfrentarse en sus vidas para evitar ser como ellos.
Precisamente aquí es cuando el estilo se desenvuelve más acorde con el género del horror, donde la muerte puede esconderse tras cada elemento, aparentemente sencillo e inocente, presuntamente intrascendente o irrelevante. Ello nos conduce a reflexionar que una vida con permanentes precauciones no es vida y que, siendo así, la no-muerte puede caracterizar (diferencias biológicas aparte) tanto a «Transeúntes» como a «Terminadores». De ahí el suicidio latente, de ahí la tentación de huir, de ahí la locura de intentar cualquier cosa -incluso aquellas que amenazan directamente a la supervivencia- como la de enfrentarse al enemigo desde la Brigada de la Muerte.
En esta novela, Joseph D’Lacey nos ofrece un retrato psicológico magistral de la vida (o no-vida) en el post-apocalipsis. Original en su perspectiva, poderosa en la construcción de los personajes, rica en las líneas argumentales que se desarrollan en esta trama, inteligentísima en su construcción narratológica. Pocos textos con esta temática se pueden encontrar tan atrevidos en su lenguaje y estilo, al mismo tiempo que capaces de despertar en el lector emociones encontradas. Un motivo importante para desear leer, y encontrar en nuestro mercado literario, más obras de un Joseph D’Lacey que, si bien tuvo un despertar tardío como escritor, muestra unas capacidades de altura, dignas de los mejores.