Hoy traemos a Fabulantes uno de los capítulos más increíbles de la historia de la literatura. Un poeta, la antigua MIR, y la única obra escrita por el hombre en el espacio, son los protagonistas de este episodio maravilloso que ocurrió durante la desintegración de la Unión Soviética, en el que un cosmonauta se declaró en rebeldía para poder terminar en gravedad cero su poemario del horror. Esta es la historia de Minsc Chygrynskiy y su única obra: 37, un ábaco con cuentas de silencio, soledad, crueldad y muerte.
Desde que el Servicio de Seguridad de Ucrania (SSU) abriera en 2009 sus archivos de la época soviética para la investigación, han sido miles los documentos desclasificados que se han convertido en noticia. Aunque haya pasado desapercibida en la gran mayoría de los diarios internacionales, este año ha salido a la luz la fabulosa historia de Chygrynskiy y su titánica lucha en defensa de sus dos musas: el vacío espacial y la ausencia de gravedad.
Minsc Chygrynskiy (Ucrania, 1951) fue un cosmonauta al que la inteligencia rusa decidió sepultar bajo las laderas del olvido. Nacido en Iziaslav, un pueblecito a la orilla del río Horyn, el pequeño Minsc apenas pasó tres años en su país natal. Sus padre, un médico experto en obstetricia y puericultura, abandonó Ucrania y le llevó consigo a México. Alto, fuerte, de pelo pajizo y ojos azules, Chygrynskiy no pasaba desapercibido en la escuela: «Rubio», como le conocían sus compañeros, fue desde muy niño un prodigio físico en todos los deportes. Tanto era así, que a los 17 años consiguió una beca deportiva para estudiar en Estados Unidos, como parte del equipo de lucha greco-romana de la universidad de Barnett College.
Cuando se mudó a Fairfield, Nueva York, Chygrynskiy se llevó de México una infancia entre intelectuales en el exilio, músicos, artistas, pintores y el amor eterno a la Negra Modelo michelada. Su bagaje mexicano marcaría su vida, aunque tanto él como nosotros estemos todavía lejos de relevar cómo.
A pesar de que Barnett College fuera mundialmente conocido por sus éxitos en arqueología de campo, Chygrynskiy se enroló en el programa de química. En tan sólo seis años, el ucraniano criado entre mariachis superó Cum Laude el grado universitario, una especialización de posgrado en metales alcalinos y una tesis sobre el rubidio como combustible espacial. Sin embargo, nuestro protagonista nunca obtuvo el título de doctor. La corriente académica estadounidense de los años 70 forzaba a los investigadores a realizar experimentos clínicos en laboratorio con especies vivas para confirmar los resultados de las nuevas tesis en química, aunque ésta fuera inorgánica. Chygrynskiy repudiaba el maltrato animal y no comprendía la obsesión de los catedráticos de Barnett por acumular antiguallas, construir laberintos y sacrificar cobayas. Después de un agrio enfrentamiento con el personal de su universidad, el Departamento de Estado decidió retirarle la beca y el permiso de residencia.
En 1976, Minsc Chygrynskiy volvió a México. Poco se sabe de su última estancia en su país de acogida, salvo que quizá fuera la última vez que el químico viera a su padre. Once meses después de ser expulsado de Estados Unidos, el ucraniano aparece en Moscú. Sabemos que su viaje desde América le llevó vía Cuba, España y Berlín, pero todos los demás detalles se desconocen. Tan sólo podemos fantasear con qué hizo y a quién conoció durante su periplo. Las revistas que cazaron su historia afirman que probablemente le reclutara un agente soviético y le llevara a Cuba para conocer el socialismo caribeño; quizá aterrizara en España como favor hacia alguno de los amigos exiliados de su padre; y en Berlín, aunque parezca la puerta lógica de entrada en el paraíso de los trabajadores, no es descabellado pensar que acudiera a entrevistarse con Robert Altman, que ese año se llevó el Oso de Oro por Buffalo Bill y los indios (Buffalo Bill and the Indians or Sitting Bull’s History Lesson). Chygrynskiy y Altman se habían conocido en Fairfield, cuando el ucraniano estudiaba con la hija del director de cine, y puede que el químico quisiera mandar un último mensaje a Christine, su gran amor universitario.
La primera foto que se conserva del cosmonauta es en el interior del Instituto de Química Física de la Universidad de Moscú, junto al director Nikolái Semiónov, premio Nobel de Química en 1956. Semiónov le apadrinó a su regreso a la URSS y él firmó el título de Doctor en Química que la estrechez de miras estadounidense le había negado. Tras diez años como profesor en Moscú, la agencia espacial soviética le reclutó para trabajar en el programa de experimentación y exploración espacial que se iba a poner en marcha con la MIR.
En los primeros años de su regreso al bloque soviético, dos protagonistas marcan la historia del cosmonauta: su madre, Dyna, profesora de literatura persa, que había dejado atrás en su camino paterno al exilio, y Alexander Karelin, “el experimento”, un luchador siberiano que se convirtió en el deportista más dominante del mundo en la última década del siglo XX. Karelin era el abanderado de le URSS en los juegos olímpicos, el último gran héroe de la lucha greco-romana, y el doctor en químicas trabó gran amistad con él a mediados de los 80. Dyna y Karelin compartían entre ellos algo más que una relación con Minsc Chygrynskiy: ambos eran unos apasionados de la poesía. Escritores aficionados, críticos sagaces y lectores compulsivos, la madre y “el experimento” abrieron a Chygrynskiy una nueva cosmogonía de simbolismos, aliteraciones, tropos, rítmica y pasión. Por lo que se ha deducido de la correspondencia entre los tres, los primeros versos del cosmonauta eran alegres, vivos y hasta didácticos. El ucraniano tenía la necesidad fervorosa de compartir todo lo aprendido y, con este afán, organizaba escarceos entre la química inorgánica, bien asentada en su vida, y la recién llegada poesía.
El 11 de febrero de 1990, Chygrynskiy viajó al espacio como parte de la expedición Soyuz TM-9. Sus colegas de entrenamiento le llamaban Rubidio, por su experiencia en el campo de los alcalinos. Muchas cosas habían cambiado para Chygrynskiy desde que llegó a México con su padre, pero el mote de la escuela y el de sus compañeros en la URSS, casi coincidían. Antes de despegar declaró que no se sentía un cosmonauta, sino un explorador, listo para descubrir nuevos límites y vivir aventuras. Sus dos acompañantes y él tenían la misión de acoplar a la MIR el módulo Kristall, un laboratorio con instrumentos para la fabricación de cristales en condiciones de bajísima gravedad, equipamiento de investigación biotecnológica e incluso un pequeño invernadero con material para trabajar con plantas y comestibles.
El gran cambio ocurrió en uno de los últimos lanzamientos, antes de que llegara la siguiente tripulación a la MIR. Una de las cajas de material que la agencia espacial soviética había enviado para anticipar la labor de los nuevos cosmonautas contenía varias especies animales con las que experimentar en el espacio. Entre ellas había un pequeño roedor, un hámster con el que trabajar en Kristall. Chygrynskiy, que hasta aquel entonces había cumplido escrupulosamente con el programa de trabajo marcado desde la Tierra, se declaró en rebeldía. Liberó al hámster, lo adoptó, le diseñó un sistema de mantenimiento vital para hacer su vida más sencilla en la MIR y se enfrentó al mando de la agencia espacial y a sus compañeros. Aterrados ante la posibilidad de un enfrentamiento violento en la estación orbital, los dirigentes de la agencia soviética optaron por enterrar el caso y adiestrar al resto de los cosmonautas para evitar cualquier pelea que pudiera desembocar en tragedia.
Chygrynskiy se estableció en el Kristall 77KST, un módulo que conectaba con el núcleo de la estación y que se encontraba a un paso del muelle de acoplamiento de la Soyuz. Según detalla Ukrinform, el medio estatal de noticias ucraniano, el “explorador” era correcto con sus compañeros, aunque distante, y nunca generó ningún conflicto de convivencia en la nave, más allá de su amotinamiento en contra de la experimentación animal. Minsc se encerró junto al hámster, al que llamó Bubú, y, dándole la espalda a su misión a bordo de la MIR, comenzó a escribir su obra.
La vida en la MIR continuó como si nada raro ocurriera. La tripulación siguió renovándose periódicamente e incluso se instalaron nuevos módulos y aparatos externos. Chygrynskiy, entre tanto, tan sólo escribía, obsesionado con su soledad a 350 kilómetros sobre el conjunto de la raza humana, con el silencio aterrador del espacio exterior y con la crueldad de sus congéneres. El 25 de diciembre de 1991 cayó la URSS, pero nada cambió en la vida del explorador.
A pesar de los múltiples intentos de comunicación del alto mando soviético, primero, y de los responsables la agencia Roskosmos, después, Minsc tan sólo se comunicó cuatro veces de viva voz con el personal de tierra. La primera vez fue un ruego: “necesito una libreta más gorda”. Se cree que el vacío y la ausencia de gravedad fueron las grandes musas del explorador-poeta y que sus días a gravedad cero le espolearon para plasmar en verso, por primera vez en la historia de la humanidad, la desolación de un hombre en el espacio. Los dirigentes del control de la MIR, desde tierra, decidieron ignorar su petición. Fueron días de una enorme tensión. Entonces Chygrynskiy les atacó: “cuando Minsc escribe, Control se echa a un lado”. Inteligentemente, en la siguiente nave Soyuz, llevó material para que el amotinado pudiera permanecer tranquilo. El ucraniano llevaba cerca de 21 meses en órbita cuando estalló la tragedia.
Bubú, el hámster espacial, inadaptado a la vida en la MIR pese a los esfuerzos de Chygrynskiy, murió. La actitud del poeta cambió radicalmente: de correcto pasó a arisco, se volvió taciturno, descuidado en su higiene personal, y comenzó a enviar, en código, incesantes peticiones al control de Roskosmos, para que le permitieran salir de la estación en un paseo espacial. Desde la Tierra temían que el ucraniano fuera a intentar suicidarse en el espacio. El poeta deambulaba por la MIR, lloraba la pérdida de su compañero, y hacía la rutina imposible para el resto de los miembros de la tripulación. La situación era insostenible y los mandamases de Roskosmos tuvieron que concederle la posibilidad de salir de la estación, aunque fuera por la escotilla y directamente a la inmensidad del espacio exterior.
El día acordado, Minsc pronunció las dos últimas frases que aparecen en los informes. Se vistió con la escafandra y el traje de supervivencia en el espacio, sus compañeros le colocaron oxígeno y comprobaron, con la meticulosidad de quien sigue unas órdenes estrictas, que todo funcionara correctamente en el equipo del poeta. Con el hámster aferrado en una de las manoplas y ya dentro de la cámara de despresurización, Chygrynskiy conectó su comunicador. “Minsc y Bubú están listos”. Desde el control de la MIR, desbloquearon la escotilla y el explorador, por primera vez en más de 600 días, abandonó la estación espacial rusa.
Sólo permaneció doce minutos en el exterior. Dejó los canales de comunicación abiertos, pero no respondió a ninguna de las llamadas. Cuando llevaba nueve minutos flotando en el espacio, estiró los brazos y dejó escapar a Bubú en dirección al Sol. “Los hámsters y los exploradores lo celebran por todas partes”, susurró.
Chygrynskiy regresó a la MIR y volvió a escribir. En tres meses compuso los últimos siete poemas de su obra. Los siete tratan el tema de la muerte. En febrero de 1992, el rapsoda de la gravedad cero subió en una Soyuz de vuelta a la Tierra. Junto a él llevaba un fajo de hojas de papel atadas con un cable. La primera página llevaba un número escrito: 37, el peso atómico del Rubidio y, a la postre, el número de poemas que el hombre ha escrito en el espacio.
Permaneció en órbita dos años, una semana y un día, girando alrededor de la Tierra a 27.700 kilómetros por hora. Al aguantar durante tanto tiempo a esta velocidad y tan lejos de la superficie terrestre, la teoría de la relatividad sostiene que Minsc Chygrinskiy avanzó 0,02 segundos hacia el futuro respecto a un observador en la corteza del planeta y se convirtió, durante su motín, en el ser humano que ostenta el récord del viaje más largo a través del tiempo.
Los informes del SSU no revelan qué ocurrió con Minsc Chygrynskiy, pero lo que sí sabemos es que 37 nunca vio la luz en Rusia. La caligrafía del explorador y las huellas sobre el papel de su hámster, Bubú, permanecieron dentro de una caja de documentos clasificados hasta que este año un investigador dio con ellas. El primer poema, “Negra Modelo”, se publicó en ruso cuando se destapó la historia. Nada tiene que ver con la cerveza michelada que tanto entusiasmaba al viajero en el tiempo, al rapsoda de la gravedad cero, sino que se adentra en la espeluznante vastedad hostil en la que flota ese planeta que nosotros llamamos Tierra.
Maravillosa historia para un día como hoy.
Si señor, gran historia. Que pena no poder catar alguno de esos poemas de 37 …
Un abrazo
Alvaro
Seguro que algún traductor mexicano los publica para el próximo 28 de diciembre 😉