Por muy objetivo que se aspire a ser, el hecho de no poder escapar a la propia perspectiva de la realidad genera la sensación de ser protagonistas en una historia que cobra forma a nuestro alrededor. En el caso de un actor esta percepción parece multiplicarse: la interpretación de distintos roles le permite introducirse en nuevos puntos de vista que enriquecen el propio, llenándole de profundidad y sentido. El arte de dar vida a un carácter supone investirse de una ficción desde la que contemplarse, reflexionar y evaluar la propia existencia. Sin embargo, alcanzar el éxito en esta carrera es casi una imposibilidad estadística en la actualidad, y con cada fracaso se repara en la dureza de la cotidianeidad, en cómo las normas sociales ponen difícil alcanzar ese sueño. Es el caso de Pablo Díaz-Strasser, personaje central de la serie Actor aspirante del historietista valenciano Max Vento (1977). Dolmen Editorial publicó en 2013 un completo volumen integral que incluía las tres historias ya editadas con el tono restaurado y correcciones en el dibujo, además de tres nuevas historias y algunos extras.
Strasser, en cuanto actor aspirante, sigue una vocación artística particularmente frustrante, ya que la sensación de que su creatividad es un gran don choca con la poca valoración social que recibe. Este rechazo es algo con lo que muchos podrán identificarse, y el puente que le une a su autor, que como dibujante aspirante tuvo que buscar el reconocimiento en el difícil mercado del cómic español, encargándose de todo el proceso de construcción de su obra (guión, dibujo, tintas, color, edición gráfica…). El camino de los artistas noveles no es sencillo: es una profesión en que pragmatismo y vocación se mezclan con inesperadas pinceladas de absurdo. En ocasiones hay recompensa: a día de hoy, Vento es un autor completo, cuyo talento le ha valido varias nominaciones como Autor revelación, Mejor Obra Española y Mejor Guionista Nacional en el Salón del Cómic de Barcelona, Expocómic y los Premios de la Crítica.
La historia del actor aspirante es la de un crecimiento personal no exento de momentos dramáticos. Es una comedia contemporánea que nos recuerda aquello que dijera Woody Allen de que “la diferencia entre la comedia y la tragedia es que en la comedia sus personajes encuentran la forma de sobreponerse a la tragedia”. Díaz-Strasser es capaz de reponerse a sus tragedias, e incluso de saldar ciertas cuentas pendientes, ya sea en la realidad (Noche de citas) o en su mente (¿Ventanilla o pasillo?). Escribe comedias porque le da miedo tomarse las cosas demasiado en serio, tendencia inevitable de quien se autoevalúa constantemente. A fin de cuentas, la tragedia puede ser la joya del teatro pero resulta del todo inviable para la vida. Aquí cada personaje secundario se añade a la vivencia del principal, mostrando las distintas facetas de la comedia humana. Las crisis de identidad del personaje, el sentimiento de ser uno más en la lista de perdedores, chocan con un optimismo infatigable inspirado por el amor a su vocación, pese a que la suerte continúa siéndole esquiva.
En el aspecto gráfico de Actor aspirante encontramos un proceso creativo complejo, que conjunta distintas técnicas. El trazo es limpio y orgánico gracias al entintado a pincel de los personajes. Quizá lo que otorga mayor personalidad al estilo sea el contraste con los fondos, destacando especialmente el detallismo en los planos generales, donde la arquitectura depurada enmarca la fluida expresión de los personajes. Todas las historias aparecen en bitono excepto la última, en que el color en acuarela y digital muestra la viveza de un nuevo escenario. Cada elemento refuerza la narración de la vida llena de ironía de Díaz-Strasser, con especial detalle a su intenso mundo interior. Vento construye una narrativa gráfica fluida, que evoluciona en cada parte gracias a un montaje expresivo que permite al lector seguir la historia de un tirón.
Se reconoce una estructura de tres arcos argumentales con dos historias en cada uno, lo que bien podría transformarse en un drama en tres actos según la visión teatral que el protagonista tiene de su propia vida. En la primera parte encontramos a un personaje todavía inmaduro, de elevadas aspiraciones que se ven frustradas por la atención que le requieren las banalidades de la vida diaria. En Monólogo de mi vida desastrosa asistimos a la construcción del monólogo interior, de la reflexión sobre el absurdo diario, la dificultad de alcanzar los sueños y cómo las relaciones humanas pueden erigirse en barreras. El discurso se caracteriza por un humor ácido, en que las pequeñas tragedias se suceden para obligar al protagonista a salir de su zona de confort: semimantenido por una novia que ya no le interesa y rodeado de personajes que le recuerdan su condición de fracasado, viviendo en pos de un sueño en el que no termina de volcarse. Noche de citas es un giro a una narración más suelta: en tres historias cortas observamos cómo todos los personajes tratan de encajar su nueva situación, cobrando conciencia de las decisiones que tomaron en el pasado. Strasser vuelve a sentir la alegría de actuar gracias a los monólogos. Así es como se lanza a escribir una breve obra y conocerá a varios actores como él, recobrando la seguridad en sí mismo y la alegría por seguir con su vocación.
En el segundo acto, el intérprete por fin está centrado en superar su condición de aspirante, de buscar el reconocimiento profesional: Pablo se consolida en su papel de director y guionista, crea su propia obra. Sin embargo, su condición de actor-artista le llevará a la inevitable confrontación con la realidad de esta profesión en la actualidad, en que los contactos pueden generar más oportunidades que el verdadero talento. Comedia en un acto nos dice que la comedia con final feliz ya no vende. Es el momento más dulce del actor: crea una obra en la que une a todos sus conocidos para ensayar un humorístico (pero no exento de reflexión) drama, vagamente inspirado en su desastrosa vida. Su amor por la interpretación le llena mientras que el amor sentimental volverá a su vida de forma más bien casual, con la atractiva Bea. Pero para que una comedia florezca en una vida, la tragedia ha de entrar en otra, en un ciclo que nunca termina y que augura futuras penurias al protagonista.
La estructura narrativa vira de la comedia a la tragedia: primero los actores interpretan la obra, construyen un espacio de significado conjunto, conocido y agradable. Cuando la obra termina queda un vacío, en que cada actor vuelve a su vida aislada, incomprensible para el resto. Esto se manifiesta en La comedia se deshace. Si la comedia es el drama del encuentro entonces la tragedia es el drama de la separación. La obra Comedia en un acto se desarrolla felizmente mientras Pablo se enamora más y más de Bea. Pero el protagonista no tiene buena suerte al elegir: él es un actor a la vieja usanza, con un cierto esnobismo hacia todo lo que no entre en el mundo del arte. De esta forma resguarda su individualidad, refuerza su identidad pese a que su vida sea la principal inspiración para crear sus historias. Bea, en cambio, es mucho más volátil: se deja llevar por las oportunidades del momento, maleando su esencia para obtener resultados prácticos. Se trata de la confrontación entre dos maneras de comprender la interpretación.
El tercer acto resulta catártico para el personaje: superadas las limitaciones psicológicas, apuesta el todo por el todo y se introduce de lleno en el epicentro de su profesión, Los Ángeles, lugar donde sólo puede salir victorioso o fracasar. Díaz-Stasser termina como empezó, aspirante a un sueño pero mejor armado ante el fracaso, con una voluntad mucho más fuerte para conseguir sus metas. En ¿Ventanilla o pasillo? Pablo vuela hacia Los Ángeles, donde espera dar un nuevo empujón a su carrera mientras olvida los últimos golpes del destino. Es una narrativa de tránsito, un monólogo interior con una mirada retrospectiva desde un futuro colmado de éxito. Sólo el optimismo que le define le permitirá albergar esperanzas en que dicho futuro se materialice. La ciudad de los sueños nos muestra la meca del cine, frontera final para cualquier actor. Es un mundo cuya esencia reside en el cambio constante. El éxito más deslumbrante se alcanza en el momento más inesperado, entre una marea de fracasos absolutos. La autocomplacencia queda descartada: triunfo o pérdida dependen tan sólo del talento y la suerte de los aspirantes, no quedan excusas externas a las que acudir. El cambio a color en esta parte muestra la viveza de este mundo casi inexistente, en el que al actor, tras el duro camino para alcanzar la madurez y la comprensión hacia su vocación, tendrá que moverse de nuevo como al inicio, esperando que algún día talento y suerte coincidan para otorgarle una oportunidad de obtener reconocimiento.
Desde el doble juego entre teatro y realidad, ficción dramática psicológica y hechos cotidianos, el autor construye diálogos y monólogos brillantes. Nunca sabemos hasta qué punto las vivencias son exageradas desde la perspectiva del protagonista, que despliega su papel a todos los niveles, abarcando su entorno en lugar de limitarse a encarnarlo. Strasser toma su vida como principal referencia de sus obras, aunque queriendo decir que ese no es él de verdad, que no tiene una completa relación, que él es algo más. En este sentido resiste la sencilla identificación psicológica y pone por delante la desgastada dialéctica entre personaje y actor. Su conciencia artística, muy marcada por los usos del teatro clásico, le impiden caer del todo en el impulso arrollador de una sociedad que hace tiempo marcó pautas para que cada persona se convirtiera en parte integrante de una masa homogénea. El actor aspirante ansía lo mismo que todo artista: convertirse en algo único y diferenciado, pese a moverse en una multitud. El cierre de la serie, absolutamente brillante, hace desear más noticias sobre las desventuras de este actor y la aparición de nuevos proyectos de Vento.