Emilio Bueso (Castellón, 1974) fue invitado por sus dos editoriales, Salto de Página y Valdemar, para firmar ejemplares en la última Feria del Libro de Madrid. Quisimos aprovechar la oportunidad para reunirnos con él y charlar sobre su obra y sobre una visión del mundo, que ya sabíamos, no deja indiferente a nadie. Sentado en un rincón luminoso del madrileño parque del Retiro, Bueso carbura sus respuestas arrancando briznillas de hierba distraídamente, pero con una pequeña ira contenida. A veces, aflora una sonrisilla, e incluso una risa, en la conversación. El estilo del autor es también el del personaje.
En esta primera parte de nuestra entrevista, nos centramos en sus dos obras más señaladas, Cenital y Diástole, ambas publicadas por Salto de Página (en 2012 y 2011, respectivamente).
Fotografías de Ana Picos.
Fabulantes: Estamos en 2014, el año que marcas como el del Apocalipsis en Cenital. ¿No te sientes un poco decepcionado de que no se haya producido?
Emilio Bueso: Pues no.
Fíjate, el imperio romano tardó 300 años en colapsar. ¿Cuánto tardará en hundirse este? Yo lo que hice en Cenital fue irme a lo que en la terminología de catástrofes se llama “Worst Case Scenario”, el escenario del peor caso. Se trata de llevar el problema al límite: estudié cómo estaban los principales pozos de petróleo –el suministro mundial depende de tres o cuatro- y llegué a la conclusión de que se encontraban ya casi exhaustos. En el momento en que entro al trapo con las cifras, en 2007, y al ritmo de consumo al que andábamos entonces, pues quedaban como mínimo siete años de crudo barato. Así las cosas, sigo creyendo que cualquier día de estos, en cuanto menos te lo esperes y si nada cambia, el crudo puede ponérsenos a los 200 dólares por barril, y a ese importe nuestro estilo de vida ya no será sostenible a nivel alimentario.
F: ¿Y es por esa creencia por la que nace Cenital o hay otra razón?
E. B.: Nace por varias. En realidad, cuando me pongo a escribir nunca sé adónde me va a llevar lo que hago y no planifico tanto como parece. Tenía varias ideas en la mesa: una es el agotamiento del modelo en el que estamos inmersos y que ya parece que no da garantías de nada; la otra es: ¿ese agotamiento a qué es debido? Vamos, que también quería hablar del fin del ciclo y del modelo y decirle a la gente: ¿sabéis que no queda cobre en la Tierra para electrificar de manera eficiente la China rural? Eso sigue vigente. Nos ha pillado ya, se está viendo claramente que los chinos, que se supone que iban a pasar a ser mileuristas, no lo están siendo, siguen trabajando por un bol de arroz. Están cerrando fábricas y dejando de comprar coches incluso ahora que ya son la primera potencia mundial. En España ahora se venden más bicis que coches; ¿en China se venden más coches que bicis? ¡No!
Con todo, lo que estoy viendo es que el timing no ha sido tan pesimista como lo era Cenital. Lo que yo tenía en mente cuando me puse con la novela era, en abstracto, que la humanidad, la sociedad que me rodeaba en aquel preciso momento, estuviese sentenciada, víctima de sus propios excesos. Creo que es un discurso que sigue muy fresco incluso ahora que ya llevamos siete años de crisis.
F: He resaltado varias cosas de Cenital. Por ejemplo, hablas con bastante ironía del “chollo de las energías renovables”. Siempre hemos oído que eran el futuro. ¿A santo de qué entonces vendernos la moto?
E. B.: Lo que está claro es que nuestro futuro pasa por las renovables. Hemos dependido de ellas para navegar a vela y para abonar mediante fertilizantes orgánicos. Hemos dependido de la permacultura de lo renovable para llegar hasta aquí, para formar las primeras civilizaciones, pero cuando nos empezamos a topar con los combustibles fósiles y los hidrocarburos, descubrimos el carbono y nos industrializamos, empezamos a crecer de una manera desaforada. ¿Qué ocurre aquí? Ocurre que en España las renovables en vez de ser una vuelta a lo viable a largo plazo han sido poco más que un pelotazo, y que tienen una tasa de retorno energético tan baja que, aunque puedan resultar rentables, no son interesantes a los niveles de consumo demencial a los que todavía funcionamos en el plano general. Esto es: con las renovables podrías abastecer de electricidad a toda la zona residencial de Madrid perfectamente, por ejemplo, y en ese sentido hay un modelo de negocio, pero, ¿qué pasa con el transporte o con la industria pesada? Esas áreas no funcionan con paneles solares sino gracias a forjas, motores de explosión, hornos, tornas, prensadoras… toda la maquinaria pesada, y sobre todo los camiones que están quemando diésel, son cacharros que no puedes reemplazar, ni ahora ni dentro de muchos años, con algo basado en las renovables, que lo que hacen es generar electricidad, no producir combustibles. Para poder implantar las renovables completamente habría que convertir en eléctricos todos los motores que me han traído hasta aquí… Y es que, yo mismo, para cruzar España de punta a punta, tengo que coger el AVE, o subirme a cualquier máquina de quemar hidrocarburos. O se quema combustible fósil o a mí traerme en un coche eléctrico ahora mismo, tal y como van los coches eléctricos, por precio y coste de mantenimiento pues… inviable.
Es un gran chasco, porque hace tiempo que nos damos cuenta de que estamos mal, porque nos ha fallado nuestra gran apuesta, que era la nuclear. Esto lo toqué en Diástole. La energía nuclear ha sido un gran bluff porque hemos visto que ni es limpia ni es segura, y ya no hablo por Chernobyl sino por Fukushima y por cómo están Garoña o Cofrentes… Si lo analizas bien y observas el coste de la seguridad a lo largo de los siglos, raramente sale a cuento construir centrales, porque las de nueva generación no han llegado y el combustible de uranio se está agotando también… nos ha fallado estrepitosamente el plan B. ¿Y cuál es el plan C? Consumir menos, que es lo que proponen las renovables. Pero no parece que la gente esté por la labor. Y al sistema ya no es que le falte dinero o trabajo, es que le sobra gente. Y esto es lo que me hace pensar que las renovables, que nos trajeron hasta aquí, cuando le dieron el relevo al ciclo de vida no sostenible, lo que hicieron fue hipotecar nuestro futuro, y eso es lo que puede acabar muy mal, a mi juicio.
¿Qué pasará ahora? No lo sé, pero siento a veces que estamos a merced de unos programas que nos superan completamente y cuando la gente me pregunta si Cenital es o no una distopía, yo respondo que distopía es lo que nos traen cuando nos dan las noticias: cuando nos hacen ver que el país está en manos de un gobierno títere a cuya cabeza va una tele de plasma que me recuerda a Max Headroom. Vamos, que me preocupa más lo que pueda venir después de esto, porque puede ser la debacle.
Lo que yo tenía en mente cuando me puse con Cenital era, en abstracto, que la humanidad, la sociedad que me rodeaba en aquel preciso momento, estuviese sentenciada, víctima de sus propios excesos. Creo que es un discurso que sigue muy fresco incluso ahora
F: En Cenital hablas también de una “ilusión de seguridad”. ¿A qué te refieres exactamente?
E. B.: Aquí habla el ingeniero… Esto es un poco la historia de mi vida. Mi abuelo fue labrador, tenía una alquería y apenas maquinaria. Trabajaba con un azadón, sacaba el agua de la acequia con una bomba manual y con ella regaba sus plantas, y de eso comía su hija, y así la crió. Por cosas de la vida, hubo una época, justo durante mis años de formación como ingeniero, en la que yo casi vivía en casa del abuelo, iba a diario por allí, para estudiar tranquilo. Le oía hablar de la Guerra Civil, del Crash, de la Revolución Verde, de cómo las fincas se habían convertido en explotaciones industriales con tantos tractores, que generaban más producción a base de devastar el sustrato… y él a su manera me decía: “todo esto va a petar”. De algún modo, en su ignorancia –apenas sabía escribir-, entendía que el modelo no era conservativo.
Total, que me hago ingeniero, me especializo en tolerancia a errores, en misión crítica, en sistemas de redundancia de disco, en esquemas de almacenamiento SAN y NAS (es lo que hago para ganarme el pan, la literatura no hace más que darme disgustos). Me doy cuenta de que es la estabilidad, la tolerancia de riesgos, la robustez de las implementaciones, lo que garantiza que la tecnología funcione bien. Tú no quieres que tu marcapasos se pare cuando menos te convenga, eso no puede fallar, como tampoco el software del aeropuerto de Heathrow. A menudo en mi trabajo, cuando me toca hacer un análisis de riesgos, me encuentro dedicándome a pensar qué pasará cuando el software se vuelva rematadamente loco. Tiene que haber siempre un tío que prevea esa posibilidad, y a menudo se levantan grandes infraestructuras sin que esté claro dónde se ha puesto a uno de los míos y dónde no. Eso es lo que me hace pensar que el sistema socioeconómico es demasiado frágil. Y ahí es cuando Cenital te dice: ¿te has parado a pensar que tener máscaras de oxígeno en un avión es absurdo? ¿Para qué te las dan? En El Club de la lucha llegan a decir que es para que te coloques y así no la líes parda cuando el avión esté a punto de estallar en llamas. Y esa es un poco la idea. Realmente, la ilusión de seguridad es la que tienes cuando te llenas el coche de airbags y luego aceleras hasta los 150 km/h. ¡A 150 un urbano coreano! Ni los ángeles te van a salvar, macho, corre menos o ve en un coche blindado.
Somos adictos a la ilusión de seguridad. La gente quiere sentirse segura, no estar segura. Si te paras a analizar algunos sistemas, como el suministro hídrico en Madrid, te darás cuenta de que se han construido de manera bastante más improvisada de lo que parece. Aquí hay una cuestión de fondo: hay mucha gente que ya no puede pagarse el pan porque no puede pagarse la hipoteca; cuando los precios suben y los sueldos bajan estás diciéndole a mucha gente que ya no pueden huir, y la fragilidad de todo está sobre todo en esos guarismos, en esos números, en que cuando se diseña el sistema no hay ningún ingeniero de sistemas de misión crítica vigilando que al primate medio le lleguen siempre bien garantizados los servicios mínimos para la paz social. Por eso ahora mismo se desmontan hospitales y escuelas, porque nadie planificó que cuando se contrajera la economía nos llegara para sostener todo. El Estado debe garantizar que la gente pueda comer y pagarse un médico cuando esté de emergencias, sino estamos medrando a costa de las personas, entramos dentro de lo que se consideraría un «Estado Fallido». Y nuestro modelo socioeconómico hasta ahora funcionaba, arrinconando en la indigencia al Tercer Mundo.
Y eso se ha acabado. Ahora somos nosotros los que nos estamos convirtiendo en África. A eso me refiero con lo de fragilidad de todo: no está garantizado que todo esto se pueda mantener. Y cuando no esté garantizado, se recortará primero por aquí y no por los privilegios de las élites. Aquí es donde alguien debería de haber planificado la construcción del sistema liberal-capitalista desde la perspectiva de que haya unos servicios mínimos que van a estar garantizados so pena de caer en la barbarie. Ya se está recortando de tal manera que por primera vez en mucho tiempo ya ha bajado la esperanza de vida en España, que llevaba subiendo desde Franco. El sistema no va a velar por ti porque la prestación social ha caído a un nivel que ya no es rentable. Esto es la fragilidad del sistema. Abaratamos costes de una forma agresiva, todo va al mejor postor, así está todo montado. Y eso es lo que denuncia Cenital.
Cuando la gente me pregunta si Cenital es o no una distopía, yo respondo que distopía es lo que dan las noticias
F: Me ha parecido muy interesante el concepto de ecoaldea. La tuya está en unas condiciones geográficas muy determinadas, por Castellón…
E. B.: Está entre Teruel y Castellón. Hay unos territorios por allí… Lo que hice fue, y lo hice a conciencia, buscarme un territorio no muy castigado medioambientalmente y con un buen suministro hídrico, donde la pluviometría fuera decente… cotejé varias coordenadas geológicas y me dije: ¿dónde montarías un Arca de Noé? Como Teruel también existe y mi tierra es la segunda provincia más montañosa de España, con una densidad de población bajísima, vi que aquello estaba deshabitado y, pese al secarral, bien arbolado. Y ya. Si monté una ecoaldea donde lo planteé es porque era un buen sitio. Si alguien se plantease hacerla realidad, tiene mi bendición.
Los pueblos son baratos, te puedes comprar un latifundio y si tienes un pozo, montarte una comuna hippie. He estado en ecoaldeas firmando Cenital y me han pagado con tarros de miel y queso fresco, semillas… Pero hay muchas de esas comunidades que no tienen nada que ver con lo que yo he planteado. Hacen cursos de reiki, de pensamiento positivo, todo un rollo que no quise en mi novela. Me inspiré en muchos textos de Mao-Tsé-Tung. Él planteó lo de la revolución agraria, volver al campo de manera sostenible; sostenibilidad de base: garantizas servicios básicos y luego implementas lujos. Pero no hagas que seamos una puta plaga de langostas con I-Phones sin saldo, que es lo que somos, porque entonces no funcionará el modelo.
F: ¿Qué personaje de Cenital serías?
E. B.: (Tras una breve reflexión) Aquí hay una cuestión de fondo. La gente piensa que hay algo de Destral en mí, en parte porque tiene mi formación y porque yo también soy un descreído del sistema. Tengo mis neuras, mi casa en Castellón, aún no me he echado al monte, sino que cojo mis trenes de alta velocidad… Yo no soy como él, que se las vio venir y se recluyó, aunque también empecé como becario para el Estado, manejando cacharros casi tan complicados como los que manejaba él… Quiero decir que de alguna manera volqué mi experiencia y mi visión del mundo en ese protagonista e igual no debiera de haberlo hecho, porque yo no creo en las grandes comunidades agrarias, o bueno, suelo decir que las que mejor funcionan son muy reducidas. Si se diera una como en Cenital, con 100 personas, te encontrarías seguro con casos de disidencia, traiciones… creo que eso aparece ya en los grupos más reducidos. Si te fijas en los “survivalistas” yanquis, que están más puestos en esto, se organizan mediante granjas familiares, donde la traición es más complicada. En una ecoaldea dependes de la persona con la que estás todo el día: si no quiere abonar, no comerá nadie. Cada ciudadano tiene una responsabilidad que es ineludible. Si en un Estado tenemos un policía corrupto y 40.000 honrados, el Estado funciona; deja de funcionar poco a poco con cada nuevo corrupto que aparezca, puede que ya sea inoperante cuando haya diez de ellos.
El funcionamiento de una sociedad agraria reducida lo puedes comprobar en las WWOOF, las World Wide Opportunities on Organic Farms, son como granjas para turistas, explotaciones que puedes visitar durante una temporada, en la que cultivas tus lechugas y luego le cedes tu espacio al siguiente visitante, es una práctica que se lleva mucho en otros sitios de Europa, y que te enseña rápidamente lecciones sobre lo que es la autosuficiencia. Te hace aprender enseguida que si tú estabas encargado de despiojar a los cerdos y no lo haces, mañana tendremos todos piojos. Cada ciudadano cuenta. En una ecoaldea, o son gente comprometida y con la cabeza bien amueblada, o lo que plantea Destral de recoger disidentes se vuelve peligroso. Yo no lo habría hecho igual. Nunca me lo creí del todo. Pero lo novelé porque me gustaba cómo quedaba en el plano poético, y porque hay un discurso simbólico en la forma mesiánica en la que mi personaje capta a sus adeptos y a sus enemigos.
Han aparecido grupos tras Cenital –no influidos, hasta donde yo sé, por mi novela- levantando estructuras como la que planteo yo. Aquí en Madrid, tienes un ejemplo en Zarzalejos: unos tipos están convencidos de que el petróleo se acabará pronto y se han montado una ecoaldea y si te metes en Youtube puedes ver a su Destral lanzando arengas. Es decir que yo no he inventado el pan de molde. ¿Qué papel jugaría yo en una sociedad así? Con lo que sé de permacultura e ingeniería, no sabría situarme a mí mismo y francamente, si tuviera que hacer integrarme en un grupo de esas características, pues no sabría dónde meterme. Lo de echarme al monte e irme a vivir al campo es una idea que me ronda desde hace diez años y estoy pensando que, a menos que la situación no pegue un vuelco muy grande, no lo voy a hacer. Me veo más metiéndome en una casa de madera con mi familia que yéndome detrás de un orador demagogo.
Nunca me creí del todo el proceder de Destral. Pero lo novelé porque me gustaba cómo quedaba en el plano poético, y porque hay un discurso simbólico en la forma mesiánica en la que capta a sus adeptos y a sus enemigos
F.: En Diástole haces un lamento del vampiro. ¿A qué se debe esa imagen tan triste?
E. B.: Fíjate en cómo funciona el budismo. Entre sus preceptos clave figura uno que dice “quita el sufrimiento”; otro proclama la reducción de necesidades: “no necesites nada y no sufrirás”. Así vive un maestro zen. ¿Cómo sería tu vida si ni pudieras ni necesitaras comer y respirar? Pues de la misma manera que al yonqui no le garantizan la heroína, al vampiro no se le garantiza la sangre. El vampirismo no es sólo una reflexión sobre las adicciones, va más allá: ¿qué es Drácula? Un noble que vampiriza a su pueblo desde un castillo. Stoker y los demás precursores del mito del vampiro canónico realmente ofrecieron la imagen de una extrema dependencia del poder hacia la plebe, la raíz de un sistema frágil e inestable. Todas las revueltas y revoluciones han ocasionado un cambio de poder. Aquí entra un miedo cerval: el de perder tus dependencias, tus “adicciones”. Así que yo trazo un discurso complementario: ¿el yonqui y el vampiro no vienen a ser lo mismo? Te conviertes en una bestia por la noche, te despiertas hecho una mierda, estás muerto en vida… Yo quería abordar el mito canónico pero sin ningún respeto formal: presenté a un chuloputas que se alimenta de un drogadicto que además ha perdido su arte, su yo. Cuando están cubiertas las necesidades, dice Maslow, queda la autorealización, a la que llegamos mediante la creación estética. Estoy también hablando de la redención mediante el arte, de hacer una obra que dé sentido total a tu vida sin estar pendiente del próximo chute. El vampiro puede pasar el relevo, ver su imagen luego de tantos años: me gustaba esa perspectiva y por ahí tiré. No pretendí, como en Cenital, lanzarle una advertencia al mundo sino hacer reflexionar de cosas profundas a la gente, que es algo que no gusta mucho.
F.: ¿Por qué todo lo que rodea a los vampiros está marchito? Toda esa marchitez ya me cansa…
E.B.: La aristocracia es decadente por definición. Pero es que, además, hay algo decadente en la figura ancestral de lo que nunca muere. ¿Por qué morimos? Vivir es ir muriendo para luego dar paso a otros. La humanidad es una máquina que va quemando etapas. Por eso, una cosa que dure incólume, per secula seculorum, es decadente. Tenemos secuoyas que tienen 2000 años; si las contemplas, no puedes dejar de preguntarte cómo demonios es que están vivas. O si vas a un asilo… Uno de sus inquilinos me dijo una vez: somos un tubo digestivo, y nada más. Si lo piensas bien, en una cosa que ya no es joven, que pertenece al pasado y vive anclada a él, la decadencia es parte de su ser. Hay una obsolescencia interior.
En Diástole quería abordar el mito canónico pero sin ningún respeto formal
F.: Jérôme, el protagonista, pintará en la novela un cuadro que se titula Mil demonios aullando y que no dices cómo es. Descríbenos ese cuadro. ¿Fue una pesadilla tuya?
E.B.: Es también el nombre de mi sello. Creé una editorial para el desembarco en Amazon de mi libro de relatos descatalogados Esquivando el sueño.
Lo que pinta Jérôme es la escena final de Diástole (que no desvelaremos aquí). Esa visión me vino en un sueño. Hubo una época en que yo escribía cosas horribles que me provocaban pesadillas, que a su vez me servían para escribir cosas horribles, lo cual me provocaba nuevas pesadillas; todo un círculo vicioso, una escalada demencial, que terminó cuando me dije: “para chaval, se te está yendo la pelota”… Entre las imágenes de aquella época estaba esa de Mil demonios aullando. Me paré a pensar sobre ella y de ahí surgió Diástole.
Mira, para anticiparme a una de las preguntas que me hacen siempre: ¿de dónde sacas la inspiración para escribir? Pues en este caso fue también de gran ayuda mirar unas pinturas de un adicto de Montparnasse. Es falso que los yonquis no puedan pintar, lo que pasa es que les tiembla el pulso de tal manera que sacan unos trazos que no haría nunca un sobrio. Preguntado por cómo hacia para pintar así, respondió el pintor: “Me lo dice la voz de mil demonios aullando que tengo en la cabeza”. Esa idea entró en la batidora y fue fraguando imágenes. Es parte de mi método. A veces funciono así, sólo dándoles vueltas a los fogonazos poderosos.
F.: En Diástole me encuentro con esta frase: “Puedo vivir sin cama pero no sin un puñado de libros”. ¿Cuáles serían?
E.B.: Hay libros que sigo visitando después de tantos años y de los que no me canso. Es raro porque apenas releo. Casi todos los años cojo uno de esos libros que ya me sé de memoria y lo revisito. Tengo varios autores de cabecera –Bukowski, Lovecraft, Bradbury, Brunner, Ballard, Pallaniuck, Irvine Welsh- pero esto también me va por temporadas. Para Extraños Eones, devoré Lovecraft de tal modo que ya le he dado puerta para unos cuantos años. Con quien más me comparan es con Chuck Palaniuck; yo no me siento discípulo de nadie. Ni siquiera en Extraños eones, que no la veo como un pastiche, pues es Lovecraft sin Lovecraft. No la escribí como si fuera Lovecraft, la escribí como si fuera yo. Incluso los autores que más poso me han dejado, cuando me pongo con lo suyo, los dejo en segundo plano. Intento ser yo mismo, tener mi propia voz. Los maestros te aportan cada cual una cosa pero ninguno es determinante. No copiaría el discurso a nadie.
Hubo una época en que yo escribía cosas horribles que me provocaban pesadillas, que a su vez me servían para escribir cosas horribles, lo cual me provocaba nuevas pesadillas; todo un círculo vicioso, una escalada demencial, que terminó cuando me dije: “para chaval, se te está yendo la pelota”
F.: Uno de los discursos fundamentales que haces en Diástole es el de que la pintura es un rito. ¿Podrías abundar en esta tesis tuya, por favor?
E.B.: Se cree que las pinturas rupestres, las primeras atribuidas al hombre, vienen de rituales de caza. Ellos pintaban, visualizaban el éxito, como hacemos nosotros ahora con el pensamiento positivo, se imaginaban cazando una gran manada de gamos y luego reproducían en la realidad lo que habían hecho en sus pinturas. Algunos expertos opinan que ciertas técnicas de caza se hicieron mediante representación pictórica previa. El arte podría haber nacido de rituales chamánicos que tenían los hombres de cromañón en sus cuevas. Yo mismo tengo un ritual para escribir. Acuesto primero a mi hijo, se acuesta mi mujer, me encierro en mi despacho, me siento delante de la pantalla del ordenador, enciendo mi acuario de luz nocturna con mis monstruosos peces ciegos y negros, me pongo música a toda castaña, me sirvo una copa, y a partir de ahí, a ver por dónde salgo. Aquí hay un ritual, algo mágico, incluso. Todos los autores tienen el suyo.
F.: ¿Y ese discurso por qué lo llevas a Diástole?
E.B.: Porque pensé que transferirle la inmortalidad a un mortal no podía hacerse a la ligera, tenía que tener su liturgia. Algo que reflejase las manías que cada sujeto imprime en todo lo que hace. Todo lo que hacemos son acciones rituales. Estamos rodeados de ellas. Aquí hay una influencia de Anne Rice, aunque no me guste reconocerlo, pero el caso es que estaba detrás de mi idea cuando me puse a hacer Diástole. No le transfieres la inmortalidad a una niña por capricho, como en “Entrevista con el vampiro”, eso sería una blasfemia. Tú miras a quien metes en tu oficina, con quién te casas, con quién montas un negocio. Investigas con detenimiento a un tío antes de dejarle dinero o darle tu teléfono móvil. La confianza, la credibilidad entre las personas es la base de la estructura social. Y aquí es donde yo pensé: estás harto de vivir para nada, de estar todas las noches buscándote la vida, tú eres un vampiro, le cuentas cómo ha sido tu vida sin explicitarle nada, porque luego le vas a pegar un bocado a la yugular, y luego te marchas. Retrátame y así me veo. Aquí postulé un ritual que no es como un conjuro. No quería plantearlo como algo mágico sino lo que alguien haría si mañana supiera que iba a morir. La gente hace los deberes antes de ponerse a nada. Ésta era la idea. Iván le cuenta lo que ha sido, por qué quiere quitarse de en medio e insolarse, y pide a Jérôme que le pinte cuando al final decide que quiere ver el sol.
F.: Es una idea también de Lucius Shepard en Dorada…
E.B.: Sí, y también hay gente que me dice que le suena a Blade. Iván quiere ver el sol, que no ha visto en mucho tiempo. Los pintores trabajan con la luz. Aquí reside la clave de cualquier escena pictórica. Mira Van Gogh, o los impresionistas y expresionistas… Si estuvieras viendo todo sólo a la luz de la luna, de las estrellas o de las farolas, te pasaría lo mismo que a los vikingos en el norte. Hay gente en Europa que respeta sus tres horas de luz como algo sagrado porque las necesitan, sino se deprimen. Me paré a pensar cómo sería no haber visto en mucho tiempo el sol y me dije: esto es una tragedia a evitar. ¿Qué haría un vampiro antes de irse? Pegarle un bocado a un yonqui, agarrándose un pelotazo a lo grande, ver su retrato, a continuación el sol, y a esperar a que le peguen un tiro. Planazo.
Diástole va de que Iván coge y hace el petate. Si algún día publico Sístole, que habrá que verlo porque Diástole está casi agotada, y habrá que ver qué quiere hacer Salto de Página, si reeditarla o no… Si algún día la publico, porque son dos novelas, se entenderá mejor esto que te quiero decir. No hay un concepto mágico del vampirismo en la obra que planteo yo, sino de lo que es terminar una vida y dar paso a otra. Al fin y al cabo, la muerte está para eso, morimos para pasar el relevo a otros.
No me siento discípulo de nadie: intento ser yo mismo, tener mi propia voz
F.: ¿Entonces Sístole tendrá a Jérôme como protagonista?
E.B.: Aunque tiene otra estructura de flashbacks y no arranca tal cual, sino que va dando saltos en el tiempo, lo cierto es que la trama empieza con Dumitru escondiéndose en Huesca y Jérôme en la selva de Irati (Navarra). Me lo he llevado hacia España y luego por toda Europa, pero he querido hacer otra cosa. No repetir el modelo pero sí terminar con algo que en Diástole se hace ver pero no se llega a concretar. No quiero hacer spoilers, algún día quiero publicar Sístole. De hecho, tenemos un borrador de portada y de contraportada y el libro está prácticamente terminado, lo que pasa es que ahora lo leo y no me gusta (lo escribí en 2008). Lo tendría que volver a escribir y es un faenón. Y con las ventas de Diástole a lo mejor no me interesa seguir por ese camino y prefiero meterme en la novela distópica, o hacer cualquier otra cosa. Estoy cansadísimo de la literatura, de la vida que me está dando; por las cifras que mueve en España te entran ganas de mandarlo todo a la mierda. Igual luego me cojo pronto unas vacaciones que pueden ser largas, no lo sé. Esperaré a ver cómo funciona Extraños eones. Sístole está pendiente de ver qué pasa con Diástole. Si Pablo (Mazo Agüero, editor de Salto de Página) decide reimprimir una segunda edición, estaría bueno sacar la secuela. Aquí hay una cuestión de fondo: que la industria parece que quiere que saque un libro al año, no más, porque si no mareas al librero, mareas a la distribuidora, estás demasiado presente, la gente no consume libros tan rápido… Si saco ese libro paro otros que pueden interesar más, conque no sé lo que haré. Ahora mismo espero resultados y estoy planteándome las cosas.
En fin, hay preguntas que has hecho que se responderían muy bien si te hubieras leído la secuela, pero está en hibernación sine die.