Cuidado con esta edición de La noche (Atalanta, 2012; originariamente publicado en México durante 1943), porque miente y engaña. Un lector descuidado pudiera acercarse a ella pensando, quizás, que fuese una nueva edición del primer libro de relatos publicado por el inclasificable e iconoclasta Francisco Tario (Ciudad de México, 1911 – Madrid, España, 1977). Pues no, se trata de mucho más. No sólo porque contenga un hermoso “Prólogo” a cargo de Alejandro Toledo, quien ha dedicado no pocas líneas a la figura de Tario, o porque se reproduzcan a modo de anexo final las dos únicas entrevistas que alguna vez concedió el autor a un medio cualquiera –ambas a El Oriente de Asturias, periódico de la zona de donde era originaria su familia-, sino también porque, inadvertidamente, se incluye un relato de Tapioca Inn. Mansión para fantasmas (1952) y siete cuentos correspondientes al último libro de obras breves publicado por Tario, Una violeta de más (1968), escrito en España como sentido recuerdo de su mujer, fallecida unos pocos meses antes (Carmen Farell se le fue en marzo de 1967).
El lector atento debe discernir con claridad donde empieza y acaba La noche para dar paso a los demás relatos porque, como obras independientes de épocas diferentes, no guardan mayor relación entre sí que la de pertenecer a una misma mano, ya que ni por estilo ni por temática estos volúmenes son comparables o asociables el uno con los otros. A esto cabe añadir que La noche posee una compacta unidad que lo hace distinto no sólo a sus otras obras –colección de relatos fragmentarios-, sino también a cualquier referente o influencia literaria a la que se pretenda vincular. Es por esto que el salto de “Mi noche” a “El Mico” se nos hace tan imponente: se trata, más que un salto en el espacio, de un salto en el tiempo (veinticinco años median entre página y página). Un conocimiento que aplicaremos aquí para analizar, como corresponde, estas obras por separado.
Antes de entrar en materia conviene, no obstante, detenerse brevemente en la desconocida y magnífica figura de Francisco Tario -pseudónimo literario del hijo de asturianos conocido, más allá de la escritura, como Francisco Peláez Vega-. Aunque no fue un autor prolijo, nos dejó algunos de los mejores relatos que se hayan escrito alguna vez en lengua castellana, o por lo menos así se deduce, a partir de la opinión compartida tanto por su amigo Octavio Paz (vecino de patio trasero durante no pocos años), como de un admirado autor de Tario llamado Gabriel García Márquez –para quien “La noche de Margaret Rose” ocupa el Olimpo de lo breve de la lengua cervantina-. Una pluma desconcertantemente inclasificable, ajena a corrientes literarias o movimientos creativos. Libre y personal. Y por ello despojada de ataduras a la hora de aprovechar todo tipo de recursos y exponer las técnicas más variopintas.
En La noche destaca un estilo fluido, en que la voz narradora se dirige a una audiencia asumida como presente, permanentemente atenta y activa ante el devenir argumental de las pequeñas piezas componentes de este volumen. Un rasgo heredero directo de las no pocas horas que el matrimonio Peláez-Farell dedicaba a revisar, con atento mimo, pero siempre con el más contumaz espíritu crítico, cada uno de los textos. De hecho, Francisco le leía a Carmen y ésta, a la vez editora y censora, cancerbera del paraíso, cortaba las alas o daba paso a este texto o al otro, u opinaba que habría quizás que mejorar o cambiar esto o aquello, bien allá o bien acullá. Hágase la prueba y, por ejemplo, léanse estos relatos en voz alta, para sí o para otros, y notarán la extraordinaria magia de las vibraciones vitales de los personajes, cómo les hablan y transmiten sus sensaciones o emociones u opiniones. Y es que Tario creó arte en forma de literatura, vida en forma de palabra.
La iconoclastia de nuestro autor comienza en sus fuentes de inspiración, y en las decisiones creativas a partir de las cuales buscaba expresar la esencia de estas fuentes. Precisamente para disfrutar y sumergirse en este tomo de relatos, conviene antes tener presente qué significa “la noche”, qué implica escribir en ella o para ella; lo que nos lleva al sueño y a la pesadilla, a lo onírico y a lo etéreo, a lo improbable y a lo imposible. En la noche vive la posibilidad de hacer cualquier cosa, incluso que los personajes inanimados o animales sin pensamiento tomen la palabra y protagonicen algunos de estos relatos. La noche es también oscuridad, frío y tiniebla, enfermedad y muerte. Por ello no debe sorprender ni los portavoces del mensaje, ni el mensaje mismo, cargado de pesimismo al mirar desde el más allá de la consciencia (el sueño) y más allá de la humanidad (objetos o animales), a un ser humano mezquino tan ensimismado con los artificios de su podredumbre que apenas llega a ver su defenestrada situación moral y vital. Tanto es así que la muerte llega a ser una vía de escape, y la fantasmagoría una forma de lucidez.
Si se quiere acceder a la visión más crítica con el ser humano, léase “La noche de la gallina”; si se quiere penetrar en la perspectiva más fatalista, “La noche del buque náufrago”; una desmedida sed de venganza contra el ser humano despide “La noche del traje gris”; un enorme amor por la vida pero también una desalentadora inconsciencia para darle el valor merecido contiene “La noche de Margaret Rose”; y a la inversa, una cristalina consciencia de su valor, pero una frustrante incapacidad para vivirla con plenitud, se describe en “La noche del muñeco”… Las postales dibujadas en este libro están cargadas de un pesimismo y una negritud de las que “Mi noche” busca ser su expresión sintética, un relato brillante en cuanto ejercicio de estilo, pero también recargado en su intento de condensar lo que todos los relatos anteriores tan brillantemente muestran. De esta forma, La noche se nos aparece como un libro inclasificablemente casi perfecto, duro en su fondo, brillante en su forma, y procaz para su lectura tanto a voz íntima como a voz viva.
“La semana escarlata” es el único relato contenido aquí de Tapioca Inn. Mansión para fantasmas. Muestra de un estilo impreciso en cuanto a su estado de transición, ya muy alejado de La noche en cuanto a lo formal, si bien con una conexión de trama y contenido evidente, tanto respecto al dramático pesimismo que envuelve el mensaje del texto como a los recursos argumentales utilizados para su desarrollo. En consecuencia, se nos muestra el sueño y la noche otra vez vinculados a la inconsciencia y al conocimiento, enseñándonos cómo más allá de nuestra vida consciente hay también Realidad; de hecho es a través de ella que se accede a “lo Real”. En este caso, a partir de la experiencia de un desconcertante asesino, cuyos crímenes reales se acometen desde el sueño.
A partir de aquí, los demás relatos son parte de Una violeta de más. El tiempo ha ido madurando y refinando el estilo de Tario y aquí se observa una obra más canónica, despojada ya de la brillante originalidad y osadía de La noche, continúa desarrollando el mismo contenido desde posiciones narradoras muy similares –si bien varía la primera persona con la tercera-. De hecho, aquí podemos hablar quizás más de cuentos que de relatos, por su estructura en tres cuerpos claramente definidos (presentación, desarrollo y desenlace), por su tendencia a ese final sorpresivo de última hora que impresione al lector, o por ese mensaje moral de fondo que late tras los recursos argumentales a lo fantasmal y a lo monstruoso o a lo grotesco. De hecho, aunque use en este libro las formas de lo extraño, muestra un contenido cargado de realismo, crítico y pesimista, reflexivo y contundente. Si bien, en las entrañas de lo oscuro, salido de allá en el fondo, emerge el amor a modo de evasión y salida.
En La noche observamos la unidad del mensaje de Francisco Tario, así como su transformación formal, especialmente evidente en el texto breve. Una coherencia autoral en la que lo extraño y lo onírico, lo fantástico y lo fantasmal, son las herramientas utilizadas para denunciar las miserias de este mundo cotidiano y material. Pues si es la oscuridad de la noche y el sueño donde se revelan las realidades y las verdades y los conocimientos del más acá, se quiere decir con ello que para mantener la mente abierta conviene mantener los ojos cerrados. Un consejo válido, excepto para descubrir a un autor extraordinario que, sobre todo en sus primeros textos, nos ha legado alguna de las muestras más conmovedoras de crítica social, pesimismo humanista y reflexión moral que se puede tener ocasión de leer y disfrutar.