Presentamos a continuación el texto galardonado con el segundo premio del concurso literario Tim Powers.

Ilustración realizada por Enrique Corominas

Ilustración realizada por Enrique Corominas
Ilustración realizada por Enrique Corominas

Una buena aventura, cuando está bien escrita, es más que ninguna otra una heterogeneidad de elementos subordinados a una trama, y a su vez su trama es todo lo que la escribe. Es técnica pura, pero técnica entretejida con pura emoción. Esto se hace evidente en uno de los hitos fundamentales del género, La isla del tesoro, y se confirma una vez más en este En costas extrañas (Gigamesh) que nos ocupa.

El libro de Tim Powers, publicado en 1987 y reflotado recientemente gracias a la última entrega de la saga Piratas del Caribe, sigue un planteamiento clásico en el género, tan antiguo como la Odisea: John Chandagnac, joven a bordo del Clamoroso Carmichael a punto de convertirse en héroe de acción, planea arribar a Jamaica y hacer pagar a su tío por la miserable muerte de su padre, reclamando de paso sus derechos patrimoniales, cuando se ve en medio de un abordaje a manos de piratas, apoyados por dos traidores entre la tripulación del barco. Entra así en contacto con la cruda realidad caribeña de 1718, en un sangriento tiroteo que recuerda al de El inevitable hombre blanco de Jack London. A partir de este momento, John Chandagnac engrosará las filas piráticas y será rebautizado con el nombre de Jack Shandy, debiendo superar una trepidante sucesión de aventuras para poder alcanzar su meta. En el transcurso, descubrirá su valor y el lado oculto de su personalidad, luchará contra la Armada Inglesa, conocerá al mismísimo Barbanegra, trabará nuevas amistades y alguna que otra enemistad, viajará a la Fuente de la Eterna Juventud, se enfrentará a una horda de zombis, sufrirá la magia vudú en sus propias carnes, se enamorará. Por más que suene atractivo, vemos que el planteamiento no brilla por su originalidad; ni falta que le hace. Es más, los que hayan leído otros libros del autor reconocerán sabores familiares en este: la conflictiva relación entre la magia y la tecnología, un uso del ritmo casi cinematográfico, continuos cambios de perspectiva… Pese al componente mágico, Tim Powers escribe una novela de aventuras, y en este género no importa tanto lo revolucionario de su planteamiento cuanto la pericia narrativa y el saber hacer en la trabazón de su estructura. Las aventuras no exigen lectores que dejen salir al “niño que llevamos dentro” (lugar común vacuo donde los haya), sino que requieren lectores de aventuras. Si nos acercamos a En costas extrañas con esta disposición, veremos sobradamente satisfechas nuestras expectativas.

Uno de los elementos característicos de toda la obra de Powers es la rigurosa documentación histórica sobre la que se arman sus ficciones. La novela no es una excepción, pues se sitúa en un momento muy concreto de la Historia, en el año de 1718, cuando Woodes Rogers, recientemente elegido Gobernador de las Bahamas, está a punto de desembarcar en Nueva Providencia con el Perdón Real para los piratas, a cambio de su arrepentimiento y del total abandono de sus prácticas criminales. Ante esta perspectiva tan decadente, Edward Thatch, más conocido como Barbanegra, y sus compinches insisten en mantener sus terribles costumbres, generando una siniestra leyenda en torno a su figura que lo hará trascender hasta nuestros días como uno de los mayores piratas de todos los tiempos. Éstas y otras muchas referencias históricas abundan a lo largo de toda la obra, dotándola de una gran verosimilitud que hace creíbles incluso los elementos vudús, añadidos de su propia cosecha. Este afán por la credibilidad se debe de hecho a un aplicado apego al ideal aristotélico, puesto que en la trama se reúnen todos sus requisitos: la historia entera es una continua peripecia, al igual que hay reconocimiento, unidad de la acción y, una vez más, verosimilitud, reforzada a través de la fidelidad histórica. Así como algunos narradores recurren al aplomo y a la prolijidad de referencias eruditas para hacer pasar por históricas auténticas ficciones, al modo de un Fray Antonio de Guevara, otros prefieren partir de acontecimientos históricos contrastados para, aprovechando los inescrutables espacios en blanco que deja el paso del tiempo, rellenarlos con el cemento de la imaginación. De esta manera procede Tim Powers en su libro, matizando el trazo grueso de la Historia con pequeñas vicisitudes imaginadas, que sólo por casualidad resultan ser mágicas; por lo demás, los límites fijados por la historiografía no se ven alterados.

La minuciosa documentación histórica que sustenta toda la trama, junto con la ambientación caribeña, poblada de oscuros ritos vudús y caprichosas deidades o loas “de Petro y de Rada”, así como la confrontación, planteada en el libro de Powers sobre todo por boca de Philip Davies, entre una América que todavía “está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías” y un Viejo Mundo en exceso racionalista y ordenador (“tan asentado, tan sólido”, dice Beth Hurwood), hacen que durante la lectura de En costas extrañas acuda a la memoria el recuerdo inevitable de El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Es difícil saber si Tim Powers había leído el libro del cubano antes de escribir su novela, pero considerar esta probabilidad nada tiene de descabellado, teniendo en cuenta que el propio autor admite leer toda la documentación de la que pueda disponer sobre el contexto en el que sitúa sus historias. De este modo, si bien la novelita de Carpentier responde a una concepción real-maravillosa frente al historicismo mágico de la de Powers, el desangrado de toros sobre los muros de la Ciudadela La Ferrière es a la primera lo que las mechas de combustión lenta de Barbanegra a la segunda: detalles en apariencia increíbles y dotados de una gran fuerza poética, pero ambos hechos rigurosamente documentados. Puede que las coincidencias entre ambas obras sean una casualidad, pues al fin y al cabo Papa Legba o Maître Carrefour (Mequetrefeur para los amigos), señor del azar, es una presencia constante en ambos libros, pero, aun siendo así, merece la pena destacarlas.

Monkey Island - Poster

Monkey Island - Poster
En costas extrañas fue una de las influencias declaradas de The Secret of Monkey Island (1990), seguramente la aventura gráfica más famosa de la historia y la que marcó tendencia dentro del género. Más información en Aventura y CÍA.

Las historias de aventuras con componentes fantásticos y de misterio son una constante en la obra de Tim Powers. Por su parte, la tradición más evidente en la que se inserta En costas extrañas es la de las historias de piratas, ciertamente una fuente inagotable de buenas aventuras. Pero esta novela bebe sobre todo de dos clásicos, conjugando en su ejecución el modo homérico con el stevensoniano. Al igual que ocurre en la Odisea, las peripecias se suceden hasta el final, cada una encerrando una pequeña aventura completa en sí misma. Powers interpone un contratiempo tras otro entre John y su destino en Jamaica, prolongando la historia en una avalancha de accidentes que pondrán a prueba la valía de su héroe, incluso la de sus aptitudes como navegante. Pero, y en esto demuestra haber aprendido bien la lección del Maestro Stevenson, la historia del norteamericano no se reduce a un caleidoscopio de episodios yuxtapuestos, sino que, como en el clásico del escocés, la acción se mantiene constante y uniforme, al igual que un cabo está compuesto de múltiples cordones, pero siempre formando un único cuerpo. Si en Las puertas de Anubis la trama se enredaba en constantes giros de la acción, En costas extrañas avanza de una aventura en otra, con rumbo fijo, acercando a Jack cada vez más a su destino al tiempo que progresa en su proceso de maduración. El autor no se deja cegar por el colorido de la diversidad, sujetándolo todo a un impulso general, el de la aventura personal de Shandy.

Hay otras historias como hay otros destinos, pero es el suyo el que determina la longitud del libro. Como las cuentas de un rosario, episodios y personajes se ensartan en el hilo común que es la evolución del héroe; al igual que en el libro de Stevenson, la concepción unitaria trasciende hasta el procedimiento mismo. Es más, En costas extrañas tiene un inicio mucho más abrupto que La isla del tesoro: pasadas apenas un par de páginas, va al grano; ya habrá tiempo de definir a sus personajes entreverando sus recuerdos con los acontecimientos.Y aquí hemos dado con la principal virtud de este relato, la que hace de este En costas extrañas un más que digno representante del género de aventuras: el dominio de la estructura, el desarrollo orquestal de la acción. Pues aunque la abundancia de elementos incluidos en el libro, condensada en apenas 300 páginas, pueda hacer temer un batiburrillo sin orden ni concierto, lo cierto es que en las manos de Tim Powers todo se ajusta con precisión en una máquina de diversión pura que funciona a las mil maravillas. En su gran dominio del oficio, Powers engarza las partes sin perder de vista la trama general, de modo que, cuando de pronto introduce algún elemento que nos desconcierta por su aparente desviación (lo cual sucede con bastante frecuencia), enseguida descubrimos que está plenamente justificado por la trama, haciéndola avanzar sin detenerse ni un punto en pesadas digresiones que se salgan del flujo narrativo.

El ejemplo más claro y también el más frecuente de estas aparentes desviaciones de la trama, enseguida reveladas como conductores de la misma, lo constituyen los recuerdos de los personajes. La constante presencia del pasado de los caracteres está doblemente justificada. Por un lado, funciona como impulsor de la acción, puesto que nos ayuda a comprender las motivaciones de cada personaje, dándoles fondo, al tiempo que determina su comportamiento y condiciona el desarrollo de la narración. Así, por ejemplo, las aviesas intenciones de Leo Friend sobre Beth Hurwood se revelan al conocer su pasado (el cual, por cierto, se asemeja al de cierto noctámbulo de Providence, con su adicción a los dulces, su misantropía originada en las burlas por su físico anómalo, y su relación con una madre sobreprotectora, en el caso de Friend llevada al paroxismo), aclarándose así el por qué de su comportamiento y sus ambiciones.

Barbanegra

Barbanegra
Edward Thatch, «Barbanegra» (Bristol, 1780- Ocracocke, Carolina, EE.UU., 1718)

La otra razón por la que los recuerdos tienen un peso tan importante en la novela no responde a una cuestión estructural, sino de convicción, y de hecho una aparición en sueños se lo comunica al propio Jack Shandy: “porque los recuerdos constituyen el todo acumulado de una persona”. El de la identidad es un tema constante a lo largo de En costas extrañas, especialmente en la historia personal de su protagonista, pues no debe olvidarse que un ingrediente fundamental de toda aventura es la realización del héroe. John Chandagnac, especie de Ginés de Pasamonte a la inversa, que empieza siendo un ex titiritero (no es la primera vez que este oficio aparece en un libro de Powers, recuérdese al Horrabin de Las puertas de Anubis) con más ganas que posibilidades de ver cumplidos sus deseos, para acabar convertido en todo un pirata de ley (o contra ella), cambiando de nombre a la sazón, acabará descubriendo que al fondo de la botella de ron y en el entrechocar de los alfanjes se esconde una parte de su ser que desconocía, pero que le pertenece tanto como la otra. De este modo, el pasado de Chandagnac/Shandy se nos va dando gradualmente, como gradualmente va asimilando el modo de vida pirata: en este sentido, es memorable el tercer capítulo, en el que, mientras Jack Shandy, cocinero del Carmichael, rema hacia la playa de Nueva Providencia, John Chandagnac es el protagonista de sus recuerdos en Europa. Posteriormente veremos cómo Jack se convierte en uno más dentro del mundo de los piratas, compartiendo incluso sus creencias y supersticiones en un gracioso diálogo con Beth Hurwood, hasta que finalmente acaba conciliando sus dos personalidades y las hace confluir en un mismo destino, su amor por la hija del viejo Benjamin. Una vez más el héroe ha crecido a base de superar la adversidad y nosotros hemos disfrutado leyéndolo.

Pero el hecho de que la evolución de Shandy tenga tanta importancia en el libro no quiere decir que sus problemas personales entorpezcan la narración; más bien al contrario, los acontecimientos externos y sus íntimas tribulaciones se entrelazan en un continuo inseparable, pues todo junto conforma una trama en la que la acción progresa sin ceder un sólo momento al esparcimiento digresivo. No se trata de profundizar en los personajes, pues en las novelas de aventuras estos no necesitan ser complejos; basta con que sean memorables, siempre y cuando no interrumpan el discurso de la acción. Pues es esta, con sus picos y sus remansos, la que orquesta toda la cadena de los acontecimientos, siempre bajo el gobierno del omnipresente narrador, el cual renuncia a una continuidad en la perspectiva para pasar de uno a otro personaje o a una contemplación abarcadora de toda la escena según lo exija el interés de la trama, eclecticismo tan caro al escritor. Como si de una trituradora se tratase, todos los puntos de vista y todo el espectro de los fenómenos, desde los cuerpos entregados a la lucha hasta las mociones de los espíritus atormentados, desde el discurso directo a la narración objetiva, los asimila el narrador en beneficio del fin supremo: la construcción de una historia de aventuras y magia que atrape al lector hasta la última página.

El rimo narrativo, casi inapreciable si logrado pero tan difícil de conseguir, prescinde de todo lo innecesario para que la acción fluya de la manera más disfrutable para el lector. Es por esto que En costas extrañas está escrito a base de numerosas elipsis. De pronto, al pasar de un capítulo a otro, dejamos a un Jack Shandy todavía desconcertado por su nueva situación, para a continuación retomarlo completamente adaptado, pensando y actuando como un auténtico pirata, si bien conservando todavía algo de su inocencia original. Tras un decimoctavo capítulo rebosante de emoción, donde se suceden de forma frenética los puntos de vista dentro de la misma escena (algo parecido a la técnica cinematográfica del plano-contraplano), en una aceleración antológica del ritmo narrativo, el segundo libro se cierra con una cota máxima de dramatismo, para seguir en el tercero con un cambio repentino de escenario y de personajes, dando un salto temporal que nos traslada primero junto al fugitivo Stede Bonnet y después a la isla de Ocracoca, donde Barbanegra se dispone a enfrentarse a la Armada Inglesa. Ni la cronología, ni el punto de vista, ni la voz narrativa: nada es intocable para Powers a la hora de componer su sinfonía, todo lo sacrifica en beneficio de la narración pura.

Siendo En costas extrañas un libro de aventuras y de magia, las descripciones físicas comparten el espacio con los pasajes sobrenaturales. De este modo, la trama alterna escenas en las que se detallan con precisión los lances de los combatientes, las heridas en los cuerpos, los embates de las olas, el crujido de la madera, la lucha de los aparejos contra el viento o los movimientos del escenario (como cuando Jack sufre la escora del Carmichael: “en aquel momento, la cubierta volvió a presionarle las plantas de los pies y el horizonte descendió mientras el barco se enderezaba”), con otras en las que de pronto la acción se diluye, impregnándose del olor mágico a “metal recalentado”. El momento de mayor fantasía del libro tiene lugar en los pantanos de Florida, en donde los protagonistas se adentran buscando la Fuente de la Eterna Juventud. Entonces la trama adquiere tintes terroríficos, con una presencia ominosa que acecha entre la vegetación palustre, pero sobre todo cuando se internan en ese misterioso no-lugar que abomina de las leyes espaciotemporales, especie de cruce entre R’lyeh y el Infierno dantesco.

Esta ensalada narrativa se adereza con un variado surtido de tecnicismos náuticos, terminología vudú (que va desde los nombres de diversos fetiches hasta los de algunos dioses de su Olimpo particular), movimientos de esgrima (como digna criatura de Powers, el propio John Chandagnac aprende varias técnicas para dar realismo a su teatrillo de títeres) y numerosos cultismos, los cuales a veces se quedan en simples apuntes eruditos, pero que en conjunto aportan colorido y riqueza a la ficción. Todo esto refleja un enorme respeto por lo que se hace, pero sobre todo un enorme respeto hacia el lector, de modo que no dejan de sorprender algunas torpezas puntuales del autor, que parece excederse en la aclaración de ciertos detalles o en la reiteración de escenas anteriores por miedo a que pasen inadvertidas: así sucede, por ejemplo, cuando Jack se encarga de hacer expresa la intención insinuada por el propio Philip Davies sobre su fingido reconocimiento de Sam Wilson, o cuando se reproduce la muerte de cierto personaje, a la que ya hemos asistido páginas atrás y que se repite tan sólo para hacérsela saber a nuestro héroe. Sin embargo, estos deslices son muy escasos y nunca suponen una merma en la calidad de la historia.

Estamos ante una novela preparada a conciencia, escrita con un admirable pulso narrativo y un sentido del ritmo propio de los mejores, en la que el escritor se despoja de lo ornamental o episódico para dedicarse por entero a la progresión de la trama. En la aventura, la figura del escritor es irrelevante: no importan las florituras del estilo, ni el ingenio, ni mucho menos las inconfesables obsesiones del autor. En este género lo único que importa es la trama, lo que se cuenta y cómo se cuenta, y por eso se trata de una de las formas más humildes y generosas para con el lector que nos brinda la literatura. En costas extrañas ofrece justamente eso, logrando transmitir esa sensación que tanto gusta encontrar en una historia de piratas: la de estar rodeado de un hatajo de veletas, capaces de emprender las mayores audacias con tal de salvarte la vida, para acto seguido quitártela de una puñalada por la espalda, todo en función de cómo pinten las circunstancias. Puede que el final decepcione a alguno por parecerle demasiado abierto, pero si tiene en cuenta que todas las peripecias tienen por objeto la maduración del héroe, tal vez quede satisfecho al comprender que, en lo tocante a Jack Shandy, al final de la aventura será un hombre completo preparado para afrontar los nuevos peligros que la vida le depare. Pase lo que pase, si Powers quiere contárnoslo, nosotros estaremos encantados de leerlo.