La irrupción de Hannu Rajaniemi (Ylivieska, Finlandia, 1978) supuso un impulso de aire fresco, además de una sorprendente conmoción. No sólo porque su primera novela, El ladrón cuántico (Alamut, 2013; aunque originalmente publicada en Inglaterra durante 2010), aspirase a los principales premios del género al mejor trabajo novel –Locus y el John. W. Campbell Memorial-, sino también porque su aparición se produjo después de una cortísima carrera en el relato breve, con apenas cuatro relatos publicados desde 2003, y con un suculento adelanto en el bolsillo recibido de uno de los principales editores del género -Victor Gollancz- tras haber leído sólo una veintena de páginas.
La fuerza de su entrada en la novela no salió de la nada. Ayudó el que, al poco de su llegada a Escocia para formarse en física matemática, Hannu Rajaniemi entrase a formar parte del excéntrico y poco conocido grupito de autores llamado Writer’s Bloc. Con base en Edimburgo, cuenta entre su pequeño grupo de miembros a gigantes como Mark Harding o Charles Stross (este último fue, precisamente, el principal valedor de Rajaniemi: no en vano, él es quien firma las elogiosas palabras de la contraportada a la edición española). Un colectivo exigente con el estilo de sus miembros, por cuanto persigue la innovación a partir de una concepción iconoclasta de la literatura: provocadora en sus planteamientos y arriesgada a la hora de exponer nuevas perspectivas y/o nuevos temas al lector. De esta ideología tan esencial y general surge la variedad de sus miembros, y con ella también la posibilidad de que no todas las propuestas puedan ser del gusto del lector.
La historia central de esta novela es, sin duda, sugerente y díscola. El eje central recae sobre Jean Le Flambleur, un habilidoso ladrón de mentes, de esos que consiguen el hurto del siglo a base de encanto e imaginación, rescatado de la prisión para afrontar un importante robo. De allí lo sacará Mieli, una misteriosa mujer que viaja en una aeronave inteligente, de nombre Perhonen (permítaseme intuir que es una transformación de la palabra finlandesa “Perhoset”, mariposa), para cumplir una misión de la que apenas conoce los detalles porque sus jefes, unas esquivas entidades presuntamente divinas, tampoco quieren desvelar una información aparentemente peligrosa. Su objetivo es conseguir entrar en la mente de un habitante de la ciudad marciana móvil llamada Oubliette (en francés significa “lugar olvidado”).
Allí lo está esperando un brillante detective, Isidore Beautrelet. Intuitivo y sagaz, es capaz de prever las intenciones y movimientos de cualquier persona, habilidad sensitiva que le ha granjeado (para su desgracia) una incómoda popularidad. Tras él están unos misteriosos seres conocidos, genéricamente, como tzaddikim (para comprender mejor el papel de estos personajes, es importante saber la leyenda semita de los 36 justos de Dios) y en concreto, uno de esos seres, llamado por el intrigante nombre de Caballero. Aunque su principal objetivo podría parecer que es el de detener al ladrón, impidiendo que cumpla su misión, Isidore irá más allá, utilizando su habilidad intuitiva especial para averiguar las intenciones de Le Flambeur y de paso también quién está detrás.
La novela juega con una claro antagonismo entre ladrón y detective para, a partir de su contraposición, desarrollar un intenso tejido de hilos narrativos. Aunque dicho así pudiera parecer una estructura extraordinariamente sencilla, las apariencias engañan. Las densas capas de poder que se superponen a ambos protagonistas diversifican y enriquecen el universo narrativo, expandiéndolo, complicándolo con el cruce de historias muy, poco, o nada relacionadas con el hilo principal. A esto debemos sumar la riqueza de posibilidades ofrecida por la multidimensionalidad del argumento, saltando de una dimensión cuántica a una material en apenas unos párrafos, y ofreciendo una inmensa riqueza de matices trasladable tanto a las tramas secundarias como a las imágenes o a los elementos con que se construye la novela. Las numerosas salidas aportadas por la riqueza argumental hacen necesaria una lectura atenta a los detalles.
El ladrón cuántico resulta ser una novela exigente, donde la formación académica de Rajaniemi tiene un peso excepcional en la construcción del argumento, aderezado además con una amplia variedad de referencias culturales a la mitología semita o la ciencia-ficción mainstream o las culturas eslavas, entre otras. Y si es exigente su lectura, también lo es su escritura. No sería posible el maridaje de una variedad de elementos tan heterogénea como la que aquí se plantea, ni un argumento tan complejo como el que Rajaniemi pretende proponer, sin un fino manejo de la pluma o un amplio conocimiento de las técnicas narrativas. Sin embargo, aunque el argumento sí nos propone nuevos temas y nuevos caminos, paralelos a los nuevos conocimientos que la ciencia descubre y que nuestro autor conoce a la perfección, la extraordinaria fragosidad de una trama amorfa supone la mejor muestra de una todavía tosca habilidad literaria en cuanto a la creación de una historia bien definida e interesante.
La base del problema está en la imprecisión de un universo narrativo construido con brocha gorda. Como la historia se inicia in media res, se dan por sabidas tanto las características generales del universo narrativo como los antecedentes del personaje principal que lo sostiene (Jean Le Flambeur). Si a esto sumamos la complejidad de un universo construido a base de un sincretismo con elementos de heterogéneo e indiscriminado origen, y que los elementos hard del argumento dificultan el acceso a algunos de los hilos narrativos clave, tenemos una trama necesitada de un desarrollo diáfano para resultar ya no interesante, sino bien planteada en cuanto comprensible. Un objetivo hostil con la iconoclastia de Rajaniemi quien, a resultas de querer ser original, acaba siendo críptico en no pocos puntos de la novela. Y ese cripticismo afecta precisamente a importantes aspectos del universo narrativo.
A consecuencia de esto, los personajes adolecen de una caracterización ligera en exceso, asentada más en las características asombrosas de cada uno que en una personalidad bien definida. El resultado es el de un grupo de personas mayoritariamente histriónicas y disfuncionales, con las que resulta bastante difícil empatizar durante la lectura, por cuanto sus decisiones resultan vacuas y carentes de una motivación fundamentada en algo más allá que el uso utilitario de sus habilidades. El autor parece haber detectado este defecto, y por eso introduce a lo largo de la historia algunos hilos narrativos secundarios capaces de conectarlos con su pasado. Pero la deficiente conexión de estos hilos y, sobre todo, la tan distinta personalidad que muestran los personajes en uno y otro momento –hay, a ese respecto, una clarificadora escena de Isidore con Raymonde-, acentúan las carencias en este sentido.
Esta novela encaja perfectamente en la ciencia-ficción hard, donde el peso de la ciencia llega a ser tan abrumador, tan básico incluso para la comprensión general del texto (que hace imprescindible cierto conocimiento especializado en un área concreta), que o el manejo de la narratología nos permite acceder a una historia interesante donde la comprensión de los aspectos científicos adquieran una importancia relativa, o, de lo contrario, la relación de la obra con el público se verá seguramente deteriorada. No por saber mucho y querer contarlo el público puede llegar a percibir mejor esa inteligencia.
La primera novela de Hannu Rajaniemi representa fielmente la nueva tendencia de la ciencia-ficción hard: la ciencia especializada como mecanismo creador de historias, como motor para la trama, argumento y relación de personajes. Dados los vastos conocimientos de Rajaniemi, ello podría haber dado una novela extraordinaria si no fuese porque su ambición científica no va acompañada de la necesaria habilidad literaria. De esta forma, tropieza notablemente con las piedras más habituales de todo escritor novel: una trama sin definición, hilos argumentales enredadísimos en su organización, o personajes planos en exceso, convierten esta novela en un intento digno que, aunque apunta maneras, tiene todavía pendiente de conseguir el imprescindible equilibrio entre conocimiento y creatividad.