Tal día como hoy, hace 50 años, aparecía en el semanario argentino Primera Plana una tira protagonizada por una niña preguntona, de melena rebelde, flequillo corto y lazo en la cabeza. Nacía Mafalda, la niña más contestataria del cómic, y en la radio sonaba Pretty Woman de un tal Roy Orbison, los Beatles se adueñaban de las listas de éxitos de medio mundo con A Hard Day’s Night, China detonaba su primera bomba atómica y Martin Luther King recibía el Nobel de la Paz.

La publicación de Mafalda, desde septiembre de 1964 hasta junio de 1973, coincidirá con el periodo más convulso de la historia reciente; sus viñetas reflejan las inquietudes ideológicas y sociales de una generación que perdió la inocencia a golpe de realidad. La tira de Quino reflejaba los ideales y el espíritu más progre y hippie de mediados de los 60, la década en la que despertaron las conciencias de millones de jóvenes que desde Francia hasta Estados Unidos reclamaban más libertad, más derechos humanos, más paz. Fue la primera generación que soñó con lo imposible y con campos de fresas eternos, que se atrevió a cuestionar el estado del mundo y protestó de forma ruidosa contra las desigualdades, el hambre y la guerra. La generación que reclamó para sí un mundo mejor y más justo y cuyas exigencias chocarían, una y otra vez, contra “el palito de abollar ideologías”.

Joaquín Salvador Lavado, “Quino” (Guaymallén, Mendoza, 1932), creó una serie de personajes que plasmarían los acontecimientos nacionales e internacionales.  “Mis dibujos son políticos, pero en relación a situaciones humanas más que políticas en sí”, diría en una entrevista. Mafalda plasma la realidad de una familia tipo de la clase media argentina y sus pequeños conflictos diarios (llegar a fin de mes, la subida de precios, pagar los plazos del coche). Como telón de fondo, los precipitados acontecimientos políticos y sociales que sacudieron el mundo, y sobre todo América Latina, en los años sesenta y setenta. Mafalda y sus amigos actuarán como voceros de la conciencia universal sobre los grandes problemas que sacuden el mundo: la pobreza y el hambre, las desigualdades sociales, la lucha por los derechos sociales, la guerra de Vietnam, la escalada nuclear y las tensiones de la Guerra Fría, el aumento de la violencia y la inseguridad. Sea mediante mensajes directos o a través del absurdo y el uso de la ternura, Quino consigue denunciar las grandes injusticias sociales y reivindicar un mundo más justo, todo ello sin dejar de lado el humor.

Hombre callado y discreto, Quino afirma en su autobiografía que prefiere dibujar a hablar porque “hablando se arriesga uno a decir cosas equivocadas sobre el bien y el mal”. Entre los cientos de viñetas que ha publicado, destacan las recopiladas en Mundo Quino (1963), A mí no me grite (1972), Yo que usted… (1973), o Quinoterapia (1985). Su talento para observar la realidad, su sentido del humor y la rapidez de su ingenio, o la capacidad para retratar “al hombre común que hace algo extraño”, como recuerda Gustavo Nielsen, le convierten en uno de los mejores humoristas gráficos de la historia del género. No en vano ha sido reconocido con multitud de premios, entre ellos dos Konex, un Quevedos, y, este mismo año, el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

El aguijón de la vocación se lo metió su tío Joaquín, pintor e ilustrador, cuando con tres años le enseñó a dibujar. A los catorce decidió que sería dibujante de humor e insistiría con tozudez hasta  publicar su primera viñeta (muda, como la mayoría de las que ha publicado), en 1954 en el semanario Esto es. Le seguirían publicaciones en las revistas argentinas más importantes: Qué, Rico Tipo, Tío Vicenta, Panorama, y muchas más. Pero la popularidad le llega con la publicación de Mafalda, a partir de 1964, la única tira cómica en su larga trayectoria.

No deja de ser paradójico lo prosaico del origen de Mafalda. En 1962, Quino recibe un encargo de la agencia Agens Publicidad: la empresa Mansfield busca una serie de tiras cómicas protagonizada por una familia tipo para publicitar, de forma sutil, sus heladeras. La idea era que estuviese protagonizada por niños, siguiendo el estilo de Peanuts (Schulz, 1950), la tira protagonizaba por Charlie Brown y Snoopy, y Pepita (Blondie, Young, 1930). La estrategia publicitaria no llegaría a funcionar y las ocho tiras de Quino acabarían en un cajón hasta que su amigo Miguel Brascó, director de la revista Leoplán, las rescata para el suplemento “Gregorio”.

El debut oficial de Mafalda sería al año siguiente en Primera Plana, un semanario de actualidad política que seguía la estela de los grandes semanarios internacionales como Time o Le Monde. La publicación de las viñetas sorprendió a Quino, quien tuvo que ir desarrollando la tira con el tiempo. Las primeras tiras están protagonizadas por Mafalda y su padre y se construyen a través de un argumento simple: Mafalda, una niña preguntona y muy avispada, pone en aprietos a su padre con sus inocentes preguntas. Poco a poco, Quino cambiará la dinámica e irá ampliando los temas y el tono crítico, así como el círculo social de Mafalda. Como diría Miguel Brascó, “Quino era y sigue siendo no sólo un gran dibujante, sino un genial argumentista”. Mafalda y el resto de personajes infantiles plantearán los interrogantes y las críticas que los mayores no se atreven a verbalizar.

“No es una tira para chicos. Más que chistes son epigramas”, afirma Divinski, editor de Ediciones de la Flor y responsable de los libros de Mafalda. A diferencia de otras tiras protagonizadas por niños, como Peanuts o Calvin y Hobbes (Watterson, 1985), en las que los adultos funcionan casi como atrezzo, Mafalda se orienta a un público más adulto y dialoga con él. El lector más joven se sentirá atraído por los personajes más absurdos e inocentes (Miguelito, Guille) y por los temas más infantiles (la escuela), pero serán los adultos quienes comprenderán el verdadero mensaje de Mafalda, las referencias históricas, las reflexiones metafísicas y la crítica política. Como dice Bob Makoff (dibujante, humorista y editor de la revista New Yorker), una buena viñeta será realista, reflexiva y “un poquito peligrosa”. Los dibujos de Quino, y en particular los de Mafalda, cumplían con esta premisa, hasta tal punto que serían censurados en países como España, Bolivia y Chile. Con su viñeta, Quino pretende “resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes son los malos de este mundo”, de modo que funciona como un despertador de conciencias.

La finalidad de Mafalda explica su universalidad y atemporalidad: si su mensaje sigue tan vigente hoy como ayer es porque poco ha cambiado en estos cincuenta años. Aunque la represión y las desigualdades puedan ser más sutiles, el sistema y los agentes que lo corrompen siguen siendo los mismos. Quino ve con pesimismo la vigencia del mensaje de Mafalda: “si se siguen publicando es porque no se han solucionado los problemas que denunciaba en las tiras”. Puede que ya no toquen los Beatles y que el mapa geopolítico haya cambiado mucho desde entonces, pero asusta comprobar la actualidad de muchas de las tiras de la pequeña Mafalda. Bien visto, lo que más terrible del asunto es lo poco que han cambiado las cosas desde entonces.

Los personajes

Aunque la mayoría de los lectores conocen a Mafalda por los libros (una idea original del editor Jorge Álvarez y retomada a partir de 1970 por Ediciones de la Flor), las tiras de Mafalda se publicarían en tres publicaciones diferentes: en Primera Plana, desde 1964 hasta marzo de 1965; en el diario argentino El Mundo, hasta su cierre en diciembre de 1967; y por último en la revista Siete Días, desde mayo de 1968 hasta su retirada en junio de 1973.

Con el cambio de periodicidad de la tira, Quino se vería necesitado de nuevos personajes que acompañasen a Mafalda y a sus padres en el bonaerense barrio de San Telmo. El primero en salir a escena sería Felipe, en enero de 1965, y poco a poco irían incorporándose el resto de secundarios: Manolito, Susanita, el hermanito Guille, Miguelito y Libertad.

Mafalda: nace el 15 de marzo de 1962. Debe su nombre a un personaje de la película Dar la cara (José A. Martínez Suárez, 1962), adaptación de la novela del argentino David Viñas. Mafalda tiene seis años y es curiosa, tanto que sus preguntas hacen que sus padres tengan que recurrir al Nervocalm en más de una ocasión. Vive en el seno de una familia de la clase media argentina: su padre trabaja en una oficina, su madre es ama de casa. Libertaria e irreverente, posee una sinceridad que llega a ser cruel, pero también es una niña de su época: le apasionan los Beatles y piensa que deberían ser  presidentes del mundo “porque tienen influencia sobre mucha gente de todos los países.” También le gusta leer, jugar al ajedrez, a los bolos y a los cowboys, ver la televisión, escuchar la radio, la primavera y reflexionar. Es enemiga acérrima de la sopa, la guerra, las desigualdades y James Bond. Sueña con estudiar y ser traductora de la ONU para lograr la paz mundial.

Felipe: es un niño de siete años, idealista y fantasioso, tímido y perezoso. Quino afirma que, junto con Miguelito, es el personaje que más tiene de sí mismo por sus problemas con la escuela y las chicas. Felipe es un admirador incondicional de El llanero solitario. Cuando no sueña despierto, lee revistas, hace crucigramas o admira en secreto a Muriel.

Manolito: aparece en marzo de 1965.  Es un niño “un poco bestia”, brutote y materialista, y tiene muy claro cuál será su cometido futuro: dirigir su propia cadena de supermercados, los Manolo’s. Entretanto, ayuda en el almacén de su padre y se pelea con los galimatías del colegio. Es un ferviente admirador de Rockefeller y tiene un olfato innato para el dinero. Odia con todas sus fuerzas a los Beatles, los hippies y Susanita.

Susanita: aparece en junio de 1965. Representa el rol femenino más retrógrado y burgués: su sueño es ser madre y ama de casa. Le importan un pepino los pobres, las desigualdades y la política. Es la más chismosa del barrio y su odio a Manolito le lleva a gastarle todo tipo de jugarretas.

Miguelito: aparece en el verano de 1966. Es el personaje más inocente de la tira, y divierte a todos con las preguntas más rocambolescas e inútiles.

Guille: el hermano pequeño de Mafalda nace en 1968 y aparece por primera vez en las páginas de El Mundo. Es un pequeño “conformista inconformista”, hace gala de una sinceridad brutal y de una natural falta de pudor. Sus filias se resumen en dos: su chupete (mejor si es on the rocks) y Brigitte Bardot.

Libertad: la última incorporación (1970) sería este personaje enigmático y ácido. Es la versión más sarcástica y reivindicativa de Mafalda. Adora las personas sencillas y odia que hagan bromas sobre su estatura.

De San Telmo al resto del mundo

Los primeros tomos de Mafalda se empiezan a publicar en 1966 y tendrían una repercusión increíble, con tiradas de hasta 200.000 ejemplares. El tirón y la popularidad de Mafalda es enorme y traspasa las fronteras. En 1969 llega a Italia de la mano de Umberto Eco Mafalda, la contestataria (en la que el semiólogo incluirá un estupendo artículo de fondo sobre el personaje), y en 1977 Lumen la edita en España (con la tira censora, eso sí, que la clasificaba como “sólo para adultos»). Desde entonces, las tiras de Quino han sido traducidas a más de treinta idiomas y se han editado en países de todo el globo, hasta el punto de que es el escritor argentino más traducido junto a Borges y Sábato.

Vigencia

Quino decidió terminar Mafalda de forma definitiva en junio de 1973, y no volvería a dibujar a sus personajes más que en ocasiones especiales, como la campaña de UNICEF o la Declaración de los Derechos de los Niños. Él afirma que estaba cansado de hacer la misma historia, pero la situación de Argentina, a punto de entrar en una de sus etapas más oscuras y sangrientas, no dejaba lugar para el idealismo de Mafada y sus amigos. Entre 1968 y 1973 se muere poco a poco el sueño de la revolución y sus ideales, y la realidad, con sus tanques y sus muertos, llega para quedarse. Con el golpe de estado aparecen también las primeras amenazas y Quino se refugiará en Italia durante la dictadura. A partir de entonces su humor será un poco más pesimista, aunque no por ello menos comprometido.

A pesar del tiempo, los libros de Mafalda se siguen editando con una regularidad asombrosa. Cabría esperar que muchos de los temas que plantea estuviesen superados cincuenta años más tarde: las reivindicaciones feministas, la lucha por los derechos humanos y de los niños, el fin del hambre en el mundo, la paz, el desarme mundial… Sin embargo, el mensaje de Quino es ahora igual de incómodo y necesario. La vigencia de Mafalda no deja de ser, en el fondo, algo triste, pero un poquito de sus ideales se le queda pegado a todo aquel que se asoma a sus páginas. Puede que, como dice el propio Quino, el humor no transforme nada y sólo sea “un pequeño granito de arena”, pero qué de cosas cambiaríamos si todos nos pareciésemos más a Mafalda.