La obra de Tad Williams (San José, California, Estados Unidos, 1957) crece a pasos agigantados. Su capacidad para producir relatos y novelas a ritmo acelerado se manifiesta en una carrera fulgurante, de esas que apabulla casi cada año con un nuevo trabajo. Mientras unos caminan por la literatura a ritmo pausado, repasando cada párrafo, cada capítulo y cada personaje, persiguiendo una exhaustividad que exaspera a sus lectores, otros no dejan tiempo para que podamos echarlos de menos y, casi sin que seamos capaces de respirar, tras cerrar las tapas de su último libro, nos abruman con una nueva novedad. Tal cosa es posible, sin correr el riesgo de encontrarnos en las estanterías con ignominiosa y deleznable basura, cuando se dominan los esquemas narrativos y estilísticos a través de los cuales construir historias.
El trabajo como guionista de Tad Williams, en cómics del sello DC y en colaboraciones para trasladar éstos a algún videojuego, le ha permitido dominar perfectamente esos esquemas narrativos. Así, ha definido un estilo personal caracterizado por un trabajo donde domina lo visual y lo dialógico. Las escenas se determinan a través de comportamientos y palabras. Los personajes se construyen a través de sus acciones y su posición en la trama, consolidada mediante esas acciones. Incluso en el cambio de los escenarios, cuando un personaje transita de un lugar a otro, o cuando ancla su destino a la construcción del espacio que ocupa, son más los hechos y los discursos que los espacios en sí los que determinan quién hace qué allí dónde se encuentra.
Este sello lo ha aplicado nuestro autor a toda su obra más reciente y, de entre ella, a su tetralogía de Shadow March conformada por: La frontera de las sombras (2004), El juego de las sombras (2007), El ascenso de las sombras (2010) y El corazón de las sombras (2010). Un universo narrativo unitario, sólido y coherente, identificado como literatura fantástica de corte clásico pero que, como en cualquier obra de Tad Williams –y esto sí es una característica transversal a todos sus títulos-, guarda en su interior un discurso moderno capaz de llegar con claridad a numerosos lectores. Quizás sea precisamente esta modernidad solapada, resguardada y travestida tras formas pretendidamente clásicas, la que hace de su obra un objeto de deseo entre el público juvenil, capaz de identificar e identificarse con esos mensajes.
Sin embargo, como todo autor, aun dominando magistralmente los esquemas y los estilos narrativos, e incluso optando por introducir trucos de guión en forma de descarado engaño o de callejón sin salida o de cliffhanger, corre los máximos riesgos cuando se trata de construir los elementos fantásticos y mágicos. En este género tan exigente, donde tantos lectores ansiosos de originalidad e imaginación persiguen en cada novela nuevos elementos no vistos antes, se opta, habitualmente, por dos caminos: el de la creatividad o el de la adaptación, el de la novedad o el del sincretismo a partir de elementos conocidos, para generar una novela jamás leída hasta entonces. Desde luego, se corren muchos menos riesgos cuando se siguen caminos ya conocidos. Y por aquí es donde se mueve Tad Williams, arriesgando lo mínimo y haciendo gala de un amplio conocimiento de elementos sociohistóricos a partir de los cuales definir este amplísimo universo que es Shadowmarch.
Pero, que sea un universo amplio, repleto de espacios diversos y de personajes totalmente distintos, no quiere decir que estos elementos se combinen adecuadamente en una historia original. El riesgo (o el mérito) del sincretismo está en evitar que los elementos utilizados en la novela no encajen descarada o artificiosamente, buscando la naturalidad en la fluidez del argumento, la trama y el discurso. Desgraciadamente, Shadowmarch. La frontera de las sombras (Alamut, 2012) fracasa en este intento, desvelando con brusquedad sus elementos y la facilidad con la que se han mostrado las fuentes que han servido para algunos de los elementos tanto principales como secundarios. Hasta el tono del libro se nos presenta confuso, adoptando una falsa trascendencia o un grotesco sentido del humor según se trate de darle un nombre a un personaje u otro.
Además, se detectan problemas de planificación global. Hay demasiadas escenas de relleno. Demasiados momentos accidentales introducidos sin venir a cuento, que se diluyen apenas unos párrafos o páginas después. Algunos hilos de pretendido misterio son fuegos de artificio, brillantemente expuestos pero que, cuando su fulgor desaparece, sólo deja tras de sí la frustración causada por lo fugaz del espectáculo o por lo descarado del engaño; cada uno que elija su motivo.
La mitología de Shadowmarch comienza con un pasado donde una extraña civilización, los Qar, antes integrados con la humanidad en una vida común relativamente tranquila, se ve repentinamente desgajada y desterrada por culpa de los prejuicios y la intolerancia. Para huir del odio de la humanidad, los Qar ocupan los territorios del norte de Eion (continente organizado en reinos), distinguidos de los demás por una línea de sombra en forma de bruma, de densa niebla, que absorbe a todo aquel que acaba por cruzarla. Los territorios crepusculares han permanecido durante dos siglos como una realidad inhóspita y casi olvidada hasta que, un día, una extraña amenaza proveniente del norte parece implicar que el enemigo de antaño podría volver a recuperar el terreno perdido.
Marca Sur es el reino que ocupa el terreno limítrofe con la línea de sombra que separa a la humanidad de los Qar, y los primeros en percibir la nueva amenaza. Pero por su cabeza pasa, en esos momentos, otra amenaza más inminente, si no más importante. El patriarca de la familia real, los Eddon, ha sido hecho prisionero. El hasta entonces primogénito y monarca en funciones, Kendrick, ha sido asesinado. Y la regencia queda en manos de los jóvenes mellizos Briony y Barrick Eddon; la primera es una mujer impulsiva en medio de hombres rudos y taimados, mientras que el segundo es presentado como un débil y tullido mozuelo con más pájaros en la cabeza que certezas sobre qué hacer con la corona. Por si esto fuera poco, desde el continente Xand (al sur de Eion) una nueva autoridad, el Gran Xis, amenaza con expandirse y conquistar Eion. El reino de Marca Sur debe superar un momento delicadísimo para su supervivencia, justo cuando la corona se encuentra más debilitada.
La inesperada coincidencia de amenazas, llegadas casi simultáneamente desde el norte y desde el sur, asedia a los Eddon. La debilidad de la corona promueve las ambiciones ajenas de los demás reinos, alentando la viabilidad de las viejas conspiraciones y la posibilidad de las nuevas alianzas: un material capaz per se de dar mucho de sí. En este primer tomo de la tetralogía estas amenazas toman cuerpo, se presentan en su proporción o, por lo menos, se intenta dar cuenta del verdadero peligro que pueden llegar a suponer para el precario equilibrio en que se encuentra Eion cuando empieza la novela. Un objetivo modesto, demasiado modesto, para una obra que desde el principio se luce bastante más ambiciosa de lo afrontado finalmente. Otra vía para la decepción de quienes esperábamos algo más que un simple desarrollo de lo obvio o de lo inmediato. Un reflejo palmario de los problemas de planificación a los que antes hacíamos alusión.
Si Tad Williams nos ofrece algo positivo en esta novela, dado el escaso aprovechamiento de las muchas posibilidades del argumento de partida de Shadowmarch, es el enorme potencial a desarrollar en las próximas entregas. Entre las pocas cosas interesantes que podemos ver aquí destaca la presentación de los personajes principales, especialmente los mellizos regentes, y el desarrollo de los tres hilos narrativos principales: la amenaza norteña, las conspiraciones dentro de los reinos de la Marca, y la amenaza del sur. Lo demás gira todo alrededor de estos tres polos, capando, eso sí, en exceso la tensión narrativa y controlando con velos -por momentos demasiado evidentes, tanto como lo que se oculta tras ellos- la información a enseñar.
Tad Williams se muestra como un autor eficaz y con oficio, capaz de escribir en serie sin fenecer en el intento. No obstante, el coste de tirar de lo conocido casi de forma automática, con poca reflexión y elaboración, adquiere aquí un alto precio. El lector verá si quiere pagarlo.