Italo Calvino sostenía en la recopilación de artículos Mundo escrito y mundo no escrito (Siruela, 2006) que hacer literatura fantástica:
requiere mente lúcida, control de la razón sobre la inspiración instintiva o inconsciente, disciplina estilística; requiere saber, a un mismo tiempo, distinguir y mezclar ficción y realidad, juego y espanto, fascinación y distanciamiento, es decir, leer el mundo en múltiples planos y en múltiples lenguajes simultáneamente.
En la literatura fantástica italiana no nos encontraremos con monstruos, vampiros, inquietantes castillos perdidos en la niebla, ciudades encantadas, elementos góticos y todos esos tópicos del romanticismo del siglo XIX. Sin embargo, muchos autores extranjeros, como Hoffmann, Hawthorne, Radcliffe o Henry James, eligieron las antiguas ciudades italianas para ambientar sus historias terroríficas y tenebrosas, quizás porque el alejamiento convierte estos espacios en lugares llenos de misterio y exotismo, elementos que pasaron desapercibidos para los escritores italianos. Y mientras en el resto de Europa se desarrollaba el auge de la literatura fantástica, la literatura italiana se quedaba envuelta en el culto de la historia local, en la realidad de las costumbres cotidianas y en su carácter profundamente pedagógico. Durante todo el siglo XIX en Italia el fantástico fue un género marginal y casi desconocido; fue sobre todo a partir del siglo XX que la literatura fantástica, lejos de los ecos del romanticismo, se afirmó en el panorama italiano tomando como puntos de partida a tres iconos literarios: Las metamorfosis de Ovidio, la herencia de Giacomo Leopardi y uno de los libros más famosos del mundo, Pinocho (1882) de Carlo Collodi.
Entonces se asomó a la ventana una hermosa Niña con los cabellos turquesa y el rostro blanco como una imagen de cera, y los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, que, sin mover en absoluto los labios, dijo con una vocecita que parecía llegar del más allá:
– En esta casa no hay nadie. Todos han muerto.
– ¡Ábreme tú al menos!
– Yo también estoy muerta.
– ¿Muerta?, y entonces ¿qué haces ahí en la ventana?
– Espero el ataúd para que me lleve.
Esta breve escena podría evidentemente ser el comienzo de un cuento de terror, de fantasmas y espíritus, y sin embargo se trata de una novela que ha pasado a la historia como un clásico de la literatura infantil. Pinocho es, en primer lugar, una novela fantástica que está dirigida a un público joven por su evidente intención moralizante y educativa. Sin embargo, la obra siempre ha sido de gran interés también para el público más adulto que quisiera disfrutar de una narración amena e instructiva sobre el tema de la infancia y el gran poder de la imaginación (para más información sobre Pinocho, aconsejamos leer nuestra entrevista con uno de sus ilustradores fundamentales, Roberto Innocenti). Con Pinocho el fantástico empezó a abrirse camino en la literatura italiana, pero para su verdadero despliegue tendremos que esperar a la primera postguerra.
En la década de los años ’30 se desarrolla en Italia, paralelamente al éxito de la «prosa de arte» y al retorno de la novela realista, un tipo de literatura que podría definirse “fantástica” por su intención de representar realidades imaginarias y aspectos misteriosos e inquietantes del mundo cotidiano. En esta tendencia del fantástico podemos encontrar influencias de poéticas revolucionarias como el dadaísmo, el surrealismo y el expresionismo. Éstas se caracterizaban por el dominio de la imaginación sobre la razón y por volver a dirigir su mirada hacia el mundo de la infancia, de los recuerdos y de los sueños, los mundos de la fantasía y de lo maravilloso, los aspectos más obscuros y tenebrosos de la realidad. Si por un lado es verdad que las poéticas revolucionarias influyeron en la literatura fantástica de estos años, por otro es cierto que los escritores italianos sometieron el rol de la imaginación al férreo control de la razón. Entre los autores que iniciaron esta nueva fase de la literatura italiana, centrada en la imaginación, la magia, el doble y el misterio, cabe destacar tres figuras fundamentales: Massimo Bontempelli, Tommaso Landolfi y Dino Buzzati.
El realismo mágico de Massimo Bontempelli
La trayectoria literaria de Massimo Bontempelli (Como, 1878- Roma, 1960) es muy variada: empieza siguiendo el hilo de la prosa clasicista y se acerca a partir de los años ‘20 a la vanguardia futurista, caracterizada por los mitos del nuevo milenio, una total libertad de expresión y la experimentación lingüística a través de juegos de palabras y analogías. En contraste con el verismo del siglo XIX y las corrientes de la literatura académica, Bontempelli desarrolla una poética innovadora del “realismo mágico”. Él sostenía que el arte tenía que surgir de la combinación de un elemento “realista”, ligado al mundo cotidiano, y de un elemento “mágico”; por decirlo de otra manera, el arte tenía que representar la irrupción del absurdo en la realidad cotidiana para, así, descubrir los aspectos mágicos de la vida.
Con la novela El tablero ante del espejo (1922; para la edición en español, Siruela, 1993) empiezan a manifestarse las potencialidades mágicas de la vida cotidiana, que Bontempelli llevará a la máxima realización en sus obras sucesivas. La novela está narrada en primera persona por un niño de diez años que se encuentra encerrado en una habitación. Dos son los objetos que llaman su atención: un gran y antiguo espejo y un ajedrez reflejado en él. El joven protagonista, atraído por los extraños reflejos del espejo, se acercará tanto hasta el punto de atravesarlo y trasladarse a otro mundo, donde encontrará todos los objetos y las personas que se habían reflejado en el espejo durante años. El joven llega así en una dimensión paralela donde espacio y tiempo se confunden y nada es lo que parece. La novela está construida a partir de la dicotomía entre realidad y apariencia, que nos remite al tema del doble relacionado con la identidad personal.
El realismo mágico de Bontempelli nace de una peculiar conciliación entre fantasía y racionalidad, del deseo de llegar a la esencia de las cosas y descubrir la dimensión misteriosa que está oculta en ellas. Las principales novelas que resalzan este ideal poético-literario son El hijo de dos madres (1929; la versión más reciente al castellano es de la editorial Atlántida en 1941) y Vida y muerte de Adria y de sus hijos (1930; la última edición en castellano data de 1958).
La primera cuenta la historia de Mario, un niño de siete años, que, durante una siesta en un parque, se reencarna en otro niño, Ramiro, muerto a tierna edad. El joven protagonista se da cuenta de que ha vuelto a nacer y, en su memoria, ya deja de ser Mario para ser Ramiro. En este caso, como en el anterior, Bontempelli juega con el tema del doble y construye una historia fantástica a partir de elementos reconducibles a la realidad cotidiana.
Vida y muerte de Adria y de sus hijos narra las aventuras de Adria, una joven mujer que para salvaguardar su increíble belleza decide sacrificar su vida como esposa y como madre, encerrándose en una casa sin espejos con la única compañía de una anciana mujer. El tema de la belleza destinada a corromperse adquiere en esta obra un carácter misterioso, como si perteneciera a una dimensión superior a la terrenal.
El absurdo de Tommaso Landolfi
Tommaso Landolfi (Pico, 1908- Roma, 1979) pertenece a esa clase de escritores que intentan transfigurar la realidad a partir de un atento estudio de carácter intelectual, estilístico y lingüístico. En sus relatos, el escritor se enfrenta a una temática existencialista, analizando la vida humana en sus aspectos más misteriosos y ocultos y llegando, en definitiva, al absurdo. Sus personajes reflejan el prototipo del hombre perdido, tanto en la realidad externa en la que vive como en su propio mundo interior. A partir de estas reflexiones nacen cuentos y novelas fantásticas en los que se entremezclan los elementos más dispares: misterio, horror, fantasía, absurdo, muerte, crueldad y sensualidad. El símbolo de todos estos contrastes y combinaciones es el juego.
A pesar del éxito que obtuvo en Italia y en el resto de Europa, Tommaso Landolfi es un escritor prácticamente inédito en España. De las pocas obras traducidas al castellano destacamos la novela La piedra lunar (1939; reeditada en 2005 por la editorial mexicana Sexto piso) e Invenciones, una recopilación de cuentos editada por Siruela en 1991. Dicha recopilación está formada por cincuenta y dos relatos seleccionados y prologados por Italo Calvino y traducidos al castellano por Ángel Sánchez Gijón. Entre ellos se pueden destacar «Diálogo de los máximos sistemas» (1937) y «El mar de las cucarachas» (1939).
Con «Diálogo de los máximos sistemas», Landolfi indaga sobre las infinitas posibilidades del lenguaje y juega con ellas hasta llegar a inventar un nuevo idioma. El protagonista del cuento es el Señor Y, un hombre peculiar que se deleita escribiendo poemas en persa, un idioma que le había enseñado un capitán inglés y que sólo luego descubrirá ser totalmente inventado:
Aga magéra difúra natun gua mesciún
Sánit guggérnis soe‑wáli trussán garigúr
Gùnga bandúra kuttávol jeris‑ni gillára.
En este cuento, el elemento fantástico es el lenguaje mismo. De las combinaciones y juegos lingüísticos nos trasladamos directamente al medio del mar con «El mar de las cucarachas». El protagonista, Roberto, es un joven que se prepara para emprender un viaje por mar hasta llegar a una isla misteriosa y desconocida. Sin embargo, tendrá que enfrentarse a un enemigo inesperado: las cucarachas. Con este cuento, el escritor da muestra de su ingeniosa, y a la vez grotesca, imaginación, llevando el tópico del viaje por mar a una dimensión totalmente absurda y imprevisible.
De su afición al romanticismo nórdico depende el importante papel que Landolfi otorga a la luna y al escenario nocturno, como se puede comprobar en La piedra lunar. Ésta es la primera novela de Landolfi construida a partir de la dicotomía entre realidad y fantasía. Por un lado, el escritor traslada al lector a la normal, en apariencia, vida de provincias de un pueblo y, por el otro, abre la narración a un mundo fantástico habitado por misteriosas criaturas. De vez en cuando aparece en el pueblo una joven mujer de una belleza inefable, a quien todos llaman Gurú. Poco a poco, el pueblo se enterará de que la joven no pertenece al mundo terreno sino al lunar…
El misterio y lo fantástico en Dino Buzzati
El aspecto fantástico de la narrativa de Dino Buzzati (Belluno, 1906- Milán, 1972), más que en otros escritores de los años ’30, sugiere la posibilidad de entender la realidad a través de signos escondidos bajo la apariencia de la normalidad. Efectivamente, aunque el autor tome como puntos de partida el surrealismo y el realismo mágico de Bontempelli, los temas del absurdo, de la angustia y el sentido misterioso de la existencia se reducen a una medida normal, aceptada por la cotidianeidad. Con lo fantástico, Buzzati encuentra una manera de expresar el drama de la condición existencial del hombre. Cada novela puede interpretarse como una alegoría de la vida humana, la espera de la revelación del sentido de la vida. El hilo conductor de la narrativa buzzatiana es sin duda el tema de la espera, ya presente en su primera novela Bàrnabo de las montañas (1933; Gadir, 2006) y llevado a sus máximas consecuencias en su obra maestra El desierto de los tártaros (1940; última edición en castellano a cargo de Alianza Editorial, 2012).
Con su primera novela, Bàrnabo de las montañas, nos adentramos en un espacio geográfico preciso e ilimitado, que Buzzati denomina la cordillera da San Nicola. El protagonista es el guardabosques Bàrnabo que espera, durante todo el relato, el momento en que debe llegar su gloria, dejándolo escapar cuando éste le llega. «Todos viven como si de un momento a otro alguien tuviese que llegar; no el ataque del enemigo, sino alguien, un desconocido». La espera es expresión de la angustia existencial del hombre contemporáneo, atormentado por los fantasmas de su pasado y la inadecuación de su presente. Esta espera perpetua e indefinida confiere al paisaje un carácter surrealista. De la misma forma, la vida en los bosques adquiere un valor emblemático: todo pasa, los recuerdos se pierden, el tiempo transcurre inexorable y lo que queda son la espera y las montañas. En Bàrnabo de las montañas, como en la sucesiva novela El secreto del Bosque Viejo (1935; Gadir, 2006), el bosque es un espacio real y, a la vez, simbólico y animado. En la primera novela, el paisaje de San Nicola es presentado como un ser vivo, donde se desarrolla la angustia y la soledad del protagonista. Además, Buzzati nos sugiere, de manera casi imperceptible, las fuerzas vitales que habitan ese lugar: misteriosos espíritus y la voz del viento que intenta trasmitir mensajes y advertencias a los guardabosques. La carga vital del bosque llegará a su pleno cumplimiento en El secreto del Bosque Viejo, donde el paisaje se convierte en un verdadero protagonista. Todos sus “habitantes” adquieren vida propia: los árboles son las moradas de los genios protectores del bosque, los animales tienen la capacidad de hablar y los vientos poseen comportamientos típicamente humanos. Para Buzzati el paisaje, presentado en forma de bosque o de desierto, juega siempre un papel importante, es portador de simbologías, verdades y estados de ánimo. Por eso, aunque estos espacios se representan como ilimitados, el autor le dedica unas descripciones casi hiperrealistas, llenas de detalles y particulares.
Bontempelli, Landolfi y Buzzati. Tres hombres, tres intelectuales, tres escritores que han inaugurado el desarrollo de la literatura fantástica contemporánea en Italia. Como sostenía Bontempelli, “el mundo fantástico tiene que ser un elemento enriquecedor para el mundo real porque todos hombres necesitan fantasía y aventura en sus propias vidas”.
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