Lovecraft no fue jamás un lector sistemático. Como buen autodidacta, tomaba aquello que tenía a mano o que le apetecía en el momento, generalmente de la inmensa biblioteca de su abuelo materno (a quien ya mencionamos en artículos pasados), Whipple Van Buren Phillips, «culpable» del amor que el escritor profesaría siempre hacia los libros.
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Esta formación a salto de mata no impidió que poblase su abundante correspondencia –con sus “discípulos” del “círculo de Cthlhu”- de opiniones y recomendaciones, ni que se atreviese a escribir un ensayo, El horror sobrenatural en la literatura, considerado fundamental para entender sus gustos, canónico quizás también para conocer qué criterios estilaban las modas literarias de la época, y necesariamente reduccionista por sus flagrantes lagunas u omisiones.

El Solitario de Providence, por ejemplo, tenía en poca estima la producción de Le Fanu, Henry James o Stevenson, tres narradores sensacionales incluso (o principalmente: Le Fanu) cuando escribieron relatos fantásticos. Este criterio asombroso procedente del gran renovador del terror literario no hace sino despertar la curiosidad en el lector y la pasión del estudioso: mientras el uno demanda saber más, ávido de guías para la lectura, el otro se lanza a profundizar en la tarea de “aglutinar” las experiencias de Lovecraft con los libros. Surgen así antologías como El horror según Lovecraft, reeditada por Siruela en octubre de 2013 y preparada por el especialista Juan Antonio Molina Foix.

Catorce preferencias del autor, más uno de sus relatos del ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter («El testimonio de Randolph Carter»), componen uno de los mejores volúmenes que el género haya conocido últimamente. Molina Foix es un apasionado de Lovecraft: “El libro fue idea mía”- asegura al ser contactado por Fabulantes– “Yo había descubierto a Lovecraft en plena adolescencia, en la edición argentina de Minotauro de El color que cayó del cielo (1957) que todavía conservo, y desde entonces busqué y adquirí todas las obras suyas que pude localizar y me convertí en seguidor incondicional. Muchos años después incluso me propuse publicar algo suyo en una editorial que dirigía (Nostromo). Pero no logré hacerme con los derechos (todavía no eran de dominio público) y tuve que conformarme con publicar su biografía por Sprague de Camp”. Para elaborar este libro, Molina Foix ha seleccionado a muchos de los escritores y, cuando ha sido posible, también los relatos, citados por Lovecraft con entusiasmo a sus remitentes y a su público, tanto en su ensayo como en artículos (y aquí el antólogo menciona en el prólogo una nueva fuente más: una lista comentada de títulos predilectos que le publicaría, aún en vida del autor y bajo el título de Favorite Weird Stories of H. P. Lovecraft, la revista Fantasy Fan en 1934, con motivo de la reedición de El horror sobrenatural en la literatura).

En El horror según Lovecraft se leen cuentos de los expertos en materias escalofriantes Fitz-James O’Brien, Algernon Blackwood, Arthur Machen, Lord Dunsany, Ambrose Bierce, Clark Ashton Smith, o M. R. James; se descubre a Charlotte Perkins Gilman y su única pero aterradora obra, «El papel amarillo«, así como a M. P. Shiel o al ambiguo Walter de la Mare; hay también hueco hasta para autores no angloparlantes, como Guy de Maupassant o Hanns Heinz Ewers. Escritores presentados con relatos de una calidad extraordinaria, pero que no son ni mucho menos todos los que este proyecto contempló inicialmente. Molina Foix nos desveló algunas claves de la edición original: “Se me ocurrió esta antología, cuya primera edición (en dos tomos de la colección El ojo sin párpado) se publicó en 1988 y era muy diferente de la edición de 2003 (…). Aparte de los mismos cuentos de esta (con la salvedad de que el relato de Lovecraft era El horror de Dunwich en lugar de ‘El testimonio de Randolph Carter’) contenía algunos fragmentos de novelas góticas, como Sir Bertrand de Anne Lætitia Barbauld, Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, El monje de M.G. Lewis, Wieland o la Transformación de Charles Brockden Brown, y La casa en el confín de la Tierra de William H. Hodgson), y otros cuentos como ‘Los dados’ de Thomas de Quincey, ‘La cámara de los tapices’ de Walter Scott, ‘Transformación’ de Mary W. Shelley, ‘Ligeia’ de Poe, ‘La oreja de la lechuza’ de Erckmann-Chatrian, ‘El rickshaw fantasma’ de Kipling y ‘Cómo llegó uno, como se había predicho, a la Ciudad de Nunca Jamás’ de Lord Dunsany, que no aparecen en esta”. Con semejante material, esta edición de 1988 se convierte en una codiciada pieza de coleccionista.

Pero esta selección no se limita sólo a picotear entre nombres o títulos propios expresamente apuntados sino que también se zambulle en los temas dilectos del de Providence. Como la locura, la aberración mental, que él transformó en motivo literario. Así leemos cuentos donde la tranquilidad espiritual, la “calma” de los protagonistas, se ve gravemente alterada. Por una obsesión derivada de una depresión nerviosa (“El papel amarillo”); por una psicopatía latente, muy propia del carácter enfermizo de Guy de Mupassant, en “¿Quién sabe?” (machacona pregunta que sirve como negación de lo cabal o como duda ante lo irracional); por un entorno violento, ensordecedor (“La mansión de los ruidos”, M. P. Shiel); por el influjo de una personalidad dominante (“La araña”, H. H. Ewers); por la sugestión de una Naturaleza agreste, salvaje, pretérita y muy anterior al hombre (“Los sauces”,  de Algernon Blackwood).

También figuran cuatro geniales historias de fantasmas. Tenemos el que para Lovecraft fue “uno de los relatos más tremendos de horror de toda la literatura”, «La litera de arriba», de Francis Marion Crawford, cuento de ambientación marinera en el que se huele la putrefacción de la carne y del mar salino; la base de inspiración de El Horla de Maupassant y de El hombre invisible de H. G. Wells, «¿Qué fue eso?”, de Fitz-James O’Brien; la enésima pieza del hombre de la edad victoriana que más sabía de fantasmas, Joseph Sheridan Le Fanu, desdeñado por Lovecraft sin razón, como se comprueba tras leer «El pacto de Sir Dominick», y también «El conde Magnus», del pupilo M. R. James, relato tan bueno, por su espeluznante trasfondo diabólico y la inconsciencia de su protagonista, que la editorial Valdemar lo eligió para integrar su imprescindible antología Miedo en el cuerpo: 25 años de terror con Valdemar.

Hanns Heinz Ewers

Hanns Heinz Ewers
Hanns Heinz Ewers (1871- 1943)

En estos cuentos se trata también la violencia. Hasta en tres ocasiones los protagonistas luchan contra fuerzas malignas y sobrenaturales, dos invisibles (“¿Qué fue eso?”; “La litera de arriba”) y por lo tanto, más inquietantes, y otra surgida de una pesadilla premonitoria («La muerte de Halpin Frayser», “el cupo” Bierce). Porque también los sueños –como los que conducen a la ignota Kadath- son materia de interés en este tomo. Lord Dunsany, el único escritor admirado por Lovecraft que llegó a conocer en vida, se erige en maestro de la ensoñación con “La casa de la esfinge”, un pequeño retablo que serviría de mirilla al mundo de Fantasía concebido años más tarde por Michael Ende. Clark Ashton Smith, el preferido del Cosmólogo de Cthulhu, aporta no poco a esta tendencia fantástica con «El final de la historia», localizada en su Averoigne, y que se ramifica en fuentes y afluentes: parte de La muerta enamorada de Theophile Gautier y desemboca, más recientemente, en Víbora de Sapkowski. Tal es el poder de las lamias.

Y, por supuesto, hay margen para lo inclasificable. Para la llamada feroz del paganismo, en «El gran dios Pan«, fundamental texto de Arthur Machen que ha sido base de toda una literatura y un cine sobre mujeres misteriosas, fatales, letales. Y para la voz personalista de Walter de la Mare, el escritor que trajo de cabeza a Francisco Torres Oliver “por un problema de estilo” (el excepcional traductor valenciano reproduce aquí las maravillas de Lord Dunsany): «De profundis» es un cuento con fantasmas y no sólo; de locura y no sólo; con cerdos de otra dimensión, como en Carnacki, y no sólo.

Como dijimos unas líneas más arriba, esta antología despertará la curiosidad del lector. Se presta perfectamente a ello, por los increíbles personajes que cultivaron el fantástico escrito (como aquel fusilero y campeón de ajedrez irlandés, un noble que escribía con pluma de ave, o aquel primer rey de Redonda nacido en la isla de Monserrat, entre otros) y por lo que escribieron. Es un libro que nos impele a asustarnos más. A reconocer las oscuridades de nuestras almas, los profundos secretos y misterios que anidan en nuestra animalidad.