Todas las imágenes de este artículo se han publicado con el consentimiento de la editorial Planeta DeAgostini. El copyright de las imágenes es: © Dupuis, 2007. Frank Le Gall.
Frank Le Gall está indisolublemente ligado a Spirou. Con poco más de treinta años, ingresó en la prestigiosa revista homónima para realizar la serie Valry Bonpain, protagonizada por un músico de jazz. Le Gall se considera heredero de Hergé y también de André Franquin, el dibujante que volvió adulto al botones y lo sacó de la recepción de un hotel para vivir aventuras.
Spirou, creado por el francés Rob-Vel (seudónimo artístico de Robert Velter), nació con el semanario en 1938. Era rubio, achatado y cabezón; por su aspecto recordaba a un personaje de Winsor McCay. Inicialmente, era la estrella de historias sin grandes pretensiones. En 1946, y hasta 1968, el botones de rojo caerá en manos de los lápices de André Franquin, uno de los más importantes nombres del noveno arte, y su suerte estará echada: Franquin acometerá una renovación tal, que Spirou dejará de ser un personaje “infantil” para transformarse en un referente generacional y artístico de muchos ilustradores europeos (sobre todo francoparlantes). De su imaginación surgirán Champignac de la Champiña, escenario de muchas de sus aventuras y residencia eventual, y toda la plétora de amigos que, a partir de entonces, serán sus inseparables: el periodista Fantasio; la ardillita Spip; el conde científico Pacôme Hegesippe Adéslas Ladislaus de Champignac; Secottine, una de las pioneras en obtener papeles relevantes (o incluso protagonistas) en el cómic… y también el villano Zorglub y el Marsupilami.
A diferencia de personajes como Tintín o los galos irreductibles, cuyos derechos quedaron, no sin calvarios, en manos de sus autores, Spirou fue un esclavo de la editorial Dupuis, editora de la revista que lleva su nombre. Esa es la razón por la que tantos autores hayan tomado la batuta de sus andanzas, aportando casi siempre añadidos que han mejorado lo anterior. Fournier politizó los guiones, volviendo comprometidos a Spirou y a Fantasio; Tome y Janri le dieron un ritmo cinematográfico, más cercano a las cabriolas extravagantes de James Bond; el murciano Munuera le hizo estiloso. Ninguno de ellos pudo, eso sí, incorporar al Marsupilami como secundario de esas historias, porque el “bicho” era la única creación que Franquin había logrado preservar como propia.
Todos estos breves antecedentes explican el Spirou de Le Gall. El dibujante ya es una autoridad, gracias a Theodore Poussin –con el que ha ganado incluso un premio importantísimo en Angulema, merced a su extraordinaria María Verdad-, cuando es invitado por la editorial matriz, al igual que Emile Bravo o Fabien Vehlmann, a ofrecer su visión del personaje y su mundo. La serie Spirou por…, a la que pertenece Atrapados en el pasado (Planeta DeAgostini Cómics), consiste precisamente en aventuras autoconclusivas y generalmente exclusivas, dibujadas o guionizadas por personalidades de prestigio dentro del cómic.
Si Bravo practicó una vuelta a los orígenes, al Spirou de Rob-Vel, y Munuera y Morvan se fijaron más en las sofisticadas aventuras internacionalistas (saturadas de espías, mafiosos y conspiraciones) de Tome y Janri, Le Gall se basó en Franquin. Atrapados en el pasado es un homenaje permanente en cada página al maestro belga, a sus peripecias, a sus personajes, a su manera de contar. Por eso, el conde de Champignac, Fantasio, Spirou, Zorglub y Spip tienen un aire canónico. Una suerte de reminiscencia que convive, armónicamente, con la estética sumamente actualizada, moderna, que el dibujante imprime a las viñetas.
A le Gall le gusta contar historias. Suelen ser cuentos que recogen la esencia de la humanidad, que hablan de sus noblezas y de sus penurias. Le Gall es único dignificando y dando entidad a sus secundarios: en Atrapados en el pasado otorga un protagonismo inusitado a la ardilla Spip. Se puede saber mucho del dibujante en base a las elecciones que toma respecto a sus criaturas: por ejemplo, sabemos que la ardilla está entre sus favoritos, y que anhela poder relatar algo sobre el Marsupilami. También, que Zorglub fue para él un ser de pesadilla: no en vano, le representa como un Boris Karloff, un Bela Lugosi, encorvado en muchas viñetas como un siniestro actor del cine de terror de los años treinta o cuarenta. Por cierto que, precisamente Zorglub, en su primera aparición, con su quinqué en alto, no puede dejar de recordarnos al George Town de la cueva del tesoro (en Secretos), ese que mostramos en pose idéntica en un artículo precedente.
Hace tiempo que Zorglub dejó de ser una gran amenaza. Fue creado con pretensión de supervillano y ha quedado, según se ramificaba el historial de tantos cómics con distintos padres, convertido en malo de vodevil, en aliado incómodo, en némesis arrepentida. En bebé de Champignac. En víctima, antes que en verdugo. Para Le Gall es un amargado temeroso, un fullero ambicioso, pero nada más. Para archivillanos, el cómic europeo ya tiene a Olrik, el desvelo de Blake y Mortimer.
En Atrapados en el pasado, Le Gall se pone un pretexto para retratar el París de mediados del siglo XIX y su pobreza, su vestuario, su argot (hay un diccionario de términos en caló al final del cómic, para que el lector no se pierda entre la ininteligible germanía). Salta a la vista que se lo pasa muy bien. Su enfoque de Spirou no pasará a los anales pero es muy divertida, con sus viajes en el tiempo y sus entrevistas, pero no desarrolladas, paradojas temporales. Hasta en su tono de humor blanco se percibe la herencia de André Franquin. Al cuadro, para ser completo, sólo le falta un Marsupilami.