Presentar a China Miéville (Londres, Inglaterra, 1972) resulta cada vez más redundante. Muy pocos lectores de ciencia-ficción y fantasía deben quedar ya que no sepan cuál es su obra y, sobre todo, cómo es su estilo. Tanto es así que, entre la crítica especializada, el que sus libros aporten sorpresas es tan inesperado e infrecuente que no queda otra cosa, cuando tal acontecimiento ocurre, que celebrarlo con alegría y alborozo. El escritor británico, a pesar de su juventud, se ha convertido en algo así como un viejo conocido para el lector del género. Cada vez que se abre una novela suya es como entrar un territorio manido, donde esperas que el tiempo haya producido cambios lógicos tras su paso, pero que en lo general cuentas conque mantenga constancia y continuidad. Así de estables son los pilares básicos de su literatura.
Entre estos pilares sobresale como destacado el gusto por los ambientes urbanos y, a partir de aquí, la construcción del espacio de la ciudad como un entorno mágico donde tienen su lugar mitos y leyendas, además de encontrar cobijo los personajes más estrambóticos y las circunstancias más extrañas. Claramente inspirado en el Londres contemporáneo, ha desarrollado este pilar de su creatividad en no pocas novelas, siendo las más destacadas La estación de la Calle Perdido (La Factoría de Ideas, 2001), La ciudad y la ciudad (La Factoría de Ideas, 2012), Embassytown (Fantascy, 2013) y Kraken (La Factoría de Ideas, 2013). En todas ellas se produce una relación diádica y bidireccional entre los personajes y el espacio: ellos poseen habilidades y desarrollan capacidades increíbles en cuanto son habitantes del espacio de la ciudad, mientras que la urbe concede a estos personajes un lugar (acogiéndolos) en su mitología mágica intemporal como parte de una historia colectiva que crece cada día. En una relación igualitaria y equilibrada donde ambas esferas se construyen interdependiente y simultáneamente.
Otro de los puntos fuertes de Miéville tiene que ver, y en cierto sentido deriva directamente, de este pilar basal: su gusto por el surrealismo a la hora tanto de construir sus personajes como de desarrollar las tramas y subtramas argumentales. De hecho, su conexión con el género fantástico procede, precisamente, de este lazo fuerte con lo imaginario y lo imposible, con lo espiritual y lo irracional. El intento de describir la realidad de la forma más realista posible lo lleva a trascender sus barreras, a transgredir sus límites y a mostrarnos la rigidez de sus reglas. Sólo viéndole los dientes al lobo, o en otras palabras, sólo reconociendo la dura realidad, podremos enfrentarnos a ella con la mejor disposición de lucha y la mayor posibilidad de victoria. En esa dirección de descarnado reconocimiento es hacia donde se nos quiere llevar cuando, para denunciar por ejemplo la maldad más inquietante pero sibilina, se acude recurrentemente a sus formas más concretas y explícitas. A partir de aquí, que con la lectura saque cada uno sus propias conclusiones.
Y cerrando el triángulo de pilares en la literatura de China Miéville, proveniente de su juventud apasionada por el rol, donde fue un destacado jugador del clásico eterno Dragones y Mazmorras, está la tendencia por los diseños argumentales enrevesados donde nada es lo que a primera vista parece. O sea, otra forma de transgresión o superación de la realidad que, combinada la más de las veces con el surrealismo, genera esas tramas absolutamente delirantes a que tan acostumbrados estamos en todas sus novelas. Donde todo parecen ser vueltas de tuerca o retorcidas piruetas que, acabando siempre en cabriola, dejan las novelas perfectamente acabadas e hiladas, con la pétrea solidez propia del más duro pedernal.
China Miéville es, entonces, un autor firme en su estilo: magnífico en la construcción de los personajes, preciso en la elaboración de los diálogos y, ante todo, de una desbordante imaginación en la construcción narrativa.
Sin embargo, de tan aferrado que se encuentra a sus pilares principales, de tan cómodo que se siente haciendo aquello que sabe hacer mejor, de tan seguro que está de sus capacidades y explotando al máximo sus potencialidades, olvida que la creatividad también es atrevimiento y osadía. En muy pocas novelas se decide a levar anclas y salir a terreno inexplorado, mostrándonos algo más de lo habitual, y eso que cuando lo hace, en la mayoría de las ocasiones, consigue deslumbrarnos y maravillarnos; así lo consiguió en La estación de la Calle Perdido o El Rey Rata (La Factoría de Ideas, 2008). Por eso sus novelas nos resultan tan reconocibles. Por eso su estilo nos resulta tan definido y perfecto. Pero por eso también nos parece que poco a poco va perdiendo algo de su frescura original.
Con todo, el lector puede estar ahora de enhorabuena con Kraken porque, esta vez sí, Miéville ha tomado la decisión de salir con valor a la plaza y mostrarnos nuevos e inexplorados terrenos en su literatura. Nos vuelve a sorprender con una novela que, si bien es cierto sí conserva sus esencias y mantiene a piñón fijo la querencia férrea por sus pilares, también explota nuevas vías de reflexión y creación inéditas hasta ahora en su literatura.
La novela comienza con la ruptura de la cotidianidad y el equilibrio de fuerzas reinante en la ciudad: en el Museo de Historia Natural de Londres, un calamar gigante (kraken) desaparece inexplicablemente, sin dejar rastro de cómo pudo haberse sacado de su expositor, y sembrando a su paso una ristra de muertes imposibles de comprender únicamente a través de la razón y el sentido común. El más desconcertado de todos es su conservador, Billy Harrow, un hombre desconectado de la realidad en la que vive, en cuanto presume de conocer a la perfección al kraken -en su dimensión física-, mientras desconoce por completo las leyendas e historias míticas alrededor suyo que tantas sectas están interesadas por realizar/neutralizar -su dimensión espiritual-. La más importante de todas las historias vinculadas al kraken es aquella que relaciona su final con el del mundo. Así, sin comerlo ni beberlo, al ser Harrow una parte importante en la investigación sobre la desaparición del kraken, y ser además quien mejor lo conoce físicamente y quien mejor puede saber qué pasó en el Museo de Historia Natural, es como llega a verse inmerso en una lucha de poder entre todas esas sectas que, para poseer y controlar la historia del kraken, necesitan contar con sus servicios y/o conocimientos.
La trama policial o de investigación nos introduce de lleno en la reflexión filosófico-metafísica sobre la naturaleza humana. La religión y la superstición, la historia y la leyenda, la realidad y la magia, hacen que el ser humano exprese todas sus iniquidades y miserias de la forma más profunda. Así comprobamos quien lucha por la vida y quién por la muerte, quién por el control del poder y quién por la distribución igualitaria del bienestar, quién por el desesperado fin de una realidad podrida, y quién por la ilusionante esperanza de un futuro mejor. La ciudad se convierte en un campo de batalla, pero también en un espacio mágico de posibilidades donde todo es posible. Y aquí, en este campo potencial de posibilidades, es donde la valentía y el arrojo de Miéville acaba por hacer de Kraken una de sus mejores novelas hasta el momento.
El principal punto fuerte está en el manejo de las creencias de cada uno de los grupos en disputa, de cómo elabora el punto de vista de cada secta u organización a partir de las posiciones y las habilidades de sus personajes, incorporando con naturalidad la magia a las posibilidades de la trama y, rizando el rizo, incluyendo a la ciudad como un personaje participante más. Mención especial merece el dúo de extraordinarios poderes Goss y Subby, dotados de un humor negro radical y capaces de cualquier cosa con tal de capturar a Billy; por eso son temidos y respetados por todo aquel que tiene la desgracia de topárselos en su camino. Y también resultan muy interesantes los agentes de la UDFS (Unidad contra la Delincuencia Fundamentalista y Sectaria), quienes se introducen regularmente en el alma de la ciudad con el objetivo de vigilar y castigar los desvíos respecto a la norma de tranquilidad que desea conservar y proteger el poder invisible al que representan.
Una novela repleta de personajes y subtramas como es Kraken resulta imposible de abordar en una humilde reseña. Con todo, sí creo que queda claro la extraordinaria ambición e inteligencia con que China Mieville afronta en esta ocasión la construcción y escritura de este libro. A partir de sus pilares más reconocibles, y manteniendo la solvencia habitual en el manejo de su estilo, define una historia donde, como la realidad a la que intenta diseccionar, el núcleo de la novela se esconde tras la apariencia. Sin dejar de ser relevante quién ha robado al kraken y por qué lo mantiene oculto, el verdadero meollo de su exploración está en el significado que el kraken tiene per se como símbolo: en el motivo filosófico que genera todo este revuelo, en las razones por las cuales la desaparición de un calamar gigante consigue romper la homeostasis de la comunidad urbana y ponerla patas arriba. Tras la lucha de los seres humanos por el control del significado del kraken está la historia de una humanidad que, todavía desprovista de un sentido metafísico propio sobre el que asentar su vida, sigue buscando ese sentido en otras partes, con calamitoso y lastimoso resultado. Una novela compleja, ambiciosa y perfectamente tejida, original en muchos puntos, elaborada sobresalientemente con los mejores mimbres de China Miéville.