Fotomatón_Andrea_Bere

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«Fotomatón»
Ilustración realizada por Andrea Beré, para Fabulantes, según el relato «Instantáneas», de José María Latorre.

En Aquelarre, Antología del cuento de terror español actual, la editorial madrileña Salto de Página vuelve a situar, como ya hiciera con la ciencia-ficción (Prospectivas) y la fantasía (Perturbaciones), a un género fantástico ante el diván. Esta vez el diagnóstico corre personalmente a cargo del editor Pablo Mazo Agüero, quien firma un prólogo lleno de sugerentes ideas: “Lo siniestro nos circunda y no es otra cosa que lo ajeno que se vuelve propio, lo propio que es extraño”, nos dice. Y también: “El miedo es el último recurso de la mente para enfrentarse a lo desconocido”.

Los cuentos recogidos en esta antología se enmarcan en esa literatura que indaga en lo terrorífico apoyándose en la tradición, pero con una mirada que presenta a los lectores de hoy algo más que una simple revisión de los tópicos de género, empleando recursos que no siempre habían estado a su servicio”, asegura Mazo Agüero. En su afán por establecer un estado de la cuestión, selecciona 24 relatos que van desde 1967 hasta el presente de su edición, 2010, escritos por otros tantos autores que se cuentan entre los nombres propios (o más sonados) del género en castellano y que han logrado publicar en revistas, fanzines o volúmenes especializados.

Por supuesto, en Aquelarre han sido invitados Pilar Pedraza y José María Latorre, seguramente los dos escritores que se ponen en boca de cualquiera que se ponga a pensar en terror en lengua española. De Pedraza se ha seleccionado el cuento «Mascarilla», que vio la luz inicialmente en la originalísima antología Arcano Trece: Cuentos crueles (Valdemar, 2000), un buen ejemplo del exotismo y la transgresión de la narradora toledana. Una de sus habituales mujeres independientes, maquilladora profesional, recibe el muy bien remunerado encargo de embellecer la rugosa piel de una clienta regresada de la tumba. Contado en un estilo callejero, de frases cortas y directas, es de los mejores relatos de este volumen. Por su parte, el siempre interesante clasicismo del prolífico Latorre está representado con el cuento «Instantáneas» (de La noche de Cagliostro y otros relatos de terror, Valdemar, 2006): supone la enésima vuelta de tuerca a una estampa cotidiana, en un ambiente irreal, todo quietud y silencio.

«Instantáneas» es, además, el primer cuento en el que se percibe la sensación de extrañamiento, de malestar y de repugnancia característicos, como un rasgo de carácter, de este terror en español que nos presenta Salto de Página, desligado de la tutela de los usos y modos del anglosajón. Esta independencia queda clara en la manera en que se afronta el acercamiento a algunos de los queridos monstruos clásicos, como el vampiro («Caries», Miguel Puente) o el licántropo («La mercancía», Alberto López Aroca). Puente emplea el humor negro para describir el sadismo de un dentista de vampiros; el relato recuerda vagamente a «El funeral», de Richard Matheson, uno de los textos de su primera época, marcada por la continua experimentación de tramas y sujetos. López Aroca logra que el miedo de su narrador, un camionero atónito que traslada un cargamento de inmigrantes ilegales, se transmita, con pegajosa incomodidad, al lector.

En Aquelarre, como dijimos, abunda lo repugnante, lo desconcertante, en infinidad de sinónimos formales. El argentino Norberto Luis Romero ejemplifica de forma muy gráfica esta  manera de ser del terror en castellano con «El banquete del señorito», en el que un caprichoso niño de mamá saliva y se deleita con los más depravados manjares que su mente enferma pueda concebir. Romero rivaliza en las florituras de sus menús, compuestos por ingredientes fantásticos y truculentos, con los del marqués Des Esseintes de Joris-Karl Huysmans (A contrapelo). Menos gráfico, y también menos onírico, es «Medusas», el cuento inédito –hasta su publicación en este tomo- de Ismael Martínez Biurrun, tributo desquiciado a Los pájaros de Hitchcock y denuncia ecologista con final sobrecogedor. Y gráfico sin concesiones, hasta la náusea, es asimismo «La cirugía del azar», recogido en el tercer volumen del volumen Paura (editorial Bibliópolis, 2006), en el que Alfredo Álamo pervierte, como Pedraza, Maurice Renard o Albert Boissière, la anatomía humana. Desagradable, con su punto de M. R. James, es «El hombre revenido», del especialista Emilio Bueso, retratista de corte de la repugnancia.

Una agobiante sensación de peligro palpita en «Círculo Polar Ártico», de Care Santos, cuento de “grandes espacios naturales” en el que lo anómalo va a abriéndose paso lentamente, casi en susurros. El peligro, como advertencia, como alerta, está presente también en «El escombral», un relato que produce mareos y vómitos, narrado sin remilgos por Juan Ramón Biedma. Como una amenaza es el peligro de «Exploradores», la angustiosa monstruosidad de Matías Candeira, el último mazazo que reserva este volumen al ánimo y al estado mental del lector.

Cadáver-exquisito_Andrea_Bere

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«Cadáver exquisito»
Ilustración realizada por Andrea Beré, para Fabulantes, según el relato «Mascarilla», de Pilar Pedraza.

La locura, prima hermana del terror- y a veces madre-, hace acto de presencia en «Gatomaquia», de Marc R. Soto, de clara influencia poeiana: su narrador admite que a veces es necesario tener que mentir para no volverse loco, máxime cuando se debe confesar a un compañero de celda una atrocidad espantosa. Locura pandémica es la de «La cotorra de Humboldt», de Lorenzo Luego, que supone un regreso a lo atávico, a un estado precivilizado en el que la raza humana, siempre tan indefensa, es una intrusa.

En este firmamento del terror, relucen una serie de estrellas. La más brillante lleva por título «Los arácnidos«, de Félix J. Palma. Ganador del premio Iberoamericano de relatos Cortes de Cádiz en 2003, el texto es la mayor maravilla de este libro, no ya sólo por lo que cuenta –la historia de la horrorosa complicidad entre un nieto y su hambrienta abuela- sino por cómo lo cuenta, con una frialdad psicótica que produce sudores fríos. Excelente es también «Cosecha de huesos», de José María Tamparillas, el exponente menos fosco del género fosco, que fue publicado en su día en Calabazas en el trastero (Saco de Huesos Ediciones) y que hace de la perseverancia un instrumento para atemorizar. En «Cosecha de huesos» se pueden oír crujidos, el arrastrarse de cuerpos, chirridos, sonidos que obligan a mirar con pánico en todas direcciones sin seguridad, sin calma. «Huerto de cruces», de Santiago Eximeno, el segundo de los cuentos extraídos de Paura, tiene algo de homenaje a La familia del Vurdalak, de Alekséi Konstantínovich Tolstoi, trasladando la acción de Serbia a un pueblo castellano con una estación de tren de fondo. Hay una plaga, y alguien que regresa de la muerte. Algo que no marcha bien y que es enfermizo, malsano. La constelación de nombres de relumbrón abarca también a José Miguel Vilar-Bou y «La luz encendida», la propuesta que envió a Salto de Página al ser convocado a participar. Relato de desapariciones inexplicables, como ésas de las que tanto ha escrito Ambrose Bierce, se recrea en los efectos sobrecogedores de una luz misteriosa que es como la niebla: un fenómeno que desampara y desorienta y que todo engulle para no vomitarlo jamás.

Félix-J-Palma

Félix-J-Palma
Félix J. Palma, el autor del mejor relato de esta antología y de uno de los más escabrosos cuentos publicados en los últimos años, Los arácnidos

Aquelarre tiene también un nutrido grupo de inclasificables. «Nox Una», de Marian Womack, es una erudita incursión en el terror gótico. «Palabras para Nadia», de David Torres, responsable de una ambiciosa continuación de La Odisea con El mar en ruinas (editorial Destino, 2005), es el monólogo interior del poeta Shelley que, de viaje por los Cárpatos, conoce a una chica llamada Nadia, femenino de Nadie. En «Carroñeros del miedo», David Jasso transforma una sala de cine en el escenario elegido para un ataque invisible e inasible. «La mancha», de Juan José Plans, autor de El juego de los niños, en el que se inspiraría Narciso Ibáñez Serrador para su película ¿Quién puede matar a un niño?, sería un candidato espléndido para un Más allá del límite a la española: una mancha palpitante va creciendo hasta el punto de sumergir a toda la humanidad. Su español antiguo, acotado, no puede camuflar la condición de guionista radiofónico de su autor. Cristina Fernández Cubas escribe en «El ángulo del horror» un relato de premisa similar a «La novela del polvo blanco«, de Arthur Machen, con saltos temporales que dejan un tanto descolocado y con una sorpresa final en su resolución. El maestro de la forma corta Ángel Olgoso enseña en «El espanto y otros microrrelatos» cómo contar historias terroríficas o desconcertantes con economía de palabras y mucho sentido del humor.

Queda una mención al peor de todos los relatos, «La luz de la noche», de José Carlos Somoza, cuya inclusión nos tememos haya respondido más al peso del nombre del escritor de origen cubano que a su calidad intrínseca. A pesar de la estupefacción que provoca, no reduce la potencia del diagnóstico global: el terror en español es, afortunadamente, un enfermo imaginario.