Todo héroe, para serlo, necesita de una leyenda. A falta de una, Theodore Poussin, el héroe incidental, confiará en su estrella.
El abogado Martin, mezcla de Humphrey Bogart en Casablanca y “Bon Chance” Louie (de la serie Los cuentos del Mono de Oro), le resumirá a Theodore Poussin el fin mismo de su existencia: “Cada hombre tiene ante sí una estrella, una estrella inaccesible, que brilla y que intenta atrapar. Si por desgracia esa estrella se extingue, señor Poussin, entonces ese hombre no sirve para nada”. Theodore Poussin no necesitará trazar su propio destino con una navaja en la palma de su mano: éste se encargará de recordarle que es el esclavo de un camino ya marcado. Su destino, su Rasputín, se llamará Noviembre, y, a diferencia de lo que podamos pensar por Robinson Crusoe, le habremos conocido en Diciembre. Los dos resultarán testigos de excepción, desde las bambalinas, del trágico juego de la vida y de la muerte. Y cada cual participará a su manera en los acontecimientos: Noviembre con alevosa premeditación, sin dejar nada al azar; Poussin con una inacción involuntaria que se resume, al final, en un resignado encogimiento de hombros.
A Poussin le falta una leyenda. Pero su figura mítica, la del último de los románticos, el ingenuo que madura por adversidad, será delineada por quienes se conjuran, ya sea de forma activa o pasiva, para que éste alcance siempre su objetivo. Las aventuras de Theodore Poussin están compuestas por las miradas imperfectas que arrojan hombres y mujeres que jamás han querido ni deseado ser héroes. Mujeres y hombres incómodos por su lugar en un mundo que cambia, que se altera, que vira hacia lo desconocido y lo irreconocible. Situados todos en el marco concreto de un “Oriente misterioso, soñado en la infancia” por niños como el dibujante Frank Le Gall, deseosos de evadirse y de refugiarse en aquellas importantes lecturas que reflejan la estupefacción, la admiración, de los grandes cambios. Lecturas de Conrad, de Stevenson, de London, de Kipling… Lecturas con sabor a mar, a rebeldía, a libertad.
Éstas son la simiente de su obra, pero no sólo. La principal fuente de inspiración la tuvo Le Gall en casa, y se trató de su abuelo Théodore-Charles Le Coq, marino mercante con amplia visión de mundo a bordo del carguero Saint-Jacques. Este primer Théodore se anticipó al segundo en sus escalas por las costas del Sureste Asiático, tierra de misterios, de enredos, de pasiones, último rincón del planeta de luces y paisajes vírgenes. El capitán Le Coq consignaría sus impresiones, sus vivencias, en diarios. Uno de ellos le servirá a Le Gall para introducirnos al gris oficinista de Dunkerque, cuyas ganas por viajar eran tan extraordinarias que “un día se atrevió a hablar de ellas con su superior”, decantando así la balanza de su destino.
A los puertos con aroma indómito llegará Poussin persiguiendo el sueño de encontrar al capitán Steene, familiar que, al igual que le sucediera a uno del otro Théodore, se perdería por aquellas tierras sin dejar rastro. En la ficción es 1925; en la realidad, estamos primero en 1984, fecha del nacimiento original del personaje en las páginas de la revista Spirou -más adelante, Le Gall ilustrará una de las historietas adultas del héroe que da título a esta publicación, Atrapados en el pasado (2007)-, y luego en 1987, año de su paso al formato álbum por parte de la editorial Dupuis. Capitán Steene, la historia embrionaria, es una especie de órdago en el que el dibujante aún titubea con los elementos que maneja y dispone sobre el tapete. Narrativamente, muestra convicción y sabe otorgar una deliciosa pátina misteriosa y fantástica; estilísticamente, todavía busca su propio trazo. Los dibujos son un tanto contrahechos, achaparrados, están embutidos en unas viñetas de bordes irregulares, temblorosos. Hay alguna imagen interesante, que no será nada respecto de las que aguardan a la vuelta de la esquina. Es a partir de la segunda cuando todo cambia.
El devorador de archipiélagos (1988) es la conjunción de tres historias cortas aparecidas en Spirou y cosidas por una narración en otras tantas páginas del ya mencionado abogado Martin. Es el momento de los personajazos con nombres retumbantes, de experiencias vitales tan fabulosas que parecen epopeyas, construidos de una sola pero perdurable pincelada que rápidamente se extiende por el lienzo. Como George Town (cuyo modelo es el marino Larsen de El lobo de mar, de Jack London), el capitán que se encariña de Poussin y al que le nombra biógrafo oficial no por el deseo de notoriedad sino como forma de redención, de penitencia. Gracias a Town, personaje fundamental, el risueño aventurero que ya ha crecido y aprendido a sobrevivir llegará hasta María Verdad. Y con ella, Le Gall alcanzará la consagración en el festival de cómic de Angulema, en 1989 (premio al mejor álbum).
María Verdad es un cómic imprescindible, además de un clarísimo punto de inflexión para Le Gall. Su estilo ya está definido, más próximo a la línea clara del maestro Hergé, en quien ha querido basarse, que a la caricatura de los dos álbumes anteriores. El guión, co-escrito junto al veterano Yann, es sublime: María Verdad es una historia de una infinita tristeza con el sabor de la añoranza, llena de estampas que dejan la boca abierta. Poussin es ya imprevisible, un Edmond Dantés que se limita a estar, más que actuar, un impostor que no duda en reconocerlo y en decepcionar todas las confianzas y todas las esperanzas que se ponen en él, menos la de su obcecada misión, su obsesión más bien, de encontrar a la hija de un tratante de perlas, una figura mitológica de los cuentos de hadas, o quizás de las leyendas. Así, en escenarios tormentosos basados en la película El Yang-Tsé en llamas (The Sand Pebbles, Robert Wise, 1966), Poussin se conduce sin hacer nada, más cínico, socarrón e indiferente a todo, más distante, más ausente. Más mítico.
Este no-hacer le llevará, inevitablemente, a la tragedia de Secretos, el cómic que contiene las viñetas más crudas, cruentas y también más impactantes y coloristas. Una aventura que, como una red de pesca, recoge las frustraciones y nostalgias del capitán Town, obcecado por descubrir “los secretos que alberga el corazón humano”. Un cómic con frases como ésta: “Los secretos son tesoros de pacotilla que escondemos de las miradas para conferirles valor”.
El primer volumen integral de Theodore Poussin, publicado tanto en francés como en castellano (Planeta DeAgostini) en 2010, no sólo muestra la evolución artística de Frank Le Gall sino que encierra, con sus buenos extras y su maquetación de lujo, el tesoro, que nada tiene de pacotilla, de una gran, inmensa, y fantástica aventura. De ésas que hacen que queramos enrolarnos en cualquier buque para desafiar al mar.
Todas las imágenes han sido reproducidas con el permiso de Planeta DeAgostini Cómics, bajo el siguiente copyright: © 2010. Dupuis. Tous droits réservés
un nuevo sitio web (en francés) sobre Frank Le Gall: http://flgbd.weebly.com/
con un blog:
http://flgbd.weebly.com/flg-bd-blog.html
Feliz año nuevo!
:))
essia