Como si estuviéramos inmersos en otro ataque pendular, de un extremo al otro, da la impresión de que nuestro reverenciado Lovecraft, antiguo desconocido y todavía hoy relativamente oculto más allá de ciertos círculos, hubiera eclipsado a todos sus antecesores y éstos no contaran sino como simples antecedentes suyos; losas en el camino cuya única importancia fuera la de pavimentar la senda que conduce hacia la estatua del escritor de Providence. Pero los Lord Dunsany, Blackwood, Bierce, Chambers o Arthur Machen, tienen, evidentemente, una importancia y un significado radical, por sí mismos, aspecto que editoriales como Valdemar se esfuerzan en recordar con esmero.
El gran dios Pan y otros relatos de terror, de la colección El Club Diógenes, recoge cuatro de los más citados relatos de terror de Arthur Machen: el que da nombre al libro, La luz interior, La novela del sello negro y La novela del polvo blanco. En ellos, Machen imprimiría con fervor de poeta su particular visión del mundo a la que no privó ni un instante de su propio pasado galés. Nacido en Caerleon-on-Usk, este enclave en tierras galesas, punto de encuentro de Historia y fantasía, supondría uno de los principales acicates del autor a la hora de escribir gracias a su trasfondo de leyendas celtas y ruinas abandonadas en agrestes campos. Este aire de ensoñación romántica encontraría un singular compañero de viaje en el agitado fin de siécle y años posteriores, bullente época donde la confianza en la Razón como único modo de aproximación al conocimiento verdadero da paso a ciertas dudas sobre sus fundamentos. Científicos y pseudo-científicos, también ocultistas, interesados por el esoterismo (a este respecto, cabría decir que Machen fue miembro de la Orden Hermética del Amanecer Dorado, o Golden Dawn, por un corto periodo de tiempo) y los así llamados magos, comenzaron a penetrar en las capas del pensamiento, desde la superficie hasta el fondo y vuelta hacia la superficie, resquebrajando ciertas ideas asentadas y preconcebidas. Son los años de Marx, Freud o Lombroso, cuyos estudios ya sobre la sociedad, ya sobre la mente y su importancia respecto a la conducta, apuntan a un ser humano cuyos pies no están tan firmes como éste quisiera creer.
De esta relación surgiría una renovación del cuento de terror, gracias a un Machen que sacaría al horror de la oscuridad y lo trasplantaría a la floresta, donde la luz del sol mitiga ese respeto atávico del ser humano por la noche y le hace creerse a salvo de toda amenaza -acaso un trasunto, ya voluntario o involuntario, de la luz de la Razón y su aparente solidez-. En palabras de Rafael Llopis para la introducción de ese libro fundamental que es Los mitos de Cthulhu (Alianza Editorial, 1969), “[Arthur Machen] empezó a eliminar de él [el cuento de miedo] una serie de elementos caducos: el castillo medieval, el muerto en todas sus infinitas variedades y subespecies, la noche… En una palabra, sepultó la tramoya romántica y se puso a escribir cuentos de miedo a base de luz, de campo, de verano, de cantos de insectos, de piedras y de montes”.
Este horror dentro de la vida común se aprecia notablemente en los dos primeros relatos del libro: El gran dios Pan, donde un experimento de cirugía da paso a toda una vorágine de sucesos donde mente y fuerzas numinosas tienen una extraña alianza, y La luz interior, de nuevo un experimento humano, aunque en esta ocasión Machen va más allá y hace del alma de la esposa el objeto acariciado por el científico. Son relatos donde la duda, la incertidumbre del lector, van diluyéndose conforme avanza la narración, tejida mediante una atmósfera que se va haciendo palpable y visible como una niebla espesa, dejando hueco a un desasosiego real, ya no onírico o de simple sugestión. Aspectos que Machen desarrolla con mayor finura en los dos siguientes relatos.
En La novela del Sello Negro y La novela del polvo blanco, el objeto de interés del bardo de Caerleon-on-Usk no son las capas de la mente, sino las de la propia humanidad. Machen, acuñando por el camino lo que los anglosajones denominan folk horror, nos lleva a centurias pasadas desde una perspectiva intelectual claramente aguda, una en la que los protagonistas de las narraciones tratan de desentrañar sin prejuicios hechos y experiencias que dan por cerrados los científicos de su contemporaneidad. El Sello Negro nos traslada a la campiña, donde el profesor Gregg, siguiendo una inscripción latina, cree poder dar con el secreto que esconden los bosques galeses y que tiene que ver con una raza presuntamente extinta. Un relato empapado también de la ciencia del siglo XIX, pues no hay que olvidar que es el siglo donde salen a la luz emplazamientos y culturas que prácticamente estaban olvidados y eran pasto de la leyenda (es el siglo del descubrimiento de Nínive o Troya; los primeros años del XX son además los de Arthur Evans y Cnossos, por citar un par de ejemplos, o los de Schulten buscando la mítica ciudad de Tartessos por España); y de la figura del científico/etnólogo/historiador/anticuario como persona capaz de desenterrar aquello que estaba olvidado y devolver lo que el mito encierra, esa verdad que permanece de manera residual, a la realidad más cercana ya como hecho probable.
Por su parte, La novela del Polvo Blanco sitúa la acción en torno a un joven obsesionado por sus estudios y que al caer enfermo le son recetados unos polvos blancos, una extraña sustancia que en esta ocasión entronca con aquelarres y encuentros de brujas. El proceso de degeneración del protagonista da muestras del genio de Machen al identificar con una imagen poderosa e icónica la incapacidad del cuerpo para procesar la sustancia con la incapacidad de la ciencia, según la voz del relato, para admitir y estudiar frontalmente ciertos hechos ocultos por el tiempo y la tierra. Lo que ahora yace como historia corrupta, cuentos de hadas, baladas y canciones para aterrorizar a los niños, fue en una ocasión verdad tangible.
Es el Magnum Secretum el que atrae a Machen, el que inflama las páginas de estos dos últimos relatos, los más sobresalientes del libro de Valdemar. Más allá del velo negro yace un mundo cuyo único recuerdo es la alegoría, la explicación inexplicable, inasible, que sólo aquel con ojos y mente inquieta puede desentrañar. Como Arthur Machen. El mago auténtico que no necesita de túnicas o incienso, sino únicamente de su pluma.
Una vez más, una entrada imprescindible, felicidades.
Esa pugna que ustedes identifican en la literatura de Machen entre una sociedad incipientemente racionalista frente al empuje del discurso de lo mágico, me atrevería a decir que es la característica esencial de toda novela de terror de ese periodo. O incluso de casi todo el terror que se ha escrito jamás, también el que nos es contemporáneo. Según este punto de vista -y conste que me tiro de la moto alegremente porque de todo esto sólo tengo nociones muy rudimentarias y muy atrevidas- , en parte, lo que nos causa inquietud es que aquello que conocemos (que creemos conocer) como real, sea socavado por otra realidad alternativa que ni contemplamos ni estamos preparados para aceptar: lo mágico, lo atávico, lo incontrolable. El nuestro es un mundo sostenido por el conocimiento técnico-científico en el que no existen los misterios, todo fenómeno tiene su explicación académica y los enigmas no son más que rompecabezas que, como mucho, aún no se han resuelto. Lo científico es un conocimiento que se pretende autoevidente o lo que es lo mismo, se considera a sí mismo incuestionable, y en su ímpetu, con su presencia absoluta a nuestro alrededor, nos hace creer que así es y lo tenemos interiorizado, de modo que nosotros, el ser humano, adquirimos el conocimiento del entorno a partir de las premisas de lo racional, una verdad que damos por descontado. Cuando este paradigma es embestido por lo paranormal o lo arcano, las cosas se derrumban, la lógica de la causa-efecto se paraliza, la matematización y la experimentación pierden sentido, la cohesión de un universo que creíamos tener bajo control salta por los aires. En el fondo no sería eso, ¿el “logos” asaltado a traición por el “mythos”?
En cualquier caso, siento mucha curiosidad por saber qué buscamos en estas exploraciones de otras realidades (terroríficas o no), ¿por qué motivo estamos todos interesados como colectivo en estudiar el socavamiento de nuestro mundo? ¿Si tan absoluto es el conocimiento científico porque TANTA especulación sobre lo alternativo? Una amigo mío mucho más listo que yo asegura que ese interés por lo fantástico no es simple entretenimiento sino que es reminiscencia, una acto de nostalgia de nuestra mente colectiva impulsado por el recuerdo de cuando vivíamos en civilizaciones de pensamiento mitológico. No sé si será así, pero esa explicación a mi me satisface y hasta me parece algo lírica.
Perdón por el rollaco. Una cosa, después de haber colgado tantos artículos y de tantas reseñas, ¿os habéis planteado hacer alguna entrada con una selección de los mejores relatos de todos estos autores pioneros del «fantastique»? Estas listas siempre son muy interesantes y a los pardillos como yo nos ayudan un huevo a aprender.
¡Hola!
Muchas gracias por el comentario. Estoy muy de acuerdo en lo que mencionas sobre el terror atávico, aunque con Machen siempre sea necesaria una matización: en cuanto a místico, a amante de lo esotérico, su sensibilidad hacia lo «natural», lo «agreste», lo «asilvestrado», es muy superior a la de muchos autores de su momento. Hay, dentro del Terror, victorianos más románticos que querían un regreso a lo clásico; personajes, como Le Fanu, que se consumían en sus propias pesadillas; escritores que, de tan racionalistas, se mostraban profundamente crédulos. En ellos no hay contradicción: la hay en la época. La Inglaterra en la que escriben -y digo Inglaterra porque es la patria por excelenecia del cuento de miedo tardo-decimonónico- hay mucha superstición, quizás debida a una «racionalización castradora»: Inglaterra ha entrado rápido en la revolución industrial, atropellando elementos de su cultura más autóctona que ha tenido que asimiliar con urgencia. Se da de esta manera un popurrí de circunstancias antropológicas, que pueden caer en el folclorismo, a partir de las que se genera una situación ciertamente insólita y yo diría que irrepetible. Si te das cuenta, verás que en los cuentos de miedo, y muy particularmente en los de Machen o Blackwood, el progreso, la tecnología, suele ser más bien un anecdótico canal, muchas veces molesto, para alcanzar raíces más profundas o espeluznantes.
Y sí, tu amigo bien puede tener razón. Coincido contigo en el lirismo de su punto de vista.
Respecto a lo de hacer unas listas, te adelanto que no somos muy partidarios de ellas. O no al menos en la página (otra cosa serían las redes sociales). Creemos que es imponer nuestro criterio al lector. Preferimos que éste descubra las cosas a base de sugerencias, de menciones. El conocimiento es así más gratificante, más amplio, más «personalizado». En el fondo, todos nosotros hemos ido «aprendiendo» así, por lo que así queremos que «aprendan» (si es que hay algo que deban aprender) nuestros lectores. No obstante, estamos abiertos a cualquier sugerencia sobre contenidos, artículos, preferencias. ¿Por qué no nos la haces en nuestro facebook: https://www.facebook.com/Fabulantes ? ¡Ánimo! ¡No dudes en exponerla, la recibiremos con muchísimo gusto!
Un cordial saludo y gracias de nuevo por tu reflexión y por tu amabilísima opinión sobre nuestros contenidos.
Hola DANI ILL tenes algún email para comunicarte?
Fue el verano pasado que empecé a interesarme por Lovecraft y sus mitos. Compré la edición de Alianza Editorial de los Mitos de Cthulhu y, pese a que no están todos los relatos que fueron reunidos por Derleth como Los Mitos..sí estaban algunos de los mejores de Lovecraft. Lo que me gustó de la edición es que tiene dos partes, la preimera, dedicada a los antecedentes, y la segunda, que son los Mitos. Gracias a esta edición pude descubrir a estos escritores, anteriores o coetáneos de Lovecraft, como Blackwood, Ashton Smith, Machen, Bierce, Chambers. Tres relatos de esta primera parte me encantaron, tanto en el fondo como en la forma. El Wendigo, de Blackwood. El Signo Amarillo, de Chambers, gracias al cual compré después El Rey de Amarillo. Y La novela del polvo blanco, de Machen, que en esta edición aparece titulada como Vinum Sabbati.
El relato me pareció increíble. A día de hoy no lo consideraría como literatura de terror, pero si es verdad que te deja, al menos a mí, un mal cuerrpo después de leerla. Disfrut´w mucho leyéndola y descubriendo a este escritor, que hasta entonces era un auténtico desconocido para mí.
Sin duda que esta edición de Valdemar dedicada a Machen caerá tarde o pronto en mis manos…
Saludos!