Todas las imágenes están publicadas con el permiso de Planeta DeAgostini con el siguiente copyright: © EDITIONS GLENAT / VENTS D’OUEST 2007, 2008, 2009 by Loisel & Djian (scénario) et Mallié (dessin). All rights reserved.
En Fabulantes no tenemos por norma tratar obras seriadas que estén inconclusas y todavía en proceso de gestación: pensamos que la intención de sus autores está aún desvirtuada, fragmentada. Con El gran muerto (Planeta DeAgostini, 2012), sin embargo, creemos necesaria hacer una excepción. En primer lugar, porque definida al parecer su longitud exacta en seis tomos, y calculado el ritmo de trabajo requerido para los cuatro publicados hasta la fecha (el último, Sombra, apenas salido en Francia e inédito en nuestro mercado), la serie no alcanzará su culminación, siendo optimistas, antes de 2016, una auténtica eternidad editorial. En segundo y decisivo lugar, nos ha parecido muy bien hecha, muy interesante, francamente inteligente. Cuando se conjugan estas tres características, que no suelen ser complementarias, se obtiene como resultado una pieza digna de acaparar una mínima atención.
En su lenta pero segura elaboración colaboran cuatro grandes nombres del tebeo francés: las riendas del guión las llevan Règis Loisel y Jean-Blaise Djian; los lápices los maneja Vincent Mallié; el color lo pone François Lapierre. Loisel es un veterano guionista y dibujante francés que despunta en la década de los 1980 del pasado siglo por La búsqueda del pájaro del tiempo, de la que dibujará los primeros cuatro volúmenes de una saga, escrita desde su primer número por Serge Le Tendre, que ya va por los siete títulos, y a cuyos lápices se volverá a poner en su nuevo ciclo, aún por comenzar. Pero es en la década de los 90 cuando Loisel se convierte en leyenda del medio al adaptar -en seis tomos- el Peter Pan de James Barrie. En ella empleó catorce años de su vida y es ahora mismo, además de una obra maestra, una obra de culto. Por su parte, Djian es un caso extraño, que no insólito: no se le conocen obras ilustradas, pero sí bastantes escritas, debido a su llegada tardía al medio, en 1987 y con treinta y cinco años, de la mano de un Loisel que le enseña todos los fundamentos de la composición de guiones. Loisel y Djian conformarán algo más que un tándem: funcionan como una única mente enjambre.
Djian/Loisel, todo uno y algo más que simple experiencia, se conocen muy bien, como queda claro en El gran muerto, un cómic en el que cada viñeta ha sido meticulosamente estudiada en sus diálogos, en su composición, y en su argumento, modelado sobre la marcha. Pero modelado de una manera hermética y no errática, en la que lo inventado y lo alterado sobre la planificación original es fruto de un perfeccionismo declarado. Cuando se llevan tantos años en la industria de las bandes-desinées, y se logra vivir de ello con holguras, es porque se sabe cómo deben hacerse las cosas: Djian y Loisel construyen una trama que todavía tiene mucho que decir pero de la que ya se han apuntado buenos trazos. Se toman su tiempo para contar una historia de fantasía sobre la interdependencia entre “el pequeño pueblo” y los humanos y también un drama apocalíptico, derivado de las desastrosas consecuencias de una ruptura en el común equilibrio entre ambas razas. La plasman fuera de los modos tradicionales de este tipo de relatos, y es algo encomiable, especialmente porque los guionistas no se apartan de un tradicionalismo factual: los hechos narrados empiezan con una sempiterna búsqueda de la que dependerá el futuro de todo lo conocido y en la que se verán involucrados varios héroes trágicos y por accidente. Uno, Erwan Kerbiriou, “transportador del conocimiento” y elemento clave en las relaciones con “el pequeño pueblo”; otro, Pauline Mercier, estudiante de económicas que es una suerte de detonante accidental de las tragedias.
A partir de la segunda historieta, Pauline (la anterior se titula Lágrimas de abeja y la tercera, Blanche), lo maligno apenas insinuado estalla. El gran muerto deja de ser una versión adulta de los pitufos para adquirir una propia dimensión: tiene tramos en que parece película de terror con niño diabólico; a ratos, se hace pasar por cómic de investigación bien llevada y traída, y en otras ocasiones se convierte en cómic costumbrista, un poco al estilo de Magasin Général, la magna obra de Loisel (con Tripp) en la que se recogen estampas de gran cotidianidad. Mallié es determinante en el desenmascaramiento de esta malignidad. Sus dibujos, reposados pero virtuosos, de señas características, se introducen alevosamente en las viñetas y tienden a desbordarlas en los grandes escenarios abiertos. Sus ilustraciones nunca son estáticas ni hieráticas; la redondez de ciertas caras (Gaelle) bebe de un influjo evidente del Peter Pan de Loisel. Mallié, reconocido en suelo francés por su saga de ciencia-ficción en cinco tomos Les aquanautes, se ajusta al tono general de la narración, reiventa su manera de dibujar, y tiene claramente voz en ciertas decisiones tácticas sobre la impostación de las páginas o de los profusos (y precisos) bocadillos y escenas. Es preciosista sin ser ñoño, como podría suceder en un cómic de este corte; espectacular sin aspavientos, humilde en una historia generosa en detalles para el lucimiento del dibujante; sobrio sin que se le vaya la mano. En El gran muerto aparece un Mallié radicalmente distinto de Les aquanautes, más seguro de sí mismo; un Maillé al que se le distingue, sin paliativos, como un seguidor de los infinitos recursos de Franquin, eminencia del arte franco-belga, y de Peyo. Por su extraordinario trabajo, fue elegido como ilustrador del séptimo álbum de La búsqueda del pájaro del tiempo. Su elección como dibujante de esta serie, es una de las grandes muestras de la veteranía del dúo de guionistas.
Por último, y párrafo aparte, está François Lapierre. Peculiar como dibujante, caricaturesco sin más, interviene en varias series como colorista. No lo hace mal en La búsqueda del pájaro del tiempo y desde luego brilla con sus elecciones terrosas, un poco a lo Miguelantxo Prado, en Magasin Général, pero es en El gran muerto donde aflora su mejor inspiración. Insistimos en que es un cómic que se presta a la generosidad, al virtuosismo; Lapierre lo entiende perfectamente y pone colores vívidos a los lápices de Maillé. Ambos logran así mejorarse: el Mallié que dibuja portentosamente pero que colorea sin estridencias; el Lapierre que festonea cada lámina con tremenda energía y agudeza, de mano nada extraordinaria para la creación artística a partir de la nada. Si El gran muerto parece volver a la vida es por sus pinceles, por el ordenador que mete sin abusar y sin que éste se imponga como estética. La jungla y la campiña del primer tomo resplandecen de azules, de verdes, de rojos saludables; la ciudad (volúmenes segundo y tercero) enferma en sus propios grises, languidece en sus blancos…
El gran muerto es, por ahora, una experiencia extraordinaria. Cómic más inusual que inusitado, se beneficia de la veteranía y del gran trabajo colectivo de dos escritores magníficos, de un dibujante de rasgos acentuados y de un colorista con pavoroso sentido estético. Espero que ahora entienda el lector por qué en Fabulantes decidimos refutar nuestras sólidas creencias.