Valdemar es el terror, el horror, el escalofrío inevitable que surge en la mente del lector a la búsqueda de emociones espeluznantes. Es la editorial de Thomas Ligotti, del culto a Cthulhu, la que mejor ha comprendido a Howard Phillips Lovecraft y también a Richard Matheson. Es la acogedora casa del fantasma, la encrucijada del zombi y la cripta del vampiro sediento de muerte. El sello que es reverso literario del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. El que mete Miedo en el cuerpo. Por eso, no había otra manera de comenzar una entrevista con sus editores, Rafael Díaz Santander y Juan Luis González Caballero (con las iniciales R y J. L, respectivamente), que hablando de terror. Y de monstruos.
Fabulantes: ¿Cuál es vuestro monstruo favorito?
Rafael Díaz Santander: Aunque es más propio de la ciencia-ficción, me gusta el extraterrestre, pero no tipo ET, sino el extraterrestre cabrón. En cuanto al terror, podría ser el vampiro… De la estirpe de Drácula, no los vampiros modernos deshidratados. Representa el ansia por sobrevivir…
F: Como Valdemar.
R: (Risas) Sobrevivir más allá de la muerte, que es un anhelo oculto.
Juan Luis González Caballero: A mí también me seduce el fantasma, aunque no lo veo propiamente como un monstruo. Es el protagonista de espléndidas historias que han dado lugar a uno de los subgéneros de la literatura de terror más prolífico y exitoso, la ghost story, una afición particularmente anglosajona y victoriana. Una buena historia de fantasmas me deja una inquietud más duradera que otros relatos más truculentos.
R: Para mí otro monstruo muy simpático es Cthulhu (grandes carcajadas de los presentes). Es una entidad terrible, pero con el tiempo llegas a verlo como un monstruo entrañable: ya se hacen hasta peluches de él… y hay un montón de parafernalia cómica en internet sobre Cthulhu.
J. L: Lo genial de Lovecraft es que cuesta visualizar sus bestias cósmicas; es difícil hacer figuritas con ellas, o cómics, aunque los hay, o películas. Solía compensar la ausencia de pormenores en la descripción con una retahíla de epítetos a cual más espantoso. Ésta es un poco, para mí, la magia de Lovecraft: provoca que tu imaginación llegue a sus límites jaleándola sin tregua con sus sugerencias abominables. Sus descripciones no son realistas sino anímicas.
R: Exacto. Sabemos que Cthulhu es tentacular, pero no es un pulpo.
F: ¿Qué supone Lovecraft para vosotros?
R: Yo creo que fue Lovecraft el que me hizo dedicarme a la edición de literatura de terror, o fantástica, o como quieras llamarla. Había leído algunas cosas de terror como El doctor Jekyll y Mr. Hyde, o los cuentos de Edgar Allan Poe, y un día me encontré un libro que se titulaba Viajes al otro mundo, ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter, y me dije: «joder, ¡qué título más acojonante!». Me lo llevé a casa y la verdad es que me quedé fascinado, no sólo por las historias, sino por una especie de lenguaje hipnótico hecho a partir de adjetivaciones muy inusuales y exageradas. No había leído nunca nada similar. Fue como una droga muy potente y empecé a comprar compulsivamente todo lo que se había publicado aquí de Lovecraft. Pero las ediciones que circulaban entonces eran realmente escasas. Estaba la célebre antología de Llopis de Los Mitos de Cthulhu, y algún otro. Recuerdo ediciones más bien cutres. La antología de Rafael Llopis fue un verdadero filón para explorar ese mundo de terror cósmico…
F: ¿Por qué es tan vendible Lovecraft?
R: Es vendible porque crea adicción. Aunque yo creo que Lovecraft no es, estrictamente hablando, un buen escritor.
J. L: Se refiere en un sentido académico del concepto…
Fue Lovecraft el que me hizo dedicarme a la edición de literatura de terror
R: A mí me encantan los “malos escritores”, entre comillas. Lovecraft lo llena todo de adjetivos fascinantes, no elegidos al azar de la escritura, sino que parecen seleccionados para que formen una paradoja, un desafío a la lógica del lenguaje para intentar expresar un horror en sí mismo inexpresable. El denominado horror cósmico de Lovecraft es una manifestación de su propio nihilismo, es un terror que subyace en el fondo mismo del cosmos, mientras que hasta entonces los cuentos de terror siempre habían explotado el miedo a las distintas variedades de monstruos.
J. L: Monstruos que en su mayoría son muertos que vuelven a la vida, vampiros, zombies, fantasmas, momias…, un poco la mitología cristiana, la creencia en la vida después de la vida, en el bien y el mal.
R: El terror de Lovecraft se cimenta en el caos que reina en el Universo. El Universo es un caos, y el hombre es una partícula insignificante en él. De manera que el terror viene de entidades de otros mundos que llegaron a la tierra para destruirla y «chuparnos el alma», por expresarlo de un modo más bien cómico. Hay que tener en cuenta también, para quitarle un poco de gravedad al asunto, que en los cuentos de Lovecraft hay mucho humor soterrado, al igual que en otros de los escritores de su círculo, como Robert Howard, Clark Ashton Smith o Robert Bloch. Yo suelto carcajadas al leerlos, también me pasa con Franz Kafka y otros escritores peculiares.
J. L: Es algo incluso más horrible que eso. Más allá de nuestro sentido de la moral, se supone que muchos de estos seres, dioses amorfos, blasfemos, reptantes o babeantes, son totalmente amorales y por tanto no cabe esperar de ellos, como de otros dioses más humanizados, que hagan el bien y rechacen el mal, o al contrario, tan sólo persiguen sus propios objetivos, su supervivencia, su supremacía: se trata de una metafísica más darwinista. El caos o la destrucción que a menudo generan escapan a la lógica humana. Es decir, que de alguna manera el horror que sugiere Lovecraft, el horror cósmico, se produce cuando nos lleva a pensar que no hay ningún dios protector que nos vigile y nos cuide, sino enormes y peligrosas fuerzas que circulan por el Universo, incomprensibles para el hombre, que nos ignoran o desprecian por irrelevantes.
El Universo es un caos, y el hombre es una partícula insignificante en él
F: Es una visión totalmente atea…
J. L: Sí, un tanto pesimista o nihilista.
R: (Risas) Una especie de darwinismo extremo, o teogonía de la abyección.
F: ¿Os parecen recargados los adjetivos de Lovecraft?
R: ¿Recargados? No, en absoluto. Recargado me parece Alejo Carpentier o Ramón María del Valle-Inclán. El horror que blasfema en el centro del universo, el caos reptante… un núcleo de polípera perversión, sombras torrenciales de demencia roja y viscosa… casas leprosas, resplandores dementes…
J. L: Son adjetivos a veces excesivos, yo creo que propios de revistas populares, un poco sensacionalistas… Pero, en el caso de Lovecraft, le sirven para construir un universo propio, lleno de inquietantes amenazas: ése es su mérito. Muchos otros autores practican un estilo en esta línea, pero en los relatos de Lovecraft estos adjetivos excesivos sugieren cosas terribles, producen una sensación que crea adicción. Obviamente, Lovecraft nunca será considerado como un Flaubert o un Proust, que es quizás a lo que se refería Rafael antes. Pero ni falta que hace. No todos los autores tienen que aspirar a convertirse en grandes plumíferos.
R: Yo me refería a que hay escritores como Richard Matheson, por ejemplo, al que la mayoría de críticos considerará un mal escritor, pero que para mí es acojonante, con unos hallazgos narrativos – como los de Fredric Brown y sus relatos paradójicos- que ya los quisiera para sí un vanguardista de la literatura con mayúsculas. Matheson es capaz de construir un cuento de terror con dos tíos que están hablando por teléfono, y cosas así, siempre buscando el asombro del lector. En ese sentido me refiero a mi fascinación por los “malos escritores». O alguien como Clark Ashton Smith, absolutamente recargado y decadente, cuyos cuentos parecen escritos después de una ingesta de galletitas de cannabis.
Ilustración de Andrea Beré
F: Acabáis de sacar un libro de colaboraciones de Lovecraft, ¿qué nos podéis contar de él?
J. L: Más allá de los eones y otras colaboraciones, que acabamos de publicar, es como una tercera y última entrega de la obra de ficción de Lovecraft que venimos editando en los últimos años. En este caso “el genio de Providence” comparte autoría con diversos escritores. Una de las obras que más éxito ha tenido, de crítica y público, en Valdemar, es la Narrativa completa de Lovecraft, publicada en dos tomos. El otro día, hablando con un editor, se mostró sorprendido de que la obra de Lovecraft estuviera entre lo que más reeditamos, teniendo en cuenta que buena parte del material ya había sido publicado por otras editoriales, aunque de forma poco sistemática o en ediciones sin apenas “aparato crítico”. Nuestra edición está anotada con generosidad, e incluso diría con fervor, por un “especialista” como es Juan Antonio Molina Foix. Para un aficionado que se precie de serlo yo creo que no hay color con las ediciones anteriores. Se puede entender que aunque hayan circulado durante décadas algunas cosas dispersas, a Lovecraft no se le había dado nunca el tratamiento y la importancia de un gran autor como para organizarlo en una edición exhaustiva y crítica, como la que hizo S.T. Joshi en EEUU para la editorial Arkham House, sistematizando todos los escritos que había dejado Lovecraft. En definitiva, hemos querido darle la relevancia de un autor de literatura, con mayúscula, y no tratarlo como a un autor pulp más que circula en ediciones de bolsillo.
R: Es sabido que Lovecraft, como era prácticamente un indigente, se vio obligado a venderse como corrector de estilo y redactor de historias ajenas. Estas colaboraciones que acabamos de publicar en la colección Gótica son las que según los estudiosos tienen más de un 70 por ciento de Lovecraft. Le enviaban un cuento, la estructura, y él lo reelaboraba, lo cambiaba todo… Las colaboraciones que hemos seleccionado en este volumen, porque hay algunas más, son las que se consideran casi exclusivamente obra de Lovecraft.
A Lovecraft no se le había dado nunca el tratamiento y la importancia de un gran autor como para organizarlo en una edición exhaustiva y crítica
J. L: Asegura Jose María Nebreda en el prólogo, y parece que se ha documentado bien, que Lovecraft llegó a ganar más dinero con este tipo de trabajo de negro literario que con sus propias obras originales, que publicaba en revistas pulp y por las que le daban dos duros. Trabó relación con una serie de aficionados de su tiempo con ínfulas de escritores que podían permitirse el lujo de pagar los servicios literarios de Lovecraft, un gran escritor dentro del género, y le enviaban sus relatos, que él retocaba con mucho mimo. Por la miseria que cobraba, un dólar o dos de la época, incluso los mecanografiaba, y corregía el estilo y los redactaba hasta donde quisiera el solicitante. El autor que le había remitido el relato estaba encantado porque su historia había ganado mucho, estaba mejor escrita; pagaba su tarifa y estampaba su firma orgulloso. Hoy en día, se consideran textos de Lovecraft, y el coautor, que en teoría había tenido la idea original, ha quedado como algo anecdótico. Hay que tener en cuenta que en muchos casos Lovecraft rehacía totalmente las tramas que le parecían incoherentes o inconsistentes; sugería a los autores que le remitían estos relatos cambios drásticos en su argumento, hasta el punto de que acababan convirtiéndose en relatos puramente lovecraftianos, aunque habían partido de un encargo de revisión.
F: ¿Cómo es el terror que se hace ahora? ¿Cuáles son sus características?
J. L: Yo creo que hay varias líneas. Por un lado hay un terror más realista, tipo Stephen King: historias de familias americanas medias que se encuentran con situaciones desagradables, inexplicables… Y está por ejemplo la línea del autor que antes mencionábamos, Thomas Ligotti, uno de los grandes, cuyo terror resulta más atmosférico, más onírico y desasosegante. O sea que yo creo que no hay una única línea.
R: En relación al nihilismo, o al ateísmo de Lovecraft, Ligotti va un paso más allá. Porque para Ligotti, incluso la idea del universo como tal es ya algo aberrante. Considera la propia existencia como algo nefasto en sí mismo: el universo todo, la realidad, es una aberración.
F: Tenemos entendido que prescindisteis de un relato de Stephen King en la antología de Paisajes del Apocalipsis.
R: Sí, y en este caso era bueno…
J. L: No estaba mal. De esta historia se hizo una adaptación para aquella serie de televisión que emitía Cuatro de madrugada, Pesadillas y alucinaciones; el episodio se titulaba El final del desastre.
R: A mí me gusta mucho Stephen King, pero me gusta sólo hasta Misery y alguna otra posterior. Coincide más o menos con su nefasto abandono (nefasto desde el punto de vista de la imaginación) de su adicción a la cocaína y el alcohol. Disfruto especialmente con sus historias cortas: la mayoría son muy buenas, es en el relato donde más se manifiesta su genio.
F: El relato de Crouch End es buenísimo…
J. L: Hace tiempo que tenemos la idea de preparar una antología con sus mejores relatos para la colección Gótica. Está pendiente… Bueno, como es un autor tan cotizado y tan comercial, puede que haya dificultades con los derechos. De King hemos publicado únicamente un ensayo magnífico, Danza Macabra, medio biográfico, sobre la evolución de sus gustos literarios y cinematográficos, muy útil y entretenido. Era un ensayo, y la editorial que publica habitualmente a Stephen King en España no mostró ningún interés en publicarlo. Aun así, la agencia literaria que gestiona sus derechos tardó dos años en decirnos que habían descartado publicarlo y que lo podíamos editar nosotros. Por ese motivo, puede que la publicación de una selección de cuentos de King nos lleve un tiempo, pero insistiremos, porque es uno de los autores más relevantes dentro del género en la actualidad y no debería faltar en una colección dedicada al terror, como la Gótica, que ya supera los 90 títulos.
F: ¿Cómo encontráis a Ligotti? Porque ya no es solamente querer publicarlo, primero hay que encontrar al autor.
R: De Ligotti sólo se había publicado anteriormente un libro en España, y muchos aficionados se quejaban de la calidad de la edición: la traducción era bastante irregular porque la habían hecho entre varios traductores con resultado dispar. Críticos especializados hablaban mucho y bien de este autor, así que analizamos su obra y vimos que Noctuario, por extensión, tema, etc., se adecuaba bastante a lo que queríamos; adquirimos los derechos, encargamos la traducción, y ahí está.
Hace tiempo que tenemos la idea de preparar una antología de Stephen King con sus mejores relatos para la colección Gótica
F: Así que primero lo conocisteis por lo que se había publicado aquí en España…
J. L: También por lo que se decía de él en su tierra: el Washington Post llegó a definirlo como “el secreto mejor guardado de la literatura de horror contemporánea”. Es un autor que, después de unos comienzos un tanto bohemios, actualmente es considerado como de los más relevantes dentro del género.
R: Nos ha resultado muy difícil dar con él, parece que es bastante misántropo, como Lovecraft. Hay una página dedicada a su figura y a su obra, pero él no la atiende directamente. De hecho, nosotros conseguimos el contacto metiéndonos en esa página y preguntando a uno de los foreros cómo podíamos comunicar con Ligotti. Al final nos pasaron el e-mail de un amigo suyo, y éste el de su agente literario.
J. L: En esa página, un editor francés se vanagloriaba de haber conseguido contactar con Ligotti: fijaos en la fama que tiene este hombre… Un responsable de una importante cadena de librerías nos sugería que trajésemos a España a Ligotti para presentar el libro. Le comentamos que veíamos un tanto difícil el asunto (risas): ¡ni siquiera habíamos llegado a hablar directamente con él!
F: ¿Cómo un país tan rico en cultura popular como el nuestro produce tan poco terror, y casi siempre a imitación del anglosajón?
J. L: Eso lo explica muy bien nuestro viejo amigo Alejo Martínez en el prólogo a nuestra Antología española de literatura fantástica, que reunía una amplia selección histórica de relatos de terror españoles. Argumentaba con cierta ironía que España, hija de la contrarreforma católica, había reprimido toda referencia a los misterios sobrenaturales, pues consideraba que el dogma cristiano bastaba como explicación para todos ellos, a diferencia de otros países europeos donde la reforma liberó la imaginación y las costumbres. Hablar de fantasmas o del Diablo en según qué época o lugar podía resultar muy peligroso. Nuestra literatura es más dada al realismo, por lo que sea, quizás por el carácter de nuestra cultura.
R: Somos más prosaicos. En las Islas Británicas tienen esas nieblas… Mi hermana, que vive en Inglaterra, tuvo un fantasma en su casa: allí es bastante frecuente lo que aquí sería casi impensable, son más proclives a creer en este tipo de cosas.
J. L: Quizás la explicación última haya que buscarla en ese clima tan húmedo, en tantos días oscuros, en la niebla y los crujidos de la madera, todo esto brinda un escenario natural propicio para imaginar todo tipo de misterios sobrenaturales.
Hablar de fantasmas o del Diablo en según qué época o lugar podía resultar muy peligroso. Nuestra literatura es más dada al realismo, por lo que sea, quizás por el carácter de nuestra cultura.
F: ¿Y no se da ese clima en Francia?
R: Francia tiene una gran tradición de literatura fantástica, pero es una tradición más extravagante y exagerada. Tienden a la grandilocuencia y al espectáculo de gran guiñol. Particularmente, yo soy bastante afrancesado, me gusta la literatura frenética. Hace años, dentro de la literatura fantástica, había un grupo de escritores belgas de terror que contaba con autores muy interesantes…
J. L: Eran conocidos como “La escuela belga de lo extraño”, y eran poco comerciales. Lástima que no se puedan publicar estas cosas. Había autores como Thomas Owen, el autor dramático y cuentista Michel de Ghelderode… El más conocido era Jean Ray, del que llegamos a sacar un libro, Malpertius, con un elogioso prólogo de Fernando Savater, y que no funcionó muy bien.
R: Rafael Llopis incluyó un relato corto de Thomas Owen en la antología de Lovecraft de que te hablaba, Viajes al otro mundo, creo que se titulaba Testimonio.
F: ¿Por qué habéis dicho que no se pueden publicar?
R: Hemos comprobado repetidas veces que, salvando los clásicos franceses del género, como Guy de Maupassant, Alexandre Dumas o Jules Verne, es decir, los superclásicos, el resto de las obras de género en esa lengua tiene escasa repercusión. Es el caso de Villiers de L’Isle-Adam o Maurice Renard… Tenemos varios autores franceses que no han agotado su edición ni siquiera después de muchos años. Es triste tener que reconocerlo, pero en nuestro caso es así.
Fotografía de Javier Sauras
F: ¿Qué diferencia hay entre el terror y el horror?
J. L: Yo creo que los relatos de horror son algo más metafísicos. En el prólogo de El horror sobrenatural en la literatura Lovecraft teoriza un poco sobre el asunto y sostiene que el miedo a lo desconocido es un sentimiento ancestral que puede generar tanto pensamientos religiosos como historias de horror sobrenatural. Frente a este sentimiento casi sagrado, el terror es una respuesta más directa e instintiva ante un peligro cierto. Yo diría que lo que distingue un relato de horror de otro de terror es el mayor realismo de este último. Si alguien te persigue con un cuchillo, lo que te impulsa a huir es una reacción agónica del instinto de supervivencia que se siente como terror, mientras que el horror produce una especie de escalofrío espiritual, más vago y profundo, cuando somos testigos de fenómenos sobrenaturales, ante algo inconcebible. En el caso citado, si nuestro acosador es, por ejemplo, un fantasma.
R: Yo creo que en castellano tenemos menos términos que los anglosajones para definir y matizar la ficción de terror. Conceptos como weird fiction son difíciles de traducir fielmente a nuestra lengua.
J. L: Esa riqueza de adjetivos para clasificar las creaciones de terror de la lengua inglesa puede explicarse porque han sido los anglosajones los que más han contribuido históricamente a este tipo de literatura. Si te fijas en nuestro catálogo puedes comprobar la total preeminencia de autores ingleses y norteamericanos.
R: De hecho, también cuentan con un montón de sinónimos y matices para verbos como chillar, estremecerse… A los traductores no les queda más remedio que hacer equilibrios con los pocos que, comparativamente, tenemos en castellano.
En castellano tenemos menos términos que los anglosajones para definir y matizar la ficción de terror
F: Vais mucho al Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. ¿En calidad de invitados, como cazatalentos?
R: En un principio, el director del festival, Ángel Sala, nos propuso coeditar un libro monográfico que solía editar el festival cada año. Creo que empezamos con un libro, La nueva carne, sobre la irrupción de esta estética en el cine, y que apareció en nuestra colección de ensayo contracultural Intempestivas. A partir de ahí surgieron otros libros y el festival comenzó a invitarnos de forma regular. No hemos faltado ningún año desde aquel ya lejano 2001.
J. L: Acudir cada año al festival de Sitges es todo un placer para alguien aficionado al terror en todas sus manifestaciones. Aparte de un ambiente estupendo, en Sitges todavía suele hacer buen tiempo en octubre, que es cuando se celebra el certamen, y puedes pasear por la playa o cenar en alguna terraza. Aunque en realidad no vamos precisamente buscando el relax: en un corto periodo de diez días podemos llegar a ver entre 30 y 40 películas de género. La oferta es inmensa, a veces excesiva, pero hacemos un esfuerzo porque nos interesa estar al día sobre la deriva del cine de terror; ten en cuenta que muchas de las películas que proyectan no tendrán un estreno comercial posterior en España. Yo creo que al festival también le gusta contar con según qué personas significativas dentro del género fantástico y de terror, que es el suyo: en nuestro caso, supongo que les apetece que vayamos por ser de las pocas editoriales españolas, si no la única, especializada en el género de terror.
F: ¿Qué tal está ahora de calidad?
J. L: Sobre Sitges habría mucho que hablar (risotada).
Acudir cada año al festival de Sitges es todo un placer para alguien aficionado al terror en todas sus manifestaciones
R: Este año para mí ha sido flojo pero el anterior fue muy bueno. En general tiene buen nivel.
J. L: Últimamente se oyen algunas críticas que consideran que se traen al festival demasiadas películas, que se tiende a traer todo lo posible en lugar de seleccionar. Un buen aficionado puede pensar que eso es estupendo, y en cierto modo lo es. Pero la realidad es que algunas de las películas seleccionadas cada año no tienen el nivel suficiente. Además, dado que no puedes aspirar a ver ni una de cada cinco de las películas presentadas, y que no cuentas con otra información que la que da el festival sobre ellas, obviamente siempre elogiosa y sugestiva, a veces eliges películas más bien flojitas y te dejas algunas de las mejores. Si el director de la película repite en el festival, algo bastante frecuente, sueles saber a qué atenerte, aunque a veces te pueden salir ranas. Sitges ofrece, de todas formas, un amplio abanico de la producción mundial del año en el género de terror, y eso es cojonudo, claro.
F: ¿Alguna película que recordéis que os haya impactado en estos doce años?
J. L: Muchas. Recuerdo una muy curiosa de hace muchos años titulada Freeze Frame, una película sobre un paranoico amnésico que se instala una cámara en un casco que lleva siempre puesto porque quiere estar seguro de que no comete crímenes. También me gustó otra delirante titulada One Point 0, del mismo año, o Primer, una versión más verosímil de la máquina del tiempo de H. G. Wells. En el festival no sólo hay terror, también programan muchas películas de ciencia-ficción; la combinación de ambos géneros es mi favorita.
R: Yo soy más de la corriente “gore” de Sitges (risas), y prefiero películas como Martyrs, de Pascal Laugier. Bueno, hablando en serio, lo bueno de Sitges es que ofrece un amplio panaroma de todo lo que se hace en cine fantástico. Solemos echarnos un par de porros antes de meternos a cada sesión con el fin de que la mente sea más receptiva a las emociones estéticas o truculentas. La que más he disfrutado este año ha sido la de Rob Zombie, The Lords of Salem, aunque no fue de las más aclamadas.
J. L: La pasada edición, Laugier presentó una película que no nos gustó a ninguno. Se titulaba The Tall Man, y trataba de dar una explicación realista sobre la desaparición de niños en Estados Unidos. Es difícil acordarse de todas las que hemos visto. En Sitges suelen proyectar cada año una película de las que pueden herir la sensibilidad del espectador común. Recuerdo una de unos nazis que regentaban una granja porcina a las afueras de París. Se dedicaban a secuestrar inmigrantes en la carretera y los trataban como a cerdos: les desnudaban, les encerraban en una pocilga, les colgaban de un gancho de carnicero… Una película muy sonada de este tipo, exploitation, fue A Serbian Film, de hace un par de años, que causó bastante escándalo aunque era muy floja. Le costó una demanda al director del Festival, Ángel Sala: una pena, porque, como digo, la película en cuestión no era muy buena. Se llegó a celebrar un juicio y todo, pero, obviamente, lo exculparon. Primero, porque la película no la ha hecho él, tan sólo la ha programado. Y después porque es una ficción que ofrece una visión repulsiva de pederastas y maltratadores, por lo que no es para nada una apología, que es de lo que se le acusaba, si no recuerdo mal.
R: En Sitges hay también una gran afición al cine oriental: chino, japonés, coreano… Había una coreana buenísima que vimos el año pasado. Joder, ¿cómo se llamaba? ¿Blue Sea?
J. L: The Yellow Sea… Las películas coreanas suelen ser violentas y de una acción trepidante, con pequeños detalles de un humor muy peculiar; no es raro que, en plena persecución de los malos, de pronto un policía se dé una culada al estilo Charlot. Cuando la película coreana es de terror también cuenta con pequeñas bromas que te dan un respiro antes de continuar con la tensión.
R: Espera, además de The Yellow Sea estaba también… La que vimos el año anterior…
(Surge la voz de América, secretaria factótum de Valdemar): I Saw The Devil.
J. L: Cojonuda. Es aquélla en la que un agente secreto le hace tragar un GPS a un violador para tenerle controlado en todo momento (risas).
F: El cine ya vemos que os gusta, pero ¿qué tal está la literatura de terror en España? ¿Cómo la veis?
J. L: Pocos practicantes, pero bastante buenos. Pilar Pedraza y José María Latorre, ambos con varios títulos en Valdemar, pueden codearse sin complejos con los más destacados autores europeos o norteamericanos, aunque su repercusión en España sea menor debido a que la afición al género en nuestro país es minoritaria. Con todo, siempre es posible la aparición inesperada de alguna joya deslumbrante, como La piel fría, de Sánchez Piñol.
Pilar Pedraza y José María Latorre, ambos con varios títulos en Valdemar, pueden codearse sin complejos con los más destacados autores europeos o norteamericanos
R: Hay editoriales, como Salto de Página, que publican obras de jóvenes escritores que buscan su hueco. Pero el género de terror tiene poco prestigio en España. Al parecer interesan más los pseudomisterios descafeinados tipo best-seller, donde hay muchos autores españoles con excelentes ventas. Resulta rentable porque hay gente que se los traga por docenas, y total, qué más da, son tan malos como los anglosajones. Muchos de estos autores que intentan eludir las fórmulas y los vicios del best-seller tóxico permanecen en el anonimato, editando en pequeñas editoriales y rara vez van más allá del círculo de aficionados al terror, y es muy difícil que los medios oficiales que llegan a la mayoría de lectores se fijen en ellos. Viven en un gueto permanente.
Fotografía de Javier Sauras
Para saber más de Valdemar:
Colecciones y autores de Valdemar
Felicidades por la entrevista 🙂
Muchísimas gracias, David. Lo suyo ha costado.
De todas maneras, aún no hemos terminado con Valdemar. En unos días estaremos de nuevo dando guerra 😉
Muchas gracias por la mención, amigos.
Keep rockin’
Enhorabuena, una entrevista muy chula.
Y lo que queda..