“Síganme si están hastiados por completo del mundo que conocemos, pues aquí nos esperan nuevos mundos.”
Un nombre como el de Edward John Moreton Drax Plunkett parece, a todas luces, difícil de olvidar. Sin embargo, el decimoctavo barón Dunsany es hoy apenas recordado por unos cuantos fieles de la literatura de lo fantástico, que lo consideran, justamente, precursor de un género. La reciente edición española de El libro de las maravillas y Cuentos asombrosos, editada por Alfabia (2009), nos permite redescubrir una de esas raras joyas ignoradas por la historia de la literatura.
El libro de las maravillas (The Book of Wonder, 1912) es una colección de catorce cuentos fantásticos que entronca con la tradición romántica de los cuentos de hadas. Heredero directo del folclore celta y de la tradición árabe de Las mil y una noches, el libro presenta un universo habitado por seres míticos, tales como centauros, gnomos, dragones, caprichosos dioses y extrañas criaturas. Fuera de la gris e industrial Inglaterra, más allá de los campos de Surrey, se encuentran los Confines del Mundo, escenario de las fantásticas aventuras del centauro Shepperalk y la bella Sombelene, del joyero Thangobrind, de Pombo el idólatra, del singular e inigualable Slith el ladrón, del capitań Shard, o de Alderic y los gibelinos, entre otros. En los lindes de los Confines del Mundo, Dunsany levanta a golpe de imaginación ciudades de belleza incomparable, islas voladoras y terribles precipicios por los que podemos despeñarnos si no tenemos cuidado. No en vano el propio Lovecraft le coronó “monarca de la fantasía”. Dunsany hace alarde de una poderosa imaginación y, sobre todo, de un dominio magistral del lenguaje y del tono que consigue provocar en el lector ese sentimiento de maravilla y asombro, sustancia fundamental de la literatura fantástica.
Si algo se echa en falta en esta edición de Alfabia son las ilustraciones originales de Sidney Sime que acompañaron a la primera edición de El libro de las maravillas y que fueron, de hecho, el origen mismo de las historias. En efecto, el escritor pidió a su amigo Sime que dibujara una serie de escenas, alrededor de las cuales construyó sus relatos fantásticos. Dunsany, impresionado por la desbordante imaginación del artista inglés (rasgo que le ha valido comparaciones con William Blake), le confió las ilustraciones de su primer libro, Los dioses de Pegana. A partir de entonces, y durante más de quince años, los relatos del irlandés y los dibujos de Sime formaron un binomio tan perfecto que hace difícil entender los unos sin los otros. No hay más que ver las ilustraciones de Sime, inspiradas en temas bíblicos, e historias orientales y de la mitología griega, así como lo delicado de su trazo y ese aura, sombría y misteriosa, para comprender que no podría haber existido un artista más dotado para expresar el inquietante mundo de Dunsany.
El caso de Dunsany ejemplifica a la perfección lo veleidoso de las modas literarias y la naturaleza siempre caprichosa de la fama. Hijo y heredero de una familia de la aristocracia irlandesa, Lord Dunsany (1878-1957) fue un hombre de genio prolífico que cultivó con pasión no sólo la literatura, sino el ajedrez, el tiro o la caza. Su sed de aventuras pronto le condujo hasta África, donde participó en la segunda guerra de los Bóer. Era un joven acaudalado, atractivo e inteligente cuando, a su regreso, publicó su primer libro, Los dioses de Pegana (1905). Apadrinado por W. B. Yeats, quien le declaró “un hombre de genio”, estrenó varias de sus obras en el Abbey Theatre de Dublín, y publicó sendos libros de cuentos. Su fama se truncó en los años 30, cuando se distanció de Yeats y el mundo intelectual irlandés dio la espalda a su obra, carente de todo compromiso político. En un momento en el que la cuestión irlandesa era casi tema obligado, escribir sobre lo fantástico y lo maravilloso resultaba cuanto menos un anacronismo. Dunsany, declarado unionista, fue relegado al banco de atrás de las letras irlandesas.
A pesar de que continuó escribiendo historias, poemas y ensayos hasta su muerte, en 1957, su nombre cayó en el olvido hasta que, años más tarde, fue recuperado por autores como Lovecraft o Borges, quien incluyó el relato Días de ocio en el Yann en La Biblioteca de Babel. Su influjo se puede apreciar también en escritores de la talla de Robert Howard, J. R. R. Tolkien, Neil Gaiman, o Arthur C. Clarke, quienes ayudarían a poner en el lugar que se merece a este formidable cuentista, reverenciado, al fin, como padre de la literatura de lo fantástico.
“Aquellos que recuerdan la paz y aquellos que la verán de nuevo pueden alegrarse de desviar la mirada, aunque sea por un momento, lejos de un mundo de barro y sangre y uniformes, y leer durante un rato sobre ciudades demasiado buenas para ser verdaderas.”
Si bien el Libro de las maravillas nos contaba las historias de los Confines del Mundo, en los Cuentos asombrosos (Tales of Wonder, 1916) la Inglaterra asolada por la primera guerra mundial confluye y convive con este mundo mágico de fantasmas, gnomos, gigantes y brujos. Como el comedor de hachís de Un cuento sobre Londres, Dunsany recrea una ciudad que puede albergar en sus sótanos a reyes exiliados o a magos terribles que ansían acabar con la civilización; donde incluso el mismísimo Thangobrind se pasea en plena City. Si salimos de la capital, podemos toparnos con ciudades árabes de mármol blanco y chapiteles de oro en mitad de los páramos, o compartir mesa con el viejo Sir Richard Arlen y sus trece fantasmagóricos comensales. Hay lugar también para historias más exóticas de indios, piratas y sultanes árabes, y cuentos crípticos y siniestros como La vieja mala vestida de negro. Este mundo fantástico y sobrenatural es accesible por tierra y, sin embargo, profundamente onírico. El embrujo de las historias de Dunsany actúa sobre el lector como ese paisaje lejano y místico que muestra la ventana maravillosa del señor Sladden, y le atrapa desde el principio en un mundo de ensoñación y extraordinaria fantasía.
Un lenguaje a veces en exceso ornamentado, así como el orientalismo y lo minucioso de sus descripciones, alinean las historias de Dunsany con el romanticismo más puro. Será su incomparable capacidad para crear el tono y la atmósfera evocativa de lo fantástico lo que le apartará de la tradición romántica y le consagrará como el precursor de la literatura fantástica. En sus relatos, la acción y la lógica pierden preeminencia frente a la descripción de los espacios y del elemento sobrenatural, mágico, de lo cotidiano. Sus cuentos carecen, en muchos casos, de un desenlace e incluso de un argumento, y Dunsany se limita a sugerir y a transmitir un tono más que a narrar. Sus historias, en este sentido, pueden parecer imperfectas, pero esta es en realidad su mayor virtud. Será el lector, pues, el encargado de dar sentido a esos finales envueltos en misterio con ayuda de su imaginación. Dunsany nos hace ver que “después de todo, la imaginación es tan real como el cuerpo”.
En la narrativa de Dunsany hay lugar también para un humor negro e irónico que arrastra a muchos de sus personajes a crueles destinos (precedente de una vertiente más sombría que explotará Lovecraft), así como para la crítica sutil de la naturaleza humana. Pero es, sin duda, la nostalgia de ese mundo de los sueños, versión siempre perfeccionada de la realidad, el sentimiento que subyace en toda la obra de Dunsany, y que contagiará de forma irremediable al lector.
Hoy más que nunca, la tentación de huir como la señorita Cubbidge a lomos de un dragón para olvidarse “del galimatías político y de los temas que se tratan y de los que no se tratan” es tanto más fuerte como imposible de resistir. Qué mejor que asomarse a los maravillosos relatos de Lord Dunsany, leer sobre “ciudades demasiado buenas para ser verdaderas”, y abandonarse al inagotable placer de su lectura.
“Sin embargo, en la sangre del hombre existe una marea, más bien una antigua corriente marina, que se asemeja de algún modo al crepúsculo y le trae rumores de belleza desde lugares muy lejanos, del mismo modo que en el mar se encuentran trozos de madera flotando a la deriva provenientes de islas aún desconocidas.”
- Estampa de una de las «maravillas» de Lord Dunsany vista por su amigo Sidney Sime: La coronación del señor Thomas Shap, 1912