Quizás no haya mejor forma de sintetizar el contenido de este volumen que la que escribe John Silbersack y los editores de HarperPrism en la primera página de Adiós a la tierra (Alamut, 2013): “la primera antología inédita de ciencia-ficción de Isaac Asimov desde 1982 aglutina relatos sueltos que nunca antes se habían publicado en forma de libro.” Originalmente publicada en 1995, contiene textos de Asimov (1920-1992) inéditos en España, con los que cualquier lector del género, y más si se trata de acérrimos al gran maestro, acabarán encantadísimos de saborear con el regusto añejo al que nos tiene tan acostumbrados con su estilo.

Los quince relatos contenidos poseen una temática variada pero siempre dentro de los cánones más propios de Asimov. Para una mayor comodidad crítica, los hemos aglutinado en tres categorías. En primer lugar consideraremos aquellos dedicados a la conciencia, la inteligencia o la evolución de los robots a partir del desarrollo o los límites de los cerebros positrónicos: «Cal», «De izquierda a derecha», «Frustración», «Alexander el Dios», «Intolerancia a las faltas», «El hermanito» y «La sonrisa de Chipper». En segundo lugar, aquellos dedicados a la exploración planetaria y a la necesidad de una raza humana superviviente lejos de la Tierra: «Alucinación», «En el cañón», «Adiós a la Tierra», «Himno de batalla», «Feghoot y los tribunales» y «Las naciones en el espacio». Y finalmente una tercera, donde el oficio de escritor y la literatura ejercen en cierto sentido de referencia: en ella entrarían, de nuevo, «Cal», «Intolerancia a las faltas», y en donde reina, sin duda alguna por encima de todos ellos, el relato que cierra el libro: «Oro».

En cuanto a los relatos correspondientes al primer grupo, Asimov vuelve a utilizar a los robots como herramientas de análisis para comparar las capacidades del hombre con las de la máquina, a reflexionar sobre los límites de ambos, y a exponernos ante situaciones que dejan bien a las claras su escepticismo sobre la raza humana y su optimismo sobre las capacidades de los robots para guiar a la humanidad por un camino mejor, quizás incluso hasta más recto del que podrían seguir sin ayuda de su capacidad analítica y de la capacidad coercitiva de las Tres Leyes de la Robótica.

Asimov era un hombre de optimismo exacerbado e ideas claras pero que, cuando observa a la humanidad en una de las muchas imágenes donde diseñaba su idea de futuro, no puede más que mostrarse escéptico por nuestra actitud sea ante el reto de un simple ordenador («Intolerancia a las faltas»), de una máquina de enorme complejidad y capacidad de procesado («Alexander el Dios»), ante el reto del robot más servicial («Cal» o «El hermanito»), o incluso ante el robot con mayor potencial de todos cuantos podríamos conocer o utilizar («La sonrisa de Chipper»). El ser humano guarda dentro de sí una capacidad de envidia, de cinismo, de egoísmo o de la más irrefrenable ambición que, puesta cualquier máquina en sus manos, acaba corrompiendo cualquier esquema de moralidad o ética que la persona pudiera albergar. La simple idea de ir más allá a partir de nuestras creaciones nos recompone, nos lanza hacia el ensueño más gigantesco y fuera de la realidad y la razonabilidad de posibilidades, haciendo de nosotros seres sin límites en aquello que somos capaces de hacer. Con las consecuencias humorísticas que podemos encontrar en «De izquierda a derecha» o las catastróficas que podemos encontrar en «Alexander el Dios».

Inversamente, el ser humano era para Asimov terriblemente temeroso cuando, en lugar de una creación surgida de él, se tiene que enfrentar al descubrimiento de lo desconocido, a aquello que lo trasciende, que está más allá de su capacidad para aprehender y aprender. Por eso el tono de los relatos que analizan la exploración espacial cambian radicalmente respecto a la especie humana, a nuestros límites y a nuestras capacidades. El relato más ilustrativo en este sentido quizás sea el que da título a esta antología, en el cual el habitante de una colonia orbital dirige un mensaje…

“(…) a la tierra en un intento por advertir a todos de lo que estoy seguro va a ocurrir, lo que es preciso que ocurra. Es triste pensar en lo que se avecina, por eso nadie quiere hablar de ello, pero alguien debería de hacerlo, para que los habitantes de la Tierra estén preparados.”

Efectivamente, la Humanidad evita pensar en todo aquello que deberá pasar, o es preciso e inevitable que pase, para garantizar la propia supervivencia. Un momento que debe pasar por abandonar este planeta, abrirse a otras posibles formas de vida («Alucinación»), a otras formas de vivir la vida («En el cañón»), y a decisiones que nos deberán llevar necesariamente incluso más allá de este nuestro sistema solar («Himno de batalla»), creando nuevas normas en las que ahora no estamos pensando («Feghoot y los tribunales») o nuevas comunidades y convivencias con las que no podríamos ni soñar («Las naciones en el espacio»). Con todo, permanecemos atados a nuestro planeta por miedo, mudos ante lo imprescindible, callados ante lo irremediable. Incluso cuando observamos los meteoritos sobrevolando los cielos rusos, o los asteroides pasando próximos al planeta, seguimos sin hablar de las posibilidades de que algo así pudiera pasar… y de las soluciones para sobrevivir al consiguiente desastre.

En el tercer grupo están los relatos más personales, aquellos claramente dirigidos a sus lectores o a sus detractores –pues en estos relatos hay material suficiente para todos-. Donde la literatura o la creación literaria se sitúan en el centro de las historias. Si lo vemos desde el punto de vista de las relaciones humano-máquina que hemos considerado en el primer bloque, «Cal» e «Intolerancia a las faltas» son relatos complementarios, pues los dos explicitan la frustración del hombre ante la máquina (robot u ordenador, respectivamente) cuando ella toma forma consciente o el control del acto creativo. De esta forma, el ser humano se siente limitado por su propia creación, intervenido, acosado o cuando no completamente suplantado y suprimido. Otra vez, Asimov nos muestra  orgullosos y desmedidos cuando algo está bajo nuestro control, pero temerosos e inseguros cuando no lo está o cuando se escapa de entre nuestras manos.

Más ambicioso es «Oro», en cuanto analiza la creación artística en toda su amplitud. Dos artistas, un escritor y un cineasta, se encuentran ante el proyecto de trasladar la literatura al cine tridimiensional. Sin embargo, nuestro escritor es un autor cuya principal crítica se centra en que es todo diálogo, no describe absolutamente nada, dejando plena libertad al cineasta para que conceptualice las realidades existentes y comunicantes de la forma que él considere mejor y más adecuada. Externamente a esta relación, existe todo un conjunto de trabajadores que ayudan a hacer la película, pero también un sistema crítico y de análisis que deberán juzgarla para decidir si pasa o no a la historia del cine –y con la película también el libro y el autor en que la película se inspira-. Tal punto de arranque alberga en su interior numerosas posibilidades interpretativas: una representación simbólica del sistema literario; una disección metafórica sobre la extraña relación entre el autor y el lector o entre la escritura y la lectura; incluso una crítica al sistema crítico que elige los criterios para distinguir qué es o no es arte (y por tanto digno de interpretarse según sus códigos). Cada lector -y esto es parte del juego- puede sacar sus propias conclusiones.

Mientras tiene entre manos Adiós a la Tierra el lector no se enfrenta solamente a la postrera obra de uno de los maestros con mayúsculas de la ciencia-ficción sino también a la inédita producción de uno de los hombres más inteligentes y curiosos de su tiempo. Escritor de ficción sí, pero también historiador, ensayista, divulgador… Su opinión sobre los seres humanos queda perfectamente clara en toda su obra, y aquí nos vuelve a dar muestra de ello con su peculiar sentido del humor, unas notas de surrealismo, pero sobre todo con una mirada amplia sobre el futuro que nos espera y lo que somos capaces de conseguir. Una antología hermosa, de lectura breve pero intensa, que merece ser leída para disfrutar con nuevas sensaciones de un clásico eterno.