Por qué inquietan los siguientes versos:

Porciones de vida, simulacros

De pies, manos o cabezas,

De ojos o de corazones, nadando todos ellos,

Cual malignos terrores sedientos de sangre.

 Corresponden a la plancha 22, versos 3-6 de la segunda estrofa del capítulo VIII de El libro de Urizen (1794), en donde se describe cómo el titán Urizen explora el mundo que él mismo ha construido y conoce a su prole, a quien maldice y aborrece al advertir que «la vida se nutre de la muerte» (cap. VIII, 5).

Es Urizen uno de los Eternos, parte de ese escenario del universo entendido como fluctuar infinito que William Blake recibe de las teorías heraclitianas y que la ciencia humana, en su lucha por adherir el mundo a su molde/campo de acción por medio de imperfectos sistemas –por ejemplo la religión-, no permite ver: el ojo materialista, el nervio óptico ensalzado por Newton como fuente de aprendizaje empírico será, para Blake, como «vallas de piedra contra el mar ondeante» (Milton, 1804) (Newton, tríada satánica de la razón junto con Locke y Bacon, eso sin saber Blake de las prácticas alquímicas del primero). Urizen es la alegoría de ese imperio de la razón (Urizen=Your reason), parodia del demiurgo gnóstico que crea un mundo a su capricho (ya hablamos de esto para El garaje Hermético): su creación es estéril, imperfecta, un universo limitado (Urizen=Horizon), material y funcional medido con instrumentos deficientes porque son fruto de la aproximación racional; y es irreversible. Mera ilusión, según el poeta, ya que «el que ve el infinito en todas las cosas, ve a Dios. Pero quien no ve más que la razón, sólo se ve a sí mismo» (There is no Natural Religion, 1788).

Como Deus ex machina,

7. Él mismo fabricó una plomada

Con la que dividir el abismo inferior.

Un cartabón hizo para dividir;

 

8. Hizo balanzas con las que pesar;

Hizo pesas macizas;

Hizo un cuadrante de latón;

Hizo de oro los compases

Y se puso a explorar el vacío,

Y plantó un jardín con frutales.

(Cap. VII, 7-8)

El orden que Urizen intenta implantar va en contra del caos de los Eternos, entendido este en tanto que inconmensurabilidad indiferenciada, pues todo lo contiene y es el absoluto (siendo el vacío, en cambio, el mundo material, que es llamado Ulro). Es la trama del universo de la que hace surgir este su mundo de error, caído (condenado) desde su nacimiento, o mejor, caído porque creado mediante una razón privativa; en realidad se estaba ya de lleno entrando en la estética del romanticismo como reacción al racionalismo ilustrado. Reacción por otra parte ni mucho menos tan radical, pues ya el racionalismo utópico de un Ledoux o de un Boullée, si los tomamos como arquitectos demiurgos, hace aparecer la fuerza de la voluntad frente a una naturaleza concebida como titánica, planteando un intervalo que Burke define como sublime (pues la sublimidad depende de la distancia contemplativa), y que sólo adquirirá la connotación de un huracán irresistible re-actualizador del origen cuando al romanticismo se lo teoriza literariamente, a partir de 1820. Lo que es cierto, y es lo que combate Blake, es la fe absoluta del 700 en que el pensamiento puede actuar sobre los fenómenos del mundo exterior (Starobinsky, 180), y de donde se deriva la distinción ficticia entre naturaleza-cultura, cuerpo y alma, cuerpo-mente, primitivismo-progreso, convirtiéndose así la percepción en un acto mental y la distancia en un acto fundacional. Para Blake en cambio no tiene cabida separar lo material de lo intelectual-espiritual, ya que es la causa de la inadaptación del individuo al bajo materialismo de la sociedad y la cultura (entronca aquí con algunas de las teorías del protoromanticismo alemán).

Es por este motivo que el poeta ensalza a los artistas como demiurgos y así a Los, desdoblamiento de Urizen. Los es el fuego del genio secreto en el interior de la naturaleza: «Los» es anagrama de «sol»; el acto de Urizen consistió en, al separarse de la eternidad a la que pertenecía, arrojarlo al mundo terrenal al que debe de proporcionarle la fuerza rebelde creativa. Los y el artista-genio, herederos/emanación de una –ya corrupta- imaginación creadora (Urthona), deben desenvolverse con cautela en el mundo fallido y satánicamente material de Urizen, quien será encadenado por Los en un intento de doblegar la dictadura de su ley represora (se han querido ver demasiadas afinidades con la teoría de ingreso en la cultura de Freud), aunque finalmente sentirá por él piedad –la piedad, símbolo de superioridad- y con quien acabará por identificarse imponiendo a su vez un imperio legislador, a su vez amenazado por su propio vástago (Orc, hijo de Los y Enitharmon). Dejando a un lado esta oscura mitología, ¿qué es esa ciencia que combate Blake? Es aquella positivista que filtra a través de un logos lo sensible, aquella distancia que permite la taxonomía y la jerarquización sobre el mundo, así como la obtención de una panorámica del universo, descartando todo aquello que no puede ser nombrado del mismo modo que el principio kantiano reza que el pensamiento avanza únicamente liberándose de las trabas que le imponen las propias condiciones subjetivas (Douglas, p. 97).

Pues bien, a esto se le opone (como apunta J. L. Palomares en el facsímil bilingüe editado por Hiperión, 2009) una visión doble, capaz de percibir las cosas en su antagonismo (vida-muerte, razón-naturaleza), en donde el tacto es fundamental, no como sensación que desvela la autonomía del ser humano, ni como búsqueda de la libertad dominando con la razón la voluntad y las pasiones que se perciben, como son el dolor y la búsqueda del placer (Condillac, 124). Tacto como violencia, dice Blake (quien defenderá la carnalidad y la sensualidad contra normas morales hipócritas), para anular la distancia creada por la ciencia y así abrir la vía para el paraíso de la imaginación, en donde la conciencia no se vería cercenada de un estado anterior y donde no se distinguirían la razón del caos, un orden del desorden, lo diferenciado de lo indistinto, lo nuestro de lo vuestro, y de ahí que la mención a la obra capital de Mary Douglas no haya sido en vano.

Como Boehme (De signatura rerum, 1622), el poeta propone una caída de la humanidad que nada tiene que ver con el Génesis bíblico (en donde se dice que antes de la creación sólo había caos y oscuridad) y cree que con la caída (creación) original el hombre y todo lo material fue separado de una edénica unidad absoluta e interior de la que hoy sólo vemos sus escombros; así, el mundo real que habitamos sería ya el infierno y el ser humano no sería sino la parodia de sí mismo, envenenado, amorfo, embrutecido. Esa imagen de un pretérito absoluto e indiferenciado, eterno, asociándose así con lo peligroso, metamórfico y femenino, amenaza las fronteras higiénicas rituales que imponen la razón y la ley social, que temen esa regresión a lo instintual, a lo primordial, y así distinguen y aíslan al individuo que puede entonces afrontar el devenir lineal histórico. Es decir, el caos amenaza la idea misma de tiempo, porque «el progreso endereza el camino; pero los senderos tortuosos son propios del genio» (Marriage of Heaven and Hell, 1793). Blake reclama lo inconmensurable, que es lo que Urizen pretende escamotear:

5. Combatí primero al fuego, consumiéndome

Por dentro en lo profundo de un mundo interior:

Un vacío inmenso, tétrico y misterioso, en donde

Nada había sino la gran matriz de la naturaleza.

[…] Aplaqué aquel vasto oleaje, y de las aguas surgió

Un extenso mundo de maciza obstrucción.

     (Cap. II, 5)

La estructura de la naturaleza, que Blake hereda de las doctrinas gnósticas (Urizen es Ialdabahot), que él suspende autónoma a la creación humana, es vuelta inconmensurable –indescriptible, inimaginable- sólo porque, precisamente, es dejada fuera de las reglas culturales que son sólo capaces de medir al interior de su campo de acción: limitan por medio del nombre y así de la inclusión en lo Simbólico, reduciendo lo excluido a la informidad a-estructural y des-memoriada. El intento fallido de reificación de lo Real es síntoma de esa caída, de ahí el mundo de restos que habitamos, restos de un defectuoso proceso de hacer inteligible la Eternidad o, en términos no místicos, lo intraducible que toda lengua mantiene por defecto. Es con el lenguaje que se intenta categorizar la naturaleza por medio de infructuosas aproximaciones, resultando siempre un idioma del miedo por cuanto pretende ejercer la palabra sobre lo que queda fuera de nuestra ciencia y entendimiento, o de nuestro sistema de significación; sobre una carencia, sobre un no-lugar, mediante un supremo esfuerzo de simbolización que, como Urizen, será siempre insuficiente y se basará en imágenes alucinatorias (Kristeva, 43, 52).

Y de nuevo la visión: retornando al principio, esos restos humanos que parecen flotar en un caldo inmundo, esos trozos que se bañan en el humor vítreo de Newton con los que el demiurgo compondrá –ensamblará- a sus descendientes, podrían leerse como los recortes sobrantes del fenómeno de la creación/caída, pero ahora estoy hablando no al nivel de Blake, no al nivel de una emanación de la voluntad, de una Eternidad la cual, contrayéndose y retirándose del espacio que antes ocupaba, deja, en los lugares que van quedando libres, las sobras de su pre-sencia (y aquí enlazaría con la tesis del Tzim-Tuzm de Luria, pero eso ya es otra historia); no a este nivel, digo, sino en el de la creación de un orden nuevo, un orden que Urizen basa en su ciencia (Blake: «el arte es el árbol de la vida; la ciencia es el árbol de la muerte», 1818) con la que domestica la confusión anterior, o más bien el orden precedente, mediante la re-simbolización de lo visible y la expulsión de lo amenazante, de lo que él considera irracional, que entra en un proceso de putrefacción y abyección. Esos restos, dejados por cada nueva creación, cada nueva ley (Urizen, Los, …), parecen ser los residuos de alguna matanza, algo muerto y ya consumido, hijos del error; los fragmentos de lo que hubo sido una unidad comienzan a deteriorarse, a pudrirse porque pierden el recuerdo de aquello que fueron (Douglas, 183), y su sed de sangre es de sangre vital, es sed de origen perdido.

El reensamblaje de esos desperdicios da forma a unos hijos que son malditos, los cuales deberán liberarse del hedor de la corrupción y de la caída, de la vida fruto de la muerte, apoyándose en y consumiendo un estrato que a su vez ellos puedan llamar maldito, un nuevo estrato de abyección y caos que seguirá sometido a las mismas leyes marchitas que provocaron la caída inicial. Sobre algunos hijos de Urizen se dice:

Ya jamás a voluntad se elevaron

Sobre la inmensidad del vacío, mas atados

A la tierra por su escasa percepción […].

Pero sobre otros:

7. Los restantes hijos de Urizen

A sus hermanos vieron oprimidos

Bajo la red de Urizen. […]

8. Fuzon convocó entonces

A los restantes hijos de Urizen,

y todos huyeron de la tierra vacilante. […]

9. Y el salado mar lo cubrió con sus aguas.

(Cap. IX, 4, 7, 8)

El diluvio, el agua, el caldo primordial, diluye las formas, confunde las cosas, es una intervención de muerte que indiferencia los términos. El ojo de unos quedará ligado por siempre a la materialidad nauseabunda de este mundo fallido; otros quizás conseguirán elevarse por medio del sacrificio (y aquí parece por momentos intervenir la vista horizontal de la animalidad en Bataille). El poema de Blake es una elegía que profetiza tiempos que habrían de venir: consecuencias espirituales del romanticismo que surgirán también de graves caídas, de grandes castigos y estirpes marcadas: como vaticina Blake, el error histórico y cultural, condición a la que nos habría conducido el imperio de la razón, sólo se ve aliviado con la recuperación momentánea de la eternidad/confusión primordial. Esto se conseguiría gracias a la reedición en clave de rito de la catástrofe primigenia (esa catástrofe que fue la creación de Urizen, la caída de la humanidad), que impondría un equilibrio sacrifical entre esos dos polos razón-naturaleza en pos de placar ese malestar de los espíritus humanos hacia sus propias leyes castradoras y eliminar el antagonismo, favorecer la unanimidad de la sociedad y el olvido de ese crimen primordial (Girard, 122).

No habría vida social sin víctimas propiciatorias, es decir, sin recurrir por momentos a ese caos que precede a la implantación de leyes racionales: el carnaval como fiesta del desenfreno sin normas, el sacrificio ritual, los holocaustos, instantes durante los cuales se revive esa Eternidad de la que se escindió Urizen para crear el mundo y que permiten desafiarlo. Sólo unos pocos lo conseguirán; sólo a través de la vertiginosa eliminación ritual de esas sobras, esos pedazos fruto de la creación fallida: serán los chivos expiatorios que Blake ubica en Egipto, les hace seguidores del Dios falso y chapucero del Antiguo Testamento, adeptos a la materialidad más mezquina y caníbal, y para quienes no parte las aguas a fin de que puedan huir, sino que son ahogados en ellas como acto de justicia (divina). Se prefiguran campos de exterminio…

Éstas son entre otras, las cosas que viene a decirnos el poeta visionario William Blake.

Para saber más, bibliografía consultada:

– Blake, W.: El libro de Urizen, Hiperión, Madrid, 2009, trad. de J. L. Palomares.

-Condillac, E. B. de: Tratado de las sensaciones, Ed. Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires 1963, trad. de G. Weinberg.

– Douglas, M.: Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Editorial Nueva visión, Buenos Aires 2007, trad. de E. Simons.

– Gallero, J. L. y  López, C. E. (eds): Heráclito : fragmentos e interpretaciones, Ardora, Madrid, 2009.

– Girard, R.: La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona, 1983, trad. de J. Jordá.

– Kristeva, J.: Poteri dell’orrore. Saggio sull’abiezione, Spirali, Milán, 2006, trad. de A. Scalco.

– Starobinsky, J.: L’invenzione della libertà. 1700-1789, Abscondita, Milán, 2008, trad. de M. Busino-Maschietto.