«Contuve la respiración. Jamás había visto un buque así. ¿Un cetáceo embadurnado en bronce que levitara sobre las aguas? Del lomo le salían chorros de aire que caían en cascada sobre el río. Llegaba un olor dulzón que todo lo inundaba. Tenía una pizca de putrefacto, así que enseguida empalagaba […].» (Fernando Royuela, Flux)

La pasada Feria del Libro de Madrid dejó una noticia que debería haber sido portada de todos los medios nacionales: ha llegado la revolución industrial. Sin gran capital ni ruidosas fábricas, sino en forma de libro, la mecanización ha dado sus primeros pasos por ese territorio al sur de Europa y al norte de África que algunos se empeñan en llamar España. Los artífices de semejante hazaña se cuentan entre las filas de los literatos, nada que ver con políticos o banqueros. Félix J. Palma, Luis García Prado y los editores de Nevsky Prospects han puesto en las librerías Steampunk: Antología retrofuturista, la primera colección de relatos que se atreve con las ucronías victorianas en la lengua de Galdós.

El acontecimiento es extraordinario no sólo por su alcance literario, sino porque sitúa a España en el mapa de la historia europea. Dos siglos después, cuando ya no se la esperaba, la industrialización se ha abierto paso hasta la península ibérica.

Seguro que a nadie le extraña que el progreso haya tardado tanto en llegar a España. En la primera mitad del siglo XIX por las calles de Madrid campaban inquisidores, se expulsó a un rey ilustrado y reformador para coronar a un ególatra calamitoso, se abolieron dos Constituciones que todavía inspiran a muchos legisladores, y mientras Fernando VII cerraba periódicos y universidades, sus paisanos se desgañitaban a la voz de “¡vivan las ‘caenas!’”. Unos vecinos europeos aceleraron el devenir de la historia haciendo rodar algunas cabezas, pero en España toda cabeza tocada de oro se consideraba santa.

Pensar era una actividad de riesgo. Los liberales eran perseguidos, los afrancesados represaliados y no existían ni la voluntad ni el dinero para poner en marcha las ideas que ya estaban cambiando el mundo. En la España del siglo XIX la ciencia no era ficción, sino pura fantasía.

Por eso el steampunk, un subgénero de la ciencia- ficción que juega a recrear una línea histórica en la que la tecnología a vapor lo moldea todo, no había arraigado en España hasta ahora. Es un relato  esencialmente industrial y encaja mucho mejor con la idiosincrasia anglosajona o con el paisaje urbano de la Europa septentrional. Pero, ojo, decir que no había arraigado no quiere decir que fuera desconocido. Antes de la apuesta de la editorial Fábulas de Albión, la comunidad hispana llevaba años compartiendo historias y opiniones en revistas como El investigador y en otra buena docena de foros.

En Fabulantes, donde tenemos cierta debilidad por los sombreros de copa, los bigotes victorianos y los ingenios llenos de bielas y engranajes, ya nos habíamos apoyado en varios de los autores tangenciales a este estilo. China Miéville, sin ir más lejos, es uno de los contemporáneos que prefiere el ambiente recargado de vapores y ruedas dentadas del steampunk como trasfondo de sus novelas, al igual que esbozaran Tim Powers en Las puertas de Anubis o Alan Moore y Kevin O’Neill en La liga de los hombres extraordinarios.

Ahora, doce autores de las letras hispánicas toman el testigo para presentar en castellano la primera antología “retrofuturista”. Félix J. Palma, agudo relatista y autor de El mapa del tiempo (2008), ha sido el encargado de seleccionar quién y qué pasaría el corte de esta primera compilación -que pide una continuación a gritos-. Ninguno de los escogidos es un neonato del mundo editorial; quien menos tiempo lleva juntando letras ha pasado al menos 20 años haciendo callo dándole a la tecla. Se aprecia veteranía en la solidez de los cuentos, trabajados con innegable oficio, pero también con la curiosidad desbordante del niño que se asoma por primera vez al cajón de los juegos de sus hermanos mayores.

La originalidad de los doce relatos reproducidos por Fábulas de Albión es innegable. Como pioneros, sus autores no rinden cuentas a nadie. El lego encontrará solaz en los argumentos, oscuros y disparatados, mientras que el lector iniciado disfrutará recorriendo los pasajes de atmósfera decimonónica por los que discurren las historias.

¿A quién no le atrae la vida de un tahúr que, huyendo de la guerra carlista, tiene que jugarse el futuro contra un autómata en las mesas de cartas de un vapor que sobrevuela el Guadalquivir? ¿Quién rechazaría escuchar la historia de un estudiante de anatomía que decide mezclar su amor por la música con su conocimiento médico para fabricar un instrumento que traspase la esfera moral? ¿Acaso se pueden cerrar los ojos al estudio de los primeros objetos traídos de Marte? ¿E ignorar las reivindicaciones de los nuevos ludistas, que luchan contra el recién inventado motor de combustión en favor del transporte a pedales?

Óscar Esquivias, Fernando Marías, José María Merino, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Andrés Neuman, Fernando Royuela, Luis Manuel Ruiz, Care Santos, José Carlos Somoza, Ignacio del Valle, Pilar Vera y Marian Womack completan con sus palabras este primer volumen de steampunk en español. Un homenaje al caballero inventor, al solitario excéntrico que no conoce barreras, al último coletazo del que fuera el ideal renacentista: un hombre que dominara todas las artes, que las explorara más allá de lo concebible y las aplicara para desafiar lo convenido. Y es que también con un ojo radical se puede leer este género, que muchas veces se ambienta en la revolución industrial para rebelarse contra ella y rechazar la alienación de la producción en cadena.

Sea como fuere, es de agradecer buen hacer del triunvirato formado por Félix J. Palma, Luis García Prado y Nevsky Prospects. García Prado, editor de Bibliópolis, soltó la liebre y propuso a James y Marian Womack, de Nevsky Prospects, coeditar un proyecto que tenía guardado desde hace meses pero al que no podía dar la distribución necesaria. Los Womack decidieron publicarlo bajo el sello Fábulas de Albión y según el propio García Prado, el proyecto salió redondo. Al parecer, el envite a favor del steampunk dio réditos en la Feria del Libro. Como bien dijo un grande del XIX: “la victoria pertenece al más perseverante”.