En el año 2010 Vampiros (Atalanta) llegó por primera vez a las librerías. Por aquel entonces, la desgarbada figura habitual de este ser mítico poseía una imagen bastante más lozana de la que la literatura o el cine le habían dedicado hasta el momento.

Stephenie Meyer adaptaba las leyendas e historias al espacio mainstream, dirigiéndose sin recato al público adolescente como principal consumidor de su producto, consiguiendo gigantescas colas en librerías y salas cinematográficas. Mientras, por su lado, subculturas urbanas tan diversas como la gótica, la emo o incluso la hipster, utilizaban sin descaro la mística del personaje para dar forma y/o contenido a su modo particular de ver el mundo y vivir la vida.

Tal estallido de interés no se produce de la nada. Incluso la memoria de corto plazo nos puede llevar a otros fenómenos culturales de masas donde el vampiro seguía siendo un referente imaginativo principal. Desde la archiconocida versión cinematográfica del Dracula de Bram Stoker dirigida por Francis Ford Coppola (1992), hasta la imaginativa versión de las novelas de Anne Rice que supone la Entrevista con el vampiro de Neil Jordan (1994), o quizás el antecedente más claro de la obra de Meyer que era el Blade de Stephen Norrington (1998) –versión cinematográfica del cómic de Marvel escrito por Marv Wolfman y dibujado por Gene Colan-, el vampiro ocupaba ya a finales del siglo pasado un puesto de relevancia que convenía tener en cuenta.

Además, Hollywood, propenso como es a las versiones sin complicaciones, recogía la herencia literaria y el estilo cinematográfico de otros autores a los que, sírvase aquí la broma, vampirizaba sin pudor. Con la suerte de que, rehuyendo el usar y tirar de los productos de consumo, la industria consiguió en todos los casos impulsar estas películas hasta más allá de la breve memoria popular.

A este punto, una pregunta se nos parece obligada: ¿es la industria de Hollywood quien tiene el mérito de estos éxitos, o puede ser el indudable magnetismo de la figura vampírica la que por sí sola consiguiese para Hollywood convertir en intemporales algunas de sus creaciones? Conviene tener en cuenta la enorme lista de filmes, libros o historias escalofriantes que, incluso antes y todavía hoy, se conservan en nuestra memoria colectiva con el vampiro como protagonista.

Para la mejor respuesta de esta cuestión, en el excelso prólogo de Vampiros, Jacobo Siruela, editor de Atalanta, nos conduce por los antecedentes históricos de la figura vampírica desde su primera aparición, quizás en el escrito del sabio chino Tszé Chan (600 A.C.) donde nos “refiere que un hombre muerto puede convertirse en un demonio temible si su alma rehúsa salir del cuerpo” (página 11), hasta nuestros días.

Con un entretenido estilo de intelectual didacta, repasa a vuela pluma sus orígenes y presencia en la tradición de distintos espacios culturales, su transformación y adaptación diacrónica a una sociedad occidental cristianizada que lo ha ido desposeyendo progresiva y lentamente de sus características más inhumanas, así como su recepción por una literatura canónica cuya influencia ha ido también permeabilizando este retrato hasta convertirlo casi en universal, borrando los ricos matices de los que la figura vampírica se dotaba en sus primeros tiempos.

Un proceso de homogeneización sociocultural por el cual, en la actualidad, enunciar la palabra “vampiro” supone evocar a un referente casi global, de gran influencia en numerosos aspectos de la vida cotidiana pero también de una vida más corta que la de sus predecesores.

Aún así, a este imaginario corresponde la exquisita selección de textos que, de distintas fuentes y en excelentes traducciones, constituye el grueso de Vampiros: desde los clásicos de Tieck o Polidori –inspiradores de Coppola-, hasta los tétricos relatos de Poe o Tolstói, pasando por las intrigantes escenificaciones de E.F. Benson o Robert Aickman, el terror escalofriante de Le Fanu o Matheson, el inquietante poema de Charles Baudelaire, y todavía otros más.

Sin embargo, el aspecto más notable del volumen reside en la habilidad del editor para recoger y sintetizar a partir de textos diferentes el conjunto de la poliédrica mitología vampírica. Cada relato, fragmento o poema aporta una perspectiva que, en forma de tesela, se sobrepone a los demás, construyendo en su conjunto la difusa imagen compleja del mito. Supera así la estrecha imaginería vampírica a la que nos encontramos relegados con el referente hegemónico contemporáneo y le concede al lector la oportunidad de jugar con el libro, de saltar de aquí para allá, sin orden ni concierto, construyendo su propio itinerario en el acceso a las esencias de los no muertos.

De esta forma, repasamos la extraña relación del vampiro con la existencia. Pues condenado a sobrevivir vagando por el limbo entre la vida y la muerte, se ve necesitado de la sangre de los demás, la supuesta fuente de su fuerza vital, para seguir constituyéndose para siempre jamás como un mero ser sintiente. Una pasión por la vida de retrato heterogéneo en sus posibles múltiples formas, recogidas de forma inteligente en este volumen, por cuya calidad está ya en la estantería de las mejores obras publicadas sobre el tema. Una lectura que es una delicia para los cinco sentidos.