Al hablar del romanticismo alemán, máxima expresión del movimiento, se suele mencionar, sin titubear, a su padre espiritual, Goethe, y a continuación, a Achim Von Arnim, a Novalis, a Hoffman, a Büchner. Y generalmente, se tiende descuidar a uno de sus nombres fundamentales, Ludwig Tieck. O al menos así pasa fuera de las fronteras germanas.
Para los alemanes, Tieck es algo más que una gloria literaria: es casi, casi, un padre de la patria. Su búsqueda exhaustiva e infatigable de literatura germana medieval (llegó a visitar, a tal efecto, la Biblioteca Vaticana) fue crucial para la construcción de una Kultur, de un germanismo, en un periodo histórico de fuerte patriotismo y autoafirmación. Tieck recopiló su trabajo en Phantasus (1812-1816), una obra del mismo calado que el Decameron de Boccacio o Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer. En ella incluyó fragmentos que ya habían sido seleccionados por Charles Perrault (considerado el padre de los cuentos de hadas), como El gato con botas o Barba Azul, e introdujo otros de nuevo cuño, como Eckbert el rubio, Las montañas de las runas o Los elfos, tres relatos que Nórdica Libros ha incluido en su libro Cuentos fantásticos.
Hay que tener presente que Tieck fue un romántico hasta las cachas. Herman Hesse dijo de él (como puede leerse en la introducción que adjunta Nórdica) que durante décadas fue “el guía literario de los románticos y de los fantasiosos”. La semblanza es acertadísima. Sus cuentos propios poseen una narrativa desestructurada, alógica, desorganizada, como acostumbran a tener todas las piezas alumbradas durante ese movimiento de oposición a las normas clásicas. También tardan en arrancar, tienen un ritmo y un tempo particulares.
Tieck fue además, traductor de Cervantes, y el influjo del escritor de Alcalá de Henares se percibe en la forma en la que trata cada historia: porque estos relatos son, a su vez, “historias dentro de historias”, narraciones en las que no hay una jerarquía de importancia, ya que tan relevante como el argumento primario es su bifurcación y su atajo. Al final, los caminos convergen en lo que suele ser un final con moraleja, de los que se estilaban en el medievo, temeroso y respetuoso de Dios y a la vez precavido ante los defectos humanos. Por lo general, el conflicto en ellos surge por avaricia, por un exceso de ambición que no es más que una forma de desafiar al destino, al plan divino. Es la codicia la que conduce a la tentación.
Estos cuentos pues, no difieren, en su plano moral, de los de Andersen, aunque se leen mucho mejor que los del danés. La imaginación de Tieck es desaforada; sus relatos, especialmente el último, Los elfos, parecen un compendio de maravillas a cada cual más increíble. No es menos cierto que, en este caso, ha de ser así, porque precisamente lo que marca esta historia es el fin de la infancia y el paso a la adolescencia, y así, la muerte de todo lo que hay de inocente y cándido en el mundo. Cunde la impresión de que a Tieck le hubiese gustado ser de nuevo pequeño, pues sus cuentos son imaginerías de niño grande.
La naturaleza sería el tema común, o el protagonista, de estos tres phantastische novelle. Lo natural es un dios al que venerar. Al producirse un contacto tan estrecho con lo agreste, el hombre vuelve a sus orígenes, al primitivismo. A la esencia de la obra de Dios. De ahí que todos los héroes –y heroínas- de Tieck sean solitarios, se pierdan en cavernas subterráneas (que para Novalis eran una alegoría de la búsqueda del conocimiento interior). La misma idea de naturaleza despiadada, abrumadora, preside la obra de Arthur Machen, miembro de la sociedad esotérica Golden Dawn, Robert Louis Stevenson o Arthur Quiller-Couch. Escritores todos ellos que, como Tieck, utilizaron la naturaleza como estandarte patriótico, como símbolo de una identidad cultural formada o en proceso de formación. Naturaleza, por cierto, que tiene como principal ventaja el volver atemporal lo contado, y de esta manera, ampliar, como una caja de resonancia, las pasiones humanas, simples insignificancias en el devenir del mundo.
Bonitas y pasionales historias acompañarán al lector que quiera seguir los pasos perdidos de Eckbert (el rubio que, con su nacimiento, dio un giro a la prosa romántica al ser el primer gran personaje de una Novelle, o novela corta y dramática), o de Cristian, o de la joven María. Personas que deambulan en parajes que les son desconocidos y que arrastran a quien los sigue a la doble realidad de lo existente y lo soñado. Relatos de dopplegänger, de otredad.
Historias en las que, en palabras de Tieck, “lo extraño y lo habitual se confunden hasta el extremo de que es imposible discernirlos”.