En la novela contemporánea, la ciudad pocas veces ha sido algo más que un paisaje, un escenario ramplón capaz de albergar a los más extraordinarios acontecimientos y a los más extravagantes personajes. La ciencia-ficción ha sido, quizás, el género donde ha llegado a alcanzar sus mayores cotas de representación: convirtiendo a sus altos edificios, sus vehículos aéreos o sus inmensas pantallas y luces de neón en la tarjeta de presentación de un mundo entero y su época; transportándonos inconscientemente al conjunto de avances y cambios necesarios para llegar hasta allí. Si bien, en cierta manera, tampoco aquí pierde su sentido de entorno diseñado para la ambientación.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) ha vivido toda su vida en una gran ciudad y, empapado de ella, ha contribuido en su obra a este cicatero tratamiento del espacio urbano en su magnífica novela Huerfanos de Brooklyn (Mondadori, 2001) o en La fortaleza de la soledad (DeBolsillo, 2005). A través de sus personajes uno parece vivir en aquel barrio neoyorquino, reconociendo sus calles, pisando sus baches o mojándose con sus luces. Lionel Essrog o Dylan Ebdus nos sitúan en el contexto de sus cambios, padeciendo las frustraciones de un espacio de alma viva y dinámica, enfrentándose a la locura y la esquizofrenia de una urbe en acelerado e imparable cambio. La ciudad afronta con resignación y silencio su papel de causa invisible para todo lo que acontece.
Con Chronic City (Mondadory, 2011) Lethem hace justicia. The New York Times la eligió como una de las diez mejores novelas de 2009 en Estados Unidos no en vano: su originalidad, la tenacidad y altura de sus objetivos narrativos, lo interesante y vivo de sus personajes… la convierten en la más ambiciosa y la mejor novela de Lethem hasta la fecha.
Su mayor valor reside, claro, en el tratamiento de la ciudad. No sólo porque consiga abandonar su rol tradicional de escenario ramplón, ni siquiera por conseguir convertirla en un personaje principal, sino por hacer de la ella el personaje omnisciente y poderoso que a todos ve y a todos condiciona.
Según algunas interpretaciones, la novela ha llegado a acercarse a la ciencia-ficción para poder explicar cómo un tigre de acero es capaz de devorar inesperada e inopinadamente cualquier parte de la ciudad, una niebla gris cubre buena parte de Manhattan, o cómo un estrambótico alcalde y sus habilidosos colaboradores ocultan las más extrañas fechorías. Sin embargo, si acercamos todos esos elementos a la ciudad, a su capacidad de transformarse como un personaje vivo más, y cambiar, como una persona cualquiera, la novela cobra un nuevo significado. A ello contribuye también el papel y la posición que, en Chronic City, adoptan los personajes respecto a la ciudad. El vehículo principal de la narración, Chase Insteadman (en traducción literal “persecución en vez de hombre”), renuncia desde la primera línea a cualquier personalidad propia.
Su vida y circunstancias serán la de las personas que lo rodean: Perkus Tooth, crítico cultural sui generis cuya relevancia se materializa únicamente a través de carteles y paneles colgados en las paredes de la ciudad; Janice Trumbull, novia de Chase atrapada en la Estación Espacial Internacional, cuyos apasionados y vitales mensajes parecen causar mayor efecto en la opinión pública que en Chase; Richard Abneg, miembro del equipo del alcalde, acosado por una banda de águilas que anida en la ventana de su piso, y por una comunidad de vecinos que se oponen a que las águilas se vayan de su edificio; Georgina Hawkmanaji, miembro de la alta sociedad de Manhattan, establece una relación con Abneg que la introduce, a ella y su mundo, en el grupo de personajes del Upper East Side, o a Oona Laszlo, antigua ayudante de Perkus Tooth en la elaboración y visibilización de sus carteles, cuya arrolladora personalidad acabará estableciendo un paralelo con Perkus y un antagonismo funcional con Janice.
La ciudad resulta tan envolvente, un personaje tan omnipresente y vital, que a partir de ella se proyectan las acciones y las personalidades de todos y cada uno los personajes. Ninguno tendría sentido en su ausencia. En este punto es donde la metáfora de la contemporaneidad, el sentido de la posmodernidad, el juego de signos y significados, simbolismos y arbitrariedades se cierran sobre sí mismos con la máxima coherencia. Manhattan alcanza el grado de universo ficcional metafórico, capaz de generar y constituir, per se, un universo creativo autónomo y completo.
Aquí, las experiencias de los personajes definen el mensaje de Chronic City. Y es en este punto donde el exceso de hechos, su intrincada organización, su dispersión a través de la amplísima urdimbre de ambiciosas tramas y subtramas, diluyen la claridad de su comunicación. A veces centrada en la peripecia, la anécdota o el episodio, el poder simbólico de la ciudad pierde fuerza, y su significación resuena como un eco lejano apenas perceptible. Cuando el poder de la ciudad se disuelve, la novela flaquea, porque ésta es, ¡por fin!, una novela de ciudad con personajes. Un punto de partida para una nueva narrativa más justa con la ciudad como espacio y como personaje principal, donde todo tiene sentido gracias a ella.