«Coge un cuenco grande, dije. Llénalo con medidas iguales de hechos, fantasías, historia, mitología, ciencia, superstición, lógica y locura. Oscurece la mixtura con lágrimas amargas, aclárala con carcajadas, viértele tres mil años de civilización, grita kan pei, que significa copa seca, y bébela hasta las heces. Procopio me clavó los ojos. ¿Y seré sabio?, preguntó. Mejor que eso, le respondí. Serás chino.» (Barry Hughart, Puente de pájaros).

Detrás de una brumosa cortina de hilaridad y desenfado, Barry Hughart (Estados Unidos, 1934) decidió esconder treinta años de su vida dedicados al estudio de la historia y la mitología de China. Los escondió tan bien y con tanta personalidad que consiguió darles forma de novela y que la crítica le aplaudiera con el Premio Mythopoeic y el Premio Mundial de Fantasía –ex aequo con Bosque Mitago, de Robert Holdstock-, en su debut como narrador.

Puente de pájaros (Bibliópolis Fantástica, 2007) fue esa primera novela, la cuna de los aclamados Li Kao y Buey Número Diez, y el origen de un particular estilo de chinoiserie literaria en el que el humor, el misterio detectivesco y la fábula saltan alegres frente al lector.

Todo comienza en la aldea de Ku-fu, un pequeño lugar perdido en una suerte de China medieval, donde los niños caen gravemente enfermos durante la cosecha de la seda. El abad del pueblo envía al campesino Buey Número Diez, fuerte y bondadoso pero enormemente ingenuo, a buscar un sabio que les ayude a salvar a los pequeños. Buey topa con Li Kao, un borracho decrépito y mordaz que atesora una de las mentes más preclaras de su época y juntos se embarcan en la búsqueda de la única cura posible para la plaga infantil: una legendaria planta de ginseng conocida como la Gran Raíz del Poder.

Aunque parezca increíble, Barry Hughart nunca estuvo en China. Fruto de una personalidad depresiva, el norteamericano pasó de vivir en una institución psiquiátrica a estudiar en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Unos años después se enroló en el ejército y pudo probar su cordura diseñando ingenios explosivos y sembrándolos a lo ancho de la zona desmilitarizada de la península de Corea. Su experiencia en Asia contribuyó a alimentar su fascinación por el gigante asiático.

Hughart cuenta, en una una entrevista con Jerry Kuntz, que el mando militar le prohibió visitar Hong Kong por miedo a que sus conocimientos sobre artefactos nucleares despertaran demasiado interés en el gobierno chino. Así que el norteamericano tuvo que conformarse con explorar el inmenso país desde las bibliotecas y a través de los libros.

Antes de publicar, en 1984, la primera novela de Li Kao y Buey Número Diez, Barry Hughart tuvo tiempo de volver a Estados Unidos, trabajar en una librería neoyorquina, escribir guiones para Hollywood y montarse un hogar en el desierto de Arizona.

En este estado sureño, célebremente atravesado por el Gran Cañón, nacieron el sabio Li Kao y su inseparable compañero. En un principio, llegaron al mundo literario con la intención de quedarse durante siete novelas, pero Hughart se cansó de escribir después de la tercera. El propio autor no sabe explicar muy bien por qué acabó la saga. En diferentes entrevistas lo achaca a un maltrato editorial, a una torpe estrategia de venta, al agotamiento del modelo que había creado e incluso a su propio hartazgo. Lo cierto es que después de Puente de pájarosLa leyenda de la piedra (Alamut, 2008) y Ocho honorables magos (Bibliópolis Fantástica, 2009), la pareja de detectives más divertida del cajón de sastre de la fantasía dejó de contar sus historias.

Barry Hughart odiaba que su trabajo fuera considerado “fantástico” por las editoriales y que las tiradas de sus novelas fueran dirigidas a las librerías de género, pero no existe una etiqueta mejor que la fantasía para Puente de pájaros. Él defendía que estaba creando un estilo nuevo, cuando precisamente eso es lo que caracteriza a la novela fantástica: la ausencia de reglas, no dar nada por establecido.

Las andanzas de Li Kao y Buey Número Diez se acercan, de alguna manera, a los despropósitos de Rincewind, obra de Terry Pratchett. Nadie pone en duda que que las novelas de Mundodisco se encuadren dentro de la fantasía, porque su autor sí que recurre a los tópicos para dar color a sus historias de magia y aventuras. Hughart, sin embargo, se aleja de ellos tanto como puede y sus héroes, sus monstruos, sus princesas y sus castillos gozan de una originalidad refrescante. La imaginación del norteamericano es desbordante para plantear problemas y soluciones: en unas ocasiones parece que los protagonistas viven unas nuevas aventuras orientales del Barón de Münchausen, mientras que en otras todo se reduce a la agudeza de la conversación entre los más floridos personajes.

Resulta que Puente de pájaros también tiene mucho de desfile, de muestrario. Por sus páginas aparecen decenas de personajes de la más diversa índole. Ho Pico de Gallina, el Conejo de las Llaves, la Ancestral, el Viejo de la Montaña o Shen el Avaro son algunas de estas figuras que, desde su simplicidad, acaban resultando memorables para el lector. Hughart, que habla en todo momento a través de Buey Número Diez, apenas da un par de pinceladas ingenuas de cada uno de ellos, no les dota de una gran complejidad psicológica, sino de rasgos claves, casi caricaturescos, que contribuyen a mover la trama y a aligerar la lectura.

Una lectura que, en contadas ocasiones, sí resulta algo trabada y farragosa. Sin haber tenido acceso a la obra original, hay que dar el beneficio de la duda a la traducción de Carlos Gardini. Sin embargo, es honesto señalar que la edición española cuenta con erratas, frases de difícil comprensión y descripciones cojas y poco claras, que bien pueden ser reflejo del estilo de su autor.

Con sus defectos y virtudes, Puente de pájaros es una novela profundamente personalista. Quizá por ser su ópera prima, su autor no se esconde en ningún momento como narrador y sus vicios, sus pasiones, sus obsesiones y su afiladísimo ingenio salpican continuamente al lector. Como si se le espiara a través de una ventana, leyendo Puente de pájaros se puede ver a Barry Hughart disfrutando de Dumas, Stevenson y Mark Twain, asombrándose con Viaje al oesteEl romance de los tres reinos, estudiando el panteón taoísta, descubriendo el Tao Te Ching de Lao Tse y jugando con los trigramas de adivinación del I Ching.